“Míranos Señor, ven a salvarnos, nunca más volveremos a dejarte”, cantábamos recién con el salmo responsorial (Ps 79).
Esta súplica encarna el grito de todos los seres humanos, desde los orígenes hasta nuestros días, reconociendo la limitación que nos caracteriza, la angustia que sobreviene a la lejanía del Creador, la dignidad de hijos mancillada por el pecado.
La esperanza humana no se ve defraudada, ya que el Padre Creador, a pesar de las infidelidades humanas, promete y envía a su Hijo como Salvador del mundo, para recrear nuevamente la amistad con Dios, siendo esto según su beneplácito.
El profeta Miqueas (5, 1-4a) anuncia la venida del Mesías que nacerá en la humildad de la carne, retomando no ya la línea sucesoria de los últimos reyes de Judá, tan alejados de Dios, sino del tronco mismo de David, humilde y pequeño en sus orígenes, ya que de Belén “nacerá el que debe gobernar a Israel”.
Hasta que esto acontezca, “el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas”. Del abandono divino es responsable el hombre pecador, sin embargo, como Dios es rico en misericordia, nos da la posibilidad de transitar de nuevo el camino que lleva a la Gloria, por medio de Jesús, el Dios con nosotros.
De allí, que al acercarnos a la Navidad, el corazón del creyente ha de tener la disponibilidad del mismo Jesús, del cual la carta a los hebreos (10, 5-10) asegura que a Dios le agrada su entrega personal y, no los holocaustos ni sacrificios, siendo realidad aquello de “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”.
El Hijo de Dios acepta ser enviado como uno más en medio de nosotros y llevar a cabo el plan de salvación que la Providencia divina preparó desde antiguo.
Igualmente estamos convocados a descubrir lo que la providencia divina ha preparado para nosotros, de manera que como Jesús, sepamos decir con generosidad “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”.
Todo esto nos ilumina acerca del sentido de la navidad, de manera que advirtamos que no sólo el Salvador nos otorga la gracia necesaria para restituirnos en la dignidad de hijos amados del Padre, sino que reclama respondamos como hijos elegidos en el Hijo, para dar testimonio de la vida nueva que se nos ha concedido para hacer siempre sólo la voluntad del Padre.
En el contexto de lo que decíamos al principio, “Míranos Señor, ven a salvarnos, nunca más volveremos a dejarte”, y también, “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”, nos encontramos con la figura de María Santísima.
En la persona de María, elegida como Madre del Salvador, reposa la respuesta a nuestra primera súplica, y en sus palabras al anuncio del ángel afirmando ser la servidora del Señor, se cumple a la perfección el “yo vengo para hacer tu voluntad” que asegurara su propio Hijo.
Sin demora parte al encuentro de Isabel (Lc. 1, 39-45), su prima, no sólo para servirla, sino para anunciarle el nacimiento del Mesías esperado desde antiguo que se está gestando como Dios-hombre en su vientre.
La misión de servidora del Señor, pues, no sólo se circunscribe a un momento histórico en el que comunica la salvación, sino que anticipa que su vocación será siempre servir al Hijo anunciándolo en todas partes, visitando al ser humano en las distintas regiones donde éste habite, tal como lo recordara Juan Pablo II el 11 de octubre de 1984 en Santo Domingo, cuando aseguraba la presencia de María a las nuevas tierras en el signo del navío “Santa María”.
Es verdad que quizás como Isabel, digamos a María “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?" En ese sentido, para cada uno de nosotros personalmente, o para las diferentes naciones o regiones, la visita de María ha de significar siempre la manifestación de la infinita misericordia de Dios para con la humanidad que desea comunicarnos al “Dios con nosotros”.
Vayamos por lo tanto, al encuentro del Señor que se nos entrega, no dejemos pasar esta nueva oportunidad que se nos ofrece en la actualización de su nacimiento, dejemos que nazca en nuestros corazones para ofrecerlo siempre a toda persona de buena voluntad que desee entrar de lleno en su vida.
El domingo pasado le preguntamos a Juan Bautista “¿Qué debemos hacer?” Seguramente ya tenemos la respuesta a la pregunta si estamos decididos a la conversión de vida, por lo tanto, sólo queda que digamos confiadamente “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”.
Queridos hermanos: animémonos a buscar y vivir en el Señor, para encontrar la verdadera felicidad que se nos ofrece cada vez que somos fieles.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Adviento, ciclo “C”. 20 de Diciembre de 2015. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario