29 de agosto de 2009

Señor, ¿a quién iremos? sólo tú tienes palabras de vida eterna.



“Es bastante común en nuestros días comprobar que muchos sedicentes católicos son proclives a abandonar la fe recibida”.

1.-Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios (Josué 24,1-2.15-18).

Cansado de asistir durante tanto tiempo a la infidelidad israelita en su caminar hacia la tierra prometida, Josué reúne a los ancianos, jefes, jueces y magistrados y les formula una exigente pregunta: ¿a quién servirán en el futuro si no les parece bien servir al Señor? ¿A los dioses a quienes sirvieron los antepasados de ustedes o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitan? Y culmina diciendo: “Yo y mi casa serviremos al Señor”.
Les reclama así, una opción fundamental que marcará sus vidas en el futuro, ya sea por el camino de la idolatría y por lo tanto de la mentira, o por el camino de la verdad rindiendo culto al Dios verdadero.
La respuesta es unánime:” ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!”.
Y manifiestan enseguida el fundamento de esa elección en la presencia del Dios verdadero junto al pueblo desde la salida liberadora de Egipto, continuando en su caminar por el desierto, hasta llegar a la tierra prometida, culminando con la expresión jubilosa de “Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios”. (Josué 24,1-2.15-18).
Josué los conmina a tomar una decisión que signifique una conversión profunda de cada uno porque sabe de la actitud fluctuante del pueblo para con el verdadero Dios, y ante el temor siempre latente de que cedan a la idolatría.
Esta conversión es palpable en la medida en que todos y cada uno de los miembros del pueblo elegido opte por servir al Señor de la Alianza sin condición alguna que pueda disminuir esta opción fundamental por el Dios verdadero, realizada no por conveniencia sino por convencimiento acerca de dónde está la verdad que enaltece la existencia humana.
Indudablemente esta decisión de los israelitas aparece como un modelo a seguir en nuestros días en los que el ser humano retacea un compromiso que implique a todo el hombre.
En efecto, en el fondo de este “no comprometerse” tan peculiar en el voluble corazón humano, siempre está vigente la tentación de guardarse algo para sí como si el entregarlo todo pudiera disminuir a la creatura en su relación con el Creador.

2.-¡Es duro este lenguaje! ¿quién puede escucharlo?
La enseñanza de Jesús sobre el pan de vida que es Él mismo, produce una escisión entre sus propios discípulos que llegan a exclamar: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?” (Juan 6,60).
¿Cuál fue la causa de esta crisis entre sus seguidores? En realidad se produce un planteo parecido al que surgiera con Josué.
El machacar que “los padres de ustedes comieron el maná y murieron” mientras que quien come a Jesús tiene vida eterna, pone a todos ante una decisión que formalice también una opción fundamental de vida que trasciende el momento de las enseñanzas de Jesús y marca para el futuro la vida de cada uno.
En efecto, o se está con Cristo que nos da la Vida Eterna, o se elige el maná del espíritu mundano y las cosas materiales que nos esclavizan a lo perecedero.
O sea, qué considera cada uno como lo más importante en su vida.
El planteo de Cristo suena duro porque implica ceder a los criterios de un mesianismo meramente temporal para entrar de lleno en la novedad del Hijo de Dios que nos lleva a un estilo de vida totalmente diferente.
Elegir al Señor supone dejar de lado las propias visiones causadas por la “carne y la sangre” y encauzarnos por la senda del “Espíritu y Vida”.
Si las palabras de Jesús significan un escándalo, es decir, una piedra de tropiezo en el caminar tranquilo de las seguridades de este mundo, “¿qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?” (v.62).
En efecto, si la proclamación de una vida distinta presente y futura fruto del pan de vida resulta un “avasallamiento” de las convicciones frívolas de los hombres, ¡cuánto más lo será la confirmación de esta vida nueva prometida con la glorificación del Salvador!
Y sigue, concluyendo el mismo Señor con una afirmación mucho más dura todavía: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida” (v.63).-

3.-Las escisiones en la vida del cristiano provocadas por la Palabra.
El Apóstol Pablo (Efesios 5,21-32) con su enseñanza acerca del matrimonio nos presenta un ejemplo concreto que produce masivos abandonos de cristianos que no quieren vivir según el espíritu del Señor. Es un texto podríamos decir clásico acerca de la dignidad del matrimonio.
San Pablo no presenta meramente una visión matrimonial desde la óptica de la enseñanza del libro del Génesis, sino que va más allá.
Compara el matrimonio constituido por un varón y una mujer con la unión estrecha que existe entre Cristo y la Iglesia.
La unión varón y mujer se constituye para los bautizados en un signo sensible y eficaz de la unión entre Cristo y la Iglesia.
Signo porque “significa”, señala, que la conformación del matrimonio apunta a una unión más plena –Cristo y la Iglesia-, que se hace “sensible”, es decir perceptible, en el varón y la mujer que realizan –de allí eficaz- los significados de la relación entre Cristo esposo y la Iglesia esposa.
Más allá de que algunas palabras de San Pablo, descriptivas de la relación esperada entre el esposo y la esposa puedan parecer “extrañas” a las modas de este mundo, apuntan a una realidad más profunda para la relación varón y mujer que sólo puede ser vista desde la fe.
Ante esta enseñanza también hoy no son pocos bautizados que repiten las palabras de los discípulos del Señor: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”.
¡Piénsese en el zapateo de los defensores de la perspectiva de género ante esta proclama paulina sobre el matrimonio!
Para estos ciegos – culpables porque niegan la verdad presente en la naturaleza humana- ante la verdad de las cosas e instituciones más sagradas como el matrimonio y la familia, tales afirmaciones son una afrenta imposible de soportar.
Para los bautizados que eligen el camino de las “uniones de hecho” sin matrimonio como fórmula para “probar” si se aman o hasta qué punto pueden comprometerse desde sus propias inmadureces, no les cabe otro camino –a no ser que se conviertan- que alejarse de Cristo y su enseñanza.

4.-El abandono de los “infieles”.
Es bastante común en nuestros días comprobar que muchos sedicentes católicos son proclives a abandonar la fe recibida.
Los hay quienes apostatan de la fe impulsados por cierta moda anticatólica o escudándose en la excusa”de los escándalos de la Iglesia”.
Otros, cuando no se les concede lo que pretenden de la Iglesia, se alejan dando un portazo gritando que la exigencia de la misma por una vida más seria de fe, no hace más que “espantar a la gente”, cuando a decir verdad ya se habían autoexcluido con su visión mundana de la institución que los cobijó generosamente desde el día del bautismo.
Hay católicos que emigran de parroquia en parroquia buscando una predicación “que les halague el oído” o que la catequesis para sus hijos esté a tono con sus “necesidades de mantenerse en la mediocridad” sin exigirles mucho para una vida auténticamente de fe.
Ante esto, ¿qué debemos hacer? La respuesta podría ser la del Buen Pastor que sale en busca de las ovejas extraviadas.
Sin embargo, Cristo en esta oportunidad los deja ir sin intención de retenerlos porque “hay entre ustedes algunos que no creen” (v. 64).
La fe es un don, pero también como acto implica un asentimiento del entendimiento bajo el impulso de la voluntad movida por la gracia.
Y como este acto es libre, no son pocos los que no quieren entregar el obsequio de su entendimiento y voluntad al Dios de la Alianza.
Conociendo Jesús ésta situación, prosigue preguntando a los doce, y con ellos a nosotros “¿también ustedes quieren irse?” (v.67).
Pregunta realizada con dolor sentido por el corazón de Cristo ante la ingratitud de los discípulos que no supieron comprender lo que estaba en juego para ellos.

5.- El seguimiento de los que “creen”.
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (v.68) responde bellamente Simón Pedro, respondiendo en nombre de todos los creyentes que sólo buscan la verdad.
Hoy más que nunca el ser humano se halla confundido en su caminar por el mundo.
Busca sendas con frecuencia que no encuentran una meta que los colme de Verdad y de Bien.
Engañado muchas veces por sus ilusiones o por el encandilamiento de un mundo fugaz no atina el rumbo correcto.
Sólo el humilde que se asienta únicamente en su fe en el Señor es capaz de captar que exclusivamente es Cristo quien tiene palabras de vida eterna que iluminan el camino fatigoso de “homo viator”.
Por eso cuando confunde su camino se pregunta “¿a quién iremos?”, para encontrar nuevamente como única respuesta salvadora: “Tú tienes palabras de vida eterna”.
Grabemos en nuestro corazón estas evidencias que brotan de la intimidad con Cristo.
Busquémoslo a Él haciendo por una amistad duradera con quien nos ama de veras, una auténtica opción que marque para siempre nuestra existencia.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de "San Juan Bautista" en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo 21 "per annum". Ciclo B. 23 de Agosto de 2009.
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19 de agosto de 2009

“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”



“La Encarnación del Hijo de Dios va más allá del hacerse historia para encontrarse con nosotros en idéntica naturaleza, ya que a su vez se transforma en instrumento visible para comunicarnos la eternidad, elevándonos a la comunión divina”.

1.-El anuncio del festín de los bienes mesiánicos.

El libro de los Proverbios (9,1-6) nos presenta a la sabiduría como atributo divino y fuente de la vida verdadera.

En el texto de referencia personifica a quien prepara un banquete y envía a sus criadas para anunciar e invitar al mismo a los inexpertos y faltos de juicio.

Evoca a aquél rey del evangelio (Mateo 22, 1-14) que envía a sus criados a invitar –dada la excusa de los invitados primeros que no concurrirán al banquete- a las bodas de su hijo a todos los que encuentren, buenos y malos, lo cuales colmarán –signo de la abundancia a repartir- la sala del festín.

A quienes participan de esa fiesta promete el encuentro con el verdadero conocimiento para que “abandonen la ingenuidad” y puedan vivir siguiendo derecho “por el camino de la inteligencia” (v. 6).-

Se realiza así aquello que se quiere significar, esto es, que los verdaderos bienes son comunicados por la sabiduría.

Indudablemente se muestra cómo Dios en su infinita misericordia se da a conocer paulatinamente a quienes aún sin saberlo, lo buscan a tientas en medio de un mundo muchas veces confuso y engañoso.

Cuando los convocados responden, a pesar de sus limitaciones, crecen en el conocimiento de la intimidad divina que se les va mostrando progresivamente según el modo de entender de cada uno.

Y esto es así, porque en este avanzar en la comprensión de lo que es Dios, no sólo hemos de superar nuestras falencias en el orden de la captación intelectual, sino también dejar de lado aquellas limitaciones en el orden de la voluntad muchas veces herida por los pecados o insensateces personales.

Ahora bien, la participación en esta mesa que abre las puertas del verdadero conocimiento, prepara y orienta en el Antiguo Testamento a lo que será realidad totalizadora cuando el creyente se nutra con el recibimiento en su vida de la carne del Señor resucitado.

Como respuesta a esta enseñanza de los Proverbios cantamos gozosos (Salmo 33) lo que ya comienza a ser realidad antes de su plenitud santificadora: “Gustad y ved que bueno es el Señor”.

2.-Jesús, verdadera comida y verdadera bebida.

El banquete signo de la entrega del Señor a los creyentes, deja de ser indicio para convertirse en realidad para todos, toda vez que Cristo se ofrece en alimento.

Cada Eucaristía dominical que congrega a los bautizados, buenos y malos, porque el Señor se ofreció por todos en la Cruz, actualiza no sólo la última Cena en que se quedó Él para siempre como real testamento de la Vida Divina, sino que es anuncio esperanzador de los bienes futuros que añoramos alcanzar algún día.

Los aquí presentes somos los invitados que hemos respondido al Señor después que muchos, demasiado ocupados con sus cosas y veleidades mundanas, prefirieron otros alimentos para su alma antes que el nutrirse con la entrega de su carne y sangre.

Los ausentes de hoy, satisfechos en su falta de fe en Jesús, representan a aquellos discutidores contemporáneos suyos que todo lo ponían en duda y se preguntan en estos días: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne” (v.52).

Jesús como ante aquellos, no responde el interrogante, porque quienes no creen, viven autosuficientemente en la vaciedad de sus mentes.

Sólo nos dirá asegurando “que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes” (v.53).

Seguidamente promete a los que se alimentan con su carne y sangre que han de poseer la vida eterna y la resurrección en el último día (cf. v.54).

Alimentarse con la carne y sangre de Cristo es no sólo anunciar su muerte y resurrección hasta que vuelva, sino afirmar la realidad de la Encarnación.

En efecto, el Hijo de Dios se hace hombre para ingresar en la historia humana, pero también para que nuestra “carne”, es decir, la naturaleza humana pueda comprender la realidad de la carne divina que se ofrece por la acción del Espíritu.

Sin la Eucaristía, presencia divina en la carne y sangre del Señor, escapa a nuestro pobre entendimiento el comprender que la Encarnación del Hijo de Dios va más allá del hacerse historia para encontrarse con nosotros en idéntica naturaleza, ya que a su vez se transforma en instrumento visible para comunicarnos la eternidad, elevándonos a la comunión divina.

3.-El que me come permanece en mí.

El permanecer en Jesús comiendo su carne y bebiendo su sangre permite que vivamos por Él en una permanente transformación de nuestro ser.

Este cambio implica caminar en Jesús, que nos hace pasar de la insensatez o necedad a la sensatez o verdadera sabiduría (Efesios 5,15-20).

San Pablo escribiendo a los efesios, y con ellos a nosotros, nos lleva a comprender la sabiduría y la necedad según su sentido religioso y moral.

Sabio es el que reconoce a Dios y guarda sus preceptos, estado posible sólo a aquél que se alimenta del sacrificio ofrecido que es el mismo Jesús, y trata de “saber cuál es la voluntad del Señor” (v.17).

El comportarse sabiamente es una necesidad ante los malos tiempos que corren, asegura el Apóstol.

También hoy como en el tiempo apostólico, el demonio no duerme y utiliza todos los medios modernos a su alcance para presentarse bajo apariencia de bien –“sub angelo lucis”, señala San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales- y arrastrar a los hombres insensatos –sin el “sensus” de la fe, de la esperanza y de la caridad- a su perversa malicia.

De allí el consejo eficaz de buscar siempre la voluntad de Dios en cada momento, para lo cual se hace necesario huir de todo aturdimiento o embotamiento de los sentidos que nos distraen y encandilan con falsas ilusiones de bienestar pasajero, llevándonos al libertinaje.

Alimentados por Cristo eucarístico será posible vivenciar los consejos de San Pablo cuando afirma con ardor “Llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón” (vs. 18 y 19).

La permanencia en Cristo y el poder vivir su propia vida –gracia que hemos de pedir incesantemente- nos permitirá hacer realidad el dar gracias a Dios por cualquier motivo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo XX “per annum” ciclo “B”. 16 de Agosto de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

15 de agosto de 2009

“El que coma de este pan vivirá eternamente”(Jn.6,51)



“Todos los que han puesto su confianza en almacenar dinero a expensas de sus hermanos, -en comer el maná en el desierto de los desahuciados- llegarán a la muerte con las manos vacías”.

1.-La experiencia espiritual de Elías (1 Reyes 19,1-8).

Elías profeta combate el absolutismo real del reino del Norte y se manifiesta como defensor de la fe en el Dios de los patriarcas.

Por lo tanto, se preocupa para que el culto vuelva a sus orígenes, es decir, a la fidelidad a Yahvé, desplazado por la idolatría cananea.

Se enfrenta por esta causa al rey Ajab y su pérfida esposa la reina fenicia Jezabel defensora de la religión de Baal.

En el monte Carmelo pone a prueba a los israelitas para que decidan qué culto seguirán: al de Yahvé o al de Baal.

Después de manifestar dónde está la verdad consumiendo por el fuego al novillo ofrecido a Dios, cosa que no lograron los 450 profetas de Baal, culmina con el degüello de todos ellos (1 Rey.18, 20-41).

Jezabel lo sentencia a muerte, por lo que el profeta ha de huir solitario al desierto, agobiado por el cansancio físico y moral.

En su interior pesa una especie de abandono por parte del Dios a quien se ha entregado, sin que se produjera éxito alguno entre los dirigentes que han puesto precio a su cabeza.

Para qué vivir entonces, -ya que no vale más que sus padres- presentándose la muerte como su deseo más profundo.

Pero Dios no olvida en la prueba a su fiel amigo, lo socorre con pan y agua, alentándolo por medio del ángel a seguir caminando en el desierto –lugar de la prueba y de la purificación interior- hasta llegar después de cuarenta días con sus noches al monte Horeb (ó Sinaí), el monte de Dios.

La llegada de Elías a este monte evoca un verdadero “retorno a las fuentes”, ya que allí Dios reveló su nombre a Moisés (1 Reyes 19, 9-19).

En la gruta del Sinaí, Elías vive la experiencia del encuentro con Dios, el cual escucha sus quejas por la infidelidad del pueblo, hasta el punto de resaltar que “he quedado yo solo y tratan de quitarme la vida” (v.10).

Pero el Señor insiste por dos veces, “¿qué haces aquí Elías?” (vv.10 y 13) y terminará diciéndole “vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco…” (v.15) encomendándole prosiga con la misión encomendada.

2.-La soledad y el hastío del creyente en medio de su “misión”.

Esta experiencia tan desgarradora sufrida por el profeta no escapa al creyente de nuestros días.

A pesar de buscar la fidelidad al Señor y de proclamar la verdad que nos entrega para ser comunicada al hombre de hoy, los cristianos sufrimos la embestida de un mundo y de una cultura que es cada vez más hostil.

La pobreza hace estragos entre nosotros con niños desnutridos y familias enteras que no tienen pan para llevar a la boca y carecen de los cuidados más elementales en la salud, el trabajo y la educación, mientras los diputados de Santa Fe han dado media sanción al proyecto de ley de uniones civiles entre personas del mismo sexo, medida extraña no sólo al designio del Creador, sino al sentir de la mayoría de nuestro pueblo.

El coqueteo de nuestros dirigentes políticos con “formas culturales” ideologizadas y minoritarias, parece ser una constante en la vida ciudadana, en lugar de trabajar por el bien común, esto es, propiciar ámbitos adecuados que promuevan la realización plena de la persona.

Verdaderos autoritarios en su forma de proceder, pretenden imponer a una sociedad ahíta ya de necesidades, prácticas ajenas al reclamo diario.

En lugar de promover y sostener el verdadero sentido de la familia, atendiendo sus justas prioridades naturales, se malgasta el tiempo en frivolidades oportunistas y en lo que no dignifica al ser humano.

Mientras existen cada vez más necesidades en el pueblo, los dineros públicos se utilizan para mantener los privilegios de unos pocos, como si los impuestos fueran propios y no de la comunidad que los paga para que se recurra al bien de todos.

Ante el cuadro progresivo de la degradación de nuestra Patria, ¿cómo no estará el corazón del creyente cada vez más asfixiado por la impotencia?

3.-Cristo, “pan vivo bajado del Cielo”, fortaleza nuestra (Jn.6,41-52).-

Jesús nos dice en el Evangelio “Está escrito en el libro de los profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí” (Juan 6,45).

Escuchando al Padre, como lo hizo Elías, encontraremos que Él nos orienta al encuentro de su Hijo hecho hombre.

Cercanos al Señor, Él nos recuerda que “sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron” (v.49).

Pues bien, esta enseñanza tiene también hoy vigencia, ya que todos los que han puesto su confianza en almacenar dinero a expensas de sus hermanos, -en comer el maná en el desierto de los desahuciados- llegarán a la muerte con las manos vacías y tendrán que dar cuenta de todo el daño producido voluntariamente.

El cristiano fiel de nuestros días, en cambio, -cual nuevo Elías-, aleccionado y alimentado por el mismo Jesús, recuerda y vive, que “El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (v.51).

Con esta afirmación comprendemos que a pesar de las dificultades sufridas a diario por mantener y proclamar una vida digna de hijos de Dios, el Salvador no nos abandona.

Él mismo se ofrece como alimento nutritivo para que sigamos caminando –esa es nuestra condición de “homo viator”- haciendo el bien, sin desfallecer ante “las persecuciones del mundo” ya que poseemos “los consuelos de Dios” para perseverar en la fidelidad a su Nombre.

Sólo la perseverancia hasta el fin de nuestros días, obrando con fe en el Señor, esperanza en sus promesas y amor máximo correspondiente a su providencia de salvación para con nosotros y para con todos nuestros hermanos, hará realidad que vivamos eternamente en la comunión trinitaria.

Pero el mismo Jesús nos asegura también que su carne es para la vida del mundo, ya que convertidos por Él podremos manifestar que sólo en unión con Él somos transfigurados ya en esta vida como anticipo de la por venir.

Así nutridos por y para la vida divina descansaremos algún día en la cueva del encuentro, donde Dios se deja hallar para unirnos a lo que Él Es.

4.-No entristezcamos al Espíritu Santo de Dios (Efesios 4,30-5,2)

Por el Pan vivo bajado del cielo recibido como alimento, el cristiano no se deja abatir en medio de las vicisitudes y aparentes fracasos sufridos en la vida hodierna y cotidiana, sino que es consciente de las palabras del Apóstol:”No entristezcan al espíritu santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención” (Efesios 4,30).

Es decir que a pesar de las dificultades por vivir y transmitir el Evangelio de la Vida Eterna que hemos recibido, nuestro estilo de vida siempre ha de ser modelo digno de imitar para la gloria del Padre y edificación de la Iglesia toda.

San Pablo continúa aconsejándonos el evitar “la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos” (v.31) -actitudes propias de los que no tienen fe ni razón- en medio de los embates del enemigo de la naturaleza humana y sus seguidores, ya que en definitiva nada ocurre si la Providencia no lo permitiera para purificación nuestra.

El cristiano debe alejarse además de la tentación de hacer uso de toda “clase de maldad”, ya que sería imitar a los que viven apartados de Dios.

Con Jesús en nuestros corazones es posible vivir día a día los dichos de Pablo:”Sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo” (v.32).

Hermanos: confiando en el Señor que nos ilumina siempre con su Verdad, pidamos vivir fortalecidos por su Vida.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo 19 per annum ciclo”B”. 09 de Agosto de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

9 de agosto de 2009

“Señor, danos siempre de ese pan”


1.- Del pan de la seguridad al de la providencia (Éxodo 16, 2-4.12-15).

El pueblo de Israel camina por el desierto hacia la tierra prometida, lugar no sólo del futuro asentamiento como pueblo de Dios, sino también como espacio particular del encuentro con el Señor de la historia que lo ha sacado de la esclavitud de Egipto.

A través del desierto se ha de ir purificando para sólo poner su confianza en la fuerza del Creador que los ha elegido como “su pueblo”.

De allí la necesidad de ir sorteando las tentaciones frecuentes que pretenden someterlo bajo las certidumbres humanas.

Estas debilidades se sintetizan en la queja permanente por la falta de alimentos sustanciosos de los que se hartaban en Egipto.

Esta disconformidad conduce al pueblo a mirar atrás, a pretender volver a las seguridades puramente humanas de las que contaban en el pasado.

El Señor los entiende en su fragilidad, pero pretende a través de lecciones muy simples, retrotraerlos al verdadero sentido del Éxodo: salir de sí mismos y de lo puramente temporal, para comprender el sentido profundo del encuentro con Él.

Los harta de pan y de carne – el maná y las codornices-, imponiéndoles la norma de sólo retener lo necesario para sostenerse cada día.

Con este modo de proceder darán prueba de obediencia al Señor y confianza en su Palabra, es decir, aprenderán a poner su confianza en la Providencia que siempre cuida de sus hijos a pesar de los días de desierto y de aparente ausencia del Dios de la Alianza.

Engañoso abandono será, porque a través de los dones abundantes que reparte, muestra Dios su presencia eficaz, no sólo en el presente sino que asegura su acompañamiento a lo largo de la historia humana.

Pero detrás de estos signos materiales se pretende significar que todo lo temporal está marcado por las señales de la provisionalidad y la imperfección ya que el verdadero pan que libra de la muerte es Cristo mismo entregado como alimento.

2.-La persona en busca del “pan” efímero.

Es conocido por todos que en el orden comercial permanentemente se tienen en cuenta los gustos y preferencias de los compradores de diversos productos que forman parte de la sociedad de consumo. La volubilidad permanente en las apetencias de los potenciales compradores, exige la continua vigilancia sobre lo que es conveniente en cada momento.

Esto nos permite comprobar que el vacío interior del hombre es una constante insaciable.

Es que cuando el corazón del hombre sólo busca el “pan” efímero que representan las cosas materiales, se agudiza más y más su vacante corazón de la presencia de Dios.

Abierto siempre a la trascendencia, aunque lo niegue, el hombre pretende llenar su insatisfacción original con el acopio de las cosas materiales, logrando sólo profundizar más y más su desdicha al no vislumbrar que únicamente en unión con Dios puede descubrir que las cosas sólo tienen valor, siendo legítimo su uso, toda vez que nos lleven al Creador.

En efecto, cuando lo creatural se absolutiza, se otorga un culto idolátrico a aquello que no es capaz de plenificar al hombre. Y cuanto más se posee, más se profundiza la soledad del corazón, asfixiado por lo temporal que obstaculiza el avanzar hacia lo único verdaderamente apetecible porque tiene la verdadera razón de Bien: el Dios único de la Alianza.

Justamente la prohibición de guardar más de lo que se necesita para cada día, ya sea de pan o de carne, como señala el texto del Éxodo (16,4), implica no sólo confiar en la Providencia que asegura el sostén diario, sino evitar atesorar bienes más allá de las necesidades inherentes a la vida humana ya que esta actitud fosiliza al hombre en su deseo ilimitado de poseer cosas y depender de ellas.

Cuando existe en cambio la desconfianza en el Creador, las cosas mismas pierden su sentido, y en su irresistible deterioro como en todo lo temporal, deja al descubierto la insensatez humana, como lo señala el libro del Éxodo:”Moisés les advirtió: “Que nadie reserve nada para el día siguiente. Algunos no le hicieron caso y reservaron una parte; pero esta se llenó de gusanos y produjo un olor nauseabundo” (16, 19 y 20).

3.-Jesús como Pan de Vida

El interés por lo material sin vinculación alguna con el Dios de la Providencia y sin seguirlo a Él mismo, lo deja al descubierto el mismo Señor cuando dice: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (Juan 6,26).

Es propio del hombre no escatimar esfuerzos por lograr el pan material y todo lo que esto significa, o sea, los sinnúmeros bienes materiales.

Por esto es capaz de consumir sus años y sus fuerzas, sin descansar jamás por el desasosiego que le invade el corazón por conseguir lo perecedero.

De allí que Jesús sencillamente deja una lección que busca ubicar el interior de la persona en el centro de lo que realmente interesa: ”Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello” (v.27).

Este buscar el verdadero alimento de la vida que es el mismo Cristo, exige el acercarse a Él desde una perspectiva de fe, de la que carecen sus interlocutores.

Desafiantes le responderán que la fe de sus antepasados se fundaba en el comer el pan del cielo en el desierto, mientras que ellos carecen de una señal clara del parte del Señor.

Jesús les responderá que el pan que recibieron en tiempo de Moisés no fue del cielo, ya que sus padres comieron el maná y murieron, sino que el Padre da el verdadero Pan “ahora”, el que realmente baja del cielo y da la vida al mundo y es entregado a todos los que creen.

Y es en ese momento que del fondo de esos hombres surge el pedido que debería brotar del corazón de todos:”Señor, danos siempre de ese pan” (v.32).

4.-No caminen en la vaciedad de sus criterios.

San pablo escribiendo a los efesios (4,17.20-24) les recordará que no han de caminar en la vaciedad de sus criterios ya que “no es eso lo que aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús” (vv.20 y 21).

En efecto, aprendimos de Él “que es preciso renunciar a la vida” del pan perecedero, despojándonos del hombre viejo “que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia”, para renovarnos en lo más íntimo de nuestro espíritu, revistiéndonos “del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad”(vv.22-25).-

Solamente se deja el hombre viejo y nos transformamos en hombres nuevos en la medida que hacemos realidad mediante la fe las palabras del Señor “el que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Juan 6, 34).

En un mundo como el nuestro tan sediento y hambriento por tantas carencias soportadas a diario, hemos de buscar el verdadero alimento que sólo Jesús nos promete y da generosamente calmando y superando nuestros deseos.

Es el Pan de Vida Eterna el que nos permite dimensionar en su verdadero lugar todo lo temporal y efímero, ya que al gustar su precariedad, revelamos nuestro verdadero ser abierto siempre a la trascendencia que nos colma plenamente.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo XVIII “per annum” ciclo “B”, 02 de Agosto de 2009.- ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

3 de agosto de 2009

La indigencia humana elevada por el poder de Dios


“Dios llama al hombre a hacer participar a todos de lo obtenido de la tierra, fruto de la abundancia de sus dones.”

1.-“Comerán y sobrará”

A partir de hoy, durante cinco domingos, la liturgia nos expone la enseñanza de Jesús acerca del Pan de Vida, esto es, la Eucaristía, contenida en el capítulo sexto del Evangelio de Jesucristo según san Juan.

Es una oportunidad especial para reflexionar sobre este misterio importante que forma parte de la doctrina dogmática católica.

Los textos de hoy son como una especie de apertura o introducción de lo que Jesús quiere dejarnos.

La primera lectura tomada del IIº libro de los Reyes (4,42-44) forma parte de la sección de milagros del profeta Eliseo, heredero del espíritu de Elías, que prueban la misión divina del mismo, perfecto varón de Dios.

El relato precisa que Eliseo partiendo de las primicias de la cosecha que un israelita ofrece a Dios –veinte panes de cebada- , es portavoz de Dios y encarga que sean distribuidos entre cien personas para que coman.

Indudablemente esta exigua cantidad de panes es incapaz de alimentar a tantas personas, y ante la duda manifestada por el donante, el profeta manifiesta su confianza absoluta en la palabra de Dios –“Comerán y sobrará”- e insiste en el reparto. El resultado es que todos comen hasta saciarse quedando sobras, signo de la abundancia de los dones divinos.

La enseñanza es muy simple y profunda a la vez: Dios llama al hombre a hacer participar a todos de lo obtenido de la tierra, fruto de la abundancia de sus dones.

Los veinte panes de cebada ofrecidos a Dios sellan la actitud del hombre que en lo poco que posee quiere hacer ofrecimiento de sí mismo.

Pero Eliseo enseña que el Señor aceptando la ofrenda, la destina a los demás, como prolongación de ese amor al Creador.

Y más todavía, queda plasmada la idea de que cuando la ofrenda realizada se hace de corazón, aunque pequeña, tiene efecto multiplicador gracias al poder de Dios.

Los dones que sobran –además-, están indicando que no debe cesar esa actitud de ofrenda, ya que el Señor es pródigo con los bienes de la Creación.

2.-“..los repartió a los que estaban sentados”

En el texto del Evangelio (Juan 6,1-15) nos encontramos que Jesús con la multiplicación de los cinco panes de cebada y dos pescados no busca tanto solucionar el problema de una multitud hambrienta, sino subrayar el carácter de signo que la acción posee.

Como Moisés cruzara el Mar Rojo seguido por el pueblo, Jesús marchó a la otra parte del lago de Galilea seguido por mucha gente que ansiaba escucharlo.

Como Moisés guiaba al pueblo hacia la tierra prometida donde manaba leche y miel, Jesús quiere conducir al pueblo a la tierra prometida del encuentro personal con Él a través del misterio eucarístico.

Jesús sentado –indicando su papel de maestro- , inicia con sus apóstoles el diálogo necesario ante la indigencia más profunda de la muchedumbre:” ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”.

La cercanía de la Pascua judía que Jesús trocará en Pascua cristiana, en la que el cordero pascual cambiará en su propio Cuerpo ofrecido para la salvación del mundo, enmarca la acción descrita en el texto de Juan.

La presencia de un niño que apenas tiene cinco panes de cebada y dos pescados resaltan como signo de la debilidad e indigencia humana.

Pero la fuerza de Dios nuevamente se hace presente en su carácter multiplicador de dones.

La pequeñez del hombre ofrendada generosamente se convierte en abundancia de alimento para cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Dando la acción de gracias al Padre, dador de todo bien, reparte a todos de sus bienes. No sólo se saciaron sino que sobraron doce canastos de pan.

Detalle hermoso el pan abundante que sobra de la opulencia repartida, ya que destaca la generosidad de Dios que no sólo sacia en el presente, sino que prepara la mesa del futuro, siendo suficiente la ofrenda nuestra, pequeña, pero realizada con corazón confiado en la palabra y el poder de Dios como sucedió con el profeta Eliseo.

Jesús quiere enseñarnos en este preámbulo de sus siguientes enseñanzas que en su bondad, Dios siempre se está entregando no sólo para saciar el hambre temporal, sino también y sobre todo, el ansia permanente de unirse a Él.

3.-“Un solo cuerpo y un solo espíritu”

Compartir el pan de la tierra y el Cuerpo de Cristo que se da como alimento, hace realidad lo que recuerda el Apóstol San Pablo (Efesios 4,1-6): “les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados”.

El nutrirnos con el pan de la tierra y el Cuerpo del Señor como signo y en espíritu de caridad, va realizando la unidad tan necesaria en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.

De allí que con énfasis el apóstol asegure que esta unidad suscita en nosotros frutos de humildad, amabilidad y comprensión, permitiéndonos el sobrellevarnos mutuamente con amor.

No es de admirar que de resultas de este espíritu de unidad podamos mantener vivo el lograr “la meta de la esperanza en la vocación a la que hemos sido convocados”.

A partir de esta nueva vida que se promueve en nosotros, logramos comprender que cada esfuerzo humano por pequeño que sea, realizado con sincera entrega de nosotros mismos, posee un efecto multiplicador por medio del poder de Dios.

Nuestra tarea realizada como respuesta al don recibido resulta fructífera en los diversos campos de la existencia de cada uno como hijo que camina con seguridad hacia la Casa del Padre.

Y así, es invalorable aún lo poco que hagamos generosamente en el campo de la familia, de las relaciones humanas, en el cumplimiento del deber de estado, ya que con la fuerza de Dios no sólo tiene presencia en el hoy sino que asegura un futuro promisorio

Cuando el cristiano se compromete acompañando el caminar de sus hermanos en el mundo del dolor, de los negocios, de la política, de lo económico y social, abriendo nuevos caminos superadores de tantas miserias, avizora por la intervención generosa de Dios el horizonte nuevo de las doce canastas del pan abundante de la generosidad.

Sin caer en la tentación de querer hacer de Jesús un Mesías temporal y confiando sólo en su poder divino, podremos ir gestando un mundo nuevo que sepulte tantos mesianismos que prometen lo que jamás podrán otorgar.

Fortalecidos por las promesas del Señor y confiando sólo en sus palabras “comerán y sobrará”, no sólo tendremos respuesta a las inquietudes presentes en esta vida temporal, sino que nutridos por el pan eucarístico, anticipamos el banquete definitivo del reino preparado copiosamente por el Señor para todos “porque muchos son llamados” pero “pocos son elegidos” (Mateo 22,14).

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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista”. Santa Fe de la Vera Cruz en Argentina. Homilía en el domingo XVII “per annum” Ciclo “B”. 26 de julio de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-