En el Antiguo Testamento, la Viña del Señor era Israel. En
el Nuevo Testamento, como lo anuncia ya también el mismo Concilio Vaticano II,
la Viña del Señor es la Iglesia, a la que también se la llama Esposa de
Cristo o Pueblo de Dios.
En esta Viña del Señor, el Padre es el viñador, la vid es Cristo, y nosotros somos las ramas de esa
vid.
Sabemos perfectamente que la planta de vid se ramifica, crece y se extiende, y aunque se alejen del tronco, sus ramas siguen viviendo, porque están unidas al tronco que alimenta.
Jesús pone este hermoso
ejemplo, "yo soy la vid, ustedes los sarmientos"(Jn. 15, 1-8).¿Qué nos está diciendo? Que
justamente la pasión, muerte y resurrección suyas, no tienen que
ser en vano. Cristo no murió para que nosotros sigamos iguales, no
resucitó para que el creyente siga alejado de la gracia, sin avanzar, sin crecer.
Con la muerte de Cristo hemos muerto al pecado, y con su resurrección renacemos y obtenemos la vida de la gracia.
De manera que después de la
muerte y resurrección de Cristo, lo más natural es que los redimidos por el sacramento del
bautismo, estemos unidos a Cristo que es la vid, el cual, nos alimenta.
Por eso el texto insiste varias veces, "permanezcan en mí", de modo que aquellos que estemos unidos a Jesús, permaneceremos en Él, como a su vez, el Señor permanece en nosotros.
Pero a su vez esa pertenencia nuestra del Señor, es una
prolongación de la permanencia del Hijo en relación con el Padre. Por eso
interviene el Padre. ¿De qué manera? A través de la poda para que demos más
frutos. Cuando el Padre del Cielo sabe que nosotros estamos unidos a su Hijo,
nos poda para que demos más frutos.
Hace muchos años atrás, Monseñor Adolfo Tortolo, arzobispo de Paraná, hablaba de la poda milagrosa, que es
la que el Padre ejercía siempre en su Iglesia; poda milagrosa para que
demos más frutos, que puede ser a través del sufrimiento en el cuerpo, a través de la persecución, o de cualquier otra situación
dolorosa, pero de las cuales salimos fructificando en abundancia.
Y la unión con Cristo
supone que siempre hemos de dar frutos de bondad, de santidad.
Justamente lo vemos, por ejemplo, en el apóstol San Pablo (Hechos 9, 26-31), el cual cuando llega a Jerusalén todos lo miran con desconfianza, porque no estaban
convencidos de su conversión, por lo que Bernabé lo presenta ante los judíos y ante los demás discípulos, dando testimonio de la fidelidad de Pablo al evangelio de Cristo que predica.
En efecto, una vez que Saulo, después llamado Pablo,
conoce a Cristo Nuestro Señor, se convierte de perseguidor de los cristianos en
un apóstol de los gentiles, y
ya nunca volverá atrás en su decisión. Estará permanentemente unido a la vid
que es Cristo, y gracias a esta unión, su
apostolado será eficaz en medio de las pruebas.
O sea, él en su vida será podado
permanentemente a través de persecuciones, por haber sufrido azotes y ser apedreado, haber padecido hambre, sed, naufragio, y sin embargo a todo él se adaptó por amor a Cristo, y estos son los frutos.
Finalmente cada uno debe dar frutos de acuerdo a lo que
es, a lo que es su vida, conforme a lo que Dios le vaya pidiendo permanentemente, ese
Dios que también nos va podando insistiéndonos en la vivencia de los
mandamientos, como destaca el mismo san Juan en la segunda lectura (1 Jn. 3,18-24).
La vivencia
de los mandamientos es una manera concreta de dar fruto, porque cuando estamos unidos al Señor, en serio, buscamos agradarle en todo; y si por desgracia se da una
caída en el pecado porque no somos perfectos, sabemos que siempre está la
posibilidad de retomar el buen camino, de poder comenzar nuevamente en el
seguimiento y en dar testimonio del Señor .
Hemos de trabajar entonces para permanecer unidos al
Señor, y no nos vamos a arrepentir. Y en el mundo en que vivimos,
con tantas dificultades, con tantos obstáculos para vivir la fe, buscar crecer
en la misma,. de tal modo que esa fe vaya dando una seguridad que permita permanecer en la esperanza de la vida eterna y en la caridad que es amor
a Dios y amor a
nuestros hermanos, para los cuales hemos de buscar siempre su conversión, su
salvación, para que también entren en este camino de seguimiento de Jesús.
Pidamos
entonces esta gracia que el Señor nos la va a conceder si nosotros somos
dóciles a su palabra y buscamos agradarle en todo.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo de Pascua. Ciclo B. 28 de abril de 2024.
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