30 de junio de 2025

La profesión de fe y amor de Pedro, significa la adhesión a la persona del Verbo Encarnado y la voluntad de confirmar en la fe a sus hermanos.


Este día celebramos la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, tradicionalmente conocido como el día del Pontífice, justamente destacando la figura de san Pedro, aquel que fue elegido por el mismo Jesús como Vicario suyo  en la Iglesia universal .
Los textos bíblicos conducen a considerar precisamente la presencia del apóstol Pedro como la del apóstol Pablo en la vida de la Iglesia. 
Ya desde las lecturas del día de ayer en la Misa de la Vigilia,  diferentes a las de hoy, resalta cuán importante es cada uno de ellos. 
Y así, por ejemplo, el apóstol Pablo (Gàl. 1, 11-20) recordará que él fue elegido apóstol de los gentiles por puro amor de Dios, a pesar de haber sido perseguidor de los cristianos, habiéndolo  transformado el Señor  mientras le transmitía lo que debía enseñar a los gentiles.
Al apóstol Pedro le preguntarà Jesús por tres veces: ¿Me amas más que éstos? (Jn. 21,15-19), pues debía  afirmarlo en el amor a su Persona y así conducir fielmente la Iglesia que había fundado para continuar su obra de salvación en este mundo, amor que prolonga Pedro curando al paralítico en nombre de Jesús (Hechos 3, 1-10)
Dos de los textos bíblicos de este domingo, o sea del día de la fiesta, destacan más bien la figura de los apóstoles pero ya próximos al martirio, por lo que están unidos por la misma fe, ya que los dos han trabajado incansablemente por el reino de los cielos, por hacer presente en este mundo a Cristo nuestro Señor. 
En efecto, vemos cómo Pedro es liberado de la cárcel porque no ha llegado todavía la hora de su martirio (Hechos 2,1-11) y, a su vez Pablo va a insistir en que se acerca el momento en que va a entregarse totalmente a la muerte por causa de Jesús y del Evangelio (2 Tim. 4,6-8), después de haber combatido bien el combate de la fe.
Y todo esto teniendo como momento central el  texto del Evangelio que acabamos de proclamar (Mt. 16, 13-19) cuando Jesús pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?". 
En efecto, esta pregunta es muy importante, tanto que hoy mismo podríamos interrogar a la gente, qué dicen de Jesús, quién es Él. 
Para muchos un desconocido, otros piensan que fue un gran líder en su momento, para otros será Dios, para otros será un personaje histórico, y  cada uno seguramente puede dar una respuesta. 
Luego Jesús repregunta a sus discípulos: ¿Qué dicen ustedes? Y tomando la palabra Pedro, manifestando así su centralidad y que es el primero entre  sus pares, dirá "Tú eres el Hijo de Dios vivo". 
Ante esto, Jesús reconoce que la afirmación de Pedro proviene  de una inspiración divina, es el Padre quien le ha manifestado  con claridad quién es el Maestro y esto porque ha sido elegido para una misión muy importante, ser cabeza visible de la Iglesia. 
A su vez,  el Señor afirma que sobre esa piedra edificará su  Iglesia, por lo que sin embargo preguntamos: ¿Y cuál es la piedra sobre la cual va a edificar su Iglesia Jesús? San Agustín recuerda que es sobre la afirmación "Tú eres el Hijo de Dios vivo", o sea la piedra  firme que sostiene la Iglesia es Cristo mismo en su divinidad. 
Si la Iglesia no tuviera este fundamento divino ya no existiría,  es por eso que tiene sentido la afirmación del Señor que las puertas del infierno -o de la muerte- no prevalecerán contra la Iglesia. 
Tantos reinos e imperios cayeron justamente porque eran humanos, mientras que la Iglesia de origen divino y fundada sobre la divinidad de Cristo subsiste en el tiempo.
Pero el Señor ha querido que sea piedra visible de la Iglesia, Pedro, o sea su vicario aquí en la tierra, por lo tanto el sumo Pontífice el Papa, sucesor de san Pedro,  deberá también afianzar la vida cristiana en el decurso del tiempo y  confirmar a sus hermanos en la fe. 
Por eso en relaciòn con la triple pregunta de Jesús  a Pedro "si me amas más que estos", y atento a la respuesta del mismo, "Tú sabes que te quiero", le dirá apacienta mis orejas y a mis corderos, para enseñarle que esa profesión de amor, significa no solamente la adhesión a la persona del Verbo Encarnado, sino también el hecho de buscar permanentemente confirmar en la fe a sus hermanos. 
Y así la figura de Pedro se alza en medio de las dificultades de este mundo como un faro necesario que ilumina nuestras vidas, de tal manera que el primado de Pedro en la Iglesia, debe ser siempre mirado por nosotros como si estuviéramos mirando  al mismo Cristo.
Por eso en este día 29 de Junio, solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, hemos de pedir especialmente por nuestro Papa León XIV, para que el Señor lo sostenga en su misión pontifical,  lo ilumine siempre para que a su vez pueda iluminarnos a nosotros, y lo fortalezca para resistir los ataques que en el decurso del tiempo puedan sobrevenir, como siempre ha acontecido.
La gracia y fuerza de Cristo nuestro Señor harán posible que las puertas del infierno no prevalezcan contra la iglesia. 
De hecho la misma historia enseña en el decurso del tiempo, cuántos reinos e imperios han sucumbido,  sepultados por el polvo de la historia, mientras la Iglesia a pesar de sus debilidades, de los que formamos parte de ella, pecadores, sigue adelante llevando el mensaje de Cristo nuestro Señor. 
Y esa Iglesia, figurada siempre como una nave en medio del mar embravecido por las fuerzas del mal, está conducida por Jesucristo pero a través de su vicario que es el Papa.
Pidamos al Señor que nos ilumine para poder comprender y entender las verdades, que enseña este día,  y a su vez, fortalecernos en la fe, esperanza y caridad, adhiriéndonos  cada vez más a los santos misterios que se revelan.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. 29 de junio de 2025 

24 de junio de 2025

Quedamos satisfechos de nuestra hambre y sed de Dios, en la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Jesús.

 


¡Tú eres sacerdote para siempre, mediador entre Dios y los hombres!, cantábamos en la antífona del salmo interleccional y, ciertamente, si hay alguien a quien podemos aplicar esto con mayúscula es al mismo Cristo Nuestro Señor, mediador entre Dios y los hombres. 
No solamente es mediador para acercarse al gentío necesitado de su ayuda en las cosas materiales, en la salud, en medio de los problemas y de las angustias, tratando de dar una respuesta, sino también en el orden espiritual, Jesús dándose a sí mismo, como se entregó en la cruz, se ofrece también como alimento. 
En el texto del Evangelio (Lc 9,11-17), los discípulos vuelven de la misión y Jesús quiere llevarlos aparte a descansar un rato, sin embargo,  la gente se da cuenta y va tras ellos,  y acontece lo que  relata el texto del Evangelio de hoy, se repite la entrega del Señor. 
Se acercan a Jesús, lo buscan, la gente está necesitada y han descubierto en su Persona una respuesta, la clave a todas sus problemáticas,  y  no se niega, sale al encuentro de la multitud, de cada uno y alimenta su espíritu, predicándoles largamente, y a su vez cura a los enfermos, devuelve la salud a tantos que necesitan de esa mano piadosa de Dios nuestro Señor,  Jesús no se niega. 
Pero van pasando las horas y el problema de la ausencia de alimentos y de albergue se agudiza, por eso los apóstoles le insisten en la necesidad de despedir a la multitud,  dejar que retornen a sus casas, o a los pueblos vecinos buscando refugio y el  alimento necesario. 
Y Jesús les dice, "denles de comer ustedes mismos", como si dijera "no se desentiendan de las necesidades de la gente". 
Pareciera una ironía, ¿Qué pueden hacer los apóstoles con tanta gente? Cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. ¿Qué hacer con tantos? Acá hay un mensaje muy claro de parte del Señor, que nosotros, los seres humanos, tenemos que tomar esto como consigna, porque en el mundo hay mucha pobreza, mucha necesidad, mucha angustia, tantos que padecen miseria, y es el mismo ser humano el que debe buscar, de alguna u otra forma, solucionar estos problemas. 
Ayudar con la solidaridad, con la caridad a los hermanos, no quedarnos de brazos cruzados pretendiendo que vayan a otra parte a buscar, sino  tender la mano al que tiene necesidad, ya que los bienes de este mundo son universales por la creación, y Dios quiere que se disponga para todos de modo que a nadie le sobre ni a nadie le falte.
Lamentablemente acontece  que la mala distribución que hay en el mundo o las injusticias, permite que abunden pocos con grandes riquezas y muchos más con mucha pobreza y necesidad.
Por eso es que este mandato del Señor, "denles de comer ustedes", es  una consigna a tener en cuenta especialmente en nuestros días.
Pero a su vez, Jesús mira el hambre espiritual de esta gente, de modo que multiplica los panes y los peces, y al alimentar el cuerpo de tantas personas, ofrece a todos otro pan en abundancia, el alimento que no perece, el de su Cuerpo y Sangre de salvación. 
Màs aún, el hecho que después de haber comido, quedaran todos colmados, confirma que quedamos satisfechos de nuestra sed de Dios, en la comunión de su cuerpo y de su sangre. 
Solamente teniendo acceso a Jesús en la Eucaristía, el hombre queda saciado totalmente, por eso, la importancia de trabajar permanentemente para que no falte nunca el alimento del alma, que lo es también del cuerpo, el poder recibirlo a Jesús, que se entrega bajo las especies eucarísticas de pan y vino.
San Pablo (I Cor. 11, 23-26) enseña que él recibió el mandato de transmitir lo que aconteció en la última cena, que Jesús entregó como alimento  su Cuerpo y  su Sangre, dejando el mandato de actualizar  el gesto de convertir el pan y el vino en Él mismo, con su  alma y divinidad por medio de las palabras de la consagración.
Y así, instituyendo el sacramento del Orden Sagrado hace posible  la Eucaristía, sacramento que es fuente y cumbre de la vida cristiana, haciendo realidad que no carezcamos nunca de este alimento. 
"Denles de comer ustedes", está indicando también que a través del ministerio del orden sacerdotal se puede repartir en abundancia el pan de vida bajado del cielo, que es Cristo nuestro Señor. 
Precisamente, en este momento, por medio de tantas misas que se están celebrando en el mundo,  se manifiesta cómo Jesús se abre a las necesidades de todos y se da como alimento de vida. 
Es decir, quien come su Cuerpo y  bebe su Sangre tendrá vida eterna y Él estará con nosotros hasta el fin del mundo. 
En el texto de San Pablo que acabamos de proclamar en la liturgia, se omiten los versículos finales que conviene tener en cuenta y que dicen: "De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.  Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí". (vv.27-29).
O sea, el apóstol recuerda la necesidad de recibir el cuerpo y la sangre de Jesús en gracia, sin pecado mortal. 
De allí la necesidad de preparar siempre nuestro corazón para que sin pecado grave podamos acercarnos al  Señor en este alimento que es justamente para la vida eterna, que nunca perdamos el deseo de unirnos más plenamente a Jesús.
La Eucaristía, la misa de cada domingo, hace posible que perpetuemos en el tiempo este regalo hermoso que entrega Jesús a nuestra vida presente, fortaleciéndonos como preparación  para la gloria que no tiene fin en el cielo. Pidamos entonces la gracia de lo alto para que abundantemente seamos bendecidos siempre con el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad del Corpus Christi. 22 de junio de 2025

16 de junio de 2025

Acerquémonos con confianza al Padre que nos creó, al Hijo que nos redimió y al Espíritu Santo que nos santificó.

Hoy celebramos el misterio central de nuestra fe católica, el dogma de la Santísima Trinidad. Esta verdad implica poseer la certeza que en un solo Dios, o sea, en una naturaleza divina, subsisten tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. 
Los que no creen, dicen que los católicos llamamos misterio a aquello que no podemos explicar, con lo que zafamos de dar razones.
Y ciertamente esta verdad es un misterio y, como tal, solamente podemos tener acceso a él por medio de la fe que permite conocer como verdadero, aquello que el conocimiento no  alcanza a entender.
Y eso lo vemos en muchos ámbitos de la vida, por ejemplo, el misterio del hombre, el ser humano también es un misterio. 
¿Quién lo entiende, quién lo comprende? ¿Cómo conocemos nosotros a alguien? cuando ese alguien se manifiesta, se da a conocer, aunque no siempre lo hace totalmente,  es màs, ese prójimo no se conoce a sí mismo en su totalidad. 
A veces nos sorprendemos por lo que obramos, ya que sucede lo que vivía san Pablo, el cual reconocía que muchas veces hacía lo que no quería y dejaba de hacer lo que quería viendo esto como  misterioso. 
De manera que así como no conocemos al prójimo en su totalidad, pero Dios sí, y tampoco nos conocemos  en profundidad, pero Dios sí, sólo tenemos acceso aproximado al misterio de Dios. 
En cuanto que Dios se da a conocer,  cierto es que lo hace al modo que podemos acercarnos a su grandeza, sin conocerlo  en plenitud. 
En efecto, si alcanzamos la vida eterna, veremos a Dios cara a cara, pero lo contemplaremos conforme a lo que somos nosotros, según nuestra naturaleza. 
Santo Tomás de Aquino al hablar del conocimiento de Dios en el cielo, dice que es una visión limitada a la naturaleza humana.
O sea, Dios infunde en el entendimiento humano elevando su capacidad, un hábito infuso especial que se llama "lumen gloriae", la luz de la gloria, a través del cual el hombre conoce a Dios. 
Es decir, estando en el cielo, el ser humano sigue siendo limitado y, solo porque Dios le da un hábito infuso puede conocerlo, pero no totalmente,  dejándonos satisfechos porque es lo que podemos comprender según nuestra capacidad. 
Por otra parte, hemos de leer el Antiguo Testamento interpretándolo a la luz del Nuevo, y así acceder al misterio divino, como acontece en la primera lectura de hoy (Prov. 8, 22-31) en la que se anticipa la presencia del Logos, del Hijo de Dios, en la figura de la Sabiduría engendrada por Dios desde la eternidad y presente en la obra de la creación, manifestación del poder y bondad divinos. 
A su vez, creemos que el Padre envía al Hijo al mundo, se hace hombre, vive en medio de nosotros y muere en la cruz para salvarnos del pecado y de la muerte, anunciándonos, como lo escuchamos en el Evangelio (Jn 16, 12-15), el envío del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que  completa su obra salvadora.
Por eso afirma el Señor, que lo que no comprenden ahora los discípulos, lo verán con claridad cuando el Espíritu de la verdad les haga conocer lo que ha oído en la eternidad divina.
Sin embargo, el misterio de la Santísima Trinidad, al cual nos aproximamos cada día, no se devela totalmente ni siquiera en la Sagrada Escritura. 
Por ejemplo, ¿podemos medir nosotros el infinito amor de Dios para con cada uno? Si pudiéramos hacerlo tendríamos un conocimiento perfecto del ser de Dios, sin embargo sabemos que nos ama, que es misericordioso y sentimos su amor permanentemente, pero no podemos dimensionar como el mismo san Pablo lo dice, cuál es la anchura y la profundidad del amor de Cristo. 
Por eso ante el misterio de la Trinidad hemos de acercarnos con mucha humildad al Padre pidiéndole que lo sea siempre para con nosotros, que nos vea como hijos, hijos débiles, necesitados, que nos mire como mira a su Hijo hecho hombre, Jesucristo.
A su vez, a Cristo que es quien nos redimió del pecado y de la muerte, acudir para que podamos salir de la influencia del maligno, del pecado y podamos agradarle permanentemente.
Además, al Espíritu Santo pedirle que seamos dóciles ante su guía, que no nos abandone, que queremos ser santos y por eso necesitamos de su presencia en nuestra vida cotidiana. 
Queridos hermanos: tratemos de ir conociendo y profundizando algo del misterio de la Santísima Trinidad en el mundo y en nuestra vida. 
Pidamos siempre que así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos aman desde toda la eternidad antes de la creación del mundo, como destaca san Pablo a los Efesios, así también nosotros sepamos amar a este Dios uno y trino buscando siempre parecernos cada vez más a la dignidad divina.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. 15 de junio de 2025

9 de junio de 2025

Imploremos que el Espíritu Santo realice sobre cada persona aquello que aconteció al comienzo de la predicación evangélica.

Cristo resucitado, que ya ascendió a los cielos y está sentado junto al Padre como su Hijo hecho hombre, nos envía este regalo del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, que tiene que completar, perfeccionar su obra en este mundo. Por eso, pedíamos a Dios en la primera oración de la misa, la gracia que el Espíritu Santo no solamente derrame sus dones sobre el mundo, sino que realice sobre cada persona aquello que aconteció al comienzo de la predicación evangélica. ¿Y qué fue lo que hizo el Espíritu Santo? ¿Qué cambió su venida? Vayamos al Libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11). El texto que acabamos de escuchar como primera lectura, nos habla de los discípulos juntos con la Virgen, reunidos en el Cenáculo, orando, esperando el Espíritu Santo. 
Es un día especial en Jerusalén, porque se está celebrando la fiesta judía de Pentecostés, con la presencia de judíos venidos de lejos. 
Esta fiesta tenía dos aspectos, por un lado se celebraba 50 días después de la Pascua,  para dar gracias a Dios por el éxito de las cosechas. Pero también porque actualizaba la alianza del Sinaí, cuando Dios entrega las dos tablas de la ley al pueblo, diciéndole a Moisés que este pueblo será mi pueblo, y yo seré su Dios, si escuchan mi palabra y la ponen en práctica. De modo que Jerusalén estaba repleto de judíos de la diáspora. ¿Qué significa esto de judíos de la diáspora? Aquellos que vivían lejos de su patria, y que estaban allí precisamente para celebrar la fiesta de Pentecostés.
Y acontece lo que hemos escuchado, el Espíritu Santo desciende sobre la Virgen y sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego, y comienzan a proclamar las maravillas del Señor. 
Y he aquí la sorpresa de  aquellos que escuchaban hablar a los discípulos, ya que a pesar de proceder de distintas partes y hablar distintas lenguas, todos entendían perfectamente lo anunciado. 
Este hecho corrobora  que la Iglesia fundada por Cristo estará presente en todo el mundo,  conviviendo con distintos pueblos, hablando diferentes idiomas, y  a pesar de esa diferencia, existirá unidad de fe, de esperanza y de caridad. 
El Espíritu Santo ubica todos los corazones para que a pesar de las diferencias de idioma, todos hablen el único idioma del amor, de la adoración, y del culto a Dios nuestro Señor.
Por eso es importante destacar lo que el Papa León XIV ha estado diciendo en estos días, que es necesaria la unidad dentro de la Iglesia, que han de cesar las divisiones, porque el Espíritu no vino a dividir, sino a unir, y aún respetando las diferencias que existen en las personas,  hay un único Espíritu. 
Escuchábamos recién en la segunda lectura (1 Cor. 12, 3-7.12-13) que en la Iglesia "hay  diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios quien realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común", labora, pues, en el corazón de todos y de cada uno.
Por otra parte, el Papa León XIV  enseña  que aquello que fomenta la unidad, la mantiene y la hace crecer, es lo que conocemos desde pequeños en nuestras familias católicas, o sea, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. 
Tanto la Escritura como la Tradición, como el Magisterio, se necesitan mutuamente. No se trata de interpretar la Sagrada Escritura cada uno como le viene en gana, sino a la luz de la fe, a la luz de la Tradición y enseñanza del Magisterio. 
Recordar que todo lo que la Iglesia ha enseñado en el decurso del tiempo es la verdad, por eso no tenemos ningún miedo de decir abiertamente que profesamos la fe católica, apostólica y romana y que nuestra Iglesia es la verdadera Iglesia. 
Y nadie se tiene que sentir ofendido por esta afirmación, pensando que está siendo discriminado. No, es  verdad que Cristo ha fundado la única Iglesia, y si con el tiempo aparecieron disonancias, creando herejías a lo largo de la historia de la misma, siempre el Magisterio  ha iluminado,  enseñado y  recordado dónde está la verdad. 
De manera que hemos de buscar siempre que el Espíritu Santo trabaje en nuestro corazón, ya que a pesar de que somos diferentes, con misiones y dones diversos, estamos llamados a constituir un único cuerpo que es la Iglesia católica.
Jesús no nos deja solos ya que entrega el Espíritu Santo para que trabaje en el corazón de cada uno para percibir la realidad del bien. 
En efecto, cada persona bautizada recibe al Espíritu Santo y es enviada al mundo  para dar testimonio de Cristo resucitado. 
Por otra parte, como enseña la Escritura,  un signo de la presencia del Espíritu Santo, uno de los tantos, es que la Iglesia, por el poder del mismo, perdona los pecados en el nombre de Cristo,  y  ayuda y guía para perseverar en el bien (Jn. 20, 19-23).
Por eso pidamos incansablemente ser dóciles al Espíritu Santo, para que nos ame y trabaje en nuestro interior,  sobre todo en un mundo como el nuestro que busca tantas novedades, tantas cosas raras, en lugar de acudir justamente al Espíritu, al Espíritu de Dios que ha enviado Jesucristo para nuestra salvación.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de Pentecostés. 08 de junio de 2025

2 de junio de 2025

Con la Ascensión a los cielos, el Hijo de Dios hecho hombre y cada uno de los salvados, están con el Padre y el Espíritu Santo.

Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos, como anticipo del envío  del Espíritu Santo Paráclito. 
Los textos bíblicos proclamados, llevan de la mano a contemplar este misterio, ya que explican en qué consiste la Ascensión del Señor. 
Y así, en la primera lectura, san Lucas escribiéndole a Teófilo (Hechos 1,1-11) hará una síntesis de lo que aconteció cuando Cristo estaba presente predicando, lo que hizo luego de la muerte y resurrección manifestándose a los apóstoles, y cómo preparaba el corazón de ellos antes de regresar al encuentro del Padre del Cielo. 
Él anunció que retornaba al Padre,  que dentro de poco no lo verían más para volver a verlo después,  refiriéndose al fin de los tiempos. 
Y Jesús, luego de preparar a sus discípulos y darles fuerza, los envía a llevar el Evangelio a todas partes como testigos de la resurrección.
En la actualidad el Papa León XIV insiste mucho en el tema de la misión, pidiendo por ejemplo a los obispos franceses a volver a evangelizar a su naciòn, ya que la Francia católica de otra época ha cambiado totalmente en el transcurso del tiempo. 
De manera que el mismo Papa  tiene bien claro que la Iglesia  debe continuar evangelizando siguiendo el ejemplo apostólico.
En el texto del Evangelio (Lc. 24,46-53), el mismo Jesús prepara a sus discípulos diciéndoles que  les enviara al Espíritu Santo, el cual los moverá a la misión, a hacerlo presente al Señor, transformando  sus corazones para que puedan evangelizar.
¿Y qué significa la Ascensión, y a que nos prepara tanto el Señor? A entrar al  santuario del cielo como Jesús, ya que dice la segunda lectura tomada de la Carta a los Hebreos (9,24-28;10,19-23) que el Señor ingresa a un santuario, no  construido por las manos del hombre, sino el santuario del Cielo y  allí ocupará su lugar.
¿Pero cómo sucede eso, acaso el Hijo de Dios, no estaba en el Cielo? Pero es que ahora está en el Cielo de una manera nueva, diferente. No es solamente el Hijo de Dios que está con el Padre y el Espíritu Santo, sino que es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. 
De manera que la humanidad ya está presente en la vida eterna con Jesús, siendo esto  el comienzo, el anticipo, de que después todos aquellos que mueren en gracia de Dios, después de haberse purificado, entren a la Casa Celestial, al Reino Eterno. 
De manera que contemplándolo a Jesús en el Cielo, tenemos que llenarnos de esperanza, sabiendo que esa es la meta de nuestra vida. No nos vamos a quedar acá en este mundo, ya lo sabemos, pero a través de nuestro caminar por este mundo, nos preparamos para llegar a la meta, que es vivir eternamente con la Santísima Trinidad, con los santos, con todos aquellos que ya gozan de la presencia de Dios, de la vista de Dios. 
Además, la ascensión del Señor al Cielo permite tener también una mirada nueva sobre las cosas de este mundo,  ya que contemplamos lo que acá vivimos, pero con una mirada celestial.
Sabemos que todo lo que hacemos en este mundo, o lo que no hacemos en este mundo, tiene su repercusión en la vida eterna. O sea, nuestro caminar por este mundo no es un caminar así porque sí, sino que debe estar cargado de buenas obras para poder algún día estar gloriosamente con el Señor. 
Y ahí, ante Jesús, que está en el Cielo, no solamente se van a postrar los que ya están con Él, sino que también el triunfo de Jesús será sobre todo lo creado. Incluso aquellos que han vivido haciendo el mal en este mundo, tendrán que postrarse delante del único Rey, que es Cristo nuestro Señor. 
Por eso, contemplándolo a Jesús en la vida eterna, preparemos nuestro corazón, llenémonos de esperanza, confiados en que Aquel, que ya anticipadamente está en el Cielo, nos prepare un lugar a cada uno de nosotros.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de la Ascensión del Señor.  01 de junio de 2025