El texto del Evangelio (Jn. 7,37-39) de la misa de la Vigilia de Pentecostés recuerda que "De su seno brotarán manantiales de agua viva. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado".
Pero ahora Cristo ya fue
glorificado, de allí que concluimos con este domingo de Pentecostés, el tiempo pascual.
Cristo con su ascensión a los cielos, está junto al Padre, y no solamente Él en cuanto Hijo de Dios, sino que la naturaleza humana está en
la vida eterna como reflexionamos el domingo pasado en la fiesta de la
ascensión.
Y ahora se cumplen las promesas hechas muchas veces por
Jesús, la de la venida del Espíritu Santo, este regalo del cielo que viene a
continuar la obra de Cristo, y de ese modo no nos deja huérfanos.
El amor que existe entre el
Padre y el Hijo, constituye una persona divina, el Espíritu Santo, que se ha derramado
sobre la Iglesia, sobre cada uno de nosotros, y así comienza el tiempo del
Espíritu Santo, ya que después de la ascensión de Jesús, será el guía de la Iglesia.
La Iglesia nació del costado abierto de Cristo en la cruz, cuando brotó de su corazón herido por la lanza, agua y
sangre, el agua en referencia al bautismo y la sangre en referencia a la
eucaristía, y cincuenta días después se nos entrega el don del Espíritu Santo que viene a transformar a
los apóstoles enviándolos a evangelizar.
Precisamente en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) se describe cómo
Jerusalén estaba colmada de judíos que venían de todas partes. ¿Y qué hacían en
Jerusalén? Celebrar la fiesta judía de Pentecostés, que recordaba y actualizaba
la alianza entre Dios y el pueblo elegido en el monte Sinaí en la persona de Moisés.
En esta ocasión se da un paso muy grande, queda atrás el Pentecostés judío para dar a luz el
Pentecostés cristiano, ya que se trata de una nueva alianza sellada entre Dios y el hombre, por la sangre derramada del Señor, bajo el impulso y la guía del Espíritu Santo.
La tercera persona
de la Santísima Trinidad llega para transformar a las personas y al mundo, siempre y cuando, indudablemente, sean dóciles a su acción santificadora.
Los apóstoles comienzan a entender, en profundidad,
las cosas que Jesús les había enseñado (Jn. 15,26-27; 16,12-15), de manera que lo que ellos no habían comprendido
todavía, se les manifieste claramente por el Espíritu Santo.
Los apóstoles estaban llenos de miedo, por temor a los
judíos, y el Espíritu Santo les dará la fuerza necesaria para que continúen la
misión de Jesús testimoniando su resurrección.
Ese
testimonio transforma el corazón de muchos, que poco a
poco dejan el judaísmo o el paganismo para hacerse cristianos a través del
sacramento del bautismo y recibiendo el don del Espíritu.
De modo que la
Iglesia comienza a caminar en medio de las luces y sombras propias de toda
sociedad donde hay justos y pecadores, pero guiada por el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo llega también para santificarnos a cada uno, por eso san Pablo (Gal. 5,16-25) insiste en la necesidad de dejarnos guiar por el
Espíritu divino, ya que en nuestro interior los deseos de la
carne luchan contra los deseos del espíritu.
En efecto, albergamos un corazón dividido porque "la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley"
Los deseos de la carne nos tironean para realizar
todo tipo de acto malo como la impureza, idolatría o enemistades, entre muchos otros, y los deseos del espíritu por el contrario quieren
llevarnos a vivir santamente, en la paciencia, la magnanimidad, el seguimiento de
Cristo en medio de las tribulaciones, todo aquello que enaltece en definitiva a
la persona cuando se deja guiar por el Espíritu Santo.
Nosotros necesitamos ser
dóciles a la obra y acción del Espíritu divino, pero
Dios no nos mueve como si fuéramos autómatas, sino que se derrama con su gracia en nuestros corazones y dependerá de nuestra respuesta libre para ser amigos
de Jesús y en el mundo dar testimonio de Cristo resucitado y de que
hemos recibido la fuerza de lo alto para transformarlo absolutamente todo.
Y si esto no acontece es porque el ser humano no se deja guiar por el Espíritu,
prefiere seguir sus propios criterios, u otros espíritus, pero no
el que proviene de Dios nuestro Señor.
De manera que en este día en que terminamos
el ciclo pascual es muy importante que nos amoldemos a una vida
diferente y nos dejemos influir dócilmente por la guía y la acción del Espíritu
Santo.
Y así, nosotros vamos descubriendo cómo con la ayuda de la gracia de Dios
podemos derrotar todo aquello que muchas veces pretende hacernos caer en el
pecado, en todo aquello que no es el bien obrar.
De modo que aunque seamos
débiles y pecadores, ilimitados, sin embargo no estamos solos. Ese Jesús que
prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos ha cumplido su promesa
enviándonos al Espíritu que viene a fecundar los corazones, y a transformarnos a cada uno de nosotros en resucitados que
buscan, que trabajan, que luchan para unirse más y más a Jesús y continuar su
obra en el mundo. Pidamos al Señor entonces que nos dé su gracia para poder
vivir bajo la guía y la ayuda del Espíritu Divino.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la solemnidad de Pentecostés. Ciclo B. 19 de mayo de 2024.
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