"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
28 de febrero de 2017
“Cuando el hombre reconoce el señorío de Dios desde la creación y lo sirve con sincera entrega, su vida se ennoblece y dignifica”.
En realidad, es el Creador de todo lo que existe quien justificadamente podría desconfiar de nosotros, atento a las infidelidades continuas que recibía del pueblo elegido y percibe también hoy en nuestro proceder.
De allí que resulte fuera de lugar la afirmación del texto: “Sión decía: [el Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí]” (Is 49, 14-15).
En lenguaje actual podríamos exclamar: ¡Qué caradura es el ser humano! ¿Cómo se atreve a recriminar algo a su Creador, cuando Él siempre nos cuida y se acuerda de nosotros para realizar el bien que nos favorece?
Sin embargo, Dios hace caso omiso al reproche tan humano como mísero de la creatura más querida que ha salido de sus manos, y atribuyéndose el amor de madre, y más todavía, porque éste no siempre es como se lo espera, recuerda “¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!”.
Es a Dios a quien el hombre le debe todo porque ha sido creado por su bondad y de sus manos ha venido a la vida, de allí que resulte coherente que reclame que se lo ame con todo el corazón y con lo que es cada uno.
El evangelio no hace más que recordar ese hecho (Mt. 6,24-34) al resaltar que “Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero”.
Lamentablemente la persona humana tentada por lo pasajero, no pocas veces rinde culto de adoración al dios dinero o sus equivalentes como son el placer, el poder, el sexo o cualquier otro sucedáneo de la divinidad, creyendo vanamente que en estos simulacros de la misma, encontrará seguridad y perennidad en su decisión de alejarse de la verdad y del bien.
De hecho cuando el ser humano ha hecho abandono del Dios verdadero, su único fin último, se entrega a los dioses que le ofrece engañosamente el espíritu del mal, que siempre intenta seducir el corazón humano y mantenerlo lejos de su filiación divina.
Rinden culto al dios dinero los que se dedican al narcotráfico, a la pornografía, a la prostitución y trata de personas, los que buscan enriquecerse esquilmando a los más pobres con todo tipo de injusticia.
Rinden culto al dios dinero los que lucran con los negociados y dádivas millonarias, los que sólo piensan en hacer el mal para enriquecerse más y más con la industria del aborto, de la eutanasia, de la ideología de género, de la manipulación genética y toda perversidad presente en la sociedad.
Y así, podríamos seguir con esta larga letanía ya que hay tantos entregados al dinero y sus equivalentes, que aunque parezca exagerado, existen.
Este modo de vivir, aunque parezca fuente de felicidad y gozo, no alberga más que desengaño, vacío interior, soledad y el callejón sin salida del sinsentido de la vida humana, que aunque esclavizada, busca siempre la grandeza para la que fue creada aunque la persona no se percate de ello.
Cuando el servicio, desde la fe, está puesto en Dios, reconociendo su señorío desde la creación, la existencia humana alcanza otra dimensión.
La confianza y amor al único Dios permite a los creyentes vivir el espíritu de la bienaventuranza que proclama felices a los pobres de espíritu ya que tienen asegurado el reino de los cielos con la presencia de Jesús en sus vidas acá en este mundo y en la vida eterna.
La confianza en el Creador hace posible vivir con sencillez los momentos que nos brinda y alabarlo a través de la obra de sus manos.
¡Como no confiar en la Providencia divina que nos cuida siempre a pesar de nosotros mismos! El Dios providente, “que ve de lejos” y “a lo lejos” sabe qué necesitamos, dispuesto a concedérnoslo con abundancia creciente ya que nos ama y busca nuestro bien como hijos suyos que somos.
Es verdad que nos enfrentamos no pocas veces con la realidad de tantos hermanos nuestros que padecen hambre y todo tipo de necesidad material y espiritual, lo cual nos hace dudar de las promesas del Señor.
La verdad está en que la Providencia presente del Señor reclama a su vez el esfuerzo y responsabilidad del hombre para hacer fructificar los dones que se nos han dado para que a nadie le falte ni le sobre.
Precisamente el texto del evangelio es contundente cuando describe la condición necesaria para que nadie carezca de cosa alguna: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt. 6, 24-34).
Si buscamos el Reino de Dios, si sólo lo servimos a Él y buscamos la realización de su voluntad en este mundo, deponiendo el pecado y el egoísmo que se olvida del Señor y del prójimo, será posible hacer realidad la distribución equitativa de lo creado puesto en nuestras manos para el ennoblecimiento de toda la humanidad.
San Pablo (I Cor. 4, 1-5) corona lo que estamos mencionando recordándonos que “los hombres deben considerarnos simplemente como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se pide a un administrador es que sea fiel”.
¡Quiera Dios darnos la gracia y la fuerza necesarias para ser fieles a la vocación cristiana recibida, de manera que servidores de Cristo, seamos buenos administradores de los bienes que se nos han confiado!
Pintura: pequeña bóveda de la creación. Adán y Eva arrodillados ante Dios, en Majestad, en el Edén, con la serpiente. Atrio de San Marcos, Venecia.
Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el VIII domingo durante el año, ciclo “A”. 26 de febrero de 2017.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-
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