"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
1 de abril de 2016
“Prediquemos la certeza de la presencia del resucitado hasta el fin de los tiempos, para llegar a la meta que se nos ha preparado junto al Padre”.
El texto del evangelio que proclamamos en la misa de la Vigilia Pascual (Lc. 24, 1-12), y también este domingo, contiene el anuncio de la resurrección de Jesús.
Precisamente san Lucas nos dice que dos hombres con vestiduras deslumbrantes afirman delante de las mujeres que habían llevado a la tumba perfumes para tratar el cuerpo muerto de Jesús, “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.
Esta afirmación no sólo es clave para la fe personal en el resucitado, sino también para la vida de toda persona que camina por este mundo, ya que el testimonio de los apóstoles al evangelizar el mundo entonces conocido, moviendo a la conversión de los pecados y a la adhesión a la persona de Cristo, refería a la proclamación de la muerte y resurrección del Señor.
Los que adherían al mensaje novedoso de la resurrección del Señor, cansados como estaban muchos de las vacías doctrinas paganas, eran bautizados e incorporados a la comunidad incipiente de los cristianos.
Este anuncio de la resurrección de Jesús, pues, ha de significar para nosotros una transformación interior, que toque nuestro corazón y llegue además a influir en la sociedad en la que estamos insertos.
Esta realidad del anuncio de la resurrección se conecta directamente con lo que nos enseña el apóstol san Pablo escribiendo a los colosenses (Col. 3, 1-4):“Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios”.
A la luz de esta afirmación y para afianzarnos en la nueva vida ofrecida, podemos preguntarnos acerca de qué personas son las que buscarán los bienes del cielo, cayendo en la cuenta que sólo serán atraídos por esta meta sobrenatural, quienes estén convencidos que Cristo vive entre nosotros.
Por el contrario, quien sólo piensa en un Cristo muerto y sepultado, no pensará en los bienes celestiales, atrapado por la temporalidad como está, seducido por los espejismos de felicidad que muestra este mundo pasajero.
Con todo, nosotros mismos hemos de advertir que no pocas veces actuamos como si Cristo no estuviera vivo, siendo frecuente observar cuánto nos atrapan las limitaciones de este mundo, cómo los problemas nos sumergen en la inmediatez de las cosas, cómo nuestro pensamiento no remonta vuelo, cómo cunden las divisiones en medio de la familia o de la sociedad, creyendo que nada tiene solución ya, y que estas limitaciones forman parte de una existencia que ya tiene marcado su destino y meta última.
Caemos en el error de sentirnos prisioneros de la temporalidad ya marcada, sin que esperanza alguna señale sendero diferente a lo ya establecido, quedando como los apóstoles encerrados sin saber a que atinar.
Cuando percibimos, en cambio, la presencia del resucitado, la vida cotidiana se transforma, nos sentimos atraídos por la gracia que brota de Él, y le damos sentido diferente a las realidades temporales, como medios necesarios para alcanzar la plenitud, de manera que las preocupaciones cotidianas dejan de ser referentes para nuestro diario existir.
El convencimiento de que Cristo está vivo, motiva fuertemente nuestra vocación misionera como miembros de la Iglesia, sintiéndonos llamados e impulsados a llevar al mundo la presencia salvadora del resucitado.
Ante un mundo pesimista, sin esperanza, que vive rumiando su precariedad e impotencia para superar los males, prediquemos la certeza de la presencia del resucitado hasta el fin de los tiempos, el cual nos mostrará el camino seguro para llegar a la meta que se nos ha preparado junto al Padre.
Precisamente la certeza de que Cristo está vivo es lo que alienta a los cristianos de todos los tiempos a disponerse a la muerte martirial como medio para proclamar la firmeza de la fe y la grandeza de la vida asumida.
Queridos hermanos: imploremos la gracia divina para reafirmar nuestra fe en el resucitado ya sea con la palabra como con la obras de santidad.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Domingo de Resurrección. Ciclo “C”. 27 de marzo de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario