La enseñanza que nos dejan los textos bíblicos de este domingo apunta a destacar que todos los acontecimientos de la historia humana están presentes en la Providencia de Dios porque Él es el Señor de la historia.
Incluso quienes gobiernan las naciones, aunque no lo sepan, son instrumentos de los que se sirve el Señor para llevar a cabo su plan de salvación del hombre y del mundo.El escrito que lleva el nombre del profeta Isaías (45, 1.4-6) nos muestra precisamente con la persona del rey Ciro, el fundador del imperio persa, la realización de la voluntad divina en el campo de la política humana, ya que inspirado por Dios contribuyó a la liberación del pueblo elegido.
Y así, los judíos, reconstruyen el templo de Jerusalén y rinden culto al verdadero Dios, porque el poder político con su decisión de tolerancia religiosa, sin saberlo, contribuyó a dar a conocer la omnipotencia divina.
La autoridad que detenta Ciro proviene de Dios quien lo elige para someter a los pueblos y liberar a los suyos, de allí que se afirme que “por amor a Jacob, mi servidor; y a Israel, mi elegido, yo te llamé por tu nombre, te dí un título insigne, sin que tú me conocieras” y todo esto para que se conociera “que no hay nada fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro”.
Precisamente porque todo lo creado depende de su Hacedor y toda autoridad y poder vienen de Él, es que cualquier desvío que se produce en el ejercicio de la autoridad se funda en última instancia en el olvido de esta verdad y en la pretendida veleidad humana de querer actuar como si Dios no existiera.
Sucede así, que quien se cree “autor del poder” siendo sólo depositario del mismo para servir a los demás, termina malogrando todo a su paso.
El texto del evangelio (Mt. 22,15-21) nos pone en boca de Jesús cuál es su pensamiento y enseñanza respecto del poder político y el ejercicio de la autoridad que dimana de Dios como Señor supremo, y participada por el hombre de buena voluntad que está sujeto también a los límites de la misma.
Ante la trampa que se le tiende a Jesús, dado que si aconsejaba el pago del tributo le harían cómplice del poder imperial, y si negaba esa obligación lo acusarían de enemigo del poder político, responde de un modo que nadie esperaba: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
De esta manera, Cristo termina con una concepción muy presente en la sociedad de su tiempo que identificaba en la figura del emperador a la potestad política y a la divinidad misma, a la que debíase dar culto so pena de sufrir indecibles penas y castigos.
También el pueblo judío esperaba a un Mesías que en su persona resumía al enviado de Dios y al líder político que los rescataría de la tiranía romana.
Con sus palabras, Jesús enseña que la autoridad política deriva de Dios, el único Señor del mundo en cuanto Creador de todo lo que existe, y aunque debe respetar las leyes de Dios en sus decisiones humanas, tiene sin embargo un campo propio que es el orden y el bien público temporal.
Por su parte, la Iglesia tiene su campo propio en el orden religioso, espiritual y moral, y debe conducir al pueblo que se le confía por su pertenencia a la misma por el bautismo, al encuentro definitivo con el Padre Eterno.
De allí que tanto la sociedad política como la Iglesia, fieles a estos principios y fines, contribuyen en su campo a la perfección del hombre y de la sociedad.
El cristiano, llamado a la Patria Celestial, pertenece a su vez a la patria terrenal, sin que haya por ello oposición alguna entre los dos ámbitos, siempre y cuando se apunte siempre a la gloria de Dios y al bien de los hombres, reconociendo por cierto, una jerarquía por la que todo lo creado se somete a la Providencia divina.
El cristiano ha de ser servidor del César, esto es del orden político, respetando las justas leyes humanas, contribuyendo al orden temporal y su desarrollo, favoreciendo el bien de todos en el pleno desarrollo de la persona humana.
A su vez, el poder político, deberá con leyes justas contribuir al bien común, velar por la moral pública, respetar la libertad religiosa, e impedir con justas sanciones todo lo que contraríe el desarrollo integral del hombre.
Especialmente en nuestro tiempo, el poder político, si quiere reconocer en verdad la soberanía divina, tantas veces olvidada o rechazada, legislará a favor de la vida desde su concepción hasta la muerte natural, rechazará la perversidad de la ideología de género y apoyará al matrimonio constituido por un varón y una mujer, protegiendo con especial énfasis a la familia que de ese matrimonio se origine.
Pero el cristiano es primero servidor de Dios, por lo que debe defender su libertad para honrarlo por sobre toda la realidad creatural ya que su soberanía es universal, rige sobre todos los pueblos de la tierra.
En cambio, el poder político, aunque revestido de la autoridad que le viene de Dios, está siempre limitado a un “espacio geográfico” sin que pueda inmiscuirse en lo que corresponde a otras naciones o pueblos.
El cristiano, reconociendo la supremacía divina, debe hacer suyo aquel dicho de los apóstoles de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Hechos 5, 29).
Si el cristiano, en cambio, opta por agradar al poder político, o a seguir las decisiones de partidos políticos cuando debiera dar testimonio de su fe, no sólo traiciona a su Dios negándole la primacía en todo lo temporal, sino que se traiciona a sí mismo como creyente.
El cristiano, tanto en las circunstancias propicias como en las adversas, debe mantenerse firme en la fe que profesa, sin ceder a las hostilidades, convencido de que “en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman” (Rom. 8,28).
Confiando en el poder de Dios que nos protege y guía en medio de este mundo, pidamos ser coherentes con la verdad que nos ilumina.
Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXIX “per annum”, ciclo “A”. 22 de Octubre de 2017.
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