Conociendo la Iglesia, por un lado, nuestras limitaciones y pecados y, convencida, por otra parte, que Dios Todopoderoso es rico en misericordia, eleva la primera oración de la liturgia dominical, implorando “que nuestras ocupaciones cotidianas no nos impidan acudir presurosos al encuentro de tu Hijo, para que guiados por tu sabiduría divina, podamos gozar siempre de su compañía”.
¡Qué gran verdad queda plasmada en esta oración acerca de la condición cambiante del corazón humano, olvidadizo del amor de Dios!
¿Cuántas veces experimentamos que vivimos distraídos y angustiados por las cosas pasajeras y nos olvidamos de aquello que da verdadero sentido a nuestra vida cotidiana? Con frecuencia caemos en la cuenta de esto cuando se producen situaciones límites en el caminar temporal, que nos ubican igualmente ante la realidad de la contingencia humana y el llamado a la eternidad que buscamos con fervor porque allí se encuentra la felicidad.
El tiempo de Adviento que recorremos desde la fe, es momento propicio para acudir presurosos al encuentro del Hijo de Dios que ya ha venido en carne mortal por primera vez, presencia en la que nos apoyamos como pura gracia divina, mientras esperamos Su llegada gloriosa al fin de los tiempos, que ya desde ahora ilumina nuestro diario caminar.
Precisamente este es el mensaje que deja hoy el apóstol san Pablo (Fil. 1, 4-11): “Estoy firmemente convencido de que Aquél que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús”.
El bautismo de cada uno de nosotros dio origen a este caminar en el tiempo desde la fe, para que prestemos nuestra colaboración a la difusión del evangelio que se nos ha confiado gratuitamente por Dios, como en otro tiempo se le entregara a Juan el precursor la Palabra (Lc. 3, 1-6), causa de merecida alegría para el apóstol y de cuya gracia participamos.
Sin embargo, a pesar de la gracia divina recibida, nuestra fragilidad no pocas veces nos aparta del Creador por el pecado, de allí la necesidad de convertirnos cada día, a cada momento, como nos invita la predicación del Bautista, allanando los caminos para que la llegada del Señor a nuestro corazón no sea imposible.
Como somos capaces de sortear los obstáculos que se presentan en la vida para la realización de nuestros proyectos personales, mucho más debemos disponernos a vencer los obstáculos que se presentan para encontrarnos con Jesús. Si la montaña de la soberbia nos ha centrado en nosotros mismos, con olvido de Dios y de los demás, busquemos la humildad y sencillez de la pequeñez del alma, en el corazón del Niño de Belén.
Cuando busquemos las grandezas de este mundo creyendo que allí “seremos mejores”, recordemos la verdad de lo pasajero de todo lo temporal por grande que sea, según aquella siempre actual afirmación “sic transit gloria mundi” (así pasa la gloria del mundo).
Cuando la presencia de los males nos agobie y nos tienten a desconfiar de Dios, recordemos que sus promesas son siempre de salvación, ya que es el Eterno, y todo lo demás no lo es, como lo recuerda el profeta Baruc (5,1-9).
Nuestro caminar en este mundo debe revestirse de esa actitud equidistante entre la primera venida del Señor que se continúa en la historia humana, y la segunda que ilumina el obrar de cada día, es decir, entre lo que ya Es y lo que Será, entre el Alfa y Omega, buscando sea realidad los dichos del apóstol: “pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión”.
El conocimiento y la plena comprensión, refiere al misterio de Cristo para que desde el mismo descubramos que la vida humana carece de sentido si el encuentro con Jesús no es lo más importante.
A su vez el conocimiento pleno de Cristo y de sus enseñanzas hace posible “discernir lo que es mejor”, de modo que las opciones de vida que están a nuestro alcance cotidiano se vean con una perspectiva nueva, la de cómo agradar mejor al Señor, permitiendo una mejor elección de vida.
Por otra parte, esta vivencia de fe permitirá, ser encontrados puros e irreprochables “en el día de Cristo, llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”.
¡Otra vez la insistencia paulina en vivir de tal modo que seamos encontrados puros e irreprochables como lo menciona a los cristianos de Tesalónica en el texto del primer domingo de adviento!
¡No existe otro camino de realización y plenitud personal para el creyente que no pase por la santidad de vida todo el tiempo que transcurre desde la primera a la segunda venida!
Es verdad que no pocas veces nos alejamos por el pecado, pero también es cierto que cuánto más arraigados estemos en el amor de Dios, más rápidamente buscaremos salir del estado de pecado si tenemos la desgracia de caer en su influjo.
Queridos hermanos: convocados una vez más a buscar al Señor que viene a nuestro encuentro, llevemos su Palabra de verdad, continuando la misión de proclamar la necesidad de conversión para que beneficiados por la misericordia divina y “guiados por tu sabiduría divina, podamos gozar siempre de su compañía”.
Pintura: San Juan Bautista entra en el desierto. Giovanni di Paolo di Grazia (gótico).
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el segundo domingo de Adviento, ciclo “C”. 06 de diciembre de 2015. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario