4 de noviembre de 2024

Son felices los que han muerto en el Señor, porque ellos son acompañados por las obras buenas que han realizado en este mundo.



Ayer recordábamos a los miembros de la Iglesia triunfante, a los Santos, aquellos que ya participan de la misma vida de Dios y por lo tanto lo contemplan eternamente, para siempre. El recordar a los Santos nos ayuda a buscar imitarlos para poder algún día estar también con Dios. Y a su vez, los que ya están en el Cielo interceden por nosotros y desean que  algún día nos encontremos  con ellos. 
Así lo destaca sobre todo san Bernardo en una de las meditaciones sobre la Iglesia triunfante. 
Por su parte, hoy la Iglesia recuerda a los miembros de la Iglesia purgante, a los fieles difuntos. Pedimos entonces por los difuntos que están purificándose en el Purgatorio. No pedimos por todos los difuntos en general, sino por aquellos que se están purificando. Aquellos que optaron en su vida por Dios y hoy se encuentran en este periodo, en esta etapa de purificación para luego comenzar a ver a Dios cara a cara. Por eso pedimos por ellos. 
Hemos visto en el segundo libro de los Macabeos (12,42-45), cómo Judas Macabeo hace una colecta que envía a Jerusalén para que se ofrezcan sacrificios por los difuntos. De manera que ya en el Antiguo Testamento se expresa esa fe, esa confianza, de que nuestras oraciones, nuestros sacrificios, nuestras limosnas alivian a los difuntos.
 En la segunda lectura escuchábamos en el libro del Apocalipsis (14,13-15) que son felices los que han muerto en el Señor, porque ellos son acompañados en su nueva vida por las obras que han realizado en este mundo. De manera que todas las obras buenas que nosotros hagamos aquí, nos acompañarán en el día de nuestro tránsito a la otra vida, cuando dejemos este mundo temporal para presentarnos ante Dios nuestro Señor. 
Todo esto lleva a considerar necesario  rezar siempre por nuestros hermanos difuntos. 
Nosotros en esta Iglesia honramos a un gran apóstol de las almas del purgatorio, san Juan Macías.
Él se destacó, entre otras cosas, por su devoción particular por las almas del purgatorio, por lo que según una manifestación divina que tuvo al final de su vida,  a lo largo de su existencia temporal pudo liberar del purgatorio a más de un millón cuatrocientas mil de almas.
Él no era sacerdote, pero ofrecía  sacrificios, trabajos, mortificaciones, el rezo del rosario,  la oración,  todo aquello que padecía en este mundo, lo ofrecía por la purificación de las almas del purgatorio. 
De manera que no es extraño que en el momento de su muerte, también muchos de los salvados, gracias a su oración, hayan acudido a acompañarlo como cortejo para encontrarse con Dios para toda la eternidad. 
Recordemos que  las almas del purgatorio, liberadas por nuestra oración, sacrificio o limosna,  se acordarán de nosotros en el cielo, e intercederán  cuando nos purifiquemos.
Recordemos que es una obra de caridad, de amor, pedir por nuestros difuntos, hacer celebrar misas por ellos, ya que es la muestra más concreta del amor para nuestros seres queridos.
 Es el sacrificio eucarístico el que alivia de una manera especial a los que han muerto en el Señor y se están purificando. 
En el texto del Evangelio (Lc. 7, 11-17), Jesús se manifiesta como aquel que es la resurrección y la vida. Pensemos en ese cuadro tan doloroso, una mujer viuda que lleva a sepultar a su único hijo. Jesús no pasa de largo ante esa situación, sino que se acerca y dirá que no llore, y le devolverá a esa madre el hijo que había perdido. 
Una vez más Jesús manifiesta sus entrañas de misericordia, su contemplación ante el sufrimiento, ante el dolor de quien ha perdido a un hijo suyo. 
El Papa Francisco precisamente ha pedido que durante este mes de noviembre se pida en particular por aquellas madres y padres que han perdido un hijo, para que reciban el consuelo de parte de Dios y puedan así, consolados, seguir adelante sobrellevando este gran dolor. 
Cristo nuestro Señor nos invita a mirar la vida después de la muerte. No se termina todo con la muerte, sino que se continúa y por eso, mientras suplicamos por quienes se purifican, nos seguimos preparando nosotros con una vida de santidad y de imitación de Cristo, para que cuando nos llegue el momento, seamos recibidos por la misericordia de Dios y por aquellos hermanos nuestros que ya gozan de la visión de Dios. Amén.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Conmemoración de Todos los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2024.