20 de abril de 2019

Del abandono del Cristo que ama, abandonado por la humanidad.




Reflexionando acerca de los textos bíblicos del domingo de Ramos y del Viernes Santo en la Pasión del Señor, se advierte con claridad meridiana la imagen del Cristo del abandono y del Cristo abandonado.

El Cristo del abandono es la figura constante de la entrega de Jesús tanto al Padre  Eterno como a la humanidad,  por cuya salvación  se ofrece en la Cruz.
A su Padre le pide verse libre del cáliz del dolor, pero se abandona a sus designios eternos de redimir al hombre por el misterio del sufrimiento.
Al Padre le dirá “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, conociendo que en su abandono o entrega a la humanidad está presente también el abandono o entrega tanto del Padre como del Espíritu Santo.
Y así, el Padre, no abandona a su Hijo hecho hombre ya que se entrega por su Él a cada uno de nosotros, hijos por adopción, incluso a los pecadores, a los que reniegan de su bondad o se ríen de su misericordia, porque consideran ésta como una  manifestación de debilidad.
Al Padre se entrega Jesús cuando dice “en tus manos encomiendo mi espíritu”, y el Padre, a su vez,  se le ofrece enviándole  el Espíritu para que derramándose desde su costado abierto haga presente a la Iglesia continuadora de su misión.
Se ofrece al Padre exclamando “todo está cumplido” habiendo realizado hasta lo último lo que le pedía, no sólo por obediencia, sino para salvar al hombre.
Y el Padre recibe con agrado esta disponibilidad de Jesús, reconociendo que siempre ha dado testimonio de lo que significa la obediencia al proyecto divino de hacerse presente a la humanidad, y que habiéndose ofrecido por todos ya no tiene el ser humano excusa alguna para sentirse desvalido o desorientado.
Se entrega Jesús al hombre que lo espera y reclama, restituyéndole la vida nueva de la gracia perdida por el pecado, y el Padre lo recibirá, a su vez, junto a sí con su humanidad resucitada, anticipo de nuestra resurrección.
Todo es don, regalo de eternidad, comienzo de nuevas posibilidades de grandeza para quien quiera permanecer fiel al amor divino.
El hombre ya no estará solo, a no ser que prefiera la soledad y el sin rumbo de los que eligen vivir desconociendo  la Cruz, como si nada hubiera cambiado en la historia humana, o no admitan que el viejo Adán ha quedado atrás para dar  lugar al Nuevo Adán que en un árbol, el del martirio, nos salvara.
Pero Cristo también sufre el abandono de la humanidad,  la traición del mundo redimido que prefiere vivir como si  el Señor no existiera.
La apostasía, incluso entre los católicos, se va tornando cada vez mas generalizada, y así,  la moda de vivir sin Dios es moneda corriente.
La traición de los que dicen que todas las religiones son buenas y se someten a la moda de la espiritualidad panteísta oriental seduce a no pocos incautos.
Prefieren “sumergirse” o confundirse “formando parte de la divinidad” diluyendo su propia identidad, atraídos con falsas promesas de felicidad, mientras atraen ilusorias energías salvadoras que son estériles y vacías.
La fe católica, en cambio, nos enseña que el hombre está llamado a participar de la divinidad conservando su identidad personal y distinta de otros, e incluso diferente a Dios, que permite la comunión con Él.
Hay quienes sienten que con ser “buenas personas” es suficiente, sin necesidad de culto alguno, como si se pudiera ser bueno siempre y en todo lugar sin la gracia divina que se ofrece a los “pequeños”.
Seducidos por la sociedad de consumo y convencidos de que el hombre todo lo puede, y que por sí mismo puede construir la felicidad, muchos prescinden de la amistad con Jesús y entran en diálogo con lo material que se pierde, o por comodidad se declaran ateos o agnósticos.
Los que viven en pecado y lo saben, porque tienen fe todavía, aunque no movida por la caridad, ya abandonaron a Cristo cuando decidieron dejarlo de lado para seguir sus propios proyectos de vida.
Pero hay también otro tipo de abandono, el de muchos, nosotros tal vez, que aún sintiéndonos pecadoras nos entregamos a Cristo, a su amor, y que a diferencia de Judas que se colgó de un árbol al sentirse traidor, nos colgamos del cuello del Señor implorando su misericordia y perdón.
Y en fin, está el abandono y entrega de los santos o de quienes desean serlo, cuya vida transcurre en fidelidad y amistad con Jesús, que como Juan, aún en las malas o persecuciones, tratan de estar al pie de la Cruz para recibir el consuelo de la entrega de María como Madre de todos.
Queridos hermanos: contemplando el abandono de Cristo, elijamos no traicionarlo, sino responder generosamente a tanto amor recibido de Él.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Celebración de la Pasión del Señor  del Viernes Santo. 19 de Abril de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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