27 de abril de 2021

El Buen Pastor nos invita a vivir en la verdad de su enseñanza, en el bien de su amor entregado y en la belleza de la liturgia sacramental.

 
 El apóstol San Juan (1 Jn. 3,1-2) en la segunda lectura de este domingo  afirma a todos, “¡miren como nos amó el Padre!”. Qué hermosa afirmación para meditar, para reflexionar y contemplar cómo el Padre del cielo ama al ser humano, y tanto lo ama, que no sólo podemos llamarnos hijos de Dios, sino hijos adoptivos  suyos constituidos como tales por medio del sacramento del bautismo.
Ahora bien, si ahora somos hijos de Dios, seguimos caminando hacia la meta final, que por la fe estamos seguros refiere al encuentro definitivo con Él. Y esto lo conocemos, porque san Juan lo afirma al declarar que “Desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía”,  de allí que preguntemos qué seremos.  
Si vivimos en la amistad con Dios y morimos siendo sus amigos, seguiremos contemplándolo a Él eternamente, participando de su misma vida, como acá ya lo podemos hacer  a través de la gracia, el don que nos hace agradables delante del Señor, alimentando esa vida de gracia por medio de los sacramentos y de la oración. Más aún, el apóstol avanza enseñando que seremos semejantes a Él en la recreación final, es decir, “cuando se manifieste,” como semejantes a Dios fuimos creados y, “lo veremos tal cual es”.
Pero muchas veces nos sentimos demasiado débiles y pequeños para todo esto que se presenta siempre como ideal de vida. Por eso, el mismo Jesús se proclama en el evangelio según san Juan (10, 11-18) como el Buen Pastor, por lo que estamos seguros que guía el caminar del hombre, acompaña a cada persona en la vida cotidiana y alienta a seguir cuando quedamos rezagados en la senda de la amistad con Él. La afirmación “Yo soy el Buen Pastor” contiene el término griego “kalós” que puede ser traducido indistintamente como bueno o como bello. De allí  que podemos afirmar que Cristo guía no sólo hacia lo que es bueno, sino también hacia lo que es verdadero y bello.
En un mundo como el nuestro donde aparece más de una vez que se promueve lo malo, lo erróneo o mentiroso y lo feo, Jesús  se presenta como aquel que conduce siempre al  bien, a la verdad y a lo bello.
Y lo hace porque sabe que somos hijos adoptivos del Padre, y Jesús no es un asalariado el cual trabaja por un sueldo, sino que como lo declara el mismo, lo hace por amor, porque por amor ha  muerto por nosotros.
El texto del Evangelio asegura que Jesús conoce  a sus ovejas, a cada uno de nosotros, conoce nuestras debilidades, nuestras angustias  y las  dificultades que tenemos para mantenernos fieles a su Persona. Conoce todos los dramas y los problemas que hay muchas veces en nuestro corazón, y con su sola presencia quiere aquietar el espíritu  y desechar de nuestro interior toda inquietud, para que podamos entregarnos totalmente a Él y a través de Él unirnos al Padre.
Jesús,  no sólo conoce a cada una de sus ovejas, sino que las ama  y, la prueba de ello está en que entrega su vida en la cruz por nosotros. Más aún, el texto del evangelio  recuerda que nadie le quita la vida sino que la entrega por sí mismo para recobrarla, como lo hizo resucitando.      Jesús hace esto por propia voluntad, no lo hace forzosamente o forzadamente sino porque quiere, en comunión con la voluntad del Padre traernos a la vida nueva de hijos adoptivos de Dios.                     Por ello, si nosotros queremos crecer en la vida interior, en la vida espiritual, tenemos que ir tras los pasos del Señor. Y Jesús nos descubre un mundo totalmente nuevo.
Muchas veces tenemos grandes preocupaciones y angustias que tienen como causa haber dejado al Señor, escuchando otras voces y no la voz del Buen Pastor. No escuchamos la voz del Señor que nos llama, sino escuchamos a otros que buscan apartarnos precisamente de la verdad, del bien, y de lo bello que solamente Jesús puede presentarnos.             Por eso es importante ir transformando nuestro corazón, y saber vencer las tentaciones o los escapismos que nos ofrece la cultura de nuestro tiempo que exhorta muchas que dejemos a Jesús, que dejemos la religión.  Con frecuencia muchos buscan la respuesta a sus preocupaciones en el tarot, en el Reiki  o en tantas otras cosas que pululan en nuestra sociedad, y que tanto daño hace, porque evidentemente nadie nos otorga lo que concede Jesús que es Dios y nadie ha entregado su vida por nosotros como lo ha hecho  Él.
Hoy la iglesia también celebra la Jornada del Buen Pastor en la que oramos por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Pidamos para que muchos jóvenes llamados por el Señor, atraídos por el Señor, sepan dar su respuesta positiva y comprometerse con esta vida que es la de Jesús y poder así pastorear a sus ovejas que somos cada uno de nosotros.
El sacerdote o el llamado a la vida consagrada necesitan mucho de nuestra oración para poder seguir los pasos de Jesús.
Oremos para que cada consagrado por la vocación sacerdotal o religiosa, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, conduzcamos a todos hacia la verdad enseñada por Cristo sin aguar sus enseñanzas, sin disminuir su  fuerza; guiemos a todo lo bueno que se plasma en los mandamientos, cauces seguros para hacer el bien y celebremos siempre la belleza que se evidencia y transmite en la celebración digna de los sacramentos de la Iglesia.
Para vivir todo esto contamos por cierto, con la protección y guía de la madre del Señor y madre de los consagrados María Santísima.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el IV° domingo de Pascua.  25 de Abril de 2021.ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




20 de abril de 2021

“Alegres por la vida nueva recibida y permaneciendo fieles al Resucitado, aguardamos con firme esperanza la resurrección final”


El mismo día de su resurrección por la tarde, Jesús camina junto a dos discípulos que se dirigen a la cercana localidad de Emaús.
Están desconsolados, ya que si bien han oído hablar  de la resurrección de Jesús, ellos todavía dudan, porque además esperaban otra cosa, un Mesías político que salvara a Israel. No habían entendido el verdadero sentido del mesianismo del Señor.
Con paciencia  Jesús les explica  lo que anunciaban las Escrituras y llegando a Emaús acepta la invitación que le hacen de comer juntos, y es en la acción de partir el pan donde lo reconocen como resucitado, ya que éste es un signo eucarístico, después del cual Jesús desaparece.
Estos dos discípulos regresan contentos a Jerusalén y cuentan a los apóstoles la experiencia que han tenido, cómo ardían sus corazones y cómo  se les abren los ojos  al partir el pan.
No obstante haber escuchado a las mujeres que dicen haberlo visto, el testimonio de Pedro y Juan que comprobaron la tumba vacía, siguen todos perplejos y es en este contexto  que el Señor se les presenta.
Ante el saludo esperanzador de “la paz esté con ustedes”, siguen admirados, piensan que es un espíritu que se ha aparecido.
Jesús dándose a conocer como ser vivo, señala que  no es un fantasma, que pueden tocarlo en sus heridas y comprobar que está vivo, pero a la confusión se agrega una gran alegría que los deja más descolocados.
Pero Jesús que desea afirmarlos más en la fe en su resurrección, avanza más y pide algo de comer, y así consume delante de todos un pedazo de pescado asado, manifestando así que está vivo, aunque glorificado en su cuerpo, por lo que puede aparecer y desaparecer de improviso, es capaz de atravesar paredes y conversar con todos.
O sea, es el mismo Cristo que recorrió pueblos y ciudades con los apóstoles predicando la Buena Nueva, pero resucitado en su cuerpo.
No es un espíritu, por eso quiere aleccionarlos abriendo sus inteligencias, para que entiendan que esto estaba anunciado desde antiguo y, que fundados en esta verdad,  han de dirigirse al mundo entonces conocido, para testimoniar el mensaje de la Pascua salvadora.
Pero hay también otro mensaje consolador para todos, y es que la resurrección del Señor asegura la nuestra al fin de los tiempos.
Es cierto que al morir se produce  en cada uno la separación del alma y del cuerpo, continuando el alma en la salvación o en la condenación eterna,  según haya sido el estado  de cada uno en el momento de la muerte temporal, para unirse al final con el cuerpo resucitado y continuar en el mismo modo como  estuvo  el alma separada.
Precisamente en la primera oración de la misa de hoy  pedíamos a Dios que alegres por la vida nueva recibida aguardemos con firme esperanza el día de la resurrección final.
Esta verdad acerca del futuro de cada uno y a la luz del misterio de la resurrección de Cristo, compromete a todos a vivir como resucitados.
¿Qué quiere decir esto de vivir como resucitados? Al morir al pecado y resucitar  pleno de la gracia divina por el bautismo, el cristiano que de ese modo fue elevado al estado y vida sobrenatural, ha de vivir como si ya estuviera resucitado siguiendo la persona de Jesús, escuchando y viviendo su Palabra, llevando a otros la Buena Noticia de la salvación.
Pero seguramente nos preguntemos: ¿cómo es posible vivir estrechamente unidos al Señor si somos débiles, si pesan todavía sobre nuestra espalda las consecuencias del pecado de los orígenes? Precisamente hablamos el domingo pasado del sacramento de la reconciliación que permite al pecador no sólo amigarse con Dios, sino también consigo mismo y los demás comenzando una vida nueva.
Justamente san Juan en la segunda lectura de hoy (I  Jn.  2,1-5ª) afirma  que Jesús es defensor ante el Padre del pecador, ya que “Él es la víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”.
Por otra parte, enseña san Juan, será de gran ayuda en el camino de la santificación personal el cumplimiento de los mandamientos que Jesús nos ha dejado, con lo que manifestaremos a su vez, que lo conocemos y amamos buscando crecer en su amor cada vez más.
Por otra parte, en este camino en que luchamos para vivir como resucitados, cayendo y levantándonos muchas veces, y fortificados por los sacramentos de la confesión y de la eucaristía, contamos también con la guía y protección de María Santísima, madre de Jesús y nuestra.
Ayer y hoy celebramos en la arquidiócesis de Santa Fe a nuestra patrona, bajo la advocación de nuestra Señora de Guadalupe.
María nos acompaña y protege para que vivamos siempre como resucitados, facilitándonos la senda que conduce al encuentro con su Hijo y Señor Nuestro Jesucristo. Acudamos siempre invocando con confianza su amor de Madre.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el III°domingo de Pascua. 18 de abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





12 de abril de 2021

Al contemplar las heridas de Cristo resucitado asumimos las cicatrices de tantos hermanos que necesitan de nuestro consuelo.

 

El texto del evangelio según san Juan (20, 19-31) refiere a la tarde del domingo de Pascua, cuando los discípulos están encerrados, por temor a los judíos, ya que podría sucederles lo mismo que a Jesús.  En este contexto, a pesar de que ya tenían noticia de que Cristo no estaba en la tumba, todavía persistía la duda, no habían llegado a comprender el cumplimiento de las escrituras. Necesitaban la presencia del Señor que esclarezca la inteligencia de cada uno para entender este misterio y ser fortalecidos  para animarse a seguirle. Jesús se les aparece y les dice “la paz esté con ustedes”, pacificando el corazón de cada uno y otorgando la paz que el mundo no puede darles.
San Agustín decía que la paz es la tranquilidad en el orden y ciertamente el único que puede dar tranquilidad en el orden es Cristo nuestro Señor, porque nos permite vivir dentro del orden creado con una jerarquía concreta de valores, viviendo las virtudes, por eso  es que en el mundo de hoy no encontramos que abunde la paz, porque reina el desorden en el corazón de cada persona y en la sociedad toda.
Y Jesús dice yo les vengo a traer la paz, aún en medio de las persecuciones que tendrán que soportar, confíen en mí y yo estaré con ustedes para fortalecerlos, y así  puedan dar testimonio”.
Por eso, con el envío, “yo los envío a ustedes como el Padre me envió a mi”, les da el poder de perdonar los pecados. Instituye así el sacramento de la reconciliación diciendo “los pecados serán perdonados a todos aquellos que reciban el perdón de ustedes en el sacramento de la reconciliación, pero serán retenidos los pecados si no son liberadas las personas a través del sacramento de la reconciliación. Entrega el poder de atar y desatar a todos los apóstoles que en su momento Jesús le había dado a Simón Pedro como Pastor supremo. A partir de esa potestad es posible  administrar el sacramento de la confesión, siendo consciente el confesor y el penitente que quien esta presente allí es Cristo nuestro Señor, el Señor de la misericordia. Si se habla de perdonar o de retener, no se debe a que Dios ponga límites a su misericordia, sino que el mismo perdón divino esta condicionado a la actitud interior del penitente, ya que si no hay conversión, si no hay propósito de enmienda, si no se busca realmente la unión con el Señor, Dios no puede hacer otra cosa más que aceptar esa decisión, aunque errónea, de quien ha elegido vivir lejos de lo que Jesús enseña.
Vemos cómo entonces el Señor nos deja este otro regalo, que se agrega a la entrega del sacramento del Orden Sagrado y de la Eucaristía, el jueves santo. Es el sacramento de la Misericordia, del perdón, que se ofrece a todos porque todos somos pecadores y necesitamos de este perdón divino.
Pero, a su vez, necesitamos  encontrarnos con el Cristo que nos muestra sus manos y su costado, para que contemplando las heridas de manos y pies y  del costado  descubramos cuánto el Señor nos ha amado, cuánto le hemos costado a Él.  Las cicatrices de las heridas que muestra el Señor no son exhibicionismo sino que es un signo  de lo que ha significado cada uno a Jesús en el árbol de la cruz.  Por eso al ser enviados al mundo para llevar el perdón de Dios que es fruto de su misericordia, nos esta diciendo el Señor que sus cicatrices son salvadoras, no solamente para nosotros sino también para los demás.
Precisamente decía el papa Francisco hoy, que al contemplar las cicatrices de Cristo hemos de vislumbrar las cicatrices de tantos hermanos nuestros que necesitan de nuestra presencia. ¡Cuánta gente hay en el mundo de primera categoría, de segunda, de tercera, desechados, cuando tendría que haber respeto por lo derechos de cada uno! Ver en los demás las cicatrices de su dolor, de su falta de arrepentimiento, de su lejanía de Dios y de los demás, del no reconocimiento como personas en una sociedad que utiliza al ser humano, mirar las cicatrices de tanto dolor, de tanto sufrimiento.
A mi me pasa por ejemplo, y les digo una confidencia, que me llegan mucho cada día los pedidos de oración de la gente  que sufre y se desespera porque piensa que no tiene salida, y a la cual se ha de transmitir  la esperanza de que con Cristo resucitado se abre para todos una respuesta consoladora aún en medio de las penurias.      Ese dolor, ese sufrimiento, esas cicatrices en el alma y en el corazón del ser humano no tendrían sentido, si no miramos y contemplamos todo esto a la luz del resucitado. Están esos dolores, esas súplicas, pero está también la respuesta del Señor, “la paz esté con ustedes”. Por eso tratemos de aliviar  tanto dolor y tanta pena que hay en tantas personas en este mundo que a veces no lo vemos, no lo sabemos o pensamos que se reduce únicamente a la cuestión económica y no, hay muchas heridas más profundas. 
Por eso buscar siempre ir al encuentro del hombre de hoy llevando el amor de Dios que se visualiza en las cicatrices de Cristo Señor y que ello nos lleve a crecer mas en la fe en Él que nos ha salvado.     El apóstol San Juan en la segunda lectura, afirma que “el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios” (1 Jn. 5, 1-6).
Realmente nacemos de Dios si creemos en Cristo nuestro Señor como salvador y, al mismo tiempo seguimos a su Persona, escuchamos y practicamos  sus enseñanzas amando a nuestros hermanos por el  cumplimiento de los mandamientos del Señor.
No podemos decir que amamos al Señor si sus mandamientos quedan fuera de nuestra entrega a Él porque ahí tenemos el cauce para reconocer que queremos ser  sus hijos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía el II° domingo de Pascua. 11 de Abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





5 de abril de 2021

En Galilea, contemplamos toda la misión de Jesús a la luz de su pasión, muerte y resurrección gloriosa, para continuar así, su obra salvadora.

 


Hemos llegado a esta noche  gloriosa de la resurrección del Señor.  Todo el mundo está colmado de alegría, todo renovado. Podríamos decir -como lo describe el libro del Génesis en la primera lectura-, que retornamos a la belleza  original de lo creado por Dios, el cual  vio que todo era muy bueno. A su vez, el Creador dijo: “creced y multiplicaos”, alentando  la vida en todos los seres creados.
El reino de la vida  visualizado en la creación del mundo, sigue siendo cuidado por Dios  por medio de su Providencia, manifestando el amor generoso por todos los seres. Al reino de la vida Dios quiere mantener mucho más en el corazón del hombre, pero además le ofrece una vida diferente, no solamente la perfección en la vida natural como seres humanos, sino la perfección en la vida sobrenatural.
Fuimos elevados al orden sobrenatural que nosotros no podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas, siendo el designio de Dios que  el hombre no sea sólo un animal racional más en este mundo como imagen y semejanza suya, sino que recreados interiormente  y elevados a la vida divina, seamos hijos adoptivos suyos por la gracia bautismal. Es decir, el bautismo tiene ese poder de recrear al hombre en su interior precisamente a través de la muerte y resurrección del Señor. Porque en el bautismo se realiza nuevamente el Misterio Pascual, el paso de la muerte a la vida, de lo viejo a lo nuevo, de aquello que fenece para encontrar nuevamente lo que florece, lo que se rejuvenece, siendo ese mensaje de luz lo que otorga la resurrección del Señor.
A través del sacrificio de Isaac, el hijo de la esperanza de Abraham, que aparece como contradicción a la existencia de la descendencia  numerosa prometida, quiere señalar el texto sagrado anticipadamente, que será otro el sacrificio que salvará a la humanidad del pecado, el de Jesús. Por eso el sacrificio de Isaac es figura y anticipo del sacrificio de Cristo
El libro del Éxodo (14,15-15,1ª) muestra la mano salvadora de Dios que saca al pueblo elegido de la esclavitud de Egipto, y anticipa que el Señor siempre está dispuesto a salvarnos a pesar de nuestras infidelidades.
Si nosotros acaso habíamos perdido el sendero de la sabiduría como señala el profeta Baruc: “¡Tú has abandonado la fuente de la sabiduría! Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre", podemos recuperar esa sabiduría reconociendo justamente las maravillas que Dios ha hecho en nuestro corazón.  
El mundo necesita hoy más que nunca mirar hacia Dios, el ser humano necesita más que nunca mirarse a sí mismo y tomar conciencia de la dignidad de la que fue revestido. No somos solamente sujetos en un mundo material y natural sino que estamos llamados a la vida sobrenatural, al orden sobrenatural, a la amistad con Dios a ser hijos adoptivos suyos y eso lo consiguió el Señor a través de su muerte en cruz y de su resurrección.
Estábamos sin esperanza a causa del pecado de los orígenes, pero Dios nos ha dado una vida nueva como nos recordaba el profeta Ezequiel recién en una de las lecturas. Cristo nuestro Señor, por lo tanto, viene como el resucitado, como aquel que nos entrega una existencia nueva, y vamos al sepulcro sin encontrarlo porque ha resucitado.
El texto del evangelio insiste en que no hemos de temer ningún mal, que debemos ser fieles al anuncio del resucitado,  yendo a Galilea para el encuentro con Él.
Ir a Galilea significa ir a los orígenes de la misión de Jesús entre nosotros, recorrer sus milagros y recordar sus enseñanzas, para contemplar todas estas vivencias del pasado a la luz de los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección del Señor
También a nosotros como se les exhorta a las mujeres, no debemos tener miedo, ya que Él está vivo y por lo tanto está con nosotros aquel que ha vencido a la muerte y ofrece la vida en abundancia.
Que esta noche de la resurrección de Cristo ilumine nuestra vida de una manera profunda, ilumine nuestra inteligencia para reconocer la dignidad de la cual estamos revestidos y a su vez nos de la fuerza necesaria para ser consecuentes en cada momento de nuestra existencia de esa dignidad que hemos recibido.
Cuando estemos oprimidos por la tristeza, por el dolor, por las preocupaciones, por la angustia, por aquello que no podemos resolver, levantemos la mirada hacia el resucitado, que está prometiendo como Señor de la Vida que hagamos brotar, aún incluso de esas preocupaciones nuestras, la vida nueva que Él nos ofrece.
Y así, ¿Si Cristo está con nosotros quien estará contra nosotros?
Queridos hermanos que Cristo resucitado ilumine la existencia humana y nos haga ver la vida, el mundo, de una manera nueva.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la misa de la Vigilia Pascual. 03 de Abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






3 de abril de 2021

¿Qué hace Dios conmigo? Me espera, me bendice, me promete su gracia y me la otorga si soy capaz de responderle

 


Llegamos a este momento de la crucifixión del Señor, y se va a cumplir lo que Él ya anunciara “Cuando sea elevado en alto, atraeré a todos hacia mí”. La invitación está hecha, ser atraídos por la cruz de Cristo, porque la cruz del Señor es cruz salvadora. La cruz ha sido siempre signo de ignominia desde la antigüedad y también en nuestros días, pero desde la fe sabemos que la cruz  significa  la gracia de la salvación.Aquel que fue vencido en el árbol del paraíso, Adán, hoy resulta vencedor con el nuevo Adán, Jesucristo en el árbol de la cruz. A partir de la muerte del Señor y su resurrección, el ser humano queda reconciliado con el Padre del Cielo. Aquello que Dios en su Providencia había puesto para nuestra salvación constituyéndonos hijos adoptivos suyos y que había sido vulnerado por el pecado, alcanza ahora un nuevo significado a través de la muerte y resurrección de Señor. Ya el ser humano no puede decir “estoy aplastado por el peso de mis culpas” ya el ser humano no puede decir “el espíritu del mal me vence”, sino que puede decir “Por la pasión, muerte y resurrección del Señor ahora tengo una nueva oportunidad para empezar de nuevo, para caminar junto al Señor e ir a su encuentro”.

¡Cuánta bondad hay en Dios para con nosotros, mientras el ser humano, por el contrario, no se cansa de pecar a lo largo de la historia! Dios no se cansa de esperarnos, de perdonar, de prometer y darnos abundantemente su gracia.
Este es un misterio que por lo menos a mí me conmueve no pocas veces, ¡cuánto nos ama Dios!, y esto es lo que debemos meditar frecuentemente, cuánto me ama Dios. A pesar de las pruebas de esta vida, de las tribulaciones, a través de todo lo malo que muchas veces tenemos que soportar, preguntarme ¿Por qué Dios me ama tanto que sigue esperando en mí? ¿Cuántas veces nosotros dejamos de esperar en el otro? ¿Cuántas veces nos sentimos defraudados ante otra persona? Dios, en cambio, siempre espera, y mientras vivimos en este mundo tenemos la oportunidad de volver al Señor, que no nos ha dejado solos.
Ayer justamente meditábamos sobre el gran sacramento, misterio de amor el de la Eucaristía y, hoy nos deja el Señor algo más, o a alguien más, su propia madre; “mujer ahí tienes a tu hijo” y ahí en Juan está presente cada uno de nosotros, y a su vez le dirá a Juan pensando en María “he ahí a tu madre”. Si tenemos la Eucaristía, si tenemos tantos dones que Dios nos da, los sacramentos, si tenemos a la Virgen María ¿Qué podemos temer? Sólo hemos de tener la confianza de que el ser humano triunfa si quiere, si pone lo mejor de sí, triunfa sobre el mal y puede contribuir con su propia vida a perfeccionar, a completar, el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor en lo que nosotros podemos hacer.
Meditemos en este misterio de amor por parte de Dios que se multiplica permanentemente y que también se da en nosotros si revisamos bien nuestra historia personal.
¿Cuánto amor podemos descubrir de Dios para con nosotros, comparando lo que hice, lo que hago y lo que haré? ¿Qué hace Dios conmigo? Me espera, me bendice, me promete su gracia y me la otorga si soy capaz de responderle
Pidamos al Señor crucificado que de su costado abierto renazca una nueva vida para cada persona de buena voluntad.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo. 02 de abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




2 de abril de 2021

Ante el don de la Eucaristía y el Sacerdocio,“¿Con que pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.

 

Cantábamos recién “¿Con que pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”. Esta pregunta  debería permanecer en la memoria de cada uno de nosotros siempre y reflexionar cómo hemos de responder ante todo lo que he acogido de Dios. Para lo cual podemos recorrer las bondades recibidas del Creador desde el momento que nos ha llamado a la existencia,  a la vida en este mundo, recorriendo toda nuestra existencia temporal hasta hoy. Es necesario tener memoria de todo el bien que hemos recibido de parte de Él ya que no hemos recibido  más que amor, bondad misericordia.  Tener en cuenta que Dios siempre busca lo mejor para nosotros, de allí  que antes de llegar a la cruz, a la muerte salvadora donde va a ser glorificado y dará  la perfecta alabanza al Padre del Cielo, se reúne con sus discípulos en  la Última Cena para instituir dos sacramentos: el de la Eucaristía y el del Sacerdocio.
La Eucaristía cuando tomando la copa dirá “esta es mi sangre”, y tomando el pan dirá “este es mi cuerpo” y el sacramento del Orden cuando advierte a sus discípulos “hagan esto en memoria mía”. Desde ese momento cada vez que se celebra la Eucaristía se hace presente el Señor entre nosotros, se actualiza la Última Cena, se renueva la adoración al Padre por medio del sacrificio de su Hijo hecho hombre. En la Eucaristía  al mismo tiempo Jesús es sacerdote, altar y víctima agradable que se ofrece por la salvación humana.
¡Qué hermoso regalo el de la Eucaristía! Así como el hombre no puede vivir sin alimentarse y busca siempre que no le falte el pan en la mesa, el creyente sabe que también debe buscar que no le falte en la mesa eucarística este Pan Vivo bajado del Cielo, Cristo nuestro Señor. ¡Qué hermoso estar siempre en condiciones para nutrirnos con Jesús de tal manera que -como diría San Agustín-, suceda lo contrario a lo que acontece normalmente con los alimentos. Nosotros comemos y el alimento material pasa a formar parte de nosotros, con la Eucaristía, dice San Agustín, nosotros comenzamos a formar parte de Jesús. O sea, el cuerpo y la sangre del Señor con que nos nutrimos comienzan a tenernos presentes a nosotros mismos. ¡Qué gracia tan grande poder alimentarnos siempre con el Señor que se entrega como comida de eternidad!.
La importancia de la presencia eucarística de Jesús  se visualiza también  entre  los que se han convertido al catolicismo, ya que no pocas conversiones se han producido por añorar la Eucaristía. Precisamente estaba leyendo ayer u hoy la situación de un pastor protestante que en estos días hizo su profesión de fe e ingresar a la Iglesia Católica. ¿Qué fue lo que lo sedujo a él? La Eucaristía. Trataron de retenerlo en el protestantismo para no traicionar el ecumenismo, para no dejar de lado lo que tantos años él había vivido, y el respondía: no puedo vivir ahora que he descubierto que el Señor está presente en la Eucaristía, no puedo vivir ya sin él.
Había estudiado, había recurrido a los santos Padres, no solamente a la sagrada escritura, porque normalmente el mundo del protestantismo tiene en cuenta la sagrada escritura nada más,  la cual es además interpretada libremente por cada uno.  Incursionó  a su vez en la vivencia de muchos santos cayendo en la cuenta que le faltaba alimentarse con el Señor. Ciertamente entrar a la iglesia católica le significó perder muchas cosas, perder amistades, comodidades, pero también recordó lo que el Señor siempre dice, que el que quiera seguirme que deje todo y venga atrás de mí. Vivió aquello de que la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida del creyente.
Con la Eucaristía sabemos como enseñaba el beato Carlo Acutis, que es la autopista al cielo. No es solamente una devoción afectiva, sentimental, sino que es un acto de fe, por el cual la voluntad humana se une a la voluntad divina que se le entrega.
Ahora bien, no habría Eucaristía si no existiera el sacerdocio y esto fue también lo que lo decidió al pastor luterano, el orden sagrado. Cristo no solamente está presente bajo las especies eucarísticas sino que instituye otro sacramento para que a través de las palabra de la consagración el Señor se haga presente entre su pueblo.
El orden sagrado perfecciona el sacramento del bautismo y la confirmación del que lo recibe, el orden sagrado permite obrar en la persona de Cristo.  Muchas veces la figura del sacerdote aparece con deterioro o es marginada en medio de la sociedad en la cual estamos insertos, sin embargo Cristo ha elegido este sacramento y a hombres débiles para administrar la Eucaristía y no importa incluso que en este marco del orden sagrado y de la Eucaristía se den traiciones, como sucedió con Judas que elegido por el Señor terminó entregándolo. En el peor de los casos se trata de una libertad mal usada que en lugar de entregarse al amor se entregó al pecado, pero es el Señor el que obra, el que actúa a través de la persona ungida, ese Dios que elige lo que es considerado débil para confundir a lo fuerte, lo considerado innoble para confundir aquello que se considera perfecto, para que siempre se vea que es el mismo Jesús el que actúa a través del instrumento hombre que le facilita  las manos, la voz, las palabras para consagrar, para bendecir, para absolver, para todo aquello que hace presente a Cristo nuestro Señor.
Pero también la palabra de Dios hoy nos ilumina con Jesús lavando los pies a sus discípulos, como signo de servicio. Pareciera que el Señor pensó: si no es suficiente el morir en la cruz para que se den cuenta que es necesario servir, tendré este gesto concreto para que todos descubran y retengan en su mente el servicio, el lavatorio de los pies, y ahí Jesús nos invita a servir y no a ser servidos, porque el ser humano busca siempre que lo sirvan, -es la primera reacción instintiva-, pero si seguimos a Cristo tiene que ser todo lo contrario, la reacción instintiva y de  la fe ha de ser la de servir.
Queridos hermanos agradezcamos a Jesús por estos dones que nos regala. Siempre tenemos tiempo para retribuir en algo con nuestro amor a su persona y con la vivencia de su enseñanza todo lo que hemos recibido y seguimos recibiendo del Señor hoy en la Última Cena, mañana en la crucifixión, el domingo en su resurrección.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la misa del Jueves Santo, 01 de abril de 2021 ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com