San Pablo recuerda a los corintios (I Cor. 2, 1-5) que anuncia a Dios no con sabiduría humana, sino con la que proviene de Cristo crucificado porque la cruz de Jesús es la que causa la salvación de todos, incluyéndolo a él, por cierto.
Es la misma cruz que les espera a los que son perseguidos a causa de su fe, es decir, de su adhesión a la persona de Jesús y a la predicación de su Buena Nueva como lo recordamos el domingo pasado con las bienaventuranzas.
La sabiduría que proviene de Cristo crucificado es proclamada por el apóstol con temor y temblor a causa de su perfección, y la pequeñez del que la manifiesta, siendo “una demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes se fundara no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios”.
En el texto del evangelio proclamado (Mt. 5, 13-16), Cristo por medio de tres afirmaciones nos enseña cómo llegar a vivirlo a Él por medio de la cruz.
“Ustedes son la sal de la tierra”, comienza a decirnos Jesús a quienes somos sus discípulos, elegidos para continuar la evangelización del mundo.
Realidad ésta que proviene del renacimiento causado por el bautismo por el que somos configurados a Cristo crucificado y resucitado, muriendo al pecado, naciendo a la vida nueva de la gracia, poseyendo el nuevo “sabor”, la sabiduría que proviene de la cruz salvadora, enviados al mundo y cultura de nuestro tiempo, para que preservemos personas y estructuras, de la corrupción del pecado y de la lejanía de Dios.
Mientras no pierda “ese sabor” nuevo, es decir, la capacidad de salar, de ser diferente, el creyente manifiesta la realidad nueva de seguir al crucificado.
La presencia del seguidor de Cristo en medio del mundo, debería contribuir con su obrar, a que la cultura y sociedad no se conviertan en espacios en los que esté ausente el Creador mismo.
La indiferencia cada vez mayor ante la divinidad, ¿no está mostrando que ya los bautizados han perdido la capacidad de salar? ¿Es diferente al pensamiento del mundo la vida del creyente en la familia, en el matrimonio, en los negocios, en el manejo de la cosa pública?
Como la presencia de la sal se hace sentir en las heridas, ¿nos hacemos sentir por el testimonio de vida en las heridas provocadas por el pecado en la existencia de no pocas personas?
¿Llevamos a los más alejados a gustar del nuevo sabor de la gracia?
La sal ejerce su poder por ser diferente, también nosotros tendremos influencia en el mundo si evidenciamos comportamientos distintos en el comer, en el beber, en la forma con que nos divertimos, en el noviazgo, en el matrimonio. Esta diferencia consiste en que Dios está presente en cada acto de nuestra vida. Por desgracia en lugar de esto, como creyentes, no nos diferenciamos del resto de las personas y nos confundimos con las mismas formas de vivir de los que no creen, o de los que han renegado de Dios, porque se han cansado de luchar en la realización del bien.
Más aún, quienes viven lejos del Señor, nos señalan y critican porque no nos presentamos como “levadura” en la masa del mundo, sino que por el contrario nuestro estilo de vida es incongruente con la fe que decimos profesar, alejando más a quienes ya están lejos de la verdad, mereciendo ser rechazados por haber perdido el sabor que proviene del encuentro con Cristo.
“Ustedes son la luz del mundo”, nos dice el Señor en el texto del evangelio, idea que se complementa con la anterior, ya que las obras de la sal son las de la caridad, y la luz hace referencia a la de la fe, que da sentido e impulsa las obras de la caridad, permitiendo a su vez la fe y la caridad, tender con gozosa esperanza al encuentro definitivo con Dios en la vida eterna.
La luz de la fe brota del encuentro con Cristo, nos libera de las tinieblas del error permitiéndonos profesar la verdad revelada sin temor alguno, y practicar las obras que enaltecen a la persona.
Esta conjunción entre sal y luz, entre obras y fe, la presenta claramente el profeta Isaías en la primera lectura que proclamamos (Is. 58, 7-10). Precisamente el pueblo que regresa del exilio en Babilonia, con mucha inconsistencia vive un culto muchas veces vacío de verdad y compromiso, de allí que Dios mismo se encarga de destacar que si se comparte el pan y el albergue con los pobres, si se cubre al desnudo y desamparado “entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar, delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor”.
Es decir, en palabras del profeta, se insiste en que la luz de la fe se prolonga en las obras de caridad realizadas, vislumbrándose la justicia- que como fruto antecede al seguidor de Dios-, y la gloria del Señor acompañándole, ya que a quien se mantiene fiel, Dios asegura su presencia diciéndole “¡Aquí estoy!".
Jesús sigue diciendo por otra parte, que “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en el cielo”
Que estas palabras del Señor nos ayuden a repasar nuestra vida cotidiana, de modo que veamos si transcurre en un testimonio continuo de nuestro compromiso con la Persona de Cristo.
Reflexionemos si nuestro obrar, estilo de vida, forma de pensar, en fin, todo nuestro existir, conduce a que otros se sientan atraídos a seguir este modo evangélico de vivir cada día.
Nuestra vida toda, ¿lleva a que otros glorifiquen al Padre que está en los cielos conmovidos por la obra de la gracia? o por el contrario, ¿se desilusionan y no ven motivos de convertirse a la causa del Señor crucificado, de donde brota la verdadera sabiduría que da sentido al existir humano?
Pidamos de la misericordia de Dios el que podamos ser ejemplo de vida para todos los que nos rodean, confiemos en la fuerza de la Eucaristía y de la oración para permanecer fieles en el camino de la santidad que hemos emprendido con el bautismo recibido.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el V° domingo durante el año. Ciclo “A”. 05 de febrero de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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