Nos hemos congregado en este día para celebrar a la madre de Jesús en esta fiesta, la de su Inmaculada Concepción, cuando Ella
es engendrada sin la culpa del pecado original, porque había sido elegida como
Madre del Salvador.
María es el instrumento apto para la entrada de Jesús en la vida cotidiana del
hombre, y por su acción de Mediador, recuperamos la vida divina perdida por el
pecado de los orígenes, del que nos habla el libro del Génesis (3, 9-15.20).
San Pablo (Ef. 1,3-6.11-12) nos da la clave de todo
esto diciendo que Dios Padre “nos ha
bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha
elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e
irreprochables en su presencia, por el amor”. De esta manera queda claro
que nuestra vocación mira a vivir en santidad, como hijos adoptivos de Dios que
somos, estamos llamados a vivir la grandeza propia de las criaturas más
perfectas del Creador.
El pecado nos lleva siempre a la lejanía de Dios, a
la denigración de la misma persona humana, mientras que la gracia de Dios eleva
al ser humano y le permite entrar de
lleno en esta vida de amor que siempre
Dios ofrece.
En el día de hoy en Roma el papa Francisco comenzó
el Año de la Misericordia, abriendo la llamada puerta santa, signo a través del cual el creyente es llamado en todo el mundo,
a animarse a ingresar en este camino misericordioso que el Padre nos ha
mostrado por medio de su Hijo.
Precisamente la fiesta que hoy celebramos es todo
un indicio de lo que celebraremos en el Año de la misericordia, ya que la
Inmaculada Concepción de María es la victoria de la gracia sobre el pecado.
Es un anuncio de que Dios quiere otorgarnos su
gracia, es decir, desbordar en el ser humano su favor para hacernos agradables ante su presencia.
El papa Francisco al entrar por la puerta santa nos
invita a encaminarnos a la misericordia divina ofrecida, con la seguridad de
obtenerla, si arrepentidos estamos de habernos separado del Amor
misericordioso.
Precisamente al elegir a María como morada digna
del Hijo de Dios hecho hombre, se manifiesta de manera elocuente que en Ella
estamos llamados a ingresar a la misericordia divina ofrecida por el Salvador
del mundo, sustraídos de esa manera de las miserias del pecado, para vivir en
la grandeza de los hijos de Dios.
Estamos celebrando esta Eucaristía parroquial
durante la cual un grupo de niños de la catequesis recibirán por vez primera a
Jesús el Buen Pastor.
Para estos niños, es un modo concreto de ingresar a
la misericordia del Padre traída por Jesús, porque ¿quién puede invocar que es
digno de recibir a Cristo como alimento y bebida de salvación?
Nosotros los adultos, ¿podemos decir que somos tan
santos que merecemos la Eucaristía, el Pan vivo bajado del cielo?
Es posible que nos hayamos acostumbrado tanto a
comulgar cada domingo, que no prestemos atención para considerar si realmente
estamos preparados, es decir, sin pecado grave, para recibir dignamente al
Señor.
Recibir a Jesús en el pan y vino consagrados,
supone abrir el corazón de cada uno para decirle “yo quiero estar contigo, deseo comprometerme
con tu Persona y tus enseñanzas, quiero vivir según la verdad y el bien”.
Ingresar en el campo de la misericordia divina debiera expresar siempre nuestra decisión de
entrar en comunión con Dios Hijo.
Queridos niños: Jesús entrará en el corazón de
ustedes por primera vez hoy, que esto signifique no meramente la realización de
una etapa más en el itinerario de fe, sino el inicio de un compromiso más
profundo con Jesús.
Que este encuentro signifique el ingreso de la
misericordia divina en la vida de ustedes con la abundancia de los dones
divinos que Él quiere entregar siempre al hombre de buena voluntad.
Queridos niños: a medida que pase el tiempo,
ustedes irán creciendo y madurando como varones y mujeres, en los distintos
ámbitos de la vida.
No olviden crecer también en la fe que los lleve a
unirse más a Cristo, en la vivencia de la esperanza por la que deseen siempre
el encuentro definitivo con quien nos quita los pecados y nos introduce en el
mundo nuevo del favor divino, no olviden crecer en la experiencia de una
caridad cada vez más comprometida con Dios y con los demás.
Todos nosotros, niños, jóvenes y adultos, estamos
llamados en este Año de la Misericordia, a trabajar para alejarnos de todo lo
que impida una entrega mayor con Dios y a nuestros hermanos, creyentes o no.
Descubramos que Dios no se deja ganar en
generosidad, de modo que cuanto más nos entreguemos a Él, más recibiremos de su
bondad.
Si por el contrario cerramos nuestro corazón a
Cristo, o no consideramos importante el tenerlo en primer lugar en nuestra
vida, iremos perdiendo la felicidad propia de los hijos de Dios hasta llegar a
no verle sentido alguno a la existencia humana.
Pero como el hombre no puede vivir sin orientarse a
la felicidad que todos apetecemos, se buscan otros bienes y realidades que
sustituyan al Dios verdadero, agudizándose
así más y más el vacío interior, situación frecuente en nuestros días,
aunque se pretenda vivir en la ilusión de una plenitud que nunca llega
realmente.
Hermanos: aprovechemos el tiempo de Adviento para
descubrir la misericordia de Dios anunciada y alcanzada por nosotros el día del
nacimiento de Jesús. Caminemos en esperanza por este mundo sediento de la
ternura de Dios, hasta que lo encontremos
en su segunda venida.
Aprovecho la ocasión para pedirles a los padres de
estos niños, que no descuiden la transmisión de la fe a sus hijos, que se
dispongan en este Año de la Misericordia a dejar entrar en sus vidas a Jesús, y
también en la familia, de modo que por la docilidad al llamado de Dios, seamos
plenos de los favores divinos, como lo fue María Santísima, a la que se le
concedió la gracia particular de nacer
sin la mancha del pecado original.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan
Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Solemnidad de
la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre de 2015. http://ricardomazza.blogspot.com;
ribamazza@gmail.com.-
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