Ayer la liturgia presentaba este hermoso momento del nacimiento de Jesús. Hoy nos lleva, como de la mano, a contemplar a la Sagrada Familia: a Jesús, María y José, presentada como una familia ejemplar, de la cual hemos de buscar nosotros siempre imitar sus virtudes, todo lo que ella vivía. Por eso vayamos contemplando el contenido de lo que significa la Sagrada Familia y cómo debemos nosotros encontrarnos reflejados en ella para vivir cada día.
Comencemos con el primer texto que la Liturgia nos ofrece hoy, el primer libro de Samuel (1,20-22.24-28). Un levita, Elcaná, que practicaba la poligamia tenía como esposa a Ana, la cual era estéril, y su segunda esposa Penina que sí tenía hijos y humillaba permanentemente a Ana a causa de su esterilidad. Ana entonces pide a Dios el don de la vida, el don de un hijo, y le dice que de concedérsele un hijo, ella se lo entregaría, llevándolo al Templo de Silo para que se forme para su futura función sacerdotal.
Y Ana queda embarazada. Cuando nace el hijo, el padre quiere llevarlo a ofrecerlo a Dios al templo. La madre decide esperar un tiempo hasta que deje de mamar para ser ofrecido. Y así, a su tiempo, fue llevado el niño al templo de Silo, y puesto al servicio del sacerdote Elí, agradeciendo Ana a Dios por el don del hijo. En el capítulo dos se destaca el cántico de Ana, que anticipa el Magníficat cantado por María Santísima
Ahora bien, ¿qué nos deja como enseñanza este relato del Antiguo Testamento? La importancia que tiene el poder de la oración. Cuando parecía que todo estaba perdido, Ana recurre a Dios, y Dios escucha la humildad y la sencillez de esta mujer. A su vez, otro ejemplo hermoso que nos deja es el de una madre que entrega a su hijo Samuel a Dios: “Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor”. Samuel después será juez, en la época que no había monarcas en Israel, será sacerdote y profeta, y será aquel que ungirá como futuro rey de Israel a David. De modo que vemos cómo la entrega de esta madre tiene sus frutos, se despoja de alguien tan preciado como su hijo y Dios la premia en abundancia, porque Ana después tendrá tres hijos varones y dos hijas mujeres más.
Pero vayamos al texto del Evangelio (Lc. 2, 41-52). María y José iban a Jerusalén todos los años en la fiesta de Pascua. Jesús tiene doce años y lo llevan con ellos quedándose extraviado en Jerusalén al terminar la fiesta Lo buscan entre los parientes, no lo encuentran, vuelven a Jerusalén y está allí con los doctores de la ley.
¿Qué enseñanza nos deja este texto? Por un lado Jesús dice: “¿No saben que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Cuando un hijo es preparado para entregarse a Dios, Nuestro Señor, para reconocer la paternidad divina en todo momento, sabe que lo más importante es su relación con Dios. ¡Qué hermosa enseñanza! Si los hijos de cada familia se relacionan con Dios y buscan agradarle en todo, siguiendo el ejemplo de sus padres, ¡qué diferente sería la vida familiar! En definitiva, esto permite que crezcamos como hijos adoptivos de Dios por el bautismo, marcando de modo especial nuestra vida.
De hecho san Juan (I Jn. 3,1-2.21-24) recuerda que somos hijos de Dios, y que hemos de vivir como tales, para algún día contemplar su rostro. Pero esa filiación divina no solamente nos conecta con el Padre del Cielo, sino también permite reconocer a los demás como hermanos, para entregarnos permanentemente.
En el texto del Evangelio, además, María Santísima le dice a Jesús: “tu padre y yo te buscábamos angustiados” El Papa Francisco, en el Ángelus de hoy, tiene una hermosa relación de esto con lo que ha de ser la vida familiar de cada uno de nosotros. Dice el Papa: María dice: “tu padre y yo”, habla del tú, no comienza a hablar de sí misma, y esto nos enseña que en la vida familiar, cada uno, padre, madre e hijo, debe mirar primero al tú, a la presencia del otro, no ser autorreferencial, no estar siempre pensando en uno mismo, pensando en lo que los demás me deben a mí, o qué es lo que otros deben hacer por mí.
Y el Papa ponía un ejemplo muy común hoy en día: Cuando la familia está reunida en la mesa, es bastante común que cada uno esté con su celular atendiendo sus cosas. Imagen triste de lo que es la primacía del yo por encima del tú, porque mientras cada uno se encierra en su soledad, contemplándose en el celular, en la comunicación, en el WhatsApp, o lo que sea, prescinde de lo más hermoso que debe reinar en una familia, que es la unidad, el compartir, el escuchar al otro, el ver cómo salgo de mi mismo, para yo poder brindarme a la otra persona y así podríamos poner muchos ejemplos.
O sea, que cada uno dentro de la familia, mirando la vocación que tiene, como padre, como madre, como esposo, como esposa, como hijo o hija, vea si realmente está teniendo en primer lugar presente a Dios, Nuestro Señor, si buscamos el bien de los demás o solamente busco el mío y si me doy cuenta que tal como yo viva en este mundo, me estoy preparando para llegar algún día al hogar del Cielo.
La Sagrada Familia, nos enseña cómo superar los obstáculos. No pensemos que estuvo exenta de problemas. La Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto, porque Herodes quería matar al niño, y en Egipto José se la tuvo que arreglar para encontrar trabajo, porque era un desconocido, y ver cómo mantener a María y a Jesús y a él mismo. Vemos cómo la Sagrada Familia ha sufrido también lo que sufre cualquier familia en este mundo, pero nunca perdieron de vista su relación con el Padre del Cielo, que es Padre de todos, y que cuida a cada uno y a cada familia. Pidámosle al Señor que nos muestre realmente la grandeza de la Sagrada Familia para poder imitarla en nuestra vida cotidiana.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco emérito de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, ciclo “C”. 26 de diciembre de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
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