14 de abril de 2019

“Con la divinidad que se oculta, Cristo padece y soporta por nosotros humillaciones y sufrimiento, sin que medie alivio alguno”


 Suplicamos a Dios Padre en la oración del comienzo de la misa de hoy, que nos conceda recibir las enseñanzas de la Pasión de Cristo, ya que nos muestra su ejemplo de humildad, de manera que podamos participar un día de su gloriosa resurrección. 


Los textos bíblicos del día precisamente nos describen intensamente las humillaciones del Señor aceptadas por amor a cada uno de nosotros.
Y así, el profeta Isaías (50, 4-7) anticipando el futuro del Señor, describe los ultrajes que recibiría  en obediencia a su Padre: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que  me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían”, asegurando a su vez que será consolado en medio de los sufrimientos.
En la Pasión (Lc. 22, 7.14-23,56) se refieren los ultrajes que recibió el Señor, sabiendo desde la fe, que fueron causados por nuestros innumerables pecados, e incluso en previsión de lo que sucedería, es consolado en el huerto de los olivos ya que “se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba”.
En obediencia al Padre dirá “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”, orando más intensamente en medio de la angustia.
San Pablo (Fil. 2,6-11), a su vez, afirma que Jesús “que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente; al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”.
Se respira en toda la liturgia del día humillaciones continuas y  padecimiento de todo género de sufrimientos, porque “presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”.
San Ignacio de Loyola en el texto de los ejercicios espirituales, presentando los momentos de la Pasión del Señor, insiste en que contemplemos cómo la divinidad se esconde, para que advirtamos que quiso padecer íntegramente el dolor y soportar el sufrimiento sin que mediara alivio alguno a través de su naturaleza divina.
Para el ser humano de todas las épocas históricas es una enseñanza necesaria, de manera que nosotros, siendo nada y limitados, dejemos de entronizarnos en el mundo y ante los demás con la autosuficiencia de quienes se consideran todopoderosos.
¡Cuán iluso es el hombre cuando piensa que puede hacer lo que quiere e incluso pretender salir indemne de su alejamiento continuo de Dios y de su gracia!
¡Cómo confía el ser humano en los poderes de este mundo, la riqueza, el placer y la autosuficiencia, para ponerse en el centro de todo, en lugar de reconocer que el centro de todo lo existente es el Creador!
Es necesario aprender del Señor que el camino que enaltece es el que Él eligió, el de la humildad, el de la obediencia siempre al Padre Eterno, pues en virtud de su abajamiento fue exaltado y se “le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”.
Queridos hermanos: se presenta ante nosotros en este domingo de Ramos, la opción de aclamar a Jesús, acompañándolo en su entrada triunfal en Jerusalén reconociéndolo como Rey Mesías, o por el contrario, gritar ante Pilato como la turba del viernes santo, “¡Crucifícalo, crucifícalo!”, asimilándonos al ladrón y asesino Barrabás.
Lo primero, significará cambiar de vida, mirar al Señor y pedir su misericordia y la fuerza de su gracia para seguirle siempre en la vida.
Si elegimos lo segundo, continuaremos en el pecado, prescindiendo de Dios, como muchos lo hacen hoy, y caminando siempre sin rumbo y sin esperanza hasta que llegue el fin en una encrucijada sin salida.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el domingo de Ramos, ciclo “C”. 14 de abril de 2019.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





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