Al que no escuche a ese profeta se le pedirá cuentas, como así también al profeta si no es fiel transmisor de la voluntad divina.
Será este el comienzo de la misión profética en medio del pueblo, sin embargo, si consideramos el Nuevo Testamento caemos en la cuenta que ese profeta es el nuevo Moisés, Jesús el Hijo de Dios encarnado.
En efecto, Jesús da a conocer la voluntad del Padre, y esto lo hace con autoridad, es decir, por sí mismo, no como los escribas, que se remitían a la interpretación de otros maestros que habían enseñado en el decurso del tiempo
En cambio, Jesús
habla con autoridad propia, porque no enseña partiendo de las
interpretaciones o versiones antiguas, sino que deja en claro que Él es el Enviado del Padre, lo cual produce asombro en
aquellos que lo escuchan, que se preguntan "¿Qué es esto?", habla con autoridad, de modo que hasta los demonios
huyen de Él.
En efecto, Jesús, precisamente para dejar bien en claro que habla con
autoridad propia, expulsa al demonio del cuerpo de un poseso.
El demonio
grita, y da testimonio de Jesús diciendo "Ya sabemos
quién eres, ¿has venido para acabar con nosotros?". Y Jesús le prohíbe hablar, porque no
necesita el testimonio del demonio, sino que las personas tienen que creer en
Él, partiendo del reconocimiento de que es el Enviado del Padre, el Hijo de
Dios vivo.
Por lo tanto con este gesto, con este exorcismo, está
manifestando, en el comienzo de su predicación en Galilea, que viene a vencer el espíritu del mal, y liberar al hombre del
poder del maligno, de modo que el espíritu del mal tendrá un poder atado, sujeto a Dios.
Dios se ha hecho presente entre los hombres por Jesús y ha comenzado su reino en
este mundo, de manera que la victoria contra el mal, la victoria definitiva,
queda ya anunciada con este gesto, en favor de este hombre que estaba poseído
por un espíritu demoníaco.
Jesús viene a salvar al ser humano, a curarlo de las diversas dolencias que padece, dándole también la fuerza que necesita para vencer al espíritu del mal, que trata de influir en cada uno por medio de las debilidades que padecemos a causa del pecado.
Pero para esta batalla presente a lo largo de la vida, hemos de tener una sincera
conversión, propósito de enmienda, llevando una vida cristiana lo
más profunda posible, tratando de huir de las ocasiones de pecado, conocer bien
cuáles son nuestras debilidades para poner allí especial atención y no dejarnos
abatir por el espíritu del mal.
Cristo viene a salvarnos, a darnos
una vida nueva, porque en definitiva lo importante es la entrega a Dios nuestro Señor, y prolongarla en la dedicación a nuestros hermanos.
Eso es precisamente lo que enseña hoy San Pablo (I Cor.7, 32-35), cuando se refiere al estado propio de quien se ha casado y al estado propio de quien es célibe
por el reino de los cielos.
Y ¿qué es lo que enseña el apóstol? Que el célibe o
el consagrado se entrega a Dios con un corazón indiviso, o sea, no dividido, siendo el
amor primero para el consagrado el dirigido siempre a su Señor.
A su vez, la persona
que está casada está llamada a entregarse a Dios nuestro Señor, pero debe realizarlo a través del marido o de la mujer según quien sea, por eso
dice que el marido busca agradar a la mujer y la mujer busca agradar al marido, que es lo propio del matrimonio.
Por lo tanto la entrega a Dios, tiene un intermediario, que es el marido o la mujer, mientras el célibe o el consagrado, se entrega a
Dios con un corazón no dividido.
Es cierto que este es el enunciado que hace
San Pablo de lo que ha de ser la vida del cristiano, porque también puede
acontecer que el casado ni se dirija a Dios ni se dirija tampoco a la otra
parte, y puede suceder que quien no se ha casado tampoco se entrega a Dios porque su corazón ha sido captado por otras realidades
mundanas.
Porque cuando el ser humano no se entrega totalmente a su Dios
busca reemplazantes enseguida para poder entregarse y dedicarse.
Y de ahí proviene
entonces el engaño para el ser humano que no encuentra sosiego en su corazón
porque no está dedicado a su Señor.
Pidámosle a Jesús que ha venido
para nuestra salvación que siga dándonos sus dones, sus gracias para que
nosotros podamos crecer en nuestra vocación, ya sea en el matrimonio, en la
vida consagrada, en la vida célibe, o en lo que uno esté viviendo en este
momento, ya que toda vocación debe apuntar siempre a agradar a Dios.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo del tiempo "per annum" ciclo B. 28 de enero de 2024
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