En esta misma hora, pero hace ya 50 años, Monseñor Vicente Zazpe, entonces arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, me ordenaba sacerdote en la iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Jesús, en
la que habían contraído matrimonio mis padres y fuera yo bautizado, de manera que era un templo que tenía una honda significación para
mi vida, por eso el Obispo accedió a que la ordenación fuera allí.
Cincuenta años ya transcurridos, tantos recuerdos, tantas vivencias, tantos momentos en los que he
tratado siempre de dar testimonio de lo que plantea el Evangelio de esta misa, cuando
Jesús le pregunta a Pedro por tres veces si lo amaba más que los demás (cf. Jn.21,15-17).
Y con la
respuesta de Pedro, a la cual me uno, también yo he querido manifestarle a Dios
en ese momento que por el amor grande que a Él le tenía, estaba decidido a ser
sacerdote.
Ahora bien, en mi historia personal, ya había descubierto mucho antes lo que señala
el profeta Jeremías (cf. Jer. 1,4-9), cuando Dios le dice que lo había elegido como profeta
para que transmita al pueblo lo que Él le iba a indicar. El elegido desde el vientre de su madre, como recuerda el texto, recalca que
es débil, que no tiene las cualidades necesarias para la misión profética. A esto, Dios responde que es por su gracia, que comunicará lo que se le indique, y que no tema lo que pueda acontecer en
su misión profética.
Y el profeta accede, y sabemos lo mucho
que tuvo que sufrir por transmitir la verdad, el mensaje que Dios
le entregaba.
Porque también la vida del sacerdote, como la del profeta, ha de
ser un vivir señalando permanentemente la verdad revelada y no ocultarla por
miedo a nadie, o por el rechazo de la gente, porque más bien ha de temerse el rechazo de Dios, por no seguir su voluntad.
La transmisión de
la verdad, lamentablemente en nuestros días muchas veces se ve aguada, ya que se busca, no pocas veces, transmitir una verdad que conforme a todo el
mundo, admitiendo y aceptando lo que el
mundo adora y enseña con total
desparpajo.
El sacerdote de Cristo, debe mantenerse siempre fiel a la Palabra del Señor y transmitir la verdad tal
como es. Sabemos que no siempre la verdad resulta atractiva en el mundo en el
cual vivimos, porque no pocas personas, aún dentro de la Iglesia, no quieren que
se las moleste con enseñanzas diferentes al pensamiento mundano.
Transmitir y defender la
verdad es la mejor muestra de amor para con el prójimo, porque el
ser humano necesita más en nuestro tiempo, saber cómo se está jugando su vida
interior en la aceptación o no de la Palabra de Jesús.
Hoy en día muchas veces
la gente se pregunta por esto, por lo otro, ¿qué hacer? Por ejemplo, más de una
vez cuando una pareja de novios decide irse a vivir juntos, ¿qué se
preguntan acerca de esto? ¿Se preguntan lo que enseña el Evangelio? O más bien
dicen, no, el mundo lo ve como algo normal, como algo común, hagámoslo.
Y ahí
tienen un claro ejemplo de con qué facilidad el ser humano no pocas veces deja
de lado el mandato de Cristo para seguir la voz del mundo, las costumbres del
mundo. Y así vamos, porque de hecho cuanto más se afloja en este campo no
resultamos ejemplo de nadie, ni para la vida laical ni para la vida
sacerdotal.
¿Qué joven hoy en día va a jugar su vida para entregarse a Cristo
en la vida religiosa o en la vida sacerdotal si no ve un mensaje claro de que
es necesario seguir a Cristo, imitar a Cristo y enseñar lo que Cristo ha
enseñado? Porque ahí se juega la propia salvación del mismo sacerdote.
A su vez, el
sacerdote es ordenado principalmente para la Eucaristía, como acabamos de
escuchar en la segunda lectura tomada de la primera carta de los Corintios (11,23-26). La
Eucaristía, la que estamos celebrando ahora en la cual el pan se convierte en
el Cuerpo de Cristo y el vino en la Sangre de Cristo que se da como alimento de
vida eterna a quien está debidamente preparado.
La Eucaristía que es la fuente y es el culmen también del culto divino de la
adoración a Dios.
Pero, por supuesto, también la administración de los otros
sacramentos que forman parte de los caminos con que Dios nos regala para
nuestra salvación. De manera que la transmisión de la palabra, de la verdad, por la que se caracteriza la misión profética del sacerdote, se une también la
misión sacerdotal para administrar los sacramentos y también la tercera misión, la de reinar, o sea la de ser
cabeza del pueblo que se le confía al sacerdote para procurar de todas formas
encaminar, ayudar, guiar a todos para vivir también en la unión con Cristo y
llegar a la meta que se nos ha prometido que es la gloria del cielo.
Quiera Dios concederme en el tiempo que Él disponga, la fuerza necesaria, la gracia para seguir siendo profeta en medio de una sociedad que no busca la verdad, sacerdote en la administración de los sacramentos que son la vida del alma y
también pastor o guía de todos aquellos a los cuales el Señor me presenta para
poder ayudarlos al encuentro definitivo con Dios nuestro Señor.
Pido la gracia divina, y pidan también ustedes por mí para que el Señor me mantenga firme en este camino
sabiendo siempre que Dios es más fiel que el mismo sacerdote.
A lo largo de
mi vida son tantas las gracias recibidas, las muestras de amor por parte de Dios
que superan totalmente lo que yo haya podido hacer por Él. Que el Señor
entonces me acompañe para poder permanecer siempre fiel a lo que Él me ha
entregado.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 50 aniversario de su ordenación sacerdotal.
(domingo XXXIII del tiempo per annum. Ciclo B. 16 de noviembre de 2024).
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