14 de julio de 2016

“Cristo samaritano se conmueve y asiste al ser humano que sufre, invitándonos a realizar lo mismo como señal de perfección evangélica”

La palabra de Dios que expresa su voluntad, está cerca de cada uno de nosotros (Dt. 30, 9-14). Por nuestra inteligencia, pues,  participamos de la ley eterna que nos trasciende, haciéndola cercana por  la ley natural, escrita en nuestro interior.
Esta ley natural propia del hombre, que contiene los mandamientos, “no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance”, más aún, “la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques”, y nos vincula a Dios y a nuestro prójimo al descubrir que somos hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza.
Todo esto supone la conversión del corazón, dispuesto a escuchar a Dios y a orientar la existencia  a vivir conforme a su divina Providencia.
Ahora bien, en el libro del Deuteronomio se promete la prosperidad temporal a quienes cumplen con los mandamientos de Dios siendo fieles a la alianza.
Sin embargo, era frecuente entre el pueblo judío el comprobar que esto no siempre se realizaba y, que por el contrario quienes prosperaban eran los que hacían el mal burlándose de Dios y del prójimo, mientras que a los hacedores del bien  observando la ley divina, no encontraban el beneplácito del Creador.
Es decir que la contradicción entre la realidad y la promesa divina era cosa de todos los días, como también observamos no pocas veces en nuestros días, cuando prosperan los malos y sufren persecución los fieles.
Estos acontecimientos reclaman, por cierto, estar atentos a la voluntad divina para con la humanidad, que se vislumbra por medio de su Hijo hecho hombre, Jesucristo Nuestro Señor.
Precisamente san Pablo nos dice (Col. 1, 15-20) que “Cristo Jesús es la imagen del Dios invisible”, indicando con esta afirmación que por medio de su Hijo, Dios se hace presente entre nosotros:”Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ``Muéstranos al Padre?” (Jn. 14, 8 s). Y así, conocer, seguir, servir e imitar a Jesús, nos conduce al encuentro de su Padre que lo es también de cada uno de nosotros.
Continúa afirmando san Pablo que en Cristo fueron hechas todas las cosas ya que existe antes que todas ellas como Hijo del Padre, y haciéndose hombre al ingresar a nuestra historia, nos reconcilia con el Padre por medio de su muerte y resurrección alcanzándonos nuevamente la vida de la gracia perdida por el pecado.
Ahora bien, en Cristo como imagen del Padre, conocemos cuál es el fin de nuestra existencia y nuestro caminar en este mundo. 
Descubrimos que nos enseña Jesús de una manera sencilla acerca de nuestra vida cotidiana, mostrándonos como en el evangelio de hoy, una concepción superadora del Antiguo Testamento.
El Deuteronomio exigía el cumplimiento de los mandamientos como condición para alcanzar la felicidad  y toda clase de bienes en este mundo, mientras que en el evangelio (Lc. 10, 25-37), el amor a Dios y al prójimo es el camino que conduce a la vida eterna, meta última de nuestro transitar por este mundo.
Esa ley interior de la que hablaba al principio, precisamente nos orienta desde nuestro ser creado, a amar a quien nos creó de la nada  y a los demás como hijos de Dios y hermanos nuestros.
Se trata de un dinamismo interior inserto en la naturaleza humana que sólo es neutralizado cuando cerrado sobre sí mismo, el ser humano prescinde de su Dios y de sus hermanos, creyendo que puede ser feliz  y realizarse plenamente contemplándose sólo a sí mismo.
El doctor de la ley para no quedar mal parado pregunta sobre quién es su prójimo. Si bien consideraban  prójimo  a toda persona perteneciente a la comunidad judía, la prescripción legal señalaba que debían ser acogidos  también los extranjeros que vivían entre ellos.  
Jesús responde a la pregunta mostrando que el prójimo no es únicamente el cercano a cada persona, sino más bien aquella persona de la que me siento próximo.
Esto cambia totalmente la visión  acerca de la proximidad, ya que no queda reducida a la cercanía por razones de amistad o de familia, sino que el acento está puesto en la actitud de cada persona que se siente cercana incluso de quien no la liga amor de familia o amistad.
Prójimo es por lo tanto aquél que me conmueve a causa de una situación que lo convierte en necesitado de mi apoyo y asistencia.
El samaritano no se conmovió porque el herido era conocido o de su misma raza o religión, era sólo “un hombre”, como señala el texto.
Es decir, que el hecho de que una persona padezca, es suficiente para moverme a la misericordia y a la acogida, llevando alivio y consuelo.
Ser samaritano, en definitiva es conmoverse ante el mal que sufre otra persona, aunque desconocida para mí.
Ser samaritano es hacernos como Cristo que se conmueve siempre ante el mal que sufre el ser humano, a quien asiste sin preguntarle si es bueno o malo, aunque después convoque a la vida recta. 
Pasó Cristo por este mundo haciendo el bien, se conmovía ante el ciego, el paralítico, el sordo o el mundo, se conmovía ante el endemoniado liberándolo de la posesión, se conmovía ante el pecador, instándole a la conversión, y nada reclamaba para sí, sino sólo una vida nueva  por parte del asistido, para retornarlo a la amistad con el Padre.
Queridos hermanos: en este domingo se nos invita a reflexionar acerca de cómo podemos prolongar en nuestra existencia el modelo de Cristo samaritano, especialmente en un mundo como el nuestro en el que rige más bien una mirada egoísta de todo, y en el que la tentación más frecuente es que se ocupe el hombre sólo de su entorno más cercano, sin apertura alguna a las necesidades de quienes no conocemos.
Vayamos al encuentro del despojado de su dignidad, de quien se siente solo o abandonado, del pecador que espera  comprensión, en fin, de toda persona que interpela  nuestra  ayuda con su mirada suplicante.


*Pintura el buen samaritano de William Etty (1787-1849)



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XV del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 10 de julio de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


No hay comentarios: