15 de abril de 2024

El católico ha de proponerse como meta la muerte y resurrección de Cristo, cada dìa morir al pecado y resucitar a la vida de la gracia.

 


Todavía sigue el revuelo por la curación del tullido, por intervención de Pedro y Juan en el templo, habiendo invocado el nombre de Jesús. Este enfermo estaba excluido del culto debido a su enfermedad,  y  habíamos recordado que esta curación le valió el dar gracias a Dios, pero también el asombro y la preocupación y las rabietas de los jefes de los judíos, porque se había predicado en el nombre del Señor Jesús, y en su nombre  se había curado a este enfermo. 
Es interesante escuchar el discurso de Pedro ante  los judíos, cuando les dice claramente que ellos prefirieron pedir la liberación de un homicida, Barrabás, e imponer al mismo tiempo la condenación de un inocente, que era Jesús, cuando Pilato quería ponerlo en libertad. 
Pedro no hace más que proclamar la verdad, pero al mismo tiempo señala que la muerte del Señor y su resurrección ya estaba anunciada por todos los profetas, de manera que la providencia de Dios permitió esas actitudes por parte de la gente para que se cumplan las Escrituras, mientras "Dios lo resucitó de entre los muertos" de lo cual los apóstoles son testigos (Hechos 3,13-15.17-19). 
Pedro, a su vez, reconoce que los jefes y los demás, obraron así por ignorancia, por lo que es necesario "que hagan penitencia, se conviertan, para que sus pecados sean perdonados".
Con esta exhortación a la conversión  se busca la salvación de todos, pero no sin puntualizar la verdad de los hechos históricos, y que estos estaban presentes en la providencia divina. 
En el texto de la segunda lectura tomada del apóstol san Juan (1 Jn. 2,1-5), somos invitados a no pecar porque hemos sido salvados por la cruz de Cristo, pero en caso de caer, recuerda que lo tenemos al Señor como defensor nuestro ante el Padre, porque se sacrificó por los pecados del mundo entero.
A su vez, se explicita que el verdadero conocimiento de Cristo resucitado pasa por el amor, o sea,  "la señal de que lo conocemos es que cumplimos sus mandamientos".
Al respecto, cada uno debe avanzar en este conocimiento amoroso de Jesús resucitado, cumpliendo sus mandamientos, de tal manera de poder aunar nuestra vida, nuestro corazón, con aquel que fue a entregarse en la cruz por la salvación de cada uno. 
Y así, el cristiano está llamado a vivir siempre agradecido y a proponerse como meta de su vida la muerte y resurrección de Cristo, o sea cada día morir al pecado y cada día resucitar a la vida de la gracia, porque en definitiva la vida del cristiano, iluminada siempre por Cristo, tiene que ser un camino hacia la lucidez plena, que  alcanzaremos  en la vida eterna.
La lucidez en este mundo supone conocer cada día más quién es Dios para nosotros y qué somos nosotros para Dios,  descubriendo paulatinamente que el proyecto divino de hacernos partícipes de su Vida sigue en pie y, que debemos colaborar permanentemente para que esto pueda ser realidad en el futuro de cada uno de nosotros.
En el texto del Evangelio (Lc. 24, 35-48) nos encontramos con que Jesús sigue preparando a los discípulos para evangelizar. En efecto, los discípulos de Emaús volvieron a Jerusalén, cuentan que estuvieron con el Señor, y que lo reconocieron en el gesto eucarístico de partir el pan. 
Los otros discípulos también cuentan que Pedro  y Juan han encontrado el sepulcro vacío, y en ese momento Jesús aparece quedando los discípulos llenos de temor, porque pensaron que era un fantasma, que era un espíritu. 
¿Cómo se puede entender esto? Si bien hay testimonios que lo han visto resucitado, sin embargo, todavía no tenían mucha claridad en qué consistía eso de Cristo resucitado, por eso pensaron que era un fantasma, que era un espíritu, una aparición ahí delante de ellos. 
Jesús además de entregarles el don de la paz, como reflexionamos el domingo pasado, les dice soy yo en persona, dejen de tener miedo, vean las heridas, mi cuerpo, mis huesos, y es entonces cuando les pide algo de comer y come delante de ellos. 
Y es en ese momento que se llenan de alegría, porque entienden que no es un espíritu que se deja ver, sino que es el mismo Jesús que conocieron mientras evangelizaban, el mismo Jesús pero con un cuerpo glorificado, que no podían comprender muy bien del todo, pero era un cuerpo vivo, de manera que eso era lo que debían transmitir. 
No olvidemos que a veces en la predicación de los apóstoles que daban testimonio de Cristo resucitado, no pocas personas seguían pensando que era un espíritu, que la resurrección consistía en una apariencia, de alguien que contemplaban pero no con su cuerpo, carne y huesos reales. 
Cuando en realidad es todo lo contrario, Cristo dice soy yo en persona, dejen de imaginarse cosas que no existen, por lo que  los apóstoles se llenan de alegría y se convencen de su resurrección.
Estas dudas que tienen, esas vacilaciones, son importantes, porque nos hacen ver que hubo todo un proceso en el camino de la fe para comprender y entender en qué consistía la resurrección y que esto era necesario para que pudieran predicar con firmeza acerca de este hecho fundamental en la fe cristiana, siendo capaces cuando llegara el momento, de entregar también sus vidas  por Cristo nuestro Señor. 
Por eso  Jesús aprovecha y les abre la inteligencia, o sea permite que esta inteligencia tan pobre de los apóstoles pueda ir penetrando más y más la verdad que se les está transmitiendo, vayan cambiando de mentalidad, de modo que esto  también repercuta en lo que es llevar el mensaje de salvación.
A su vez,  Jesús les dice a ellos -y también a nosotros- que han de ir por el mundo proclamando la resurrección, convocando a todos al arrepentimiento, a la conversión, porque ya la humanidad toda ha sido salvada por la muerte y resurrección de Cristo.
Ahora bien,  es necesario que esa salvación se haga efectiva en cada uno por el proceso de la conversión, el arrepentimiento, el aborrecimiento de los pecados y la voluntad expresa de comenzar una vida nueva. 
Hermanos: vayamos al encuentro de Cristo resucitado, para con alegría, hacerlo presente en el mundo de hoy. Para esta misión no estamos solos, nos acompaña la Virgen Santísima, la Madre de Jesús, a quien recordamos hoy y mañana en nuestra diócesis bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. No olvidar entonces nunca la presencia de María en la Iglesia, porque a través de ella seremos capaces de poder decir que somos servidores  del Señor dispuestos a escuchar y seguir su palabra.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3ero domingo de Pascua. Ciclo B.  14 de abril   de 2024.

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