Ayer recordábamos a los miembros de la Iglesia triunfante, a los Santos, aquellos que ya participan de la misma vida de Dios y por lo tanto lo contemplan eternamente, para siempre. El recordar a los Santos nos ayuda a buscar imitarlos para poder algún día estar también con Dios. Y a su vez, los que ya están en el Cielo interceden por nosotros y desean que algún día nos encontremos con ellos.
Así lo destaca sobre todo san Bernardo en una de las meditaciones sobre la Iglesia triunfante.
Por su parte, hoy la
Iglesia recuerda a los miembros de la Iglesia purgante, a los fieles difuntos. Pedimos entonces por los difuntos que están purificándose en el
Purgatorio. No pedimos por todos los difuntos en general, sino por aquellos que
se están purificando. Aquellos que optaron en su vida por Dios y hoy se
encuentran en este periodo, en esta etapa de purificación para luego
comenzar a ver a Dios cara a cara. Por eso pedimos por ellos.
Hemos visto en el segundo libro de los Macabeos (12,42-45), cómo Judas Macabeo hace una colecta que envía a
Jerusalén para que se ofrezcan sacrificios por los difuntos. De manera que ya
en el Antiguo Testamento se expresa esa fe, esa confianza, de que nuestras
oraciones, nuestros sacrificios, nuestras limosnas alivian a los difuntos.
En la segunda lectura escuchábamos en el libro del Apocalipsis (14,13-15) que son felices los que han
muerto en el Señor, porque ellos son acompañados en su nueva vida por las obras
que han realizado en este mundo. De manera que todas las obras buenas que
nosotros hagamos aquí, nos acompañarán en el día de nuestro tránsito a la otra
vida, cuando dejemos este mundo temporal para presentarnos ante Dios nuestro
Señor.
Todo esto lleva a considerar necesario rezar siempre por nuestros hermanos difuntos.
Nosotros en esta Iglesia honramos a un gran apóstol de las almas del purgatorio, san Juan Macías.
Él se destacó, entre otras cosas, por su devoción
particular por las almas del purgatorio, por lo que según una manifestación divina que
tuvo al final de su vida, a lo largo de su existencia temporal pudo liberar del purgatorio a más de un millón cuatrocientas mil de
almas.
Él no era sacerdote, pero ofrecía sacrificios, trabajos, mortificaciones, el rezo del rosario, la oración, todo aquello que
padecía en este mundo, lo ofrecía por la purificación de las almas del
purgatorio.
De manera que no es extraño que en el momento de su muerte,
también muchos de los salvados, gracias a su oración, hayan acudido a
acompañarlo como cortejo para encontrarse con Dios para toda la eternidad.
Recordemos que las almas del purgatorio, liberadas por nuestra oración, sacrificio o limosna, se acordarán de nosotros en el cielo, e intercederán cuando nos purifiquemos.
Recordemos que es una obra de caridad, de amor, pedir por nuestros difuntos,
hacer celebrar misas por ellos, ya que es la muestra más concreta del amor
para nuestros seres queridos.
Es el sacrificio eucarístico el que alivia de una
manera especial a los que han muerto en el Señor y se están purificando.
En el
texto del Evangelio (Lc. 7, 11-17), Jesús se manifiesta como aquel que es la resurrección y la
vida. Pensemos en ese cuadro tan doloroso, una mujer viuda que lleva a sepultar
a su único hijo. Jesús no pasa de largo ante esa situación, sino que se acerca
y dirá que no llore, y le devolverá a esa madre el hijo que había perdido.
Una vez
más Jesús manifiesta sus entrañas de misericordia, su contemplación ante el
sufrimiento, ante el dolor de quien ha perdido a un hijo suyo.
El Papa
Francisco precisamente ha pedido que durante este mes de noviembre se pida en
particular por aquellas madres y padres que han perdido un hijo, para que
reciban el consuelo de parte de Dios y puedan así, consolados, seguir adelante
sobrellevando este gran dolor.
Cristo nuestro Señor nos invita a mirar la vida
después de la muerte. No se termina todo con la muerte, sino que se continúa y
por eso, mientras suplicamos por quienes se purifican, nos seguimos preparando
nosotros con una vida de santidad y de imitación de Cristo, para que cuando
nos llegue el momento, seamos recibidos por la misericordia de Dios y por
aquellos hermanos nuestros que ya gozan de la visión de Dios. Amén.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Conmemoración de Todos los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2024.