1 de enero de 2022

Como María, guardemos reposadamente en nuestro interior las maravillas que se proclaman con el nacimiento del Niño Dios.

 

El pueblo de Israel partiendo de la idea de que Dios es el Señor de la historia y de todos los acontecimientos, era bendecido por el rey o por el sacerdote con esta plegaria que acabamos de proclamar tomada del libro de los números (Núm. 6,22-27). Precisamente en el comienzo del año se impartía esta bendición por la que reconociéndose la omnipotencia divina y la alianza entre Dios y el pueblo, el israelita fiel  se comprometía a vivir los mandamientos como respuesta a los bienes recibidos, especialmente agradecido por el don de la paz recibido por cada uno y cada familia.

Contemplando esto a la luz del Nuevo Testamento, conocemos que  ingresamos en el año nuevo a través de un pórtico muy especial, el de la presencia de la Santísima Virgen María Madre de Dios. De hecho, no hay mejor manera de comenzar el año que estando bajo la protección de la madre de Jesús y madre nuestra, por eso la iglesia dedica la liturgia  de este primer día del año  a María madre de Dios y así caer en la cuenta que por una mujer ingresa al mundo la salvación prometida por Dios al hombre sumido en el pecado.

Cuando llegó la plenitud de los tiempos Dios quiso hacerse presente en el mundo y entre los hombres por medio de una mujer, una mujer elegida desde toda la eternidad para ser madre del Salvador y y mucho más todavía para que gracias a la maternidad de María Santísima, que nos ha dado el regalo de Jesús, nosotros seamos incorporados a la filiación divina siendo reconocidos como hijos adoptivos (Gál. 4, 4-7). Precisamente por la adopción otorgada por gracia, es que podemos llamar  a Dios “Padre”, sintiéndonos cercanos a Dios Nuestro Señor.

Precisamente  vamos descubriendo que Dios nos ha elegido en su Hijo, nos ha elegido en María Santísima, para hacernos sus hijos adoptivos y esto para que vivamos siempre  como hijos.
Más aún, en los textos bíblicos de la liturgia de mañana domingo reflexionaremos acerca  del hecho de que el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre pueda participar de su divinidad.

Si tomamos el texto del Evangelio aparece la figura de la Virgen, los pastores  que son los pequeños, los humildes que se asombran por el misterio del nacimiento que se les ha manifestado y por el cual glorifican a Dios, rebosantes de la alegría divina (Lc. 2,16-21).

Presurosos se dirigen para encontrarse con el recién nacido, al que encuentran acostado y junto a Él está María y José. Los pastores se explayan contando las maravillas que se dicen del niño recién nacido, conociendo por la luz divina de que ese Niño es el enviado del Padre.
A su vez, dice el texto del Evangelio que María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Ella, por tanto, nos invita hoy a que contemplemos su maternidad divina que es también la nuestra e invita a que reposadamente conservemos estos misterios en el corazón, los reflexionemos para descubrir de nuevo lo que ha significado  para la vida del hombre el nacimiento en carne del Hijo de Dios.

Hermanos: Pidámosle a María Santísima que siempre esté con nosotros como madre, que nos acompañe a lo largo del año y, por su parte, como hijos, tratemos de darle el hermoso homenaje, si es posible diariamente, del rezo del santo rosario que nos asegura protección especial ante los ataques furibundos del espíritu del mal.

 
Padre Ricardo B. Mazza. Párroco emérito  de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. 01 de enero   de 2022.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-


           
 
    


            


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