"Señor, revélanos tu amor, concédenos tu salvación",
cantábamos recién, porque para seguir caminando en este mundo, en medio de las
pruebas, las dificultades de todo tipo y adversidades que muchas veces
tenemos que soportar por nuestra fe, necesitamos que el Señor nos revele, nos
manifieste su amor y prometa la salvación.
Pues bien, el amor infinito
de Dios para con nosotros está plasmado en este hermoso texto que acabamos de
proclamar de san Pablo a los cristianos de Éfeso (1, 3-14).
No nos cansemos nunca de
escuchar este texto, de meditarlo y reflexionarlo, porque ahí está
contenida la providencia de Dios para con los hombres.
En efecto, ¿Qué nos dice el apóstol?
Que fuimos elegidos de antemano por Dios antes de la creación del mundo, de
modo que cada persona que vivió en el pasado, que vive en el presente y que
vivirá en el futuro, estaba presente en el pensamiento de Dios, y que cada uno nacería en un momento determinado de la historia humana, con un llamado,
con una vocación concreta.
¿Y para qué nos eligió Dios? Dios podría haber
estado tranquilo, sin embargo, quiso hacernos partícipes de su misma vida, nos crea a su imagen y semejanza, y pensando en Cristo, su Hijo hecho
hombre, se derramó sobre nosotros toda clase de bienes espirituales en el cielo
y en la tierra.
A su vez, fuimos constituidos hijos adoptivos del Padre para participar algún día de su misma gloria, de modo que
la eternidad fuera también meta concedida a todos, siempre y cuando viviéramos santos e irreprochables, siguiendo la voluntad de Dios.
Esa es la providencia divina sobre cada uno y estamos llamados a esta grandeza de vida aquí y mirando
siempre al futuro.
Pero a lo largo de la historia, Dios ha tenido que llamar a
la conversión al ser humano, para que retomara el camino de la
salvación.
En el Antiguo Testamento lo hizo a través de los profetas, siendo uno de ellos el profeta Amós, que denuncia las injusticias
sociales.
Este profeta, que es un hombre común, cuidador de ovejas, es enviado
al Reino del Norte, o Reino de Israel, para advertir la necesidad de la
conversión, habida cuenta de la corrupción en la que el pueblo estaba sumergido (Amós 7, 12-15).
Allí, Amasias, el sacerdote del templo de Betel, del Reino del Norte, le
dirá al profeta Amós que no moleste, que ellos están felices y
contentos, que no venga a perturbar su tranquilidad y su vida
corrupta y cumpla su misión en el reino de Judá.
Pero Amós continúa allí porque fue enviado por el Señor a insistir en la necesidad de la conversión, ya que la corrupción social contaminaba también el culto divino, haciéndolo desagradable para el mismo Dios.
Y como no quisieron escuchar ni convertirse, cae el
reino en las manos de Asiria y viene la deportación.
O sea, Dios ha querido
salvar al pueblo elegido, a estas tribus del Reino del Norte, pero ellos no
quisieron.
En el texto del Evangelio (Mc. 6, 7-13) aparece nuevamente la voluntad divina de
salvar a su pueblo, esta vez a través de Cristo, el cual envía a los doce apóstoles a predicar la conversión, la necesidad de
volver a Dios.
Ellos parten apoyados en la fuerza del Evangelio,
por eso van desprovistos de toda seguridad humana y con una actitud de austeridad total, en beneficio de los que creen, han de expulsar demonios, curar enfermos, hacer
todo el bien que se pueda.
Y allí también se da la posibilidad de quienes no
escuchan la voz del Salvador, transmitida a través de los apóstoles.
A su vez, también
en nuestro tiempo, por medio de la Iglesia, Dios llama a todos los pueblos de la
tierra a la unión con él, porque tiene que realizarse aquello que destaca el
apóstol San Pablo, que todo sea puesto bajo los pies de Jesús, ya que el Señor está
por encima de todo lo creado.
También en nuestra época, el ser humano está
sordo al llamado del Señor, y esta hermosa perspectiva providencial que aparece
en el texto de San Pablo a los Efesios, no es tenida en cuenta hoy en día.
¿Cuántas son las personas que se ponen a pensar hoy que fuimos elegidos desde toda la
eternidad para ser santos, para ser hijos adoptivos de Dios y elegidos para participar de la gloria del cielo, y recibir tantos dones y tantas bendiciones de parte del Creador?
¿Cuán alejado
está el ser humano hoy de esta perspectiva hermosa que la Palabra de Dios
describe para cada uno de nosotros?
Por eso se hace también más urgente la
necesidad de proclamar las maravillas de Dios y no cansarnos de hacer oír la
voz de Jesús, para que el mayor número posible de personas, a través de la conversión,
empezando por nosotros, retomemos este camino de santidad para la cual estamos
llamados.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XV del tiempo per annum. Ciclo B. 14 de julio de 2024.
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