15 de marzo de 2022

La transfiguración confirma el misterio de la Encarnación, de modo que los discípulos y nosotros, vislumbramos la divinidad de Jesús.

Este segundo domingo de cuaresma es llamado también domingo de Abraham y de la transfiguración, en referencia  a la primera lectura (Gén. 15,5-12.17-18) y del texto del Evangelio (Lc. 9, 28b-36).
En el caso del Génesis se nos muestra la alianza que Dios realiza  con Abraham por medio de este rito tan extraño para nosotros, cual es el pasar por el medio de unos animales descuartizados.
Es interesante comprobar cómo en realidad es una alianza unilateral ya que quien se compromete totalmente es el mismo Dios, el cual nos enseña  que Él siempre cumple las alianzas, los pactos realizados con nosotros, mientras los hombres tantas veces frágiles, no cumplimos con lo prometido, aunque este no es el caso de Abraham.
Abraham  fue fiel a la alianza sellada con Dios, tan fiel fue que estuvo a punto de sacrificar a su propio hijo Isaac, al hijo de la promesa, aunque esto le doliera, porque Dios se lo pedía.
Esta alianza  está anticipando la  Alianza definitiva que se sella con la sangre de Cristo derramada en la cruz por la salvación del hombre.
Este texto se enmarca se relaciona con  la Transfiguración del Señor que anticipa la manifestación de su gloria en la Cruz y Resurrección.
El texto de Lucas dice que Jesús tomando a Pedro,  Santiago y  Juan, suben al monte Tabor a orar, y con ellos subimos también nosotros, invitados a ascender a las alturas para contemplar la pequeñez de lo que acontece a nuestros pies, y en la que muchas veces nos confundimos.
Es decir, desde la altura de la contemplación sólo es posible advertir la pequeñez de este mundo y lo que acontece en él, percibimos lo insignificante que es todo lo de acá, le damos a las cosas  la ubicación que no podemos apreciar cuando estamos también en la superficie.
En el monte Jesús se transfigura, “su rostro cambia de aspecto” y sus vestiduras aparecen con una blancura deslumbrante que encandila también a los tres discípulos.
Esta transfiguración confirma el misterio de la Encarnación, ya que si  los discípulos veían en Cristo significativamente su humanidad, con la transfiguración vislumbraron su divinidad y su gloria.
Ante esto, los discípulos están somnolientos, porque lo que están contemplando los abruma, los apabulla, como pasará después en el monte de los Olivos que se duermen mientras Jesús ora, y esto sucede ya que lo contemplado  está por encima de la comprensión humana.
Ante esto, Pedro llega a decirle a Jesús: ¡qué bien estamos aquí, qué hermoso es estar aquí, hagamos tres carpas, una para Ti, otra para Elías y otra para Moisés!, sin saber lo que decía, ya que Pedro  se quedaba en la contemplación de la gloria de Dios, en la divinidad de Jesucristo, pero no tenía en cuenta el misterio de la cruz que sea  ha de realizar primero.
Se relaciona esto con San Pablo quien afirma (Fil. 3,17-4,1) que hay enemigos de la Cruz de Cristo,  que viven en el vicio –no era el caso de Pedro- que se sienten atraídos por aquello que los llena de vergüenza, manifestando de esa manera que  el ser humano le dispara al misterio de la cruz, a lo que es el sufrimiento, a lo que es anonadamiento, el abajarse, mientras busca siempre la gloria terrena y pasajera, de allí que Lucas diga que Pedro no sabía lo que decía.
La conversación entre Jesús, Moisés y Elías, no sólo indica el cumplimiento de la Ley y los profetas en la persona del Señor transfigurado, sino que  hablan de lo que va a suceder en Jerusalén.
O sea que la clave está en que el Hijo de Dios hecho hombre se manifiesta en su gloria, pero para llegar  a la misma, es necesario pasar por la cruz, además con la transfiguración y contemplación de la divinidad se quiere proveer a los discípulos de cierto antídoto ante lo que van a ver cuando llegue el momento de la pasión y muerte del Señor.
Es decir, cuando vean el desenlace final,  se acuerden en ese momento que después de la cruz viene la resurrección. Aunque por debilidad el mismo Pedro lo niega tres veces a Jesús, es posible que el recuerdo de la transfiguración lo lleve a recomponer su relación con el Señor y llore amargamente.
Ahora bien, una vez que hemos orado con el Señor, y contemplado su divinidad, hemos de descender con Él, para volver otra vez a la superficie acompañándolo en este caminar por el mundo,  haciéndolo  presente en la sociedad, para que Jesús no esté solo.
Ahora bien,  como hemos de alimentarnos cada día con la Palabra del mismo Jesús, el Padre del cielo advierte: “Este es mi Hijo muy querido escúchenlo”, para posteriormente realizar su voluntad.
¡Qué distinto sería el mundo si escucháramos más a Jesús tratando de seguir sus pasos y vivir sus enseñanzas!
Queridos hermanos: la transfiguración del Señor nos asegura que después de la cruz viene la resurrección, continúa la gloria con Jesús,  lo cual recuerda también el apóstol San Pablo.
En la Eucaristía somos elevados a la contemplación de la presencia del Señor en las especies de pan y vino, y una vez alimentados con Él, descendemos nuevamente a la tierra, a las cosas cotidianas,  pero ya nuestro ser se ha transformado con el resplandor que hemos recibido, y podemos transmitir gozosamente lo escuchado y asumido.


Padre Ricardo B. Mazza. Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el segundo domingo de Cuaresma, ciclo “C”. 13 de marzo de 2022- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-


     

 



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