24 de junio de 2025

Quedamos satisfechos de nuestra hambre y sed de Dios, en la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Jesús.

 


¡Tú eres sacerdote para siempre, mediador entre Dios y los hombres!, cantábamos en la antífona del salmo interleccional y, ciertamente, si hay alguien a quien podemos aplicar esto con mayúscula es al mismo Cristo Nuestro Señor, mediador entre Dios y los hombres. 
No solamente es mediador para acercarse al gentío necesitado de su ayuda en las cosas materiales, en la salud, en medio de los problemas y de las angustias, tratando de dar una respuesta, sino también en el orden espiritual, Jesús dándose a sí mismo, como se entregó en la cruz, se ofrece también como alimento. 
En el texto del Evangelio (Lc 9,11-17), los discípulos vuelven de la misión y Jesús quiere llevarlos aparte a descansar un rato, sin embargo,  la gente se da cuenta y va tras ellos,  y acontece lo que  relata el texto del Evangelio de hoy, se repite la entrega del Señor. 
Se acercan a Jesús, lo buscan, la gente está necesitada y han descubierto en su Persona una respuesta, la clave a todas sus problemáticas,  y  no se niega, sale al encuentro de la multitud, de cada uno y alimenta su espíritu, predicándoles largamente, y a su vez cura a los enfermos, devuelve la salud a tantos que necesitan de esa mano piadosa de Dios nuestro Señor,  Jesús no se niega. 
Pero van pasando las horas y el problema de la ausencia de alimentos y de albergue se agudiza, por eso los apóstoles le insisten en la necesidad de despedir a la multitud,  dejar que retornen a sus casas, o a los pueblos vecinos buscando refugio y el  alimento necesario. 
Y Jesús les dice, "denles de comer ustedes mismos", como si dijera "no se desentiendan de las necesidades de la gente". 
Pareciera una ironía, ¿Qué pueden hacer los apóstoles con tanta gente? Cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. ¿Qué hacer con tantos? Acá hay un mensaje muy claro de parte del Señor, que nosotros, los seres humanos, tenemos que tomar esto como consigna, porque en el mundo hay mucha pobreza, mucha necesidad, mucha angustia, tantos que padecen miseria, y es el mismo ser humano el que debe buscar, de alguna u otra forma, solucionar estos problemas. 
Ayudar con la solidaridad, con la caridad a los hermanos, no quedarnos de brazos cruzados pretendiendo que vayan a otra parte a buscar, sino  tender la mano al que tiene necesidad, ya que los bienes de este mundo son universales por la creación, y Dios quiere que se disponga para todos de modo que a nadie le sobre ni a nadie le falte.
Lamentablemente acontece  que la mala distribución que hay en el mundo o las injusticias, permite que abunden pocos con grandes riquezas y muchos más con mucha pobreza y necesidad.
Por eso es que este mandato del Señor, "denles de comer ustedes", es  una consigna a tener en cuenta especialmente en nuestros días.
Pero a su vez, Jesús mira el hambre espiritual de esta gente, de modo que multiplica los panes y los peces, y al alimentar el cuerpo de tantas personas, ofrece a todos otro pan en abundancia, el alimento que no perece, el de su Cuerpo y Sangre de salvación. 
Màs aún, el hecho que después de haber comido, quedaran todos colmados, confirma que quedamos satisfechos de nuestra sed de Dios, en la comunión de su cuerpo y de su sangre. 
Solamente teniendo acceso a Jesús en la Eucaristía, el hombre queda saciado totalmente, por eso, la importancia de trabajar permanentemente para que no falte nunca el alimento del alma, que lo es también del cuerpo, el poder recibirlo a Jesús, que se entrega bajo las especies eucarísticas de pan y vino.
San Pablo (I Cor. 11, 23-26) enseña que él recibió el mandato de transmitir lo que aconteció en la última cena, que Jesús entregó como alimento  su Cuerpo y  su Sangre, dejando el mandato de actualizar  el gesto de convertir el pan y el vino en Él mismo, con su  alma y divinidad por medio de las palabras de la consagración.
Y así, instituyendo el sacramento del Orden Sagrado hace posible  la Eucaristía, sacramento que es fuente y cumbre de la vida cristiana, haciendo realidad que no carezcamos nunca de este alimento. 
"Denles de comer ustedes", está indicando también que a través del ministerio del orden sacerdotal se puede repartir en abundancia el pan de vida bajado del cielo, que es Cristo nuestro Señor. 
Precisamente, en este momento, por medio de tantas misas que se están celebrando en el mundo,  se manifiesta cómo Jesús se abre a las necesidades de todos y se da como alimento de vida. 
Es decir, quien come su Cuerpo y  bebe su Sangre tendrá vida eterna y Él estará con nosotros hasta el fin del mundo. 
En el texto de San Pablo que acabamos de proclamar en la liturgia, se omiten los versículos finales que conviene tener en cuenta y que dicen: "De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.  Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí". (vv.27-29).
O sea, el apóstol recuerda la necesidad de recibir el cuerpo y la sangre de Jesús en gracia, sin pecado mortal. 
De allí la necesidad de preparar siempre nuestro corazón para que sin pecado grave podamos acercarnos al  Señor en este alimento que es justamente para la vida eterna, que nunca perdamos el deseo de unirnos más plenamente a Jesús.
La Eucaristía, la misa de cada domingo, hace posible que perpetuemos en el tiempo este regalo hermoso que entrega Jesús a nuestra vida presente, fortaleciéndonos como preparación  para la gloria que no tiene fin en el cielo. Pidamos entonces la gracia de lo alto para que abundantemente seamos bendecidos siempre con el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad del Corpus Christi. 22 de junio de 2025

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