Hemos escuchado la
proclamación de este texto de San Pablo, tomado de la carta a los cristianos de Roma (6, 3-4.8-11) que describe la clave de la vida del cristiano que se inicia por el sacramento del
bautismo.
En efecto, cada uno al ser bautizado muere al pecado asumiendo la muerte de Cristo en la Cruz cargando nuestras culpas, y emerge resucitado siguiendo al Señor vuelto a la vida.
O sea, comenzamos
una vida nueva imitándolo a Cristo en su resurrección que vive para el Padre, por lo que renovados interiormente hemos de vivir también para el Padre Dios.
De este modo se nos recuerda cómo se transforma la existencia humana, ya que vivir para Dios significa preparar a través del tiempo la llegada a la meta última
que es la contemplación del mismo.
Creemos, pues, que hemos nacido para Dios, redimidos y guiados
por el Espíritu Santo para participar plenamente de la
vida divina.
Por eso no es de extrañar que Jesús afirme (Mt. 10,37-42) que quien quiera ser su discípulo tiene que amarlo a Él más que a su padre, a su madre, a sus hijos, a sus seres queridos.
No quiere decir esto
que impulse un olvido de los lazos que tenemos con nuestra
familia, sino que está señalando cuál ha de ser el orden, la primacía en todo
lo que es el amor del cristiano.
Justamente cuando el amor supremo está
puesto en Dios, esto repercute favorablemente en el amor a los seres queridos.
Cuanto más se ama a Dios nuestro Señor, el cristiano más busca que aquellos que
están ligados a Él por lazos de sangre, también encuentren el mismo camino del
seguimiento de Dios nuestro Señor, del seguimiento de Cristo.
Para el que no
tiene fe, para quien Dios no es el más importante en su vida, no va a pretender
para sus seres queridos algo superior a lo que pueda tener en este mundo. Sin
fe la persona quiere que sus seres queridos tengan un buen pasar, un buen
trabajo, gocen de salud, tengan bienes, tengan amigos, que en sí mismo no está
mal, pero todo se queda en una mentalidad totalmente horizontal que se conforma
con el bienestar meramente terrenal.
Cuando el amor a Dios es lo primero, cuando es la
clave de nuestro caminar cada día, entonces tenemos una mirada nueva para con
nuestro prójimo más cercano, que son los familiares y, queremos también que todos
nuestros seres queridos caminen hacia Dios.
Yo me acuerdo siempre, hace unos
años atrás, un matrimonio joven, después de mucho esperar, nació al final la hija, pero falleció poco tiempo después de haber
nacido y había sido bautizada. A mí me conmovió no poco lo que estos padres
cristianos me decían: "Padre, aunque nuestra hija haya muerto, nosotros estamos tranquilos porque hemos traído al mundo a alguien que ya está en el cielo, que ya
se ha encontrado con Dios para siempre". Y Dios ciertamente los siguió ayudando
porque tuvieron otros hijos. Esa es realmente la escala de valores, de amor
para con los seres queridos, los amamos en Cristo nuestro Señor y esperamos para
ellos lo mejor, y al mismo tiempo se cumple aquello de que Dios que no se deja ganar en generosidad.
Por otra parte en
el Evangelio (10,37-42) Jesús dice "el que trata a un profeta porque es profeta será
recompensado como profeta". Justamente la primera lectura (2Rey. 4,11.14-16) nos trae este texto
hermosísimo que narra cómo esta mujer que ve en Eliseo el
profeta, a un hombre de Dios, le procura que tenga alojamiento digno cada vez
que pasa por la zona.
O sea, ella se brinda totalmente al profeta porque ve que
es un hombre de Dios y ella ama a Dios. ¿Y cuál es el premio? ¿Cuál es la
recompensa? El profeta Eliseo le dice, como portavoz de Dios, "dentro de un año
tendrás un hijo en tus brazos", de modo que el premio por haber atendido a un profeta
es el que podía otorgar Eliseo interviniendo delante de Dios,
pidiendo por ella y su marido.
Y así cada cosa que nosotros hacemos, lo hemos
de hacer siempre movido por el amor a Cristo nuestro Señor.
En el mundo en el que
estamos insertos hoy en día, la tentación más grande es la del egoísmo, de
centrarnos únicamente en nuestro mundo, en nuestras necesidades, en nuestros
criterios y tratar de alejarnos de las problemáticas de los demás.
Pues bien,
si el Señor es el primero en nuestro corazón, necesariamente el amor a Cristo
conduce al amor a los hermanos, el amor a los ancianos, cuidándolos
cuando más necesitan de nosotros, el amor hacia aquellos que son los desechados
de la sociedad y que podemos prestarle una mano, el amor a los enfermos a
quienes atendemos y por quienes rezamos, el amor por aquellos que nos hacen el
bien, pero también el amor hacia aquellos que nos hacen el mal, porque estamos
llamados a amar a nuestros enemigos.
Y así entonces toda nuestra vida cambia,
incluso en los sufrimientos, por eso dice Jesús que hemos de cargar
con la cruz de cada día.
Cada uno conoce sus debilidades, sus problemas, sus
dificultades, y al cargar esta cruz que el Señor pone sobre nuestros hombros,
tratando de unirnos a lo que Él mismo ha sufrido, se convierte en medio de
salvación, de perfección personal, de vigencia del amor de Dios en nuestro
propio corazón.
Queridos hermanos: no tengamos miedo de amar a Dios sobre todas
las cosas, de amar a Jesús que nos acompaña en el camino de esta vida, sabiendo
que Él no nos quita la posibilidad de amar a nuestros seres queridos, sino que
cuanto más lo amemos a Él, más amamos a nuestros seres queridos.
Seguramente
hemos visto en nuestra vida, no pocas veces, que existen personas que se
despreocupan del prójimo. ¿Cuál es la raíz de esto? La falta de amor a Dios. Si
yo no amo a Dios, sino no amo a Cristo que me ha salvado y me ha llevado a una
vida nueva, por su muerte y resurrección, difícilmente veré en el otro el
rostro del Salvador.
Pidamos que no nos falte nunca la gracia de lo alto para
vivir este ideal.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño. Homilía en el domingo XIII del tiempo durante el año.02 de julio de 2023, en Santa Fe, Argentina.
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