27 de septiembre de 2008

El misterio de la gratuidad del don divino.

1.-En la escucha del Señor y el encuentro con El
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, tan importante para nuestra vida, y hemos pedido en el estribillo del aleluya, “Abre Señor nuestro corazón para que comprendamos las palabras de tu Hijo” (Hechos 16,14).
El domingo, día del Señor, es el día más propicio para escucharlo, ya que como en su tiempo habla a la gente que se agolpa para seguirlo.
Se sentaba Jesús y la gente, y les hablaba largamente. También nosotros hemos de poner nuestro corazón cerca del Suyo para escucharlo, para percibir qué nos quiere decir.
Es la Palabra de Dios la que alimenta nuestra vida y responde a las inquietudes más profundas de nuestro interior, marcándonos el camino.
Precisamente el texto de Isaías (55, 6-9) nos dice que los pensamientos de Dios no son los nuestros, y sus caminos tampoco.
De esa manera se quiere poner en evidencia que no siempre coincidimos con el pensar de Dios, y que con frecuencia nuestros caminos no son los suyos.
Por eso el profeta, viendo que el pueblo ya volvía a su tierra dejando atrás el exilio, insistirá en la necesidad de la conversión.
Invita a ir encuentro de ese Dios que siempre se puede hallar y que se hace el encontradizo justamente porque quiere estar con nosotros.
De allí que trate Isaías la necesidad de la conversión que nos permite ponernos en el camino de Dios y en lo que El quiere de nosotros.
Cuando el padre del Cielo envía a su Hijo, que se hace hombre en el seno de María, nos encontramos con un camino muy especial.
Y descubrimos cuál es el camino, porque el mismo Jesús nos dice “Soy el camino”.
Ello nos lleva a caer en la cuenta que nuestros caminos son los de Dios, si transitamos por Cristo que es el Camino.
O por el contrario avizoramos que seguimos buscando atajos en medio de la vida, otras sendas que parecen más atractivas o más placenteras, pero que nos alejan de Jesús.
De allí la necesidad de atender el pedido de Dios en el Antiguo testamento en el sentido de tener su camino, transitar sus sendas.

2.-Jesús, el Camino de Dios y el misterio de la gratuidad.
En el Nuevo testamento descubrimos que el camino es, pues, el mismo Jesús y que sólo entrando en comunión con El podemos entender cuáles son los pensamientos de Dios, que en nada se parecen a los del hombre.
De hecho el texto del evangelio de hoy nos muestra cuán distinto es el obrar de Dios si lo comparamos con el nuestro.
Es natural que alguien diga: ¿por qué tengo que recibir la misma paga que aquel que trabajó menos que yo?
Y esta queja es así porque el ser humano se maneja con los criterios de la justicia humana que tiene como objeto el derecho, el cual consiste en dar a cada uno lo suyo.
Con este criterio, el reclamo de este hombre tiene sentido desde la óptica humana, pero no desde la lógica divina.
En las relaciones humanas podemos apelar a lo que es nuestro, a lo que nos es debido, pero en nuestro trato con Dios, jamás podemos hacer valer “lo debido”, y por lo tanto no corresponde reclamarle cosa alguna.
De allí se explica que al aplicar a Dios el concepto de justicia de lo debido nos sentimos abandonados por El cuando no obtenemos lo que deseamos, aunque sea con buenas intenciones, porque lo hacemos desde una óptica equivocada.
Y esto es así porque El no nos debe nada, ya que todo lo que proviene de Dios es gratuidad pura, es don total, regalo absoluto.
Hasta la realidad de nuestra existencia es un don que proviene de Dios, de ninguna manera un derecho exigible al Creador.
Precisamente porque la vida humana es un don de Dios, una vez que comienza a desarrollarse en el seno de una mujer es inviolable, y no está sujeta al capricho del hombre, el cual sólo a modo de instrumento por la colaboración varón y mujer, la comunica a otros.
Por eso el texto del evangelio es muy claro cuando el propietario de la viña –es decir el mismo Dios o su Hijo hecho hombre Jesús- dice cuando surge la cuestión de por qué todos perciben el mismo denario aunque el tiempo trabajado fuera diverso: “No te hago injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? “(Mateo 20,13 a 16).
Esta aparente injusticia de Dios es por otra parte totalmente beneficiosa para nosotros en lo que respecta a la salvación.
En efecto, ¿quién podría salvarse si se aplicara a cada uno y a todos, la vara de la justicia humana? No alcanzarían nuestras buenas obras para merecer el denario de la vida eterna.
Gracias a que lo que proviene de Dios es puro don, pura gratuidad, es que el hombre tiene la confianza -como dice Isaías -de encontrarse con el Señor, volviéndose a El por medio de la conversión.

3.-Los momentos del llamado y la grandeza del seguimiento de Cristo.
Y así cada uno de nosotros es llamado en distintos tiempos de la vida. Como ingresa cada automovilista en diferentes momentos y lugares para conectarse todos en la misma ruta, en el camino que es Jesús, ingresamos en los disímiles períodos de nuestra existencia.
Algunos al comienzo, o a media mañana, otros al promediar la tarde y quienes al crepúsculo de la vida.
Son dispares los instantes en que se produce el encuentro con Dios, no siempre por culpa personal o negligencia –si así fuera ya estaríamos juzgados- sino porque como le respondieron al propietario los que estaban sin trabajar al caer la tarde, “nadie nos ha contratado” (v.7).
Es como si dijeran: “no conocimos a Cristo ni al evangelio porque nadie nos ha hablado”.
En efecto, puede suceder que sin culpa haya quienes ignoran la salvación a la que están llamados porque los cristianos no vivimos en plenitud lo expresado por el Señor: “Id por todo el mundo a predicar el evangelio”.
Esto no implica que caigamos en la actitud de que el seguimiento del Señor ha de ser superficial o nulo, ya que Dios perdona aunque no hayamos hecho nada como respuesta de amor a El.
Ciertamente la relación con Dios es algo serio y no hemos de caer en el espíritu de la pavada en el orden religioso como muchas veces acontece.
Quien toma a la chacota lo religioso no encuentra al Señor.
Así sucedió en estos días cuando dejando al descubierto el malestar interior del ser humano -que sabiéndose a contrapelo de los valores evangélicos busca engañar y engañarse- se pretendió con la “mise en scène” de una pseuda religiosidad de “legitimidad”, cubrir la unión de personas del mismo sexo.
Dejando esas situaciones “extrañas al sentir cristiano”, pensamos en quienes han perdido el camino o estaban extraviados –como sucedió con San Pablo o San Agustín -, y que encontrándose con el Señor que invita a trabajar a la viña, han respondido afirmativamente.
Los niños, hijos de muchas familias llamadas católicas, –por ejemplo- caminan muchas veces por la senda de la vida totalmente solos, ya que sus padres no los acompañan ni en la fe, ni en otros aspectos fundamentales de su vida.
¿Qué les podremos pedir en el futuro? ¿Qué sean cristianos fervorosos, cuando no mamaron ese espíritu en sus familias.
Ante esos niños que no se les brindó lo debido –según la justicia humana- en el orden de la fe, sale al encuentro la gratuidad de Dios que llama por su gracia en lo más profundo de los corazones.
Los de la primera hora como los últimos, reciben su denario, esto es, la vida con Dios, si al encontrase con El en el camino de la vida han respondido con fe.
Siguiendo la lógica del Evangelio, la de la pura gratuidad del don de la salvación, un santo que fue fiel a Dios desde la niñez como San Luis Gonzaga obtuvo el denario que adquirió también el buen ladrón al convertirse en el ocaso de su vida.
Descubriendo el camino que Dios dispuso para nosotros, hemos de entrar de lleno en la vida nueva que nos ofrece Jesús, de tal manera que como San Pablo podamos decir: “Para mi la vida es Cristo” (Fil. 1,21), y busquemos vivir cada instante de nuestra existencia cotidiana recordando que “lo importante es que llevemos una vida digna del evangelio de Cristo” (cf. Fil. 1,27).

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Párroco de la Pquia San Juan Bautista de Santa Fe de la Vera Cruz.
Reflexiones sobre los textos de la liturgia dominical del 21 de Septiembre de 2007 (Domingo XXV “per annum” ciclo “A”).
ribamazza@gmail.com.- http://ricardomazza.blogspot.com.

15 de septiembre de 2008

La “corrección fraterna” o la búsqueda del bien del prójimo


Uno de los actos positivos en beneficio del prójimo que nace de la virtud teologal de la Caridad, es la corrección fraterna, de la que expresamente hace referencia el texto de Mateo 18,15:”Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.
Por pecado entendemos -en este caso de la corrección fraterna-, toda acción externa y por lo tanto visible, por la que el prójimo rompe su relación con Dios o con sus hermanos, de una manera consciente –con conocimiento- y con consentimiento -o sea, con voluntad libre-.
Digo acción externa visible, porque aunque es pecado también el apartarse de Dios o del prójimo a través del pensamiento o de los pecados llamados internos, al no ser estos percibidos por los demás, no pueden ser objeto de la caritativa admonición.
Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (II-II) cuestión 33 se plantea lo relativo a la misma en forma de ocho preguntas o artículos.
El primer artículo o pregunta se refiere directamente a la congruencia de esta peculiar forma de obrar en relación con el prójimo, y la formula preguntándose “si la corrección es acto de Caridad”.
El planteo tiene su razón de ser ya que la advertencia caritativa al que peca o vive en estado habitual de pecado, es en cierta forma remedio que debe emplearse frente al pecado del prójimo.
Al respecto, como suele hacer en su enseñanza, Santo Tomás distingue entre el pecado que es nocivo a la persona concreta que peca, y el pecado personal que perjudica al otro o al bien común.
De esta distinción se deduce que nos encontramos ante una doble tarea caritativa.
La primera que versa sobre el pecado del prójimo, apunta a buscar el bien de la persona, y en este sentido es un acto propio de la caridad ya que se pretende el bien espiritual de la persona, el cual está por encima del bien material que pudiéramos realizar en beneficio de alguien.
Buscar el bien espiritual de la persona, como en este caso, a través de la advertencia por su pecado, es un ejemplo claro del verdadero amor para con el hermano, ya que se busca apartarlo de aquello que es nocivo para su alma y que por lo tanto no sólo lo obstaculiza en su relación actual con Dios, sino también pone en riesgo la salvación eterna.
Podríamos afirmar por lo tanto que la corrección fraterna conforme al evangelio, descansa en una visión sobrenatural de la vida.
Justamente porque creemos que estamos llamados a la amistad con Dios ya en este mundo, como después de la muerte, es que se ha de buscar apartar al otro de todo lo que le hace daño e impide vivir en comunión con Dios.
La búsqueda por lo tanto del bien espiritual del otro es más importante que procurar el bien corporal, como por ejemplo aliviar a alguien de su enfermedad. Y esto es así porque la salud corporal en definitiva es para este mundo, y por lo tanto limitada al tiempo y a la propia realidad de la persona, mientras que el bien espiritual no sólo atañe a nuestra vida terrena sino a la eterna después de la muerte.
Este intentar el bien espiritual de la persona a través de su apartamiento del pecado supone además que estamos convencidos que el bien supremo para el ser humano es Dios mismo.
Indudablemente nadie buscaría el bien espiritual de otra persona si no estuviera seguro de su suprema importancia, cual es la vinculación estrecha con el Creador.
La corrección fraterna como obra positiva de la caridad permite, además, que avancemos más y más en una mirada purificada acerca de la vida y el ser del hombre.
En efecto, supongamos que tenemos en nuestra familia o en el núcleo de amistades alguien que ha caído en el vicio de la droga.
Inmediatamente tenemos en cuenta el bien corporal y mental de la persona, lo cual es loable, y tratamos de apartarla de ese vicio.
Pero si nos quedáramos en ese único plano, no buscaríamos más que el bien natural, cuando hay que apuntar también y sobre todo, desde una mirada de fe y de caridad sobrenatural, a desarraigarla de lo que perjudica su bien espiritual –ya que la aparta del bien divino- para encauzarla nuevamente en su noble caminar como hijo de Dios que se orienta al encuentro definitivo con su Creador.
Al concebir así nuestra tarea de apartar al otro de su desordenada opción de vida, procuramos en definitiva el bien global del ser humano en su aspecto natural como persona y en su conexión con el destino eterno sobrenatural para el que fue creado.
Al respecto dice Santo Tomás que el “remover el mal de uno es de la misma naturaleza que procurar su bien”.
En una cultura como la nuestra tan atada a los bienes pasajeros o a concebir la vida solamente en procurar “bienes” temporales, que a la postre son pasajeros, se hace cada vez más necesario aprender a contemplar cada circunstancia de la vida desde una perspectiva de fe sobrenatural que ilumine el obrar de la caridad fraterna por la que estamos llamados a continuar el designio de Dios hacia el hombre, procurando la salvación de todos y de cada uno.
Y salvar al otro, significa en gran medida ayudarlo a su apartamiento del mal para que descubra la profundidad del llamado hacia el bien que late en lo más profundo del corazón.
Cada uno de nosotros, pues, está por lo tanto llamado a descubrir en las circunstancias tan cambiantes de la vida, los mejores modos de ayudar a su prójimo.
Si por la corrección fraterna, logramos que alguien que se apresta a realizar un aborto no lo haga, no sólo habremos ganado para Dios a un hermano, sino que habremos impedido la realización del mal a otro, como es el quitar la vida al inocente.
Si por la corrección fraterna apartamos a una persona de su decisión de vivir “en pareja” en la tan común “unión de hecho”, lograríamos su permanencia en la relación con Dios, y la ayudaríamos a valorar en todo su significado el matrimonio cristiano, en el que por el pacto de amor entre un varón y una mujer, se prolongaría en la sociedad la unión entre Cristo y la Iglesia, como enseña el Apóstol San Pablo.
Es tan necesaria y obligatoria esta forma peculiar de vivir la caridad, que el profeta Ezequiel nos hace culpables por la omisión del acto virtuoso al afirmar que si “tú no hablas poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre” (Ezequiel 33,8).
Diferente es la consecuencia para el que corrige si habiendo advertido no es escuchado por quien ha de cambiar de conducta, ya que habrá salvado su vida (cf. Ezequiel 33,9).


La segunda tarea del acto de corregir contempla el pecado personal del prójimo en cuanto redunda en detrimento de los demás, que se sienten lesionados o escandalizados, y también como perjuicio al bien común, cuya justicia queda alterada por el pecado.
Y así dice el Aquinate: “La otra corrección remedia el pecado del delincuente en cuanto revierte en perjuicio de los demás y, sobre todo, en perjuicio del bien común. Este tipo de corrección es acto de justicia, cuyo cometido es conservar la equidad de unos con otros”.
Indudablemente se perfecciona de esta manera el acto de la corrección fraterna en cuanto que de conseguirse la conversión del que peca, se da pie a la congrua reparación del daño provocado a terceros.
Y así por ejemplo, -para continuar con la referencia hecha anteriormente respecto del que se droga- o según el caso, del que se alcoholiza -, de lograrse su redención, se obtiene la tranquilidad vulnerada en el seno de una familia concreta.
Como se puede observar es mucho lo que puede realizar el cristiano en beneficio de sus hermanos, ya sea en relación con el individuo concreto, ya respecto a aquellos que de alguna manera se ven perjudicados por el desvío de un particular.
Se ha de advertir por lo demás, que la corrección fraterna incluye otras reflexiones a tener en cuenta, como es el modo, el cuándo oportuno y la obligación de realizarla, dejando para otra oportunidad su consideración.
Una atención especial merece lo que refiere a la corrección fraterna institucional.
Esta corresponde, como veremos, a la denuncia profética acorde con la misión de la Iglesia como Institución, con el ánimo de buscar un cambio social que redunde en beneficio de todos sus fieles.


Padre Ricardo B. Mazza. Director del “CEPS Santo Tomás Moro”
Santa Fe de la Vera Cruz, 15 de Septiembre de 2008.
ribamazza@gmail.com.- http://ricardomazza.blogspot.com. www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-