18 de junio de 2008

Carta a Nicolás Maquiavelo (IV)


(El Príncipe, sus ministros y los aduladores)

Nicolás:

Hace bastante tiempo que no te escribo. En realidad mi última carta data del cinco de marzo de dos mil siete. Te tenía un poco abandonado porque las ocupaciones y problemas que tenemos los mortales en ésta época, son cada vez mayores.

Pero no creas que he dejado de leerte, especialmente en tu obra “El príncipe”, ya que en ella se encuentran posturas tuyas que han sido copiadas en el transcurso del tiempo con resultados más o menos diversos, como te decía en mis tres cartas anteriores.

Como te exponía en ellas, no puedo compartir tu concepción de la política en la que llegas a legitimar lo innoble con tal de mantener el poder.

Pero debo reconocer que asumes afirmaciones muy interesantes que no siempre son tenidas en cuenta por quienes se encuentran en la cresta del poder político.

Y así, siguiendo tu pensamiento, las voces profundas de una Nación son las que deben ser escuchadas y no la de aquellos que estando lejos del pueblo llevan al gobernante al desvarío, ya que “el señor que no sea prudente y cuente con varios consejeros, no tendrá consejos convergentes, pues cada uno le dará el suyo, pensando en el propio bien particular”. (1)

Es notable la “visión” peculiar que tienes cuando te refieres a la elección de los ministros del poder político ya que éstos “son buenos o malos, según la prudencia del príncipe. La primera conjetura que se hace de la inteligencia de un señor se funda en los hombres que le rodean; si son capaces y fieles, puede considerársele prudente, porque ha sabido conocerlos bien yconservarlos leales. Pero de no ser así, el juicio acerca del príncipe no puede ser positivo porque su primer error consiste en esa elección”. (2)

Afirmas Nicolás que cuando el ministro piensa más en ser fiel a sí mismo que a su señor, no es digno de fiar, ya que éste debe pensar siempre en su señor, y el gobernante para mantenerlo fiel “debe pensar en su ministro, honrándolo, enriqueciéndolo, obligándolo, concediéndole honores y encargos para que comprenda que no puede vivir sin él y que los muchos honores no le hagan desear más, las demasiadas riquezas no le induzcan a aumentarlas, los abundantes encargos no le lleven a temer cambios de gobierno” (3).

Es notable la similitud que encuentro entre lo que describes -por la experiencia nacida de tu observación continua- del modo de gobernar de tu época, con lo que acontece en la actualidad.

En realidad estás diciendo que el poder marea a todos, de tal manera que aún siendo alguien un funcionario “funcional” al Príncipe, no deja de pensar en sí mismo usufructuando la “función” para el enriquecimiento propio, mientras que su “señor” lo “controla” dándole oportunidades que les hace adquirir pingües ganancias.

Como te imaginas, este modo de “vivir” de la política, por más que se lo considere un hecho habitual, es ciertamente inicuo, ya que se pierde el verdadero sentido de la misión que deben cumplir los “Príncipes” o gobernantes y sus colaboradores más estrechos.

Desde la perspectiva de la fe cristiana, y aún sin ella, con sólo un sentido de honestidad particular, el que conduce o dice conducir el poder político y sus funcionarios, han de pensar siempre en el servicio que deben prestar al pueblo al cual sirven, porque de él han recibido en última instancia la facultad para desempeñar sus funciones.

Y así, por ejemplo, si preguntáramos a los ciudadanos de una nación si autorizan al gobernante o a sus funcionarios a enriquecerse a costilla suya, encontraríamos una respuesta totalmente negativa, ya que se deben a su servicio y no a servirse de ellos.

Con idéntica oposición de la comunidad se toparían respecto a la utilización de los fondos que son de todos para mantener el poder a toda costa.

Podrá quizás alguno en el ejercicio de sus funciones interrogarse, ¿por qué no puedo disponer de los bienes de todos según me plazca si me han elegido para ejercer el poder?

La contestación no se haría esperar: justamente porque fuiste elegido para gobernar debes cuidar de lo que es patrimonio de los ciudadanos para administrarlo y distribuirlo según las necesidades de cada uno, de manera que a nadie le falte lo necesario para su desarrollo armónico como persona.

El que gobierna no es dueño de lo ajeno sino sólo administrador, atento a que el único dueño absoluto de todo es el mismo Creador, el cual nos da los bienes de la tierra para la administración recta según los principios de la justicia distributiva que sale en auxilio de la comunidad otorgando lo común según las diferentes necesidades, y premiando los esfuerzos del ciudadano honesto según sus aportes a la comunidad toda.

De allí se desprende que los bienes comunes no pueden ser utilizados para ganar adeptos, fieles más al dinero que a la verdad, o a mantenerlos incondicionales para que sostengan políticas de Estado erráticas o favorables a unos pocos.

Debo reconocer que aciertas cuando afirmas que “corre a su ruina el príncipe que lo ha fundado todo en las palabras de los suyos, si no tiene otros agarraderos. Porque las amistades que se compran con dinero y no con nobleza y grandeza de ánimo, se adquieren, pero no se poseen; y uno no puede apelar a ellas cuando los tiempos son contrarios”. (4)

En fin, Nicolás, son muchas las reflexiones que me suscitan tu peculiar escrito sobre el “modelo” de gobernante, pero no puedo expresarlas todas juntas ya que tú mismo te sentirías cansado de las interpretaciones que provocas.

Por otra parte no quiero que te engrías pensando que estoy de acuerdo en todo lo que afirmas, sino que en lo que comparto contigo lo hago porque veo que muchas cosas se cumplen en cada época histórica, ya que siempre hay quienes están dispuestos a imitar lo malo y pocos son los que buscan una gestión política al servicio del bien común.

Lamentablemente “la nueva moral” que inspiraste para la política tiene hoy un sinnúmero de seguidores.

Te escribiré otra carta próximamente, si me aguantas, para reflexionar sobre la relación del Príncipe y el pueblo, atento a las jugosas descripciones que realizas.

Con mi segura oración,

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(1)(Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe”, cap. 23 pág.112.Biblioteca La Nación. Editorial Planeta 1992).

(2)(Cap. 22, pág.108).

(3)(pág. 109).

(4)(pág.78).

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Padre Ricardo Mazza, Director del CEPS “Santo Tomás Moro”

Santa Fe, 16 de Junio de 2008.

5 de junio de 2008

La protesta de la Argentina profunda


Las vivencias experimentadas en los últimos meses por todos los argentinos, nos llevan a reflexionar largamente sobre lo que subyace en “la Argentina profunda” –tal como llamaba a nuestra Patria el difunto Mons Vicente Zazpe, quien fuera arzobispo de Santa Fe-.

En la cresta de la discusión pareciera que todo se resume en el tema de las retenciones, como si fuera sólo esto lo que ha elevado la tensión de los ánimos ciudadanos.

Sin embargo, por lo que percibimos en los últimos tiempos, se va haciendo más claro que está naciendo una nueva Argentina, o mejor dicho, está haciendo eclosión lo que tan largamente estaba oculto en las entrañas de nuestra Patria.

El grito más común es el de lograr en serio un país federal, tal como nació en sus orígenes.

Motivos sobran para clamar por el federalismo, habida cuenta del centralismo unitario feroz que vivimos desde hace ya tiempo.

El acto de Rosario el pasado 25 de mayo fue un volver a revivir aquello de que “el pueblo quiere saber de qué se trata” porque se siente protagonista y responsable del suelo Patrio.

Una multitud de alrededor de 300.000 almas, congregadas sin el incentivo dinerario, o comida y viaje pagos, dejaron ver a las claras cuál es su aspiración más profunda.

“Queremos ser Nación”, podría sintetizarse el grito entusiasta de la multitud –en gran parte jóvenes que luchan por su futuro- que hacía sentir la esperanza de una comunidad nacional diferente.

Es que el pueblo, que ya dejó de ser convidado de piedra, no quiere más que se lo mire como la “gilada” que cual muñequito de torta sólo está de adorno en la República mientras un grupúsculo maneja todo, y aspira a ser de veras protagonista en la valoración y administración de la Res-Pública, es decir de la cosa pública.

Por doquier el hartazgo se hace oír: los representados quieren que sus representantes elegidos por el voto popular miren a sus electores y no vivan complaciendo al poder “unitario “central.

El pueblo requiere así a los legisladores obsecuentes, -gracias a Dios no son todos iguales- que no renuncien a sus atribuciones legislativas, lamentablemente ya delegadas al poder central, y procuren el bien de los ciudadanos.

Los gobernadores, -no todos por cierto- son interpelados para que dejen de vivir de acuerdo a los vaivenes y sometimientos de la “caja” y se inquieten por las necesidades de los ciudadanos que les han permitido acceder al poder.

El ciudadano común ya está pipón de tanta mentira generalizada, no soporta que sus impuestos sean graciosamente repartidos en las milicias populares o en proyectos faraónicos como el tren bala, o se diluyan en entidades fantasmas que sólo recogen los dineros de todos para sus proyectos complacientes con la ideología de turno.

La corrupción sería tal en los altos estrados del Estado, que hasta los medios de difusión, -los libres por lo menos- describen crudamente lo que es tema de discusión entre los ciudadanos.

La utilización con total desparpajo para cuestiones personales sin que se va algún atisbo de vergüenza de lo que es de todos, ya sean aviones, vehículos, o propiedades del Estado según se va conociendo, provoca cada vez más indignada respuesta de los ciudadanos.

La familia, pilar de la sociedad, es mirada ya como una antigualla, para proclamarse en cambio desde la cima de quienes debieran velar por su crecimiento, modelos “ensamblados” precursores de “nuevas familias” ajenas a la voluntad del Creador.

El aborto ya se encuentra institucionalizado a través de una guía oficial que regula la eliminación de los no nacidos, hollando lo establecido en la Constitución para dar vigencia a una interpretación ideológica de lo que tolera el Código Penal Argentino al no penalizar lo que sigue siendo un delito, en determinados y precisas situaciones.

La actuación de cierta justicia sometida que se hace la distraída ante determinadas incursiones piqueteras, fustiga mientras tanto otras actuales manifestaciones pueblerinas, dejando bien en claro que su sujeción al poder político le lleva a distinguir con precisión entre los hijos y entenados, haciendo caso omiso a la proverbial afirmación de que todos somos iguales ante la ley.

El gobierno, a tono con lo que descubriera el neurólogo ruso Iván Pávlov, reacciona cual reflejo condicionado apostando más duramente ante cada pedido hecho por quienes aspiran a un país diferente.

Los obsecuentes y mercenarios de siempre, ante el temor de perder sus pingües ganancias, salen mientras tanto a defender lo indefendible con el “fantasma” del golpe institucional.

Las consecuencias del conflicto campo-gobierno ya están a la vista, perjudicando gravemente al mundo del comercio y de la industria, y de todos los que de alguna manera dependen del campo para subsistir.

Pero es tan grave el problema visualizado en la actualidad, que aún perjudicados por la inactividad del campo, se unen al reclamo que ya se va haciendo generalizado.

Ciertas líneas de partidos políticos, traicionando la propia identidad que les viene desde lejos, se confunden en un modelo político único, convencidos quizás que sólo así podrán subsistir, sin tener en cuenta que sólo recibirán el desprecio de los ciudadanos.

Quién piense distinto debe cerrar su boca, bajo la amenaza de recibir la admonición dirigida ya al lenguaraz latinoamericano, “¡¿por qué no te callas?!”

¿Es que no estamos en democracia? ¿No tenemos todo el derecho a opinar o hacer escuchar nuestro descontento? ¿O acaso tendremos que pedir permiso a nuestros “papás” políticos?

La pobreza va aumentando a diario el número de los comensales sin pan en la tierra del pan, llevando a la Iglesia a hacer suyo en la próxima colecta de Cáritas el lema que clama abiertamente diciendo “la desigualdad nos duele, recuperemos la capacidad de compartir”.

Y la desigualdad existe porque ya dejó de ser un compromiso permanente para el Estado la realización de la justicia distributiva, siendo suplantada por la justicia selectiva en beneficio de los que aplauden al poder de turno.

Vivimos tiempos difíciles, tiempos en que se necesita una gran fortaleza de ánimo para seguir adelante en la búsqueda fatigosa de una nueva Nación, compromiso que apunta al bicentenario del nacimiento de la Patria.

Todavía hay tiempo para reaccionar, para concretar un diálogo fecundo en el que deponiendo toda prepotencia, venga de donde venga, y buscando siempre la verdad, se pueda construir un nuevo país, según la voluntad de Dios que nos interpela llamándonos a la honestidad de vida, a la nobleza de costumbres, a la primacía de la paz y la justicia y donde todos nos miremos como hermanos.

El texto evangélico (Mateo 7, 21-27) de la liturgia dominical del pasado primero de junio nos deja las palabras del Señor, tan oportunas para nuestro tiempo, que señalan la necesidad de construir la Nación sobre la roca de las obras buenas prolongación de la fe en el Cristo Salvador que nutrió la matriz de nuestra nacionalidad.

Si la Argentina continúa en cambio por el camino de la anarquía, de la violencia, de la inseguridad, de la corrupción y de la sin razón, será una realidad el derrumbe del tejido social que nos diluirá como Nación.

Y así, no basta con clamar “Señor, Señor…….somos creyentes” para salvarnos del derrumbe, sino mostrar con creces nuestra voluntad de convertirnos en hombres nuevos, servidores de un único Señor.

Santa Fe de la Vera Cruz, Junio 4 de 2008.

Padre Ricardo B. Mazza, Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista” de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz.

ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com