25 de diciembre de 2015

El nacimiento del Señor consuela al Pueblo que evoca la salvación de Dios, manifiesta su misericordia, afirmando al hombre con la esperanza de contemplarlo en la gloria.




                                                                                 
                                                                                                                     La liturgia de este día nos hace descubrir en el pesebre de Belén lo que está más allá de lo humano, ya que el recién nacido es la Palabra hecha carne como nos recuerda el texto del evangelio.
El profeta Isaías (52, 7-10) nos indica la felicidad que trae consigo la venida del Señor. El anuncio de este “regreso del Señor” corre por todos los confines del mundo, ya que se trata del nacimiento que “consuela a su Pueblo”  y que conduce a contemplar “la salvación de nuestro Dios”,   verdadera victoria  suya, manifestación de su misericordia, ya que devuelve al hombre la esperanza de contemplarlo en la gloria. 
La carta a los Hebreos (1, 1-6) asegura que la venida de Cristo es la última obra de Dios.  Quien antiguamente nos habló por los profetas nos habla a hora por medio de su Hijo hecho hombre, sostiene el universo con su Palabra la cual  nos ha purificado del pecado y nos anticipa la gloria futura.  
Dios nos habla por su Hijo, el Salvador,  hecho éste que se despliega con toda perfección  en el evangelio de Jesucristo, según san Juan, por el cual ingresamos al misterio mismo de su divinidad (Jn. 1, 1-18).
El logos, la Palabra que existía al principio junto a Dios y por quien todo fue hecho, existía desde siempre porque es el Hijo, consustancial al Padre.   
El Hijo, es la vida divina que es traída en medio de nosotros por su encarnación en el seno de María, de manera que Dios se hace hombre para que el hombre fuera partícipe de la naturaleza divina.
El Hijo, la Palabra eterna del Padre, es también la Luz que nos ilumina interiormente otorgando un sentido nuevo a nuestro existir ya que nos saca de las tinieblas del pecado y del dominio del demonio.
San Juan recuerda que Cristo Luz es rechazado por las tinieblas, por quienes viven a espaldas de la salvación que Él otorga a quienes son fieles.   
Este rechazo que aconteció en su primera venida, sigue repitiéndose en el decurso del tiempo, ya que muchos corazones se cierran a la acción divina.
¡Cuántas personas indiferentes a la venida del Señor prefieren “pasarla bien”, disfrutar de todo tipo de placeres, antes que abrir el corazón a Jesús!
En realidad el contraste que suscita la venida del Señor fue, es y será siempre muy chocante, ya que se da la actitud de fe y la ausencia de ella. 
Mientras muchos lo recibimos con alegría, ternura, con el deseo de comenzar una existencia nueva con Él, aún con nuestras debilidades, existen incontables arrogantes y seguros en sus pensamientos y en su sensualidad, que toman su presencia con displicencia.
Navidad es una fiesta para los corazones grandes que buscan la abundancia de los dones divinos  prometidos, es para quienes conocen su dignidad de hijos de Dios y desean merecerla de continuo con sus obras de santidad.
Jesús recién nacido encontrará hoy a muchas personas afincadas en el odio, en el crimen, en el robo, en el adulterio, en la impureza, en la envidia, en el orgullo, en la doble vida. 
Será, ya de niño, crucificado por quienes no desean estar abiertos a la salvación que ofrece, eliminado en los niños abortados que se rechazan por odio al mismo Dios, y de quien estos niños son su manifestación.
Navidad ha de significar para cada creyente el estado de gracia santificante, el vivir en paz con Dios y sus hermanos, el hacer un pesebre para acoger al Salvador. 
Vivir Navidad significará rechazar el pecado para apreciar todo aquello que nos eleva como hijos de Dios.
En la liturgia de la misa de nochebuena que celebramos ayer,  recordamos que la gracia de Dios, fuente de salvación, se nos ha manifestado (Tito 2, 11-14) con el nacimiento de Jesús. Es su presencia la realidad esperada por siglos de ser receptores de la misericordia de Dios. 
El Padre se ha apiadado de nosotros y, en la plenitud de los tiempos quiso recrear lo que se había perdido por el pecado de los orígenes, enviando a su Hijo, su Palabra eterna, su Luz primigenia, para conducirnos así a la vida verdadera, la del Dios eterno y misericordioso.
Queridos hermanos: en este día, pidamos a Jesús que nos dé su gracia, que nos bendiga con abundancia, para que en nuestra vida cotidiana demos ejemplo perfecto de nuestra transformación interior. 
Que cada día vayamos al encuentro con Jesús para unirnos más y más a su designio de salvación, y que a su vez proclamemos sin cesar a todo hombre de buena voluntad que busque ser rescatado de sus miserias.



Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en la Natividad del Señor. 25 de diciembre de 2015. 

ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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