26 de noviembre de 2008

El juicio de Cristo Rey (I)


“Se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros” (Mateo 25, 31 y 32).

En este domingo de Cristo rey llegamos al final del tiempo litúrgico llamado durante el año, en el que como Iglesia hemos meditado sobre los misterios de la vida de Jesús haciendo una vez más este recorrido que forma parte de la historia de la salvación procurando la salvación de la historia humana que sólo se logra desde la fe teniendo a Cristo como centro de nuestras vidas.
Durante todo el año, puestos a los pies del Salvador, escuchamos su Palabra tratando -a pesar de nuestras limitaciones- de convertirnos, de realizar nuestra permanente pascua de simples oyentes a discípulos del Maestro.
Esta fiesta de Cristo rey recuerda, al igual que en los últimos domingos, aquello que va a acontecer ya sea en el fin de la historia de cada uno o en la segunda venida de Cristo junto con el fin del mundo.
La Escatología nos enfrenta con los últimos acontecimientos de la vida humana. Y así meditamos sobre el misterio de la muerte el pasado dos de noviembre, sobre el juicio particular con la parábola de los talentos y el juicio universal en la solemnidad de Cristo rey.
La parábola de los talentos nos muestra al Señor que viene en su segunda venida a recoger los frutos que hemos producido partiendo de los dones recibidos por cada uno para la “edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef.4, 12) que es la Iglesia.
Todo esto en un marco en que resalta el juicio particular. Es decir cada uno de nosotros es premiado si se han hecho fructificar los dones recibidos o por el contrario seremos sujetos de la afirmación del Señor: “A este empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes “(Mateo 25,30). Y esto porque la falta de respuesta de un miembro repercute gravemente en la edificación a la que hemos sido llamados.
Generosamente se nos ha dado el lapso que media entre la Ascensión –“un hombre que se iba al extranjero” (Mt.25, 14)- del Señor y su segunda Venida –“al cabo de mucho tiempo volvió el Señor” (Mt. 25, 19)- para hacer fructificar los talentos entregados.
En este domingo, en cambio, -si bien con temática semejante- se vislumbra a Cristo que regresa al fin de los tiempos para el juicio universal de las naciones, en el que ciertamente procederá a examinar a cada uno.
En la liturgia aparece el triunfo de Cristo Nuestro Señor, lo cual nos llena de esperanza ya que muchas veces nos agobia el triunfo del mal, y al acostumbrarnos a ello, hemos perdido la noción del progreso del bien, que aunque no lo vemos, va produciendo frutos en medio de la sociedad.
El bien como el grano de mostaza -aunque insignificante- se va extendiendo, y va teniendo su lugar en el corazón de aquellos que lo reciben con alegría porque saben que vivir el mandamiento nuevo es hacer presente la realidad del Reino.
Esta presencia del Cristo Juez y Rey del Universo, pondrá de manifiesto en definitiva, lo que hay en el corazón de todos y de cada uno. En ésta su segunda venida ubicará las cosas en su lugar y señalará sin duda alguna su primado sobre todo lo creado.
Quedará al descubierto el corazón humano. Delante del Señor se terminarán las ficciones y la mentira, ya no se puede simular más, el corazón del hombre entroncará profundamente en su maldad o en su bondad. Se conocerá si se dio lugar al mandamiento nuevo o por el contrario se lo rechazó.
En nuestra historia personal la no realización de este mandamiento nos lleva a vivir en las tinieblas, sin saber a dónde vamos, e imposibilita la participación en la celebración del sacramento del amor, esto es, la Eucaristía en este mundo, la visión beatífica en la eternidad.
La respuesta positiva en cambio a la interpelación de Jesús, nos permite vivir en la Luz, orientados siempre hacia el Creador que nos convoca al Banquete eterno.
En el texto del evangelio (Mateo 25, 31-46) Jesús nos dice en qué va a consistir el juicio de cada uno de nosotros y también el de las naciones.
Es un juicio que mira cómo ha sido nuestra relación con el prójimo, viendo ésta como una prolongación de nuestra unión con Dios.
En efecto, el cumplimiento de este mandamiento hace realidad la presencia del Señor en cada uno de los creyentes.
Las afirmaciones que hace el Señor sobre el comportamiento de cada uno, pueden sorprender al ser humano y llevarlo a averiguar como en el texto del Evangelio: ¿Señor, cuándo tuviste hambre y te dimos de comer o no te dimos de comer? Y el Señor responderá:”Cada vez que lo hicieron con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron” (Jn. 25. 40). Y cada vez que no lo hicieron con el otro, no lo hicieron conmigo.
Cristo se coloca en el lugar de cada persona y esto es así por el misterio de la Encarnación mediante el que cada uno queda “como divinizado”, ocupando el espacio del mismo Cristo en las múltiples relaciones humanas.
El Hijo de Dios se hace hombre, entra en la historia humana y se sitúa en el ámbito de cada uno de nosotros.
Hasta el pecador más grande –aunque a veces esto nos resulte indigerible-, debe ser visto a la luz de esta verdad de la Encarnación, es decir que el que obra el mal también es hijo de Dios y hermano de Jesucristo y por eso llamado a la conversión y a la consiguiente vida en Dios.
La identificación de Cristo con el hombre es tal, que cuando sufre un hermano es Cristo quien sufre con él y en él.
Cristo por lo tanto, clama desde el enfermo, desde el que tiene hambre, desde el perseguido injustamente, desde el abandonado material o espiritualmente, solicitando nuestro consuelo.
De allí que cada acción buena practicada a favor del otro, la realizamos en consideración a El, y cada acción mala constituye una descalificación del mismo Señor.
Tal es la relación entre Cristo y el hombre, que llega a decir que será premiado cualquier pequeño gesto realizado a favor del otro hasta el dar un simple vaso de agua al que lo necesita por amor a El.
Pero esta exigencia del evangelio, como decía al principio, hemos de unirla a la parábola de los talentos.
En efecto, allí se nos da la medida de los requerimientos de Cristo para cada persona. No seremos examinados de la misma manera, ya que lo debido por cada uno dependerá de los talentos recibidos para fructificar.
Es decir hemos de considerar -ya que existen exigencias diferentes- qué significa dar de comer o beber, vestir al desnudo o visitar al enfermo según sea la persona y los dones recibidos. Pero esto será tema para otro artículo.
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Padre Ricardo Mazza, Cura Párroco de la “Pquia San Juan Bautista”.
Santa Fe de la Vera Cruz, reflexiones en torno a la fiesta de Cristo Rey (23 de Noviembre de 2008).
ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com . www.nuevoencuentro.com/tomasmoro, www.nuevoencuentro.com/provida.-

25 de noviembre de 2008

Estimado Padre,

como catolico y padre de 3 hijos queria felicitarlo por su articulo, pero sobre todo por su valentia. La frase de Edmund Burke que ud. menciona la tengo siempre a la mano ya que me impacta el mensaje que encierra. Ese deberia ser el deber de todo cristiano. Veo tanto en laicos como en el clero mucha cobardia.

Queria hacerle una pregunta sobre la cual he escuchado dos versiones de muchos sacerdotes. Unos dicen que si y otros dicen que no.

El mundo esta transitando por un camino (claramente a la vista de cualquier persona con un coeficiente intelectual medianamente dotado) de clara autodestruccion. El nivel de maldad y destruccion (en mi humilde opinion) ha traspasado cualquier nivel en la historia.
Dios ha creado al mundo para si mismo y por amor, por lo tanto tiene TODOS LOS DERECHOS SOBRE TODO LO CREADO.

Cree ud. que Dios esta, o estara castigando al mundo por sus crimenes? Muchos sacerdotes me han dicho que Dios no castiga porque al venir Jesus al mundo y dar su propia vida, ya no necesita acciones punitivas y que DE NINGUNA MANERA DIOS CASTIGA. Pero muchos otros sacerdotes, (inclusive santos y misticos que he leido) dicen que Dios va a castigar al mundo, y cada vez peor. Creo si mi ignorancia no me lo impide, que el mismo San Pablo envio a los demonios sobre una persona que pretendia "comprar" los "poderes milagrosos" de los apostoles o algo parecido. El mismo San Pablo, segun me ha referido un sacerdote ha castigado.

Ud. que opina? Solamente en USA han muerto miles de millones de ninos en abortos. Dios se va a quedar cruzado de brazos como un Padre tonto? No va a corregir al mundo? Si deja que el mundo siga asi sin intervenir, con solamente el libre albedrio del hombre, NO VA A QUEDAR NADA. Entonces cual seria el fin de la Creacion si al fin y al cabo no va a quedar mas que la tierra?

Le mando un saludo, espero que mi pregunta no moleste o incomode, de ninguna manera es falta de fe. En todo caso es falta de conocimiento.

Que Dios lo proteja y Maria lo bendiga.

Alejandro
San Justo
BsAs

19 de noviembre de 2008

Seguridad y Legítima Defensa (III)


Un ciudadano deja este mensaje desesperado en una radio local: “Los ciudadanos vamos a hacer sonar el escarmiento……apaguen el incendio…..paren las muertes………..no se hagan los distraídos y paren a los chacales sedientos de sangre que vienen a matar a los vecinos….”

1.-La legítima defensa del ciudadano.

Una noticia publicada en la web muestra cómo se considera a veces el tema de la legítima defensa personal. La misma expresa lo siguiente: “La justicia del lado de los delincuentes como corresponde a un gobierno progre….y además ideologizado…” y continúa: Una mujer enferma de cáncer, que mató a un delincuente que la iba a eliminar con un cuchillo, va a juicio oral. El Juez entendió que el hecho que el delincuente se abalanzara sobre ella, y quisiera atacarla con un arma blanca, no constituye una legitima defensa el dispararle, sino que es un exceso. El disparo se efectuó con la propia arma del delincuente. Y no sólo esto, sino que además la familia de los delincuentes, amenazaron a la mujer con matarla... y se agravó el estado de su enfermedad.... El fiscal dijo que era “homicidio simple”, mas grave aún..”.
Por un lado parecería que el ataque fue sólo con arma blanca y la mujer se defendió con un arma de fuego, lo cual hace que el juez considere dicha defensa como un exceso, por otro lado está la posibilidad que además el maleante llevaba el arma de fuego con la que la mujer se defendió arrebatándosela, y que ésta circunstancia se consideró también defensa excesiva.
Según este hecho que nos sirve de ejemplo, podemos considerar qué se entiende por legítima defensa bajo el punto de vista moral. La respuesta la podemos encontrar en la enseñanza habitual de la Iglesia.
Y así el Catecismo de la Iglesia Católica expresa claramente que “La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario”.(CIC nº 2263).
¿Qué quiere decir que la legítima defensa ya sea personal, ya social: “no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente”?
Significa que causar la muerte del injusto agresor no es ocasionar la muerte a un inocente. En efecto, el delincuente que agrede a una persona para robar o matar, se hace a sí mismo culpable de atacar a un ciudadano inocente, y por lo tanto en ese caso pierde el derecho -y no puede reclamarlo- a que se le respete su vida, toda vez que se ha puesto en ocasión de ser abatido.
Santo Tomás de Aquino aclara cómo la legítima defensa encuadra el deber de cuidar de la propia vida: ‘La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor... solamente es querido el uno; el otro, no’ (Suma Teológica 2-2, 64, 7).
Continúa el catecismo de la Iglesia Católica afirmando que “El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal: (Catecismo de la Iglesia Católica 2264).
Se enseña aquí cómo el amor a sí mismo es el fundamento del derecho a defender la vida. Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium Vitae nº 55 recuerda este principio en el sentido de que “el valor intrínseco de la vida y el deber de amarse a sí mismo no menos que a los demás, son la base de un verdadero derecho a la propia defensa”.
Hay que destacar obviamente que la legítima defensa sólo permite una defensa adecuada no ejerciendo una violencia desmedida en la defensa ya que ésta sería ilícita (cf. CIC 2264).
Y ¿qué es una defensa adecuada? Aquella por la que el agresor queda imposibilitado de seguir adelante con su intención deletérea. Quitarle la vida, por ejemplo, -a no ser que sea el único recurso para impedir la acción del delincuente- cuando con sólo herirlo lo volvería incapaz de delinquir, sería excesivo.
Es cierto que en la situación concreta no es fácil poseer la objetividad necesaria para distinguir entre lo debido y lo excesivo.
De allí que bajo el punto de vista de la moral católica y en orden a considerar la acción como pecado o no, se ha de tener en cuenta si la inteligencia o la voluntad fueron de tal modo afectadas, -por ignorancia, pasión, miedo o violencia- que el agredido hubiera actuado sin libertad plena o sin suficiente conocimiento como para configurar un verdadero acto humano.
Por otra parte hemos de recordar que la legítima defensa no sólo es un derecho que posee la persona inocente a conservar su propia vida preservándola de toda agresión injusta, sino que es un deber, y éste puede llegar a ser “un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.” (CIC nº 2265).
Juan Pablo II citando este texto del Catecismo afirma que “por desgracia sucede que la necesidad de evitar que el agresor cause daño conlleva a veces su eliminación. En esta hipótesis el resultado mortal se ha de atribuir al mismo agresor que se ha expuesto con su acción, incluso en el caso que no fuese moralmente responsable por falta del uso de razón” (Evangelium Vitae nº 55).
Este último párrafo de Juan Pablo II pudiera resultar extraño porque refiere a alguien que quizás no sabe lo que hace. Sin embargo, aún en esa hipótesis –la de no tener uso de razón- posee su obrar el carácter de injusto agresor, y por lo tanto legitima la acción defensiva justa de quien es agredido.
El Papa Wojtyla insiste mucho en el respeto a la vida de toda persona humana incluida la del reo y la del agresor injusto pero reconoce “que el derecho a proteger la propia vida y el deber de no dañar la del otro resultan, en concreto, difícilmente conciliables” (EV nº 55).
En caso de no poder conciliar ambas obligaciones, enseña Santo Tomás que “es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro” (Suma Teológica. 2-2, 64, 7) y esto porque el mandamiento “no matarás” tiene un valor absoluto cuando se refiere a la persona inocente (cf. E.V. nº 57).

2.-La legítima defensa de la sociedad por la autoridad política.

Sobre este tema el clamor de la sociedad sigue solicitando soluciones oportunas y manifestando su asombro ante remedios que no parecen congruentes con el sentido común. Transcribo una situación concreta: “Un juez permitió volver a la escuela a un menor que violentamente había participado en un asalto y quien había dicho a sus compañeros de asalto….”dale, tirále, porque nos han visto y nos reconocerán…..”
La enseñanza de la Iglesia es clara al respecto: “La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte”. (CIC nº 2266).
No cabe la menor duda que lo expresado anteriormente por el Magisterio de la Iglesia reclama a la autoridad estatal el tomar en este campo de la seguridad pública todas las medidas necesarias para velar por la tranquilidad de los ciudadanos.
Y esto es así porque es deber primordial de quienes conducen los destinos de una Nación el trabajar por el bien común de la misma, ejerciendo la autoridad que ponga coto a la anarquía reinante implementando aquellas medidas que contribuyan a la paz social.
En la sociedad argentina se viven momentos difíciles en este campo, siendo una de las preocupaciones más urgentes y recurrentes de la población el poder vivir pacíficamente. Es imposible trabajar, educar, transitar y producir cuando la sociedad se ve constantemente amenazada por bandas de delincuentes.
Este ejercicio de la autoridad interpela a los tres poderes del Estado: al ejecutivo le cabrá el prevenir el delito –dentro de la ley- acotando sus consecuencias; al legislativo le corresponderá la creación de leyes –conteste con los tiempos que vivimos- que amparen al hombre de bien y castiguen al que perturba gravemente la convivencia de todos; al judicial le tocará la aplicación de las leyes con el debido rigor, buscando además la curación del reo para su posterior reinserción en la sociedad.
Y a todos, en fin, posibilitar nuevos ámbitos sociales en los que la persona encuentre su espacio para desarrollarse acorde con la dignidad que posee por ser creada a imagen y semejanza de Dios.
El Catecismo sigue refiriéndose a esta defensa legítima de la sociedad en manos del poder político afirmando que “quienes poseen la autoridad tienen el derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo” (CIC nº.2266).
No obstante la legitimidad del uso armado e incluso la muerte del injusto agresor de la sociedad, la enseñanza de la Iglesia se inclina por el uso de los medios incruentos en la represión del delito, siempre que éstos protejan suficientemente el orden público y la seguridad de las personas.
La recomendación de los remedios incruentos de carácter preventivo o represivo se funda en que corresponden mejor con las condiciones del bien común y son más conformes con la dignidad de las personas (cf. nº 2267).
La autoridad pública, eso sí, deberá establecer penas congruas con el delito cometido, ya que éstas apuntan a compensar el desorden que la falta o el delito ocasiona, preservar el orden público y la seguridad de las personas y poseen también un efecto medicinal ya que apunta a la enmienda del culpable (cf. Lc. 23, 40-43 y CIC nº 2267).
En fin, mucho más se podría decir sobre este tema preocupante. Cabe eso sí reconocer que la situación de inseguridad debe verse dentro de un marco totalizador que como expresé en el artículo “Seguridad y legítima defensa” (II), busque crear nuevos espacios ciudadanos de paz social en el ámbito económico, laboral, educacional, familiar y político. Sólo así se podrá dar a luz una nueva sociedad en la que los resortes últimos de la legítima defensa sean siempre recursos excepcionales.
Que nuestra Señora de la Paz escuche nuestro clamor y nos ilumine a todos para cambiar esta situación de agresión continua entre hermanos.

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”.- Santa Fe de la Vera Cruz, 19 de Noviembre de 2008.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com;

4 de noviembre de 2008

Seguridad y legítima defensa (II)


Antes de considerar qué se entiende por legítima defensa conviene analizar, -aunque más no sea brevemente- algunas causas de la llamada falta de seguridad o violencia institucionalizada entre nosotros, a los efectos de proponer posibles formas de solución que respondan a un orden social más humano y prever así un futuro diferente.
Indudablemente erradicar las causas de la inseguridad lleva su tiempo y reclama una verdadera decisión política para lograrlo, junto con una conversión verdadera en todos los actores sociales para realizarla.
Lamentablemente esto parecería cada vez más lejano si tenemos en cuenta que la opción que se ha hecho en el mundo – tan visible para América Latina- es por el contrario la de la cultura de la muerte como ya lo denunciara el papa Juan Pablo II en la Encíclica “Evangelium Vitae”.

1.-La cultura de la muerte como origen de la inseguridad

Ayer nomás, el ministro de Salud de la Provincia Invencible de Santa Fe, don Miguel Angel Capiello afirmó que “Creemos que no es justo penalizar a una mujer que se ha realizado un aborto. Es más, hemos ratificado que no hay obligación en denunciar estos hechos. El proyecto que tiene la diputada socialista Silvia Augsburger, cuando sea ley lo vamos a acatar como corresponde”, concluyó el ministro.
De este modo de pensar, -quizás al ministro se le pasó inadvertido- se desprende que sería injusto sancionar al homicida de un inocente como lo es el niño no nacido, siendo por lo tanto justo el matar al ser humano que se gesta dentro de su madre, si ella así lo decide.
Como el objeto de la justicia es el derecho, es decir “lo justo” o “lo que corresponde a cada uno” según su ser creatural a imagen y semejanza de Dios, se estaría ante un nuevo orden –el de la maldad más radical- por el que se pretende otorgar a cada uno derechos y deberes no según el orden natural del ser creado, y por lo tanto dependiente del Creador, sino según la premisa de la “superioridad ilimitada” de los más fuertes sobre los más débiles.
Este hablar con ligereza acerca del aborto refleja una mentalidad relativista en el plano de la verdad y por lo tanto de la moral, por la que el hombre se erige en Señor de la vida y de la muerte y cree maliciosamente que puede decidir lo que es justo o no para los otros, o quién debe morir o vivir, determinándolo por medio de leyes creadas por los que detentan el poder, es decir por los más “fuertes”.
Y así, al amparo de “lo legal” –absurdo que instituye a la ley como protectora del delito- y basándose en situaciones dolorosas que pudieran sufrir las personas en un momento determinado, las madres tendrían el derecho de eliminar a sus hijos y éstos asumirían el deber de someterse a esa voluntad renegando al don supremo de la vida.
En el fondo se trata de dirigentes que tienen una visión distorsionada de quién es el hombre y para quienes las personas son cosas en el engranaje de la sociedad hedonista del momento, y que se las puede eliminar si así lo dispone “la cultura de la frivolidad”.
Y así advertimos que -por más que le demos vuelta a la cuestión- , al justificar –aunque sea por razones aparentemente de peso- o juzgar de un modo benévolo el crimen del aborto, se le otorga legitimidad absoluta.
Conocedora de esto, la Iglesia Católica por el contrario, enseña a los hombres de buena voluntad a la luz de la razón, y a los católicos, desde esa misma razón elevada por la fe, cómo vivir de una forma cada vez más humana.
Y así: ‘La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente’ (CDF, instr. "Donum vitae" intr. 5). (CIC nº2258).
Este modo de razonar “favorable a la muerte del inocente” que hemos mencionado, sirve de fundamento a la postre para justificar el clima de violencia y muerte que se ha instalado en la sociedad argentina y que no parece disminuir de ningún modo.
Los delincuentes no tienen reparo en matar a víctimas inocentes por doquier si esto conviene a sus planes y a su visión de que “el más fuerte somete al débil”, y siguen deambulando al acecho de nuevas víctimas y, sin son menores quedan libres de culpa y cargo.
¿Quién podrá interpelar al asesino del ciudadano común por sus actos, pretendiendo hacerle ver que obra mal, cuando la sociedad a través de no pocos dirigentes y de muchos argentinos además de alentar el asesinato del nasciturus, asegura tranquilidad a sus autores ya que no serán penados?
Si bien las causas de tanta ligereza al considerar la existencia de los hermanos son múltiples ciertamente, la fundamental es el desprecio por el primer derecho humano, el de la vida.
Y así, quien no se conmueve ante la debilidad de un ser indefenso y lo agrede hasta exterminarlo, ¿no está pregonando que toda vida humana –la del adulto también- sólo es mirada con ojos utilitaristas, y que está a merced del más fuerte?

2.-Cultivar la cultura de la vida para erradicar el flagelo de la inseguridad.

El papa Juan Pablo II en su Encíclica “Evangelium Vitae” nos da una serie de vías para lograr una nueva cultura de la vida humana (núm. 78 a 105) y así intentar construir una sociedad nueva. Tomaré algunas sugerencias solamente ya que se prolongaría en demasía esta nota si me refiriera a todas.
Las estadísticas muestran que muchos de los que delinquen en el campo de eliminar a sus hermanos provienen de familias destruidas o inexistentes.
Juan Pablo II afirma al hablar de la dignidad de la familia que ”en la familia cada uno es reconocido, respetado y honrado por ser persona y, si hay alguno más necesitado, la atención hacia él es más intensa y viva” (cf. núm.92)
Ante ese hecho, ¿se busca legislar a favor de la familia señalando que ésta es el ámbito natural en el que los ciudadanos maduran y se van formando como futuros varones y mujeres de bien? El papa dirá al respecto:”la política familiar debe ser eje y motor de todas las políticas sociales” (núm.90)
Los países europeos que por décadas hay implementado políticas antinatalistas sufren las consecuencias de la falta de niños y jóvenes, como consecuencia de su falta de respeto por el orden natural.
Ahora ya de vuelta, cambian el discurso del pasado por la prédica “pro-vida”, -aunque no se olvidan del negocio lucrativo del aborto- prometiendo ventajas económicas a los matrimonios que se animen a la procreación.
En Argentina ensayando proyectos que en otra parte han desengañado, pensamos en continuar con esas políticas ya fracasadas en lugar de entender que “la vida humana es un don recibido para ser a su vez dado” (núm. 92 de EV)
Si sabemos todos que la droga obnubila las mentes y empuja a la delincuencia más feroz, ¿hay verdadera voluntad en los responsables de la “salud” para erradicarla, o más bien la favorecen predicando “la legitimidad de su tenencia para uso personal”?
¿Existen verdaderos proyectos que se orienten a un servicio educativo que colabore con la familia en una verdadera formación humana, o sólo se intenta mantener la magra educación ya existente?
¿Cómo transmitir la necesidad del orden necesario en la sociedad para poder construir un país nuevo, cuando reina la anarquía más deletérea en todos los campos?
¿Se puede “prevenir” la delincuencia, vista como una forma de “laburar”, si no se instaura la cultura del trabajo y del esfuerzo personal aunando lo particular para el bienestar de todos?
¿Y cómo pensar en trabajar si se introduce en nuestra cultura el criterio de que robando se gana más?
¿Quién tendrá temor por la cárcel si en vez de ser un lugar y un tiempo en el que la persona trabaja para el bien común, buscando reinsertarse en la sociedad, sólo es posibilidad de ociosidad y período de crecimiento en el aprendizaje del mal vivir.
Mucho se podría desgranar en orden a la reflexión, pero me parece necesario resaltar para finalizar, que nos espera una ímproba tarea positiva a favor de la vida, y por lo tanto superadora del clima de inseguridad que vivimos.
A todos nos compete poner manos a la obra junto con la oración confiada dirigida al Señor de todo lo creado.
Si me permiten todavía, continuaré en una tercer nota explicando lo referente a la legítima defensa.
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Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”. Santa Fe de la Vera Cruz, 04 de Noviembre de 2008.
ribamazza@gmail.com