1 de octubre de 2017

“Revestidos de los sentimientos de Cristo para con el Padre y la humanidad toda, vivámoslos y caminemos así en santidad de vida”.

La liturgia de la Palabra de este domingo, comienza con un  texto del profeta Ezequiel (18, 24-28).
La enseñanza bíblica se ubica en la cuestión de la retribución personal del hombre de acuerdo a sus obras en este mundo.
Quien siendo justo abandona a Dios para hacer el mal y muere así, morirá por su maldad, mientras que el pecador arrepentido de su maldad, que endereza sus pasos yendo por otro camino, salva su vida.
De esta manera el profeta recuerda nuevamente que Dios mira compasivo a quien se arrepiente de su maldad, para caminar por la senda que conduce a la Verdad y el Bien, metas de la vida recta.
El texto del evangelio (Mt.  21, 28-32), sigue reflexionando sobre el tema tratado en Ezequiel, aunque de un modo diferente, a través de la imagen de dos hijos que observan conductas distintas ante la obediencia debida al padre.
El hijo que dice sí al pedido de trabajar en la viña de su padre, pero después nada hace, es el caso del justo que acepta al principio la realización del bien, pero que luego se arrepiente y sigue contemplándose en su propia voluntad.
En cambio, quien se niega al principio, en optar por responder mirando el trabajar en la viña, pero que luego acude a la tarea que se  le ha asignado, evoca al pecador que se niega a seguir a Dios pero que se convierte luego a una existencia de servicio desinteresado.
Ahora bien, comparando las respuestas de los hijos, se agrega que quien fue a la viña, ha sido obediente al padre, teniendo una conducta similar a  la de Jesús, cuya comida fue hacer la voluntad del Padre.
En el relato que nos ocupa,  el mismo Jesús añade que los publicanos y prostitutas llevan la delantera a los sumos sacerdotes y ancianos.
No se trata de elogiar a los pecadores, por cierto, sino que los publicanos y prostitutas, si bien vivían en el pecado y eran “los hijos” que dijeron no a su Señor, ante la predicación de Juan Bautista se convierten y cambian de vida. Es cierto que no todos se convierten, pero hubo quienes cambiaron de vida acompañando al Señor  en su misión como lo hiciera María Magdalena, o aquella mujer que se libró de ser apedreada o como Mateo y Zaqueo, publicanos convertidos para el Señor y servicio de los demás.
No refiere a quienes especulan con convertirse a última hora, ya que Dios conoce los corazones y no acepta tal situación, sino de los sinceros  de corazón como aconteció con el “buen” ladrón crucificado junto a Él.
Siguiendo con sus reflexiones, Jesús dirá que los sumos sacerdotes y ancianos van detrás de aquellos en la hora de la salvación, porque creyéndose justos vivían un fe sin obras; una fe de leyes sin espíritu.
En estas personas contemporáneas a Jesús podríamos encontrarnos no pocas veces nosotros mismos, que yendo por el camino del bien al principio, no perseveramos en las buenas obras en el correr del tiempo.
Sin descuidar este llamado a la conversión y el estar atentos para mantenernos fieles a  Jesús, las enseñanzas del apóstol san Pablo (Fil. 2, 1-11), aparecen  como la cumbre del mensaje de este domingo.
Su enseñanza muestra cómo hemos de vivir, tanto los que seguimos al Señor desde el principio como los que se acercaron  mucho más tarde, o después de un camino de conversión, siendo el testimonio “para mi la vida es Cristo” una invitación a prolongarlo en nuestras vidas.
Es decir que “la unión vital entre nosotros y Cristo debe progresar tanto que se manifieste en nuestra conducta armoniosa y desinteresada para con los demás” (Comentario Bíblico “San Jerónimo”), de allí que se nos interpele diciendo “vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús”.
El mensaje bíblico de la primera y tercera lectura de la liturgia dominical se centra en el amor a Dios, en la conversión de vida para sólo agradarle a Él, mientras que san Pablo nos señala cómo poner en práctica ese amor que profesamos a Dios.
El profeta Ezequiel y Jesús observan que nuestras palabras deben ser correspondidas con las obras, Pablo indica cuáles son algunas de esas obras preceptuadas por Dios a cada uno de nosotros.
Las enseñanzas recibidas de la liturgia dominical nos ayudan a concretar un plan de vida para nuestro ser y existir cristianos.
En nuestra relación con Dios se percibe que a veces afirmamos nuestra fe, pero vivimos separados de Dios; decimos tener esperanza, pero en la práctica actuamos como si toda la existencia culminara en este mundo; pensamos que somos caritativos, pero nos supera el egoísmo y el individualismo; prometemos a Dios muchas cosas pero no las llevamos a cabo por temor o comodidad.
A menudo vivimos un catolicismo anfibio, ya que nadamos a dos aguas, comprometiendo nuestra vida a Dios por un lado, pero sin dejar la mentalidad mundana que nos rodea por doquier.
Afirmamos  nuestro amor a Cristo pero elegimos lo que le desagrada.
Si nuestra vida es Cristo, en fin, son las acciones de cada día las que deben demostrar esa vivencia.
Respecto al prójimo, el apóstol Pablo nos exhorta a vivir unidos, a ser misericordiosos como el Padre lo es con nosotros, a poner nuestro empeño para atraer a muchos a la vida digna de los hijos adoptivos.
La humildad de Cristo, ya que hemos de tener sus mismos sentimientos, debe ser una realidad, de manera que siempre veamos a los demás como superiores nuestros.
Hermanos: contemplemos en profundidad los sentimientos de Cristo para con el Padre y la humanidad toda, dispongámonos a vivirlos cada día y tendremos la seguridad de caminar por la senda de la santidad.

Cngo. Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVI durante el año. Ciclo A. 01 de octubre de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




No hay comentarios: