Este misterio no
podía ser conocido si Dios mismo no lo hubiera manifestado corriendo el velo que lo cubría, para permitirnos entrar en él en la
medida de nuestras posibilidades.
Ciertamente nunca lo vamos a comprender en
plenitud, pero sí nuestra razón entenderá que es posible la afirmación de este
misterio tan importante, ya que no repugna a la inteligencia humana.
Dios se manifiesta poco a poco en el Antiguo
Testamento como acabamos de escuchar en el Deuteronomio (4,32-34.39-40) cuando Moisés hace una
proclama del Dios verdadero y lo compara con los dioses de otras naciones que no
hablan, no se manifiestan a través de signos y, que por lo tanto nada son.
En
cambio el Dios de la Alianza se ha manifestado como el que está por encima del cielo y de la tierra, que elige un pueblo -Israel-de en medio de
otro - Egipto- y que busca manifestarse.
Precisamente el
pueblo de Israel se encuentra con un Dios que aparece como lejano, trascendente, pero a su vez se hace cercano cuando lo elige como su pueblo mostrando cómo lo libera y cuida de sus enemigos y quiere hacer esta
alianza de amor, de modo que sea realidad "yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo si
escuchan mi palabra y cumplen mis mandamientos".
Los mandamientos no
son una carga para el pueblo de Israel, sino que su cumplimiento le permite liberarse de toda esclavitud a la cual a veces el israelita está sujeto cuando prescinde de su Creador.
Dios es único por naturaleza, por lo que lo adoramos y honramos, pero se manifiesta trino en personas como Padre, Hijo y Espíritu.
El Padre envía a su Hijo para que haciéndose hombre y manifestándose entre nosotros, develara el misterio divino y fuera enseñando cómo vivir en este
mundo en relación con la Trinidad.
A su vez el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo que es el amor que existe
entre ellos. En efecto, como en el misterio divino no puede haber nada que
no lo sea, el amor entre el Padre y el Hijo constituye la tercera persona de la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo enviado para continuar la obra de Jesús en este mundo se manifiesta en cada uno de nosotros cuando nos enseña a
rezar para que podamos decir Abba, Padre (Rom. 8,14-17); a su vez, permite, si nos dejamos guiar por Él, ser hijos
adoptivos de Dios en el único Hijo, Jesucristo para gloria y alabanza del Padre.
El texto del Evangelio (Mt. 28,16-20) vuelve a insistir en el misterio de Dios Uno y Trino cuando Jesús envía a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es revelador que diga en el nombre, no dice en los nombres del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. ¿Qué manifiesta esto? en el nombre está indicando la
naturaleza divina única y, al citar al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está
afirmando la subsistencia en la unidad de tres personas iguales en dignidad, pero distintas.
Este misterio de fe debe también entrar en nuestro
corazón y en nuestra vivencia diaria y, así animarnos a clamar ante el Padre como nuestro, no decimos Padre Mío, porque Dios es Padre de todos, ese Padre al cual le atribuimos la creación y la providencia si bien es obra de la
Trinidad toda.
A su vez, al Hijo le atribuimos la redención si bien es la Trinidad toda la
que redime al hombre del pecado y, al Espíritu Santo le atribuimos la
santificación, el guiar a la Iglesia a lo largo de la historia aunque sea
obra también de la Trinidad.
De allí la importancia de encarnar en nuestra vida una
relación más estrecha con cada una de las personas buscando permanentemente la
paternidad divina sin sentirnos huérfanos, porque el Padre
está siempre con nosotros y atento para escucharnos.
A su vez, buscar relacionarnos cada vez más con el Hijo hecho hombre, Jesucristo, de
manera que su palabra resuene en nuestro corazón y llevemos a cabo
sus enseñanzas.
Además, tratar de unir nuestro corazón al Espíritu Santo, dejándonos
guiar por él para vivir permanentemente según la voluntad del Señor.
Tratemos entonces en nuestra vida
no solamente de afirmar nuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, sino también consolidar la esperanza de que algún día estaremos junto a este
misterio tan grande y, difundiendo la caridad, sabiendo que Dios uno y trino
está presente siempre en la vida de la Iglesia, en cada uno de nosotros y nos
mueve siempre al bien, no solo para la gloria de Dios, sino para el bien de
nuestros hermanos.
Pidamos entonces que no nos falte nunca la ayuda de Dios
mientras caminamos en este mundo
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo B. 26 de mayo de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario