Con el domingo de Ramos comenzamos a vivir el itinerario de Jesús hacia la cruz, hacia el sacrificio supremo en el que entrega su vida para la salvación del mundo.
La descripción de la Pasión del Señor que hemos proclamado nos muestra a los distintos personajes presentes en esos momentos trágicos quedando al descubierto tantas miserias, tanto odio, hasta alegría de parte de los jefes de los judíos cuando Judas arregla con ellos la entrega del Salvador.
Es tanto el disgusto que ha producido Cristo como camino, verdad y vida, que todo se va preparando para destruirlo, como acontece en nuestros días con todo lo que se refiera a Él, siendo rechazado por los extraviados que se alimentan con la mentira y que sólo buscan la muerte de todo lo cristiano.
El dolor asumido por el Señor ante tanta maldad y la consecuencia que se manifiesta en su ánimo, queda expuesto con aquél grito desgarrador “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Abandonado como hombre, ya que como Hijo está en comunión con el Padre y el Espíritu Santo, sufre la soledad más cruel.
Es ignorado por los apóstoles, que como dice el texto de la Pasión que hemos proclamado, lo abandonaron y huyeron dejándolo solo.
Estos mismos hombres lo habían acompañado durante varios años escuchando sus enseñanzas, asistiendo a los milagros realizados, compartiendo momentos de cercanía, y los últimos días participando de su entrada en Jerusalén, la última cena y el lavatorio de los pies, pero eso quedó olvidado sin que se lo siguiera hasta el final.
Este abandono se continúa a lo largo de los siglos ante tantas infidelidades de los creyentes, ya sacerdotes, obispos, feligreses y religiosos que Cristo ha de soportar a pesar de haber entregado su vida por la salvación de todos, llegando también a nuestros días ese olvido e indiferencia ante su Persona.
El permanente abandono del Señor se gesta y realiza porque no pocas veces los creyentes quieren pasarla bien, darse todos los gustos, ponen el centro de su vida en el placer o en el disfrute de todo lo mundano.
Pareciera que Cristo ya no tiene lugar en el corazón de muchos, como si le estuvieran diciendo que se quede en su mundo, que no moleste con sus exigencias, que el misterio de la Cruz ya es del pasado, que el “hombre nuevo” que existe en el presente no necesita de liberación alguna.
Toda época histórica ha tenido, por cierto, “olvidos” de Dios, y se lo ha abandonado, pero hoy, ha llegado a profundidades inéditas.
Esto ha desgarrado al mismo hombre que se siente desconfiado y abandonado de todo y de todos, sufre la soledad en la familia, en medio de los amigos, disconforme con toda la realidad existente, quejoso siempre como el pueblo de Israel cuando iba a la tierra prometida, descargando la causa de los males en el Creador, sin asumir jamás las culpas propias.
Un mundo que olvidado de Dios gime aplastado por sus miserias, y que se engaña buscando sin sosiego la felicidad en otra parte.
Insatisfecho siempre, camina el hombre por este mundo, deseando y esperando no sé qué cambio, sin convertirse a su Señor.
A pesar del abandono, el Señor sigue confiando en que volveremos a Él. Lamentablemente no siempre por amor, sino porque la amargura del corazón sin Dios lleva a recapacitar al hombre y, comprender que nunca se está feliz sino es en la casa de Dios ya que para Él hemos sido creados.
El Padre Raniero Cantalamessa, predicador del Papa, reflexionando sobre el texto de la Pasión según san Marcos, comparando la negación de Pedro con la de Judas, dice que el primero reconoció su pecado y lloró, reencontrándose nuevamente con Jesús, apelando a su misericordia, mientras Judas, si bien reconoce su pecado, sigue ensimismado en sí mismo, cae en la desesperación, se ahorca alejándose del todo del Señor, al no acudir a su misericordia
Marcos ciertamente ha conocido de primera mano esta confidencia de Pedro, de allí la importancia que reviste testimoniar su dolor.
Una vez, -relata el P. Cantalamessa- un niño al que se le había relatado la historia de Judas dijo, con el candor y la sabiduría de los niños: «Judas se equivocó de árbol para ahorcarse: eligió una higuera». «¿Y qué debería haber elegido?», le preguntó sorprendida la catequista. «¡Debía colgarse del cuello de Jesús!». Tenía razón: si se hubiera colgado del cuello de Jesús, para pedirle perdón, hoy sería honrado como lo es San Pedro.
¡Hermosa reflexión y verdadera conclusión! Colgarnos del cuello de Cristo debiera ser siempre la actitud nuestra cuando estamos en pecado y quizás no sabemos como salir de esa situación tan amarga.
Queridos hermanos: Analicemos el abandono constante que hacemos de la persona de Jesús y, arrepentidos retornemos a la amistad que generosamente nos ofrece siempre, para que redimidos por el misterio de la Cruz alcancemos la gloria de la resurrección prometida a la fidelidad humana mantenida en el transcurso de la vida temporal.
Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo de Ramos, ciclo “B”. 25 de marzo de 2018.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
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