20 de septiembre de 2009

“Me gloriaré en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gál.6,14)


1.-Reflexionando sobre el Evangelio de hoy (Marcos 8, 27-35) comprobamos que Cristo nos hace una pregunta muy incisiva para nuestro tiempo como lo fue en su época:”¿Quién dice la gente que soy yo?”. Enseguida vienen a nuestra mente infinidad de respuestas que se pueden encontrar en los diversos comportamientos humanos.

Hay quienes piensan en un Cristo con poderes especiales para atraer multitudes; algunos especularán con que es una especie de milagrero que asombra a los incautos; para otros el Dios terrible del Antiguo testamento que se ha hecho presente entre nosotros; para los más optimistas es el Dios bonachón que hace la vista gorda a todo lo que se hace, movido por su incansable deseo de ser misericordioso; algunos piensan de Él que es el “flaco”, como si se tratara de un amigo más; desde el mundo violento existen quienes sostienen que es un revolucionario frustrado; no faltará la afirmación de que se trata de un hombre más, a pesar de reunir condiciones especiales; para innumerables desconocidos es el “amuleto” que en forma de crucificado se cuelga al cuello aunque el modo de vivir de quien lo lleva deja mucho que desear; no pocos son los que lo trasladan crucificado en el extremo de un rosario que pende en el espejito retrovisor del auto, como fetiche que trae suerte. Y así podríamos seguir describiendo otras muchas posibilidades según la inventiva variada de las personas que caminan por este mundo.

Pero Jesús haciendo caso omiso de tantas y diversas opiniones sobre Él, vuelve a preguntar lo mismo a quienes nos presentamos como sus fieles seguidores incondicionales.

Como si nos dijera: “Ya conozco lo que piensa el mundo de hoy en general, y no me sorprende, ya que la cultura de este tiempo banaliza todo, aún lo más sagrado….pero dejando eso, ¿qué piensan ustedes, los que están aquí presentes celebrando la actualización del misterio pascual, la misa, ya que supongo que si están…es porque creen?”

Y Jesús espera que al igual que Pedro, cada uno de nosotros responda con seguridad: “Tú eres el Mesías”, -aunque no sería extraño que haya muchos que asombrados no sepan qué decir-.

¿Pero será así?, ¿Es Jesús el Mesías para cada uno de nosotros? ¿El que murió y resucitó para salvarnos del maligno e incorporarnos a la vida de grandeza que significa ser cristiano?

Si en verdad creemos que es el Mesías, el Hijo de Dios que nos quiere transmitir la vida divina, y no sólo un mero líder político o social como muchos lo consideraban en su tiempo, ¿está presente en nuestra vida de manera que nos dejemos rescatar por Él de las tinieblas por las que muchas veces nos sentimos rodeados?

2.-El apóstol Santiago (2,14-18) nos brinda un modo concreto para reconocer si nuestro conocimiento de Cristo pasa por una fe vivida en serio, ya que proclama que la fe debe manifestarse por las obras que realizamos.

En efecto, sólo si creemos que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre comprometeremos nuestra existencia con el camino que Él nos señala habitualmente, situación que no se da cuando nuestra mirada sobre el Señor no procede de una firme aceptación de su persona por la fe.

En relación con Jesús las obras implican pues, su concreto seguimiento. Esto supone el renunciar a nosotros mismos, es decir, dejar de lado nuestras ideas y criterios para dar lugar a lo que enseña. Renunciar a nuestra comodidad, al afán desmedido por el dinero y toda creatura, cuando con ello se contradice el Evangelio.

El renunciar a nosotros mismos significa también el vaciamiento interior de nuestro yo para dar cabida a la persona de Cristo, su mensaje y su vida, en aceptar y llevar la cruz que nos permite completar la pasión del Señor.

Cristo soportó la cruz injustamente para salvarnos. Nosotros la hemos de llevar, justamente, por los pecados propios y ajenos.

Si Cristo hubiera escapado a la Cruz y sufrimientos padecidos de hecho, como lo hacemos muchas veces nosotros, no estaríamos salvados del pecado y de la muerte eterna. Rehusar la cruz significa apartar el seguimiento de Cristo tal como Él nos lo presenta a cada uno de modo diverso.

Al igual que Pedro estamos tentados a pedirle –con criterios puramente mundanos-, que no asuma lo que significa el misterio pascual. Y también a cada uno de nosotros como a Pedro, nos dice: “Apártate de mí vista Satanás. Tú piensas como los hombres no como Dios”.

El no aceptar la cruz de Cristo no nos exime de llevarla de todos modos, ya que es como nuestra sombra, nos sigue inexorablemente, pero en ese caso se presenta como algo insoportable de sobrellevar. Sólo el asumirla con espíritu de fe hace posible que se convierta en fuente de alegría.

3.-El versículo del canto aleluyático nos enseña hoy lo que siente San Pablo respecto a la Cruz del Salvador al decir: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (Gálatas 6,14).

Esta afirmación constituye un verdadero plan de vida para el creyente ya que al referirse al mundo crucificado para él, está expresando que todo aquello que no proviene de Cristo no tiene cabida en su consideración y existencia cotidiana.

Y cuando afirma con total convencimiento que él mismo está crucificado para el mundo, está proclamando que su vida nunca podrá tener cabida en un mundo materialista para el que sólo importa el goce desmedido de todo lo que halaga los sentidos del cuerpo pero que asfixia el sentido espiritual del hombre nuevo.

Indudablemente lo que lleva a San Pablo a pronunciarse de ese modo es la certeza de que la fe en Cristo se ha de manifestar siempre en un obrar coherente con el conocimiento profundo que ha alcanzado del Salvador, no por mérito propio sino por medio de la abundante gracia de Dios que se ha derramado en su corazón.

Pablo tuvo que soportar muchas veces en su vida los mismos golpes que sufriera quien lo eligió desde toda la eternidad, por eso sabe qué significa prolongar la fe en las obras de cada día.

Y así no es antojadizo afirmar que el Apóstol Pablo, al igual que Jesús, experimentó lo que anunciaba Isaías del siervo sufriente (50,5-10), sin ser confundido, ya que recibía el auxilio que proviene de lo Alto.

4.-Ahora bien, profundizando en las enseñanzas del Apóstol Santiago, hemos de recordar que las obras prolongación de la fe confesada en Cristo, son no sólo continua adoración al Padre del Cielo, sino también un relacionarnos con el prójimo buscando siempre su bien.

Y así, quien no paga el justo salario para acumular más ganancias, no tiene fe. Quien no sale de su egoísmo y derrocha el dinero en lo superfluo cerrando su corazón al que menos tiene, tampoco la posee.

En estos días, en nuestra Patria, resuenan denuncias por la venta de medicamentos “truchos” con la finalidad de aumentar ganancias personales o de grupos en detrimento de la salud de muchos enfermos. Esto deja claramente en evidencia el desprecio por la vida y la dignidad humana y la falta más absoluta de una verdadera fe operante, ya que cuando no se considera al otro como alguien a quien se sirve, se desconoce también al Padre común de todos.

Santiago Apóstol nos está señalando que la fe sola no basta, aunque así piensen otras corrientes cristianas. Y esto es así, porque la fe sólo se demuestra cuando se prolonga en las obras, en el seguimiento de Cristo y en contemplarlo en el rostro de los demás hermanos.

En definitiva solamente quien cree que Jesús es el Mesías y está dispuesto a tomar su Cruz renunciado a su propio parecer y egoísmo, llega a ser su discípulo. Y sólo su seguidor e imitador pleno, podrá comprender que la fe debe manifestarse con las obras en bien de los demás.

Quiera el Señor iluminarnos interiormente para que tomando generosamente su cruz, logremos obtener el gozo que toda renuncia personal otorga.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía del domingo XXIV “per annum”, ciclo “B”. 13 de Septiembre de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

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