Unida la Virgen al misterio de la salvación, muy especialmente con Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, fue necesario que también participara de la
gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Concebida sin pecado original,
toda ella fue preparada para ser la Madre del Salvador. Precisamente de esta
Maternidad Divina es de donde brotan todos los privilegios que la colman y que
la presentan delante de Dios Padre como a la criatura más perfecta de este
mundo, después de su propio Hijo hecho hombre.
María
Santísima, terminado el curso de su vida mortal, sin que su cuerpo se
corrompiera, fue llevada al cielo en cuerpo y alma.
Cuando nosotros morimos se
separa el alma del cuerpo y, mientras el cuerpo es sepultado, el alma comienza a vivir una realidad distinta, la de alma separada, hasta la resurrección final de los cuerpos.
En el caso de María Santísima, como
ella fue engendrada sin pecado original, ni tampoco cometió pecado personal alguno, ya gozan el cuerpo y
alma de la gloria del cielo.
Y su presencia en la vida eterna viene a colmarnos de confianza, en el sentido que así como está presente ante el trono
de Dios, nos está invitando a mirar las cosas celestiales y otorgando la certeza de que algún día, si morimos en amistad con Dios, llegaremos
también a la misma gloria que ella ya tiene para siempre.
El Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, define este dogma de fe, la Asunción de María Santísima en cuerpo
y alma a los cielos, y para ello tiene en cuenta la fe del
pueblo católico, que desde la antigüedad siempre celebró a la Virgen en la
fiesta de su dormición.
En efecto, la fe del pueblo
permanentemente aseguraba que María ya estaba gozando con su Hijo en la gloria
eterna, expresando también los santos padres esta verdad en el decurso del tiempo, por
lo que el mismo Papa Pío XII define que pertenece al contenido de la fe
católica el hecho de que la Virgen en cuerpo y alma ya se encuentra con su
Creador, ya se encuentra gozando de la vida que no tiene fin.
Y esto, porque convenía
que aquella que es la madre del Salvador ya esté con Él, convenía que aquella que
había permanecido virgen estuviera también gozando de la gloria sin fin, y así
va desglosando el Sumo Pontífice los diferentes argumentos que fundan el dogma.
Con esta Asunción de la Virgen
María se ha anticipado, podríamos decir, el triunfo del ser humano sobre la
muerte.
En efecto, si bien nosotros todavía estamos sujetos a la muerte corporal, la Asunción de María revela que la muerte ya ha sido vencida, no
solamente en Jesús, sino también en María Santísima, que ya permanece con Dios
para siempre.
Pidámosle a la Virgen que nos obtenga del Padre del Cielo la
gracia necesaria para mirar siempre a las alturas a las que
estamos llamados. Y que viendo a la Virgen ya en el Cielo para siempre, nos
animemos a trabajar en este mundo para vivir a fondo la
voluntad del Padre y vivir cada instante de nuestra existencia buscando
hacer bien a todos y así también dando gloria a Dios para siempre.
El Señor
ciertamente contempla nuestros buenos deseos y concederá la gracia que
necesitamos para poder transitar en este mundo con esa seguridad, con esa certeza, de llegar a la gloria que no tiene fin.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Asunción de María Santísima el 15 de Agosto de 2024.
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