Nos encontramos reunidos para celebrar en esta tarde santa los sagrados misterios de nuestra salvación.
El primero de ellos es la institución del sacramento de la Eucaristía que contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestros señor Jesucristo.
Acabamos de escuchar en el libro del Éxodo (12,1-8.11-14) cómo se celebraba la Pascua Judía, anticipo del sacramento de la Nueva Alianza que instituiría Jesús en la última Cena, dejando en el pasado la alianza antigua.
San Pablo, por su parte, describe los signos que realiza Jesús al instituir el sacramento de su Cuerpo y Sangre, la Eucaristía, acción de gracias eterna al Padre del Señor y de cada uno de nosotros (I Cor. 11, 23-26).
La última Cena de Jesús será en verdad la primera de las muchas que se actualizarán a lo largo de la historia mediante el sacerdocio ministerial.
Y éste, el sacerdocio, es el segundo misterio que hoy contemplamos, sacramento del orden sagrado instituido por Jesús para que se realice por siempre la Eucaristía “en memoria mía” como nos lo dice abiertamente.
De manera que gracias al sacerdocio es posible al pueblo cristiano alimentarse con Cristo el Señor, toda vez que por las palabras de la consagración se hace presente en el altar y, por la comunión se distribuye generosamente a cuantos limpios de pecado se acercan a la sagrada mesa.
El tercer gesto de este día, es el misterio del servicio, por medio del lavatorio de los pies, a través del cual Jesús se pone al servicio de los demás, ya que amó a sus discípulos hasta el extremo.
El lavatorio de los pies es un signo de la entrega “hasta el fin” de Jesús a la humanidad toda, “lavándola” para el rescate de sus miserias y pecados, anticipo por tanto del sacrificio de la Cruz y Resurrección.
A su vez el Señor ordena que nos lavemos los pies unos a otros, es decir, poniéndonos al servicio de los demás por la incondicional entrega de sí.
Esta noche actualizaremos el gesto lavando los pies de doce recién nacidos, como una forma de alegrarnos del don de la vida naciente amenazada en nuestros días por proyectos homicidas que pretenden instalar el aborto.
Precisamente el domingo de Ramos ocurrió este año en la fecha que cada año celebra la Anunciación del Señor, el anuncio de la vida del Hijo de Dios que se hace hombre en María, en el día en que comienza el caminar de Cristo hacia la Vida Nueva de la Cruz que sella la Nueva Alianza.
Queremos significar nuestro compromiso como creyentes de defender y proteger siempre la vida naciente como presencia que es de la vida divina.
La vida humana recién nacida completa su pertenencia al Creador que nos quiere como hijos suyos, por medio del bautismo, que permite pertenecer a la Iglesia como Madre.
El servicio a la vida supone además acercar a estos niños desde pequeños a Jesús, el cual ya nos advierte diciendo “dejen que los niños vengan a mí”.
Decir no sólo sí a la vida humana, sino también a la divina, procurando que los niños, debidamente instruidos por la fe de sus padres, puedan recibir a Jesús Eucaristía, asimilando al Señor en sus corazones y convirtiéndose a Él para vivir la vida de la gracia en profundidad.
Pero, además, el servicio a la vida incluye colaborar para que los niños descubran su vocación de servicio, ya sea comprendiendo la belleza del matrimonio por medio del testimonio de sus padres, como la grandeza del sacerdocio o de la vida religiosa, estilos de vida por los que el ser humano decide hacer permanente oblación de sí mismo a Dios y a sus hermanos.
Queridos hermanos: aprovechemos la celebración de estos misterios santos para meditar sobre la grandeza de vida a la que fuimos llamados y que el Señor Dios espera que nos animemos a asumir.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la misa del Jueves Santo, 29 de marzo de 2018 ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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