8 de octubre de 2015

“Insertos en la cultura de lo provisorio, el Señor nos enseña que con su ayuda, podemos vivir dignamente el matrimonio”


Los textos bíblicos de este domingo nos permiten colocarnos en sintonía con el Sínodo de los Obispos sobre la Familia en el mundo moderno que hoy comienza en Roma.
El matrimonio constituido por un varón y una mujer queda explicitado ya en el Génesis (2,4b.7ª.18-24)   como así también se describe la fisonomía del ser humano.  Dios crea al hombre de la arcilla de la tierra y piensa en hacerle una ayuda adecuada ya  que “no conviene que el hombre esté solo”. 
Por lo tanto, modela también de la arcilla de la tierra a los animales del campo y a  los pájaros del cielo, para que el hombre  como creatura superior y señor de lo creado, les ponga un nombre, pero a pesar de este ejercicio de su señorío, el hombre no encuentra la ayuda adecuada. 
El ser modelado de la arcilla pone de manifiesto la debilidad del hombre desde lo íntimo de su ser, la precariedad de su existencia en este mundo, pero también se hace visible su fortaleza porque tiene su origen en Dios, quien en definitiva le otorga la ayuda adecuada con la creación de la mujer.   
El sacar la costilla del hombre para crear la mujer, indica poéticamente que ambos están destinados para encontrarse mutuamente, para que se complementen, sin que sea posible constituir la unión tan estrecha cual es el matrimonio sin la presencia de un varón y de una mujer.
Es notoria la alegría del varón ante la presencia de la mujer que forma parte de sí mismo, “¡esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”-exclama-, poniendo en evidencia que desde el principio no sólo está llamado el hombre a la comunión con su Creador, sino también con los demás, especialmente con la mujer si desea encontrarse “con su otra parte”.
Esta unión entre el varón y la mujer prolonga en la sociedad y el tiempo, la unión estrecha que existe entre Cristo-Cabeza y la Iglesia- Cuerpo, ocupando el varón el lugar de Cristo-Cabeza, y la mujer el de la Iglesia-Cuerpo místico de Cristo.
En relación con esto percibimos el movimiento de todo lo creado  dirigiéndose  al mismo Jesús, el cual por el misterio de su muerte y resurrección santifica a todos los que le son fieles, conduciéndolos a la gloria (Hebreos 2, 9-11), y así  la presencia de Cristo en el matrimonio supone la conversión y purificación del mismo para obtener las gracias y dones necesarios a una vida en plenitud para los cónyuges.
Cristo habla de la unión esponsalicia de tal modo que cuando lo interrogan acerca del divorcio (Mc. 10, 2-12) dirá que Moisés lo permitió en el Antiguo Testamento a causa de la dureza  del corazón humano, pero que desde el principio las cosas no fueron de ese modo.
Esta advertencia que señala, nos hace caer en la cuenta que a pesar de los dos mil años de presencia de Jesús entre nosotros, el corazón humano sigue sin convertirse, prevaleciendo la dureza del corazón, ya que el creyente no se ha entregado totalmente al Cristo Redentor quien es el único que puede sacarnos de  las miserias de la humanidad.
Al hablar el Señor de la indisolubilidad del matrimonio afirma que el varón deja a su padre y a su madre, se une a su mujer y, los dos se hacen una sola carne, de manera que por esta nueva realidad esponsalicia, se ha concretado el compromiso de que “el hombre no separe lo que Dios ha unido”. 
Por lo tanto, según la lógica interna del hecho de ser una sola carne, cuando se da el divorcio  por el que uno de los cónyuges o los dos, se unen a otra persona,  comienza la vivencia del adulterio.
Cuando Cristo habla del divorcio, por lo tanto, se refiere a aquellas situaciones  en las que por voluntad de uno de los cónyuges o de los dos de común acuerdo, se resuelve dar por terminado un  matrimonio que en sí mismo es verdadero y por lo tanto válido.
Esta figura del divorcio no es comparable  con lo que conocemos como nulidades matrimoniales, -cuyo proceso jurídico el papa Francisco ha agilizado en los últimos tiempos-, ya que en estas situaciones se declara que tal unión tuvo la apariencia de matrimonio válido sin serlo, por la existencia de algún impedimento en las personas contrayentes, como la ausencia de las disposiciones requeridas en ellas para el sacramento.
En nuestros días, por lo demás, en no pocos matrimonios con dificultades, en lugar de hacer todo lo posible para superarlas, sabiendo que se cuenta con la gracia del sacramento, se decide dar fin al compromiso contraído.
La mentalidad tan frecuente de que el amor no es para siempre, o que la persona tiene  “derecho” a realizarse de otra manera cuando no “siente” más el compromiso contraído, concluye  en la búsqueda de otros rumbos.
La mentalidad divorcista deja al descubierto, por otra parte, que el corazón humano no ha dejado de lado la dureza de la que habla Jesús en el texto del evangelio, conduciendo la falta de verdadera conversión a daños irreparables no sólo a la institución familiar como a sus integrantes.
El Señor quiere hacernos nuevamente un llamado a creer que es posible, con la ayuda divina, por cierto, vivir dignamente como matrimonio cristiano a pesar de los peligros y ataques a los que se ve expuesto en la cultura de lo provisorio en la que estamos insertos en la actualidad.
Hoy más que nunca la familia necesita de matrimonios sólidos que den acogida a los hijos que de la generosidad de los padres vienen al mundo, se vayan formando y creciendo como personas e hijos de Dios, de manera que aumente siempre el número de los convidados a la mesa celestial como vocación última y sagrada de toda persona humana.
Pidamos insistentemente al Señor que fortalezca a los matrimonios que Él ha consagrado por el sacramento, que prepare los corazones de los novios que ansían comprometerse de por vida y ser fuente de alegría para otros, de manera que su testimonio atraiga a todos los que todavía no han descubierto la  verdad y belleza del matrimonio cristiano, y así se animen a asumirlo con entusiasmo y  perseverante decisión.


(Bajorrelieve:  Duomo de Módena)



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVII durante el año. Ciclo B. 04 de octubre de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com










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