El profeta Elías lucha para que se mantenga la pureza
de la fe en el Dios Único, por lo que combate a los ídolos y a los sacerdotes
paganos que ha traído la reina Jezabel al reino.
Después de probar ante el pueblo quién es el verdadero Dios, Elías hace acuchillar a los sacerdotes de Baal, por lo que la reina pagana busca aniquilar al profeta por lo que este tiene que huir.
En el texto que acabamos de proclamar (I Rey. 19, 4-8) vemos cómo el profeta Elías es
alimentado en su camino en busca del monte Horeb, la montaña de Dios, aunque en el camino pide la muerte.
El alimento recibido le da fuerzas, le
permite caminar sin tropiezos hasta llegar a la meta y también combatir los
miedos, los temores, las inquietudes que lo acompañan mientras huye de la muerte.
Todo esto es un signo, es un anticipo de
los efectos que Jesús, que es el pan vivo bajado del cielo, produce
en el corazón del creyente.
A lo largo de nuestra vida necesitamos alimentarnos
con el pan vivo bajado del cielo, que es Cristo, recuperar las fuerzas,
muchas veces desgastadas, por mantenernos fieles al servicio del Señor.
Justamente el apóstol san Pablo (Ef. 4,30-5,2) enseña lo que debe ser nuestra vida
cotidiana con la realización de obras de caridad, necesitando de una
fuerza especial que sólo Cristo puede conceder.
¿Qué creyente puede
caminar en la historia de este mundo, viviendo a fondo el amor a
Dios y el amor al prójimo? ¿Qué creyente puede vivir este ideal de
no entristecer al Espíritu Santo? ¿Qué creyente podrá vivir evitando
discusiones, peleas, conflictos y tantos otros males que describe San Pablo si
no se alimenta con Jesús? Aún así todos tenemos la experiencia que recibiéndolo
al Señor con frecuencia, ¿cuánta falta de caridad tenemos en nuestra vida? ¡Cuántas veces tenemos actitudes para con el prójimo que no son las actitudes
propias que deben existir entre los hijos de Dios! Por eso más que nunca
necesitamos la presencia de Jesús en nuestro corazón.
Al respeto afirma que
aquel que se le acerca es atraído por el Padre, es decir, no somos nosotros los que lo hemos elegido, sino que es Dios mismo el que nos llama, convoca y conduce al encuentro de su Hijo, que se ofrece como pan vivo bajado del cielo.
Los judíos todavía no
atinan a entender, a comprender esta definición que de sí mismo hace Jesús,
porque tienen una mirada totalmente humana. Lo ven como el hijo de José, el carpintero, aseguran que conocen a su madre, o que lo conocen desde chico, es por eso que se preguntan ¿Cómo ahora viene a
decirnos estas cosas?
Es que para poder entender todo esto es necesario
iniciarse en la fe y caminar en la fe y aceptarlo al Señor como el Hijo de Dios
vivo, el cual se nos ofrece en este caminar hacia la tierra prometida del
cielo, como alimento que perdura hasta la vida eterna.
Este
banquete que es alimentarnos con el Señor es un anticipo del banquete del
cielo, nos prepara para la comunión plena con Dios en la vida eterna, recibiendo
a Jesús aquí en la tierra, para que Él nos vaya nutriendo y así podamos vivir
siempre buscando la voluntad del Padre que nos
ama y nos quiere como hijos suyos, porque nos mira como lo mira también a
su Hijo hecho hombre, Jesucristo.
Queridos hermanos, busquemos siempre este pan
de la vida. Sabemos que al comer el maná, el alimento temporal, moriremos, como
pasó en el Antiguo Testamento, pero en cambio al alimentarnos con Jesús nos
alimentamos para la vida eterna.
Tenemos la vida eterna incoada ya mientras
caminamos por este mundo. Busquemos siempre entonces alimentarnos con el pan de
vida, busquemos siempre vencer los obstáculos que se presentan para recibirlo al Señor.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIX del tiempo per annum. Ciclo B. 11 de Agosto de 2024.
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