28 de septiembre de 2011

"El que hace la voluntad del Padre es verdadero hijo de Dios"

 
En la mentalidad judía estaba presente aquella idea de que los hijos debían satisfacer por los pecados de sus padres y viceversa, originando así el pesimismo, como si estuviera fijado el destino último de cada uno a pesar de sus obras.
 Ante esto, el profeta y sacerdote Ezequiel (18,24-28), que acompaña al pueblo al exilio, dejará como enseñanza el que la retribución de cada uno será conforme a las obras que realice, pagando por sus pecados, no por los de otros. Dentro de esta perspectiva, se deja sentado que cada uno, como ser libre, es capaz de tomar decisiones en un momento de su vida personal, contrarias a las opciones hechas en el principio. De allí que si el justo se arrepiente de obrar bien para vivir en la perversidad, se hace responsable de esos actos, y no se le tendrá en cuenta lo anterior. Por el contrario, quien vive lejos de Dios por su pecado, y cayendo en la cuenta de su error se convierte para iniciar una vida nueva, Dios le tendrá en cuenta esa transformación última de su vida.
Por lo tanto, con el mensaje de Ezequiel queda expresada la doctrina de la retribución personal por las acciones de cada uno.
Sin embargo, en el tiempo de Jesús, se comprueba que seguía flotando en el ambiente judío la antigua consideración acerca de la retribución. La curación del ciego de nacimiento –es un ejemplo-, suscita el interrogante sobre si la ceguera era fruto del pecado de los padres o del mismo ciego. Jesús responde que ni uno ni lo otro, sólo es ocasión para dar gloria a Dios, por quien es la luz del mundo.
Esta idea del sufrimiento unido al pecado está presente también en nuestros días, cuando nos admira que alguien sufra a pesar de ser una persona buena según la consideración general. O tratamos de diluir la gravedad o la responsabilidad personal con la idea de que todos somos igualmente pecadores, y hasta justificamos la opción personal sugiriendo que todos cometemos lo mismo. Parecería que todo el mundo miente, roba, es envidioso, se deja llevar por la ira, es infiel, cayendo la humanidad en una generalizada culpa que por lo mismo se disuelve en la nada, declarándose inocuo todo mal por el solo hecho de estar extendido en el mundo. En realidad, aún así, no se minimiza la gravedad del mismo, debiendo cada uno dar cuenta de sus acciones.
En el texto del evangelio (Mt. 21, 28-32) Jesús vuelve a tocar este tema de la retribución de nuestras acciones. A los sacerdotes y ancianos del pueblo les dice que "los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al reino de Dios", porque ellos que habían dicho "no" a Dios en un principio sin trabajar en la viña y optar por una vida de pecado, al escuchar la enseñanza de Juan el Bautista se convirtieron, creyeron en él y cambiaron de vida. Contrariamente, los judíos, habiendo dicho que "sí" a Dios por la alianza, terminaron por no vivir conforme a la primera elección realizada y no aceptaron a Jesús como al Hijo de Dios vivo. Más aún, a pesar que vieron el cambio operado en los publicanos y prostitutas no se convirtieron ni creyeron en el mensaje nuevo.
En el Nuevo Testamento nos encontramos con ejemplos de personas que viviendo contra la voluntad de Dios, ante el mensaje recibido de Jesús, cambiaron sus vidas por una sincera conversión y aceptación del Señor.
Tal es el ejemplo de Zaqueo y Mateo, publicanos, Pablo perseguidor de los cristianos, el buen ladrón, la mujer adúltera y otros casos emblemáticos que dijeron primero "no" pero luego dijeron "si", tomando rumbos diferentes a los que vivían en el pasado. Igualmente están aquellos que dijeron "si" pero no fueron a trabajar a la viña; tal como el joven rico que cumplía los mandamientos desde su niñez, pero ante el llamado a una vida más comprometida resuelve no seguir por el camino de la perfección; o el mismo Judas Iscariote que cambió su opción por Cristo para traicionarlo; o quienes aseguran querer seguir a Jesús pero sin disponerse a una total disponibilidad. Esto nos hace ver que nadie tiene asegurado el presente o el futuro, que la fidelidad a Dios no es para un momento de nuestra historia personal, sino que ha de ser siempre.
El justo del que habla el profeta Ezequiel que deja la justicia para elegir el mal, desestima todo lo que había vivido anteriormente, como si dijera, lo que he vivido, -el bien- no es lo verdadero.
Por el contrario, quien viviendo en el pecado resuelve convertirse para adherirse al Señor, está reconociendo que lo vivido anteriormente no lo hacía feliz, sólo era una ficción que ahondaba más y más el vacío interior.
En relación con la necesaria respuesta que el hombre ha de dar a Dios, San Agustín afirma que "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti".
O sea, nacemos a este mundo por voluntad de Dios, nos regala con la vida y demás dones, respeta nuestra libertad y, espera nuestra respuesta confiada.
La misma Palabra de Dios, por tanto, nos va dejando pistas concretas para mantenernos en el camino del bien ante ese Dios, que "manifiesta su poder especialmente en la misericordia y el perdón".
El camino pasa por lo que nos dice el apóstol Pablo hoy (Fil. 2, 1-11): "Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús", moldeando nuestro ser y existir al modo de pensar, de sentir, de hablar, de obrar, del mismo Jesús.
Por ese camino encontraremos la verdad y nos ayudará para mirar desde Cristo lo que nos acontece en la vida de cada día.
¡Cuántas cosas aparecen en nuestros días y no sabemos cómo actuar! Hemos dicho que "sí" al Señor, manifestando nuestro deseo de vivir y trabajar en su viña, en su campo, pero terminamos luego laborando en el territorio del espíritu del mal que nos seduce con tantas doctrinas extrañas al sentir cristiano de la fe, respecto al matrimonio, a la familia, a la vida, al amor, al uso de los bienes materiales. Terminamos muchas veces concluyendo con un rotundo "no" a Cristo cuando con espíritu levantisco reclamamos que la Iglesia se amolde a este mundo que transita en el relativismo, en la frivolidad, en el cambio por el cambio.
Sepamos darnos cuenta que Cristo y la Iglesia mantienen siempre su "sí" o su "no" en la vida cotidiana desde los orígenes de su enseñanza, lo cual nos hace ver que es la verdad que permanece aunque el mundo y la cultura en la que estamos insertos se dejen llevar por lo novedoso y no por la "novedad" del evangelio.
En estos días –por poner un ejemplo- salió en los medios la manifestación de una mujer que separada de su marido decidió implantarse un embrión congelado supuestamente fruto de ella y su marido. Como sabemos, cuando hay manipulación genética nadie puede asegurar la maternidad o paternidad ya que se está en manos de terceros que hasta pueden cambiar los "orígenes". Ante esto escuchamos todo tipo de versiones, criterios y juicios de valor.
Nosotros como cristianos que hemos dado el "sí" al Señor de la verdad, no debemos quedarnos con el parecer que recibimos de la sociedad que se alimenta de la "sabiduría" del mundo, sino iluminar seriamente nuestra inteligencia con las enseñanzas del evangelio y del magisterio de la Iglesia.
Hemos de progresar en un mirar la realidad que nos circunda, desde la fe y, no desde el criterio del sedicente "científico" de turno, que por lo general prescinde de toda mirada trascendente.
Para ello, con confianza inalterable, pidamos al Señor que no carezcamos de su iluminación y de la fuerza para vivir con coherencia la fe recibida en el bautismo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia "San Juan Bautista", en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVI durante el año, ciclo A.- 25 de Septiembre de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com  
 

No hay comentarios: