Y así “dicen los impíos: tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida”.
En nuestros días esta cita no podría ser más oportuna, especialmente en Santa Fe, donde desde hace un tiempo existe la controversia que separa a los médicos objetores de conciencia que se oponen al homicidio de niños y grupos provida por un lado, y los abortistas y grupos que defienden el inexistente “derecho” a matar a inocentes, enceguecidos por sus ideologías.
Se pretende utilizar desde el ámbito oficial a centros de salud para el homicidio bajo el ilusorio pretexto, al decir de una diputada provincial, que se cumple la ley, -que no existe, por cierto, más que en sus intenciones y deseos-, y que, más aún, aunque existiera una ley humana aprobadora del aborto, para cualquier persona recta sólo rige la ley de Dios “No matarás” al inocente.
Incluso ante esta intentada superioridad de la ley humana sobre la divina, debe ser recordada por nosotros aquélla afirmación que nos trae el libro de los Hechos de los Apóstoles (5, 29) cuando el apóstol Pedro y los apóstoles ante la prohibición de predicar a Cristo responden que “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Más aún, si el miedo a quedar “desprestigiados” en la concepción del mundo quisiera apartarnos de proclamar la verdad y defender el bien, ha de servir de apoyo a nuestro obrar la actitud de san Pablo (Gálatas 1, 10), quien siempre busca agradar a Dios y no a los hombres.
Estamos ante una verdadera estrategia del maligno que manifiesta el odio al Creador, odiando a las criaturas más débiles, los aún no nacidos, espíritu del mal a quien no hay que temer ya que siempre retrocede cuando se le hace frente con la verdad. De allí la importancia que esta sea la hora de los bautizados que hagan sentir su voz en medio de este obrar perverso.
Los ideólogos abortistas, presentes en los ámbitos de la sociedad civil, muchos de ellos ávidos de torpes ganancias, apelan ahora a la justicia, de la que descreen al quebrantar el derecho a la vida que es objeto de la misma, y se dicen “si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará”.
El creyente que quiere vivir este nuevo estilo de vida compartiendo los sufrimientos de Cristo quien anuncia nuevamente su misterio de cruz, muerte y resurrección (Mc. 9, 30-37), sabe desde la fe que no debe caer en la tentación de pretender la grandeza de los puestos de reconocimiento en la sociedad, ni buscar pasarla bien sin contratiempos, ni dejarse seducir por la mundanidad de los prometidos placeres fáciles, sino “que debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.
Ser servidor de todos implica la imitación de Cristo a lo largo de nuestra vida, contemplándolo a Él en el rostro de los que más nos necesitan, aquellos que constituyen la larga lista de los descartados de la sociedad por ser considerados innecesarios, inútiles o menos favorecidos en una sociedad opulenta que aprecia lo que resplandece en la consideración de la cultura del descarte, tan presente en medio de nosotros.
El mismo Jesús nos pide en el texto del evangelio que recibamos a los niños, que en nuestros días son si duda tanto los que se gestan en el vientre materno como los que se debaten entre la vida y la muerte por la desnutrición y el abandono, recibiéndolo a Él mismo y por ende al mismo Padre del Cielo.
Estas enseñanzas de Jesús nos hacen ver cuáles son las prioridades en su pensamiento y querer, y que para concretarlas necesita hoy más que nunca de la acción de todos los bautizados de buena voluntad, dispuestos a laborar por los derechos de los que no pueden defenderse, recordando al apóstol Santiago (3,16-4,3) que nos enseña que “la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera”.
La sabiduría muestra al creyente el momento preciso para actuar, buscando el bien, no sólo de los pequeños e indefensos perseguidos por la ideología del descarte, sino también procurando la conversión de los perseguidores, llamados también ellos, aunque quizás no lo sepan, a vivir como hijos de Dios, proclamando así la misericordia del Salvador de toda la humanidad.
El mismo apóstol profundiza esta idea, señalando que “un fruto de justicia se siembra pacíficamente para lo que trabajan por la paz”, de manera que el respeto por la vida humana, fruto de una verdadera justicia, se ha de sembrar trabajando por la paz, distinguiéndonos así de todos aquellos que movidos por el odio buscan la aniquilación de los que hacen el bien, como denuncia el libro de la Sabiduría que hoy hemos proclamado.
Queridos hermanos: iluminados por la Palabra de Dios y movidos por el ejemplo de Cristo, busquemos siempre ser los primeros en actitudes de servicio a los demás, manifestando la verdad oportuna e inoportunamente, defendiendo siempre la dignidad de las personas como imagen y semejanza de Dios que son, manteniéndonos pequeños como niños, confiados a la Providencia divina que nunca nos abandona ya que como cantamos en el salmo responsorial (53, 3.6-8) “El Señor es mi apoyo verdadero”.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXV durante el año. Ciclo B. 20 de septiembre de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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