Este tercer domingo de Adviento es conocido como el domingo
Gaudete, término que significa alégrense, haciendo referencia precisamente a la
segunda lectura en que san Pablo dice "¡Estén siempre alegres!" (I Tes. 5, 16-24).
¿Y por
qué esa recomendación a la alegría? Precisamente porque estamos cerca ya de la
Navidad y se aproxima el momento de la celebración gozosa del
nacimiento en carne del Hijo de Dios en Belén de Judá.
Por eso, la Iglesia exulta de alegría y atenúa el
espíritu penitencial, para colmarnos de este gozo anticipado por la venida
del Salvador.
El Mesías, ya es señalado por el profeta Isaías (Is. 61,1-2.10-11) al decir "El espíritu del Señor está sobre mí , porque el Señor me ha ungido", marcando la misión que tendrá, ya que "Él me envió a evangelizar a los pobres , a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor".
Como decía, el
profeta, cuando habla de este ungido y que es enviado para una misión, está
apuntando al mismo Jesús, que es el Señor que viene a traernos la
salvación, porque el ser humano necesita permanentemente ser salvado, ser
redimido.
Si bien ya Cristo murió una vez para siempre, permanentemente
necesitamos ser justificados, es decir, ser devueltos a la justicia de lo que
es la vida de la gracia, de lo que es la comunión con Dios.
Todos advertimos cómo el pecado de diversas formas está presente en una sociedad en la que se ha prescindido de Dios y sólo busca satisfacer sus necesidades materiales o disfrutar de todo tipo de placeres que engañosamente nos hacen creer que somos felices.
Sin embargo, la experiencia nos enseña que cuando esa búsqueda terrenal prima en la vida del hombre alejado de Dios, sólo se acrecienta el vacío interior y la angustia por la infelicidad.
Por eso, nuestro
espíritu debe estar lleno de esa esperanza de ser tocados por la
misericordia divina, preparándonos en esta alegría, que no es mundana, sino que es la propia de quien tiene a Jesús en su
corazón, que se goza en vivir el Evangelio, que está puesta
justamente en vivir conforme a las enseñanzas del Señor.
El apóstol san Pablo en el texto que hemos proclamado, señala algunas condiciones de esa alegría evangélica, por lo que "No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías, examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas".
Y continúa "Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará"
Esto es así, porque estamos llamados a
la santidad de vida, al encuentro con el Señor que viene para ayudarnos a que permanezcamos irreprochables.
A su vez, Juan el Bautista (Jn.1, 6-8.19-28) vuelve a insistir, como escuchamos el domingo pasado, que preparemos el camino para la venida
del Señor, el tiene bien en claro que es el precursor, que no es el Mesías, no es Elías, no es ninguno de los profetas.
Es el que viene a preparar el
camino para que Jesús pueda entrar en este mundo y en el corazón
de cada uno de nosotros.
Juan, por lo tanto, predica entonces la conversión del corazón, pero
quien realiza este cambio, esta transformación total, es precisamente el Hijo
de Dios hecho hombre, es Él único que puede cambiar totalmente el corazón humano.
Por eso, es necesario insistir permanentemente en confiar en la gracia de lo alto para poseer una vida nueva, vida de santidad, porque no es fácil, sobre todo en
el mundo en que vivimos, donde las tentaciones son permanentes, donde el
espíritu del mal busca apartarnos del encuentro con Cristo y que nos
sumerjamos en el pecado.
Pero la gracia divina está por encima de la tentación y del
pecado, y podemos vivir de una manera totalmente distinta si nos ponemos en las
manos del Señor para que Él nos transforme y cambie.
Por eso
busquemos alegrarnos plenamente pero pensando en esa alegría que no tiene
límites, que llena el corazón del hombre, que en
definitiva se debe a que el Señor viene a nosotros.
A su vez, esa alegría llega porque nosotros queremos estar con Él. ¡Qué hermoso poder vivir toda
nuestra existencia siempre unidos a Jesús, llevando en nuestro corazón su enseñanza, su gracia, todo aquello que nos mueve
a una existencia totalmente nueva.
Queridos hermanos, que esta alegría también
que viene del encuentro con el Señor nos haga exultar de gozo cantando el
cántico de la Virgen como lo escuchábamos en el cántico interleccional: "Mi alma
canta la grandeza del Señor, mi alma exulta en Dios mi Salvador" ya que en Dios realmente se encuentra
nuestra felicidad.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo tercero de Adviento. Ciclo B. 17 de diciembre de 2023
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