31 de diciembre de 2015

“Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer” (Gál. 4,4)


Hemos contemplado estos días al Hijo de Dios nacido en la humildad de la carne, haciéndose presente en la historia humana, asumiendo así nuestras miserias menos el pecado.
Hoy celebramos a María Santísima, madre de Dios, deteniéndonos en la contemplación de su anunciada maternidad divina, ya que “cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer” (Gál, 4,4).
San León Magno (sermón 6 en la Natividad del Señor) recuerda, además, que “al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, se nos invita a celebrar también nuestro propio nacimiento como cristianos” y esto  porque “la generación de Cristo, en efecto, es el origen del pueblo cristiano, ya que el  nacimiento de la cabeza incluye en sí el nacimiento de todo el cuerpo” de manera que “la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento”.
Más aún, Cristo mismo a las puertas de la muerte, certifica esta verdad cuando en la persona del apóstol Juan nos incluye a todos como hijos de su Madre, y a su vez deposita en las manos maternas de Ella el cuidado de todos los hijos de la Iglesia nacida del  costado abierto de la redención (cf. Jn.19,26).
Esto permite celebrar en este día, no sólo la maternidad divina de María, sino también su maternidad mística por la que incorpora en el Hijo de Dios hecho hombre a los hijos de la Iglesia, ya que hizo posible “que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios” (Gál. 4, 5).
Convencidos de esta filiación divina por la maternidad de María, estamos convocados a su vez a imitarla en su actitud de recogimiento, que el evangelista san Lucas sintetiza diciendo que “guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (Lc. 2, 19).
En el marco de la Navidad del Señor y comenzando el Año Nuevo junto a nuestra Madre, que ya lo es de Jesús, detengamos el caminar presuroso y ajetreado de la vida temporal, para reposar confiadamente en estos misterios.
No hemos de cansarnos de considerar que somos hijos adoptivos de Dios, porque allí se encuentra la  razón de ser del existir en el mundo, ya que podemos decir a Dios, Abba, como hijos, no como siervos,  gracias al Espíritu de Jesús que el Padre envió a nuestros corazones (Gál. 2, 6 y 7).
La filiación divina nos compromete a vivir de una manera conforme a la dignidad recibida, acogiendo en nuestro corazón, como lo hizo María además en su cuerpo, a la Palabra viva, al Logos eterno que nos posibilita caminar por la senda de la verdad, alabando a Dios de palabra y obra como lo hicieron los pastores al maravillarse por su nacimiento en carne humana.
La presencia de Jesús en este mundo, no sólo es señal del infinito amor de Dios para con nosotros, sino que es garantía del caminar con certeza a la vida nueva que nos espera desbordante después del paso por este mundo.
El año nuevo que comenzamos, pues, implica un permanente inaugurar en el tiempo el camino de nuevas posibilidades hacia la santidad, hacia la imitación y seguimiento cada vez mejor del Verbo hecho carne, que hoy se presenta como el Alfa de la historia, que nos acompañará durante todo el año hasta llegar a la Omega del mismo, anticipo y anuncio de la segunda venida que confiadamente esperamos.
La Palabra de Dios (Núm. 6, 22-27), confirma la presencia divina cuando invita a impartir  la bendición al pueblo de los elegidos como antiguamente. 
Esta bendición supone que Dios mismo está presente en la historia humana desde el nacimiento de Jesús, durante el ciclo anual que se repite siempre en nuestras vidas, bendiciéndonos y concediéndonos toda clase de bienes.
Queridos hermanos: meditando todas estas verdades que se nos muestran desde la fe en el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, transitemos este Nuevo Año bajo la protección maternal de María, que reconociéndonos siempre como hijos en el Hijo, nos mostrará el camino hacia el Salvador y nos librará del mal que busque separarnos de la dignidad de hijos adoptivos que se nos ha concedido por pura gratuidad.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de María Madre de Dios. 01 de Enero  de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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