22 de marzo de 2018

“La cruz, tantas veces ultrajada y odiada en nuestro tiempo, es para los incrédulos, incluso atraídos por ella, piedra de tropiezo y condenación”

“Ha llegado la hora  en que el Hijo del hombre va a ser glorificado” (Jn. 12, 20-33), responde Jesús a Felipe y Andrés que le comunicaron que unos griegos querían verlo.
También nosotros que nos preparamos como estos griegos para celebrar la Pascua adorando a Dios, hemos de  expresar nuestro deseo de ver al Señor, y aceptar el llamado de acompañarlo en el momento de “su” glorificación mediante la humillación.
“Ver” a Jesús no es sólo mirarlo con los ojos, sino contemplar con el corazón lo que significa el momento de su elevación en la cruz, descubrir el infinito amor manifestado por nosotros, de manera que participemos del mismo entregando también nuestra existencia con la generosidad con que Él lo hizo.
El mismo Jesús nos enseña que es necesario morir como el grano de trigo, para  no quedar solo, y dar mucho fruto en nuestra vida de bautizados, de manera que el morir deja de ser signo de pérdida para transformarse en vida abundante.
Sigue diciendo Jesús que el “que tiene apego a su vida la perderá”, significando con ello a toda persona que sólo piensa como los “de aquí abajo” (Jn. 8, 21-30), dándose todos los gustos y llevando vida mundana  con total olvido o desprecio de Dios y lo que significa la unión con Él.
Seguir a Cristo que ha dicho “Yo soy de lo alto.. Yo no soy de este mundo” (ib. Jn.8), implica no estar apegado a la propia vida  en este mundo y la seguridad de que la conservaremos para la vida eterna.
El misterio de la Cruz lleva consigo también un aspecto de debilidad, que la carta a los Hebreos (5, 7-9) recuerda diciendo que “Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión”, pero triunfó su voluntad divina obedeciendo al Padre ya que para su glorificación en la Cruz “he llegado a esta hora”.
Seguir a Cristo, pues, supone la decisión de morir con Él en la cruz de la humillación y de la ignominia, con la certeza de que se renace a una vida nueva, la de la gracia, que recrea y dignifica a toda persona humana que sea fiel al misterio de amor desplegado por Cristo para el bien del mundo.
La cruz, a su vez, es  tantas veces ultrajada y odiada como acontece en nuestro tiempo, porque representa para quienes no creen, a pesar de ser atraídos por ella, piedra de tropiezo y condenación eterna por no creer en el Señor.
Para los fieles, en cambio, la atracción que dimana de la cruz, permite otorgar un sentido nuevo a todo lo creado y a toda acción que realiza el hombre.
Precisamente el profeta Jeremías (31, 31-34) explica esta nueva realidad para el creyente, afirmando que la Alianza sellada por Dios y el pueblo elegido se caracterizaba por poseer una ley que desde el “exterior” encuadraba la vida humana, mientras que en los nuevos tiempos –el de Cristo- , Dios pondrá su Ley en los corazones de los hombres de modo que “Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo”, y así todos  lo conocerán “del más pequeño al más grande…..porque Yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado”.
Al estar escrita en el corazón de cada uno, esta Ley, la del Espíritu, penetra todo nuestro ser, es imposible desalojarla, y sirve de liberación y grandeza si se la sigue cada día, o de pena y sufrimiento si vivimos lejos de Dios y su guía.
Esta realidad explica el odio desatado contra Dios y todo lo que lo señale o signifique, por parte de quienes no creen o han apostatado, ya que viven “contra natura”, o sea, contra la Ley del Espíritu con la que fueron marcados, y aunque “el Príncipe de este mundo” es arrojado afuera por el misterio de la Cruz salvadora, el desprecio a la cruz  conduce al sometimiento diabólico.
El tiempo de cuaresma que transitamos nos debe llevar a implorar con perseverancia al Señor que  crea en nosotros un corazón puro, de manera que nos dispongamos a servir al Salvador por medio del seguimiento de su Persona y ser honrados así por el Padre.
Queridos hermanos: con humildad de corazón pidamos a Dios “nos conceda participar generosamente de aquel amor que llevó a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo” (or. colecta).
Por lo tanto, hemos de implorar el poder entrar en el corazón de Jesús para no sólo “entender” su amor, sino también, participar de los latidos de su corazón, y vivenciar el amor que siempre manifiesta a cada uno de nosotros y al mundo entero, ya que de ese modo podremos como Él, estar dispuestos a una entrega total por la salvación del mundo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo V° de Cuaresma ciclo “B”. 18 de marzo de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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