11 de noviembre de 2024

La viuda nada se guardó para sí, se lo entregó todo a Dios, abriéndose a Él, su único apoyo, confiando que no sería defraudada.

 

La Palabra de Dios nos muestra hoy ejemplos de una fe profunda que conduce a vivir con  esperanza y se traduce  en caridad para con el prójimo. 
La primera lectura proclamada (I Reyes17,10-16) señala al profeta Elías como un acérrimo  defensor de la pureza del culto divino al Dios de la Alianza, que no soporta en Israel  la contaminación que trae la reina Jezabel, extranjera, que impone el culto a dioses falsos, en el cual caen no pocos israelíes.
Perseguido por la reina inicua,  Dios lo envía a Sarepta, donde reina el culto a los ídolos, pero a su vez, lugar donde  una viuda -por inspiración divina- asiste al profeta confiando en la palabra  revelada, estando también ella en peligro, pues luego de cocinar pan para su sustento y el de su hijo y comer, esperarían  la muerte.
Sin embargo, confiando en la palabra divina, cocina para Elías y Dios la premia, porque la fe que ostenta continúa en la esperanza por una vida nueva, convertida en caridad,  al auxiliar al profeta. 
Dios la premia, decíamos, porque no se agota el tarro de harina, ni el frasco de aceite, hasta que la lluvia ausente por tres años,  nuevamente hace fructificar los campos. 
Con esta actitud de la viuda, contemplamos el ejemplo de alguien de origen pagano, que cree en la palabra de Dios transmitida por el profeta, siendo premiada por su fe, su esperanza y por su actitud de caridad para con el prójimo. Descubrimos de ese modo cómo toda acción buena que el hombre realiza, recibe el premio divino.
En el texto del Evangelio (Mc. 12, 38-44) nos encontramos con la figura de otra viuda, que entrega todo lo suyo a la providencia divina.
¿Cuál es el marco de referencia? Jesús está observando a la gente que acerca su limosna al tesoro del templo, que servía para el sustento de los ministros, el sostenimiento del culto y del mismo templo, y se percata que hay ricos que entregan grandes sumas de dinero. 
Por su parte, se acerca sigilosamente una pobre mujer que deja apenas dos moneditas de cobre, que es todo lo que poseía.
Y como Jesús lee el corazón del hombre, llama a sus discípulos y les dice, que los ricos han dado en abundancia pero de lo que sobra, o sea, no se han perjudicado en su vivir cotidiano por la limosna que han entregado al templo, ya que su fortuna no ha mermado.
En contraste con esta actitud de los ricos, la mujer viuda se desprendió de estas dos moneditas de cobre necesarias para vivir ella misma, hizo la limosna para el culto divino con generosidad, con una profunda fe, abriéndose totalmente a las maravillas de Dios. 
Se trata de una mujer que con su actitud, sin saberlo, estaba imitando a Jesús nuestro Señor, el cual en el momento de la crucifixión entregó todo de sí, ya que no se guardó nada, sino que se entregó al Padre del Cielo por la salvación del hombre muriendo en la cruz.
Esta mujer tampoco se guardó nada para sí, se lo entregó todo a Dios, abriéndose a Él, su único apoyo, confiando que no sería defraudada.
Jesús alaba la magnífica actitud de esta mujer, mientras que censura a los ricos que buscan pavonearse, que todo el mundo los vea, ella, en cambio, lo hace subrepticiamente, casi ocultamente. 
A su vez, denuncia el Señor a los escribas que buscan siempre el primer lugar, son figuretes, quieren que la gente los aplauda, ser reconocidos cuando oran públicamente, pero están vacíos, distinta a la oración de esta mujer, que es una oración cargada de fe y confianza en Dios nuestro Señor. 
El texto bíblico señala  que los escribas se enriquecen, quedándose con aquello que pertenece a las viudas, refiriéndose Jesús con esto al incremento de los impuestos que debían pagar y que ciertamente  perjudicaban más a las viudas, a los huérfanos, a los pobres. Pero a los escribas no les interesa eso, lo que importa es que cumplan con la ley. Una ley que carece del espíritu, del Evangelio. Una ley que pretende ser justa y es causa de grandes injusticias. 
Por eso es importante poner siempre nuestro apoyo en Dios nuestro Señor, Él es nuestro refugio, especialmente poniendo nuestra confianza en Jesús como sumo sacerdote, como mediador entre Dios y los hombres (Hebreos 9,24-28), el cual ha entrado a un santuario superior al Templo de Jerusalén, un santuario junto al Padre, para desde allí interceder por nosotros, que caminamos en esta vida se supone con la mirada puesta en la gloria eterna. 
Por otra parte, es interesante retener la afirmación que la carta a los hebreos señala acerca de la muerte, afirmando que el hombre muere una sola vez y luego sobreviene el juicio.
En una cultura como la nuestra donde está de moda la reencarnación, las múltiples vidas que alguien supuestamente vive, contagiado por el mundo oriental, la palabra de Dios nos dice que el ser humano muere una sola vez y luego es juzgado, por lo que  los que fueron resucitados por Cristo, en realidad, volvieron a la vida, sin reencarnarse, para luego morir definitivamente.
Siguiendo los pasos de  Cristo que murió una sola vez también para volver al Padre, nosotros participamos de esa misma muerte que debe ser salvadora para reencontrarnos  con aquel que nos creó.
Pidámosle al Señor que nos dé su gracia, que aumente nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, que nos ayude a vivir de una manera distinta nuestra existencia. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII del tiempo per annum. Ciclo B.  10 de noviembre de 2024.


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