Parte entonces describiendo que la Palabra, es
decir, el Hijo de Dios, existe desde siempre, porque fue engendrado por el Padre
en la eternidad, por lo que en toda obra que realiza el Padre en beneficio
del hombre, como es la creación del mundo, está presente su Palabra.
De hecho,
si tomamos el libro del Génesis (1,1-2,2) cuando relata la creación del mundo, repite
permanentemente: "Dios dijo".
Ese "decir" de Dios señala que lo que es creado, lo realiza el Padre, el Hijo, mientras el Espíritu aletea sobre las aguas dándoles vida.
De manera que Dios está presente desde
toda la eternidad y en su infinito amor quiso comunicarnos a nosotros su Vida.
No quiso estar, podríamos decir, en solitario, si bien son tres personas
en una misma naturaleza divina, sino que quiso hacer partícipe al ser humano de
todo lo que es propio de Dios, salvando siempre la distancia de lo
que significa ser una criatura y ser el Creador.
De hecho, estábamos presentes en el pensamiento de Dios desde toda la eternidad
como Pablo enseña en la carta a los Efesios (1, 3-6).
Sigue el texto del
Evangelio afirmando que la Palabra era la vida, que la Palabra era la luz y que
esa luz viene a iluminar al hombre.
¿Y por qué necesita ser iluminado el
hombre? Porque tiene que descubrir precisamente no solamente el misterio de
Dios sino el propio misterio humano, o sea, que cada ser humano pueda entender
por qué fue creado y para qué está presente en este mundo y, que también el
Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de una Virgen para traernos la
salvación que habíamos perdido por el pecado.
Esa salvación provoca gran alegría como afirma la liturgia
de este día, salvación que implica sacarnos de la postración del pecado
para llenarnos de la gracia de Dios, supuesta la
respuesta del ser humano.
Dios es generoso en lo que da, pero espera que seamos también generosos en entregarnos totalmente a Él que
busca nuestro bien.
Lamentablemente no todo el mundo se entrega a la acción
divina, por lo que el apóstol describe en el Evangelio que la luz vino al mundo,
o sea el Hijo de Dios vino al mundo y las tinieblas no la recibieron.
También
esto acontece hoy, ya que ¡cuántas personas a lo largo y a
lo ancho del mundo no creen en Cristo, no piensan que necesitan ser salvados y
que están afirmados, anclados, obrando el mal!
De hecho, es interesante cómo la
Sagrada Escritura describe, por ejemplo, sobre todo en los Salmos, cómo el que
obra el mal se endurece de tal manera que piensa que todo lo que hace no tendrá
consecuencia alguna en su vida y por supuesto prescinde totalmente de Dios
nuestro Señor.
Pues bien, Jesús que es el Hijo de Dios hecho hombre, viene porque quiere cambiar todo eso, quiere darnos una nueva oportunidad, porque quiere mostrarnos el camino que conduce al Padre.
Precisamente la
liturgia de este día machaca en esta idea que el Hijo de Dios se hace hombre
para que el hombre participe de la divinidad.
Es decir que con el
nacimiento de Jesús, con el ingreso de Jesús en nuestras vidas es posible que
nosotros seamos divinizados.
De hecho, el sacramento del bautismo convierte
a cada uno en persona santa y en la medida en que estemos unidos a Dios
y vivamos agradándole, somos llamados hijos de
Dios, no por obra de la carne o de la sangre. -como dice el texto del Evangelio-, sino por la acción generosa de Dios que viene a transformar totalmente el
corazón de aquel que se le entrega generosamente.
Por otra parte, Cristo nuestro Señor es la
luz, viene a iluminarnos. Precisamente el profeta Isaías (9, 1-3.5-6) recuerda en la primera
lectura que el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, luz que
proviene del mismo Dios.
Esa luz le concede al hombre la posibilidad de
descubrir otras realidades, ya que la oscuridad impide ver las cosas con claridad.
La luz que trae Jesús porque Él es la luz, hace posible descubrir las cosas, contemplar las realidades y el mundo en el cual estamos
insertos, y que muchas veces está lejos de Dios, descubriendo cuál es la realidad que aguarda a cada uno si realmente nos entregamos a Él.
Y esta presencia de Jesús entre
nosotros, indudablemente tiene un compromiso no solamente de fe, creer en
que Él es el Hijo de Dios, sino también de esperanza porque Él nos guía a la
gloria eterna y, de caridad que implica realizar en este mundo obras de bien.
Como
destaca el apóstol San Pablo escribiéndole a su discípulo Tito (2,11-14) obras de bien que enaltezcan al hombre y hagan ver que estamos en sintonía
con el plan salvífico de Dios nuestro Señor.
Vayamos entonces al misterio de la Palabra o del Verbo que se hace carne en María y que nace para nuestra
salvación, porque no es un nacimiento más, sino que es la posibilidad de que el hombre
comience una existencia nueva porque tenemos a alguien que ha venido a
rescatarnos del pecado y de la muerte eterna.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el día de Navidad. 25 de diciembre de 2023
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