El evangelio del día (Lc. 3, 1-6) nos presenta la persona de Juan Bautista comenzando su misión de preparar el camino para que todos se dispongan a recibir a Jesús.
De Juan nada se dice de su niñez y adolescencia, de Jesús sólo se advierte después de ser encontrado con los doctores de la ley, que crecía en gracia y estatura delante de Dios.
Ya han pasado más de veinticinco años y aparece Juan en medio del pueblo, no por una decisión personal, sino porque es enviado por Dios, el cual “dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto”.
La mención que realiza Lucas que esto aconteció en un escenario histórico concreto, señalando cuáles eran los gobernantes de su tiempo, parece indicar que comienza a especificarse la salvación de la historia, como ya había mostrado el encuadre histórico en el nacimiento del Señor indicando esto como la plenitud de los tiempos, la realización de las promesas mesiánicas.
Es decir, que no es solamente historia de la salvación que descubre el designio de Dios eligiendo humildes personajes para dar a conocer su voluntad, sino que la salvación del hombre ha comenzado.
Así queda patente cuando Juan, después de haber recibido la palabra, comienza “a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”.
En nuestros días, también nosotros con la certeza de que la primera venida del Señor se ha realizado y desde la cual nos orientamos hacia la última, estamos llamados y somos enviados a la sociedad y culturas de nuestro tiempo, para hacer presente en un mundo indiferente ante Dios, que Éste no sólo ya ha venido a nuestro encuentro, sino que sigue viniendo permanentemente al corazón de cada persona de buena voluntad.
Así lo recuerdan diferentes santos cuando hablan de la venida intermedia a lo largo de las generaciones y que se concreta también en nuestros días.
De allí la necesidad de que en cada año de nuestra vida temporal se repita la espera vigilante de la venida del Señor, tanto de la primera en la que viene a salvarnos, como de la última que viene a juzgarnos, pero transitando la intermedia de la conversión de vida a la que nos llama el profeta Isaías.
No sólo en la sociedad sino también en cada uno existen obstáculos que impiden la llegada del Señor al corazón de cada persona.
Por eso es necesario allanar el camino, bajar los montes de la soberbia, rellenar la hondura de los pecados, revestirnos de las enseñanzas de Jesucristo, volver rectos los caminos torcidos de nuestra vida, huir de las sendas sinuosas por las que no pocas veces pretendemos escaparnos de la voluntad de Dios nuestro Padre.
San Pablo, escribiendo a los cristianos de Filipos, y a nosotros también (Fil. 1, 4-11), manifiesta el cariño que tiene por la comunidad ya que contempla cómo crecen en santidad de vida, poniendo sus ojos en la meta futura de la segunda venida del Señor y en la gloria que les espera a todos los fieles junto a Dios en la eternidad.
Se advierte, por tanto, que cuando el creyente vive iluminado por la certeza de la segunda venida de Jesús, transita esta vida temporal adhiriéndose a su Persona, presente ya por su primera venida en carne, en la sociedad en la que estamos insertos.
El apóstol enaltece la actitud de la comunidad creyente que no conforme con vivir esto se preocupa por la difusión del evangelio, creciendo en el conocimiento de la verdad revelada para discernir siempre cuál es la voluntad de Dios para la vida de cada día.
Queridos hermanos: convencidos de que hemos de compartir con otros la alegría de la venida del Señor, tratemos de dar a conocer entre familiares y amigos la presencia asegurada de la salvación humana.
Cuando el creyente vive de la presencia cierta entre nosotros de Jesús Salvador, es capaz de vencer el obstáculo, tan común de nuestro tiempo, del desaliento y de la desconfianza de que podamos hacer algo todavía en bien de la humanidad.
El espíritu del mal busca en nuestros días que caigamos en el desánimo y que pensemos en la imposibilidad de llevar el mensaje de salvación traído por Jesús, ya que la sociedad no escucha o está preocupada por otras distracciones de momento o de por vida.
Nosotros, en cambio, hemos de pensar, que así como Juan Bautista pudo predicar en el desierto la conversión y, que muchos respondieron al llamado, así también en nuestros días no pocos son los que viven en la aridez de la ausencia de Dios y esperan el mensaje del evangelio, sin saberlo, para encontrar alivio y la certeza de vida nueva que el mundo no puede ofrecer, porque sólo Dios quiere lo mejor para todo redimido.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el segundo domingo de Adviento, ciclo “C”. 09 de diciembre de 2018.
http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
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