En el segundo libro de los Reyes (2 Rey.4,42-44), se narran los prodigios o milagros realizados por el profeta Eliseo.
En el texto de hoy, asistimos a la multiplicación de los panes que había recibido como ofrenda y con los que alimenta a cien personas. Eliseo mandó
distribuir los panes manifestando su confianza absoluta en el cumplimiento de la Palabra de Dios: "Comerán, y sobrará".
Esta gran
confianza en la Palabra de Dios hace que el profeta movido por ello también
actúe y, que por su intermedio se sacie el hambre de aquellos que están allí
junto a él escuchando su mensaje profético.
En efecto, sabemos por la revelación, que Dios abre su mano generosamente, entregando a toda
la humanidad los dones que necesita para su subsistencia, de tal manera que a nadie falte y a nadie sobre,
sino que cada uno pueda satisfacer sus necesidades.
Pero más allá de estas
necesidades materiales que son reales, hay otras necesidades, las espirituales. El ser humano tiene hambre de Dios,
aunque no lo quiera reconocer, aunque lo disimule, aunque acalle las voces de
su conciencia, sin embargo necesita de Dios su Creador, porque todos en nuestro
interior reconocemos siempre nuestra nada.
Por ahí podemos tener episodios de
autosuficiencia, de creer que lo podemos todo, pero Dios se encarga de
mostrarnos a través de las circunstancias de la vida que no es así, en
definitiva necesitamos siempre de nuestro Creador, el que nos
da su gracia y sustenta la amistad con él, si realmente lo buscamos y
trabajamos para ello.
El Señor quiere habitar en nuestro corazón y darnos el alimento de la vida, por eso durante cinco domingos, a partir de
hoy, reflexionaremos sobre el capítulo seis del evangelio según san Juan, donde encontramos el largo discurso del pan de vida, que de alguna manera
ya había introducido san Marcos el domingo pasado, pero que ahora se desarrolla
en profundidad.
Interesante cómo el marco de referencia es la proximidad de la
Pascua Judía, -dice el texto-, para que podamos vincular la Eucaristía como
la nueva Pascua, la Pascua del Señor, que es el paso de la muerte a la vida,
pero es también el paso de la celebración antigua a la nueva, cuando Jesús entrega su cuerpo y su sangre como alimento.
La gente está siguiendo a Jesús
porque cura enfermos, pero el Señor conoce su
necesidad interior, por eso decide la multiplicación de los panes y
de los peces, que será el punto de partida para presentarse como Pan de Vida.
Dones muy humildes, como cinco panes y dos
pescados que trae un niño, sirven de base para que Jesús haga comer a todos los presentes.
Muchas veces se duda que esto pueda ser cierto, cómo puede ser verdad que esto acontezca, sin embargo, en la historia de la Iglesia, se han obtenido milagros por la invocación de los santos.
Por ejemplo, el milagro que a través de Juan Macías, santo que
veneramos aquí, se concretó en una oportunidad, en el Hogar de Nazaret en su pueblo natal, Ribera del Fresno, el 23 de enero de 1949, milagro este que llevó a su canonización.
En efecto, habiendo de dar de comer a mucha gente pobre, teniendo los cocineros un poco de arroz, invocaron al santo, y tuvieron de
sobra en la comida pudiendo saciarse todos aquellos que estaban esperando una
comida caliente.
De manera que para Dios
no hay nada imposible, si se producen milagros a través de los santos, mucho más a través del Salvador, como en este caso, y alimentar hasta saciar el
corazón y el estómago de todos los que están allí presentes, cinco mil hombres
había, sin contar mujeres y niños.
Y Jesús de
esta manera quiere introducir a todos a la enseñanza acerca del pan
vivo bajado del cielo, que es Él mismo, y que el maná en el desierto con el que
se alimentó al pueblo de Israel, no fue más que un signo, un anticipo de la Eucaristía.
Fíjense ustedes que mientras la liturgia se preparaba
para meditar en el mundo sobre la Eucaristía, el pan de
vida, vimos en los Juegos Olímpicos de París, cómo se
burlaban de la última cena.
Y no solamente eso, en esta inauguración que
tendría que haber sido festiva, no solamente fue blasfema, sino que ha sido una
promoción de la homosexualidad, de la ideología de género, del travestismo, del
aborto, donde se ensalzaron incluso figuras que fueron siniestras en la historia
del hombre, como la de Simone de Beauvoir, por ejemplo, en el caso de la
ideología de género.
Todo esto muestra decadencia moral y se ataca a la Iglesia Católica porque enseña la verdad y porque nadie
se atreve a ofender a los judíos o musulmanes, porque se sabe que no quedarían impunes.
A nosotros los católicos, como el Señor nos ha enseñado a poner
una mejilla si se nos ofende en la otra, fácilmente se nos ataca y se burla de
las verdades de nuestra fe. ¿Por qué? Porque es la verdad la que se presenta.
No se ataca a lo que es falso o no tiene peso, sino que se trata de destruir la
verdad y lo relacionado con la vida.
Ahora bien, de Dios nadie se burla, y así a lo
largo de la historia de la salvación, por ejemplo, hemos visto cómo el pueblo
de Israel tantas veces rebelde con Dios, recibía un chirlo a través de
los asirios o de los babilonios, cayendo en destierros, muertes, desolación.
O sea, Dios se manifiesta a
través de lo que se llaman las causas segundas, y así, puede acontecer que una
nación pague bien caro lo malo que ha hecho, a través de los pésimos gobiernos que
tiene. Sin necesidad de guerras, basta un pésimo gobierno para
que la nación padezca en carne propia, cómo nos pasa a nosotros desde hace
bastante tiempo, producto de la ley del aborto, por ejemplo.
De manera que Dios
va trabajando en la historia y, Francia tiene que cuidarse mucho, cada vez hay
más musulmanes en su tierra y sabemos que buscan apoderarse otra vez de España, Francia, Alemania, infiltrándose cada vez más.
Y eso es
justamente causado porque también las naciones han dejado atrás el amor
primero, han abandonado su fe católica como le ha pasado a Europa. Y por eso
también van decayendo cada vez más.
Por eso es muy importante mantenernos
siempre fiel a la verdad que hemos recibido y buscar siempre hacer el bien, como nos lo dice hoy el apóstol San Pablo en la Carta a los Efesios (4,1-6).
En efecto, estamos llamados a comportarnos de una manera digna de la vocación recibida, por lo que como
católicos hemos de vivir profundamente esta fe católica, con obras propias no
solo del cristianismo sino del catolicismo.
Ir afianzando más y más nuestra
relación con Dios creciendo además como dice el apóstol en nuestra
relación con los demás, entre otras cosas soportándonos mutuamente y conservando la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.
Pidamos al
Señor que nos ayude a crecer cada vez más por este camino de santidad al cual
se nos invita a transitar para llegar a la patria celestial.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVII del tiempo per annum. Ciclo B. 28 de Julio de 2024.
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