29 de abril de 2024

La unión con Cristo supone que siempre hemos de dar frutos de bondad y de santidad.

 



En el Antiguo Testamento, la Viña del Señor era Israel. En el Nuevo Testamento, como lo anuncia ya también el mismo Concilio Vaticano II, la Viña del Señor es la Iglesia, a la que también se la llama Esposa de Cristo o Pueblo de Dios.
En esta Viña del Señor, el Padre es el viñador, la vid es Cristo, y nosotros somos las ramas de esa vid. 
Sabemos perfectamente que la planta de vid se ramifica,  crece y se extiende, y aunque se alejen del tronco, sus ramas  siguen viviendo, porque están unidas al tronco que alimenta. 
Jesús pone este hermoso ejemplo, "yo soy la vid, ustedes los sarmientos"(Jn. 15, 1-8).¿Qué nos está diciendo? Que justamente la pasión, muerte y resurrección suyas, no tienen que ser en vano. Cristo no murió para que nosotros sigamos iguales,  no resucitó para que el creyente siga alejado de la gracia, sin avanzar, sin crecer. 
Con la muerte de Cristo hemos muerto al pecado, y con su  resurrección  renacemos y obtenemos la vida de la gracia. 
De manera que después de la muerte y resurrección de Cristo, lo más natural es que los redimidos por el sacramento del bautismo, estemos unidos a Cristo que es la vid, el cual,  nos alimenta. 
Por eso el texto insiste varias veces, "permanezcan en mí", de modo que aquellos que estemos unidos a Jesús, permaneceremos en Él, como a su vez, el Señor permanece en nosotros. 
Pero a su vez esa pertenencia nuestra del Señor, es una prolongación de la permanencia del Hijo en relación con el Padre. Por eso interviene el Padre. ¿De qué manera? A través de la poda para que demos más frutos. Cuando el Padre del Cielo sabe que nosotros estamos unidos a su Hijo, nos poda para que demos más frutos.
Hace muchos años atrás,  Monseñor Adolfo Tortolo, arzobispo de Paraná, hablaba de la poda milagrosa, que es la que el Padre ejercía siempre en su Iglesia; poda milagrosa para que demos más frutos, que puede ser a través del sufrimiento en el cuerpo, a través de la persecución, o de cualquier otra situación dolorosa, pero de las cuales  salimos fructificando en abundancia. 
Y la unión con Cristo supone que siempre hemos de dar frutos de bondad,  de santidad. Justamente lo vemos, por ejemplo, en el apóstol San Pablo (Hechos 9, 26-31), el cual cuando llega a Jerusalén  todos lo miran con desconfianza, porque no estaban convencidos de su conversión, por lo que Bernabé lo presenta ante los judíos y ante los demás discípulos, dando testimonio de la fidelidad de Pablo al evangelio de Cristo que predica.
En efecto, una vez que Saulo, después llamado Pablo, conoce a Cristo Nuestro Señor, se convierte de perseguidor de los cristianos en un apóstol de los gentiles,  y ya nunca volverá atrás en su decisión. Estará permanentemente unido a la vid que es Cristo, y gracias a esta unión,  su apostolado  será eficaz en medio de las pruebas.
O sea, él en su vida será podado permanentemente a través de persecuciones, por haber sufrido azotes y ser apedreado, haber padecido hambre, sed, naufragio, y sin embargo a todo él se adaptó por amor a Cristo, y  estos son los frutos. 
Finalmente cada uno debe dar frutos de acuerdo a lo que es, a lo que es su vida, conforme a lo que Dios le vaya pidiendo permanentemente, ese Dios que también nos va podando insistiéndonos en la vivencia de los mandamientos, como destaca el mismo san Juan en la segunda lectura (1 Jn. 3,18-24).
La vivencia de los mandamientos es una manera concreta de dar fruto, porque cuando estamos unidos al Señor, en serio, buscamos agradarle en todo; y si por desgracia se da una caída en el pecado porque no somos perfectos, sabemos que siempre está la posibilidad de retomar el buen camino, de poder comenzar nuevamente en el seguimiento  y en dar testimonio del Señor . 
Hemos de trabajar entonces para permanecer unidos al Señor, y no nos vamos a arrepentir. Y en el mundo en que vivimos, con tantas dificultades, con tantos obstáculos para vivir la fe, buscar crecer en la misma,. de tal modo que esa fe vaya dando una seguridad que permita permanecer en la esperanza de la vida eterna y en la caridad que es amor a Dios y amor a nuestros hermanos, para los cuales hemos de buscar siempre su conversión, su salvación, para que también entren en este camino de seguimiento de Jesús. 
Pidamos entonces esta gracia que el Señor nos la va a conceder si nosotros somos dóciles a su palabra y buscamos agradarle en todo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo de Pascua. Ciclo B.  28 de abril   de 2024.

No hay comentarios: