Pablo y Bernabé (Hec. 14, 21b-27) comunicaban la Palabra de Dios en los lugares a los que eran guiados por el Espíritu Santo.
A menudo, después del entusiasmo del principio, los cristianos se desalentaban, se sentían sin fuerzas.
Las preocupaciones de la vida, los trabajos por el pan diario, los esfuerzos por la evangelización, empalidecían el fruto que se había logrado con la predicación de los apóstoles. Por eso Pablo y Bernabé retornan a Listra, Iconio y Antioquía para animar a las comunidades debilitadas.
Esta vivencia era frecuente en los creyentes de aquellos tiempos del comienzo del cristianismo.
Hoy también, los creyentes, no nos diferenciamos mucho de aquellos primeros cristianos. Es la historia permanente de la debilidad humana. Somos flojos y necesitamos de frecuentes estímulos externos que nos lleven a responder de nuevo, con alegría, a la gracia que Dios nos ofrece.
Hoy también, quienes fuimos elegidos para pastorear a los bautizados, hemos de sacar de la quietud a quienes se enfervorizaron en un principio pero decayeron después, por cansancio moral, o simplemente porque los atrapó el espíritu del mundo que tienta siempre a la vida más cómoda y segura.
Y ante esta situación, ¿qué podemos decir a los creyentes demasiado preocupados por ellos mismos y sus ocupaciones? Lo mismo que proclamaban Pablo y Bernabé: “Es necesario perseverar en la fe”.
Es decir, luchar contra la pereza y la comodidad, contra las dudas. No acobardarnos por los problemas, por el respeto humano, por las tormentas de la incredulidad que azotan nuestro mundo tan cerrado en sí mismo.
La fe en Cristo resucitado es firmeza de roca, nos da la seguridad necesaria aunque todo caiga o se ponga en duda, ya que Él mismo nos dijo “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 19).
Por la fe creemos en Jesús resucitado que ha vencido la muerte y el pecado y por eso buscamos la luz verdadera en su persona y enseñanzas.
Cristo, manifestación plena del amor del Padre nos invita a su vez a seguir su ejemplo y prolongarlo amando a nuestros hermanos (Jn.13, 31-33ª.34-35), hasta entregar la vida si fuere necesario.
Este amor fraternal no sólo nos permite vivir y prolongar en el mundo más plenamente el misterio de comunión trinitario, sino que a su vez nos da la seguridad de que como Iglesia-Cuerpo podemos sentirnos más fortalecidos para llevar el evangelio de Cristo.
Vivir de la fe y de la caridad en la vida cotidiana no resulta fácil, de allí que el mismo san Pablo nos dice “que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.
El crecimiento de cada uno de nosotros y del pueblo santo de Dios que es la Iglesia, en su respuesta de fe y amor, anticipa la esperanza del cielo nuevo y de la tierra nueva de las que habla el Apocalipsis (21,1-5ª) como realidad futura, pero ya expectante.
El esfuerzo diario, respondiendo a la gracia de Dios que no nos falta, permitirá construir este mundo nuevo que se nos ofrece de manera que sea realidad el que “ésta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios”, porque “Yo hago nuevas todas las cosas”.
Hermanos: la Palabra de Dios de este domingo nos deja dos invitaciones y una promesa que nos vienen del Señor.
En efecto, nos invita a perseverar en lo que creemos, a pesar de nuestras debilidades y dudas, a unirnos estrechamente a Cristo y a su iglesia para ser dignos instrumentos de salvación de los demás.
A su vez nos invita a que semejantes a Jesús en su modo de amar, logremos ser signo de unidad ante todos los hombres.
Y por último, Dios nos promete que viviendo así seremos su pueblo en este mundo y en la ciudad nueva de su gloria eterna.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el V° domingo de Pascua. 24 de Abril de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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