15 de diciembre de 2018

Con la venida de Jesús, la paz de Dios que supera lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado nuestros corazones y pensamientos.

En el evangelio del domingo pasado (Lc. 3,1-6), Juan Bautista en su predicación en el desierto exhorta a allanar los caminos para la Venida del Salvador. Se trata de un llamado a la conversión ya que Jesús que nace para nosotros, nada puede hacer si el corazón del hombre se encuentra endurecido por el pecado y alejado de Dios.

En la liturgia de este domingo, el precursor (Lc. 3, 2b-3. 10-18)  que se ha hecho eco del profeta Isaías, anuncia “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”, lo cual suscita que la gente, quizás desorientada por no saber qué hacer, le pregunte acerca de cómo vivir la conversión, manifestando así el deseo de conducirse según Dios,  diciendo “¿Qué debemos hacer entonces?”.
Juan partiendo de la vida o profesión de cada interlocutor, muestra el camino concreto a recorrer, y así, quienes mucho poseen deben aprender a compartir vestimenta, comida o incluso afecto y compañía; a los que cobran impuestos les dice que sean justos y no busquen su conveniencia; a los soldados que no extorsionen a nadie, que no hagan falsas denuncias, en fin, mostrando a todos un camino posible a seguir.
En nuestros días, como Iglesia, hemos de denunciar que el hombre se ha olvidado y alejado de Dios, prescindiendo de buscar agradarle.
Al mismo tiempo se ha de señalar firmemente que este abandono relacional con Dios Creador ha conducido a todo tipo de injusticia y maldad, que perjudican la vida personal y comunitaria de cada persona.
Tanto ayer como hoy, el corazón del hombre, herido por el pecado original debe ser curado por medio de una conversión sincera que abarque los distintos ámbitos de su existencia en este mundo.
En el orden social y económico, precisamente en Argentina, en esta semana se hizo público el resultado del estudio realizado por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina midiendo la pobreza estructural que se abate desde hace no pocos años.
De este estudio resulta que la pobreza ha llegado al índice más alto en diez años, alcanzando al 33,6 % de los ciudadanos, o sea 13 millones 200 mil  personas, evidenciando la existencia de un pobre  por cada tres ciudadanos en el país.
Esta realidad debiera golpearnos a todos los que creemos y esperamos  la venida redentora de Jesús, el cual ingresó a la historia humana y llega cada año a toda persona de buena voluntad para rescatarnos de nuestros pecados y de las miserias más profundas.
La debacle económica social existente es fruto de una larga historia de corrupción en la sociedad, del desinterés de los que viven de la política por encarar en serio los problemas despojándose de los intereses partidistas, de las empresas que sólo piensan en pingües ganancias,  de los  sindicatos que buscan sólo el poder personal o sectorial, del pueblo en general, en fin, que ha perdido el espíritu de austeridad cristiana.
A su vez, no pocas personas de buena voluntad en la actualidad, se encuentran confundidas por la herida que ha dejado el imperio del relativismo moral venido desde fuera como lamentablemente también desde dentro de la misma Iglesia.
Tanto se relativiza la vida moral quitándole su fundamento en la ley natural, que no pocos piensan que la Iglesia ha cambiado, se ha amoldado a los tiempos que vivimos y que lo visto como pecado en otro tiempo ya no lo es.
Perdida la vivencia de una fe firme, la moral misma está herida de muerte por lo que no es de extrañar que también hoy las personas de buena voluntad pregunten ¿Qué debemos hacer para estar preparados y recibir dignamente al Mesías que viene a nosotros?
La acción personal más perfecta será transformar el corazón encontrando el amor de Dios que hemos perdido por culpa nuestra.
Relacionado con esto,  el profeta Sofonías (3, 14-18ª) que precede algunos años a Jeremías, exalta la alegría reinante en el corazón del judío piadoso que se ha convertido y recibido la venida del Señor su Dios que salva, salvación marcada por la renovación en el amor.
Para el profeta se trata de encontrar el amor perdido ya que “¡El Señor tu Dios está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta”.
San Pablo escribiendo a los filipenses (4, 4-7) refuerza la idea de alegrarnos en el Señor como  característica del creyente de siempre.
No se trata de la alegría que compartimos por una misma causa con tal o cual persona, familiar o amigo, sin que esto nos comprometa con el otro de modo alguno o signifique que participamos de su misma vida.
Alegrarse en el Señor es testimoniar al mundo y ante todo aquel que busca al Señor de la historia, que la amistad con Jesús, la imitación de su vida, el seguimiento de su palabra nos hace plenamente felices.
Esta alegría esperada y ya incoada por la conversión, permite que esperemos ansiosamente cada año renovar su venida en medio de la sociedad, expresando con actitudes concretas de bondad que la presencia del Señor nos transforma, nos permite crecer en el camino de la santidad haciéndonos instrumento de vida nueva en la sociedad en la que estamos insertos.
La ya segura presencia del Señor imitado por nosotros, y por lo tanto su permanente cercanía, hace que no nos angustiemos por nada –como reclama el apóstol-  convencidos que en sus manos y providencia descansamos aún en medio de las  persecuciones sufridas a causa suya.
Queridos hermanos: la vida diferente presente en el adviento de la llegada del Señor, hará realidad que “la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes”.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “C”. 16  de diciembre  de 2018. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



No hay comentarios: