24 de agosto de 2008

El Primado de Pedro y los mártires de Inglaterra

1.-El primado de Pedro en el Evangelio de Jesucristo (Mateo 16,13-19 y Juan 21, 15ss).

El evangelio de este día recuerda el momento en que Pedro hace su profesión de fe acerca de la divinidad de Cristo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, (v.16) lo que mereció el elogio de Jesús recordando que tal proclamación de fe no tiene un fundamento racional sino que es obra de la gracia de Dios: “eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo” (v.17).

Esta manifestación de la divinidad de Cristo permite que se vincule directamente la misión futura del apóstol “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (v.18), a una disposición del Padre quien lo mueve a dar su testimonio de fe.

Queda patente así la vocación-misión de Pedro de ser la piedra de la Iglesia fundada por Cristo, pasando de las doce tribus de Israel a los doce apóstoles de Jesucristo cuya cabeza será el mismísimo Pedro.

Misterio grande el de la elección de Pedro como la de todos nosotros en la Historia de la Salvación.

Dios realiza su Plan de Salvación en el decurso del tiempo a través de los elegidos. No importa su debilidad humana, incluso su pecado, porque en definitiva siempre se realiza lo que Dios ha previsto como medio de salvación para los hombres.

De allí se explica que Jesús haya elegido a Pedro a pesar de saber que lo negaría tres veces.

Justamente porque lo ha elegido, lo busca para sacarlo de su pecado, preguntándole acerca de su amor, como nos lo recuerda emotivamente el pasaje de Juan 21,15.-.

Allí le pregunta en primer lugar “¿me amas más que éstos?” Y Pedro no se anima a decir más que “si Señor, tú sabes que te quiero” (v.15), dejando de lado sus bravuconadas habituales en las que se colocaba en primer lugar en las respuestas al Señor, como si siempre estuviera dispuesto a morir por El.

No podrá decir que lo ama más “que estos” ya que en definitiva la medida del amor que alguien tiene para el Señor, sólo El la conoce.

En efecto, ¿Quién puede saber cuánto ama alguien a Cristo sino sólo El mismo?

Pero al confirmarlo en su amor (vv.16 y 17), el mismo Jesús vuelve a corroborar la elección hecha en la persona de Pedro reclamándole “pastorea a mis ovejas” (vv.15, 16 y 17), es decir:”ejerce tu primado sobre la Iglesia”.

El pastoreo incluye confirmar a sus hermanos en la fe, aunque él haya flaqueado, ya que la fuerza le viene de lo alto.

Y desde ese momento, Pedro tiene la certeza de que el mejor servicio que puede prestar a Cristo y a su Iglesia, es el de ejercer el poder del primado universal, el poder de “las llaves” que le entregara Cristo.

2.-El primado de Pedro en la Inglaterra del siglo XVI

Siempre ha sido motivo de consuelo ver cómo la enseñanza del Evangelio es recibida por corazones nobles que de ese modo se santifican en su paso por este mundo temporal.

Y así, por citar una al menos, advertimos que el Primado de Pedro ha tenido sus seguidores en el ejemplo de mártires que no dudaron en derramar su sangre antes que traicionar su fe y fidelidad a la verdad.

En la Inglaterra del siglo XVI nos encontramos con semblanzas de santidad martirial en defensa del primado de Pedro.

Repasemos la historia de esos días donde la lujuria de un rey sujeto a sus caprichos, sumergen a una Nación en la infidelidad a la verdad más cruel.

El 23 de mayo de 1533, Thomas Crammer, arzobispo de Canterbury, a instancias del rey y sin esperar la resolución papal, declara nulo el matrimonio de Enrique VIII y su esposa Catalina. Cinco días después declara válido el “matrimonio” de Enrique con Ana Bolena (casados secretamente en enero de ese mismo año).

El 23 de marzo de 1534 el papa Clemente VII en público Consistorio, declara válido el matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón, tía del emperador Carlos V. El siguiente 4 de abril llega a Londres la noticia sobre la declaración del Papa.

En 1534 el Parlamento inglés aprobó la primera Acta de Sucesión al trono. En la misma, entre otras cosas, se negaba la competencia del Papa para conceder dispensas matrimoniales, constituyendo de hecho un rechazo a la autoridad papal.

En el Acta de Supremacía aprobada también por esas fechas se afirma que “su Majestad el Rey justamente y con todo derecho es y debe ser la Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra, y así es reconocido por el clero de este reino en sus Convocaciones, sin embargo , para corroborarlo y confirmarlo, y para aumento de la virtud en la religión de Cristo en este reino de Inglaterra, así como para rechazar y extirpar todos los errores, herejías, y otros excesos y abusos hasta ahora acostumbrados en el mismo, sea decretada por la autoridad del presente Parlamento, que el Rey nuestro soberanos Señor, sus herederos y sucesores, reyes de este reino, serán considerados, aceptados y reputados como la sola Cabeza Suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra, llamada Anglicana Ecclesia….”

A esta Acta se agrega la obligación impuesta a todos los súbditos ingleses de prestar juramento de aceptación de su contenido. Es decir, en la práctica se obligaba a rechazar la potestad del primado de Pedro presente en la persona de sus sucesores.

Sigue después el Acta de Traición que contempla la pena capital o la prisión perpetua con la pérdida de los bienes confiscados por el poder real. Se establecen penas, pues, para quienes rechacen obstinadamente el juramento de la Supremacía real.

El 9 de junio de 1534, Enrique VIII procede a la abolición del “poder usurpado por el Obispo de Roma”.

Se suceden las traiciones de obispos, clérigos y laicos que para no perder sus posesiones y sus vidas prestan el juramento prescripto.

Y así, entre otros, el 2 de mayo de 1534, la Universidad de Cambridge rechaza unánimemente la autoridad del Papa, con la excepción de su ausente Canciller el Obispo Fisher.

El 27 de junio, el obispo de Lincoln, John Longland, Canciller de la Universidad de Oxford, con los profesores, unánimemente afirman que el “obispo de Roma” no tiene jurisdicción sobre Inglaterra.

Sin embargo junto a esas deserciones hay quienes se niegan a desconocer el Primado de Pedro sobre la Iglesia. Entre ellos el Obispo Tomás Fisher y el laico Tomás Moro, ex canciller del Rey.

La familia de Tomás Moro pierde sus bienes quedando a merced de la miseria, mientras que él es sometido a diversos interrogatorios.

Y sigue transcurriendo el tiempo con las dilaciones del poder real que busca doblegar las voluntades de estos dos hombres, habida cuenta del respeto del que gozan en la sociedad inglesa.

Por fin, el 21 de mayo de 1535, el Papa Pablo III nombra Cardenal al Obispo Tomás Fisher, quien el 17 de junio siguiente es condenado a muerte y decapitado el día 22.

Mientras tanto, Tomás Moro, a pesar de los consejos recibidos de su familia y amigos, se niega a prestar el juramento antipapal siendo condenado a muerte el 1º de julio de 1535 y decapitado el día 6, víspera del aniversario del traslado de las reliquias de Santo Tomás Becket (julio 7 de 1220), asesinado bajo el reinado de Enrique II, por oponerse también a la pretendida supremacía real sobre la Iglesia, que es consumada por Enrique Tudor.

La vida de estos hombres brilla con nuevo resplandor en nuestro tiempo, en el que al igual que otrora, se busca muchas veces avasallar a la Iglesia.

Los perseguidores de ella utilizan en la actualidad, nuevas tácticas demoledoras.

En efecto, al querer imponer ideologías contrarias a la familia, a la vida, al matrimonio, a la sexualidad según la naturaleza, y a los grandes valores de la cristiandad, esgrimen nuevos y modernos medios para debilitar desde la raíz el primado de Pedro.

Y esto es así, porque al pretender aplicar estas “nuevas verdades” a la sociedad toda, desdibujan lamentablemente ante los católicos mismos, la invariable y permanente enseñanza de la Iglesia emanada de su supremo Pastor.

Y todo esto se lleva a cabo muchas veces con la complacencia de no pocos bautizados que, con el pretexto de que los consensos democráticos han de abrirnos a estas “nuevas modas de secularismo totalitario”, apañan la creencia de que la Iglesia ya no puede transmitir la verdad en un mundo donde sólo tiene cabida el endiosamiento de la autosuficiencia humana.

Ante estos dislates hemos de retomar con perseverancia el espíritu de oración y la constancia en la transmisión permanente de la verdad recibida desde antaño.

¡Quiera Dios en su misericordia dotar a nuestro tiempo de santos como el Obispo Tomás Fisher y el laico Tomás Moro que, desde la misión encomendada según su estado, encabecen un nuevo renacer para la Iglesia de Cristo!

Reflexiones en torno al Evangelio de la liturgia dominical del domingo XXI durante el año (ciclo “A”) Mateo 16,13-19.-

---------------------------------------------------------------------------------------------------Padre Ricardo B. Mazza, Director del CEPS “Santo Tomás Moro”.

Santa Fe de la Vera Cruz, 24 de Agosto de 2008,-

ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com;

www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

20 de agosto de 2008

La solidez de la Palabra de Dios

1.- La fidelidad de Elías en medio del infortunio (I Rey.19,9a.11-13a)

El profeta Elías es elegido por Dios para defender la pureza del culto divino en el pueblo de Israel.

El pueblo elegido conociendo los cultos idolátricos de otros pueblos, se contagiaba con ellos, dando cabida en tiempos del profeta al culto de los baales.

El profeta Elías, por lo tanto, se ve en la necesidad de defender la pureza del culto verdadero a Yahvé por lo que pasa a degüello a los profetas de los baales (I Reyes, 18, 40 y 19,1).

A causa de esto es perseguido por la reina Jezabel que busca su muerte (cap. 19,2).

Elías huye movido por el miedo (cap.19, 3-7), e impulsado por el ángel del Señor se dirige al Horeb, el monte santo que había servido para el encuentro entre Dios y Moisés al concretarse la Alianza, y donde el Señor le reveló su Nombre (Ex.3). El profeta por lo tanto vuelve a la fuente originaria del encuentro y de la fe en el único Dios.

Y allí, refugiado en la cueva del monte, escucha la Palabra de Dios que le dice “¿Qué haces aquí Elías?” Y narra los infortunios que ha pasado por defender el verdadero culto, ya que los israelitas han roto la alianza, matado los profetas, quedando sólo él (cf.cap.19, 9 y 10).

Y el Señor le responde “Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar” (v.11).

El viento fuerte, el terremoto y el fuego se suceden y preparan el paso del Señor pero no se confunden con su presencia.

Ésta es como el susurro, casi imperceptible pero penetrante.

Nosotros creemos muchas veces que la presencia del Señor ha de manifestarse de esa manera ruidosa o deslumbrante, pero El quiere ser percibido en el silencio, en el susurro. Y es en el encuentro suave con el Creador, que Elías se siente iluminado y fortalecido para seguir la nueva misión que se le encomienda: ungir a Jehú como nuevo rey de Israel y a Eliseo como nuevo profeta en reemplazo suyo (cap.19, 16).

2.-La infidelidad de Israel y la fidelidad de Pablo (Romanos 9,1-5)

El Apóstol Pablo confiesa su tristeza ante la infidelidad del pueblo de Israel a través del tiempo a pesar de las diferentes alianzas promovidas por Dios: con Abrahán, Isaac, Jacob y Moisés. Y en la plenitud del tiempo a pesar de las profecías de la Antigua Alianza, no acepta a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre.

Preocupado y angustiado por el destino último del pueblo infiel, es capaz Pablo de entregar su propia vida si es necesario para alcanzar la conversión de los de su raza.

Al igual que Elías, fortalecido por Dios, en medio de las incomprensiones de sus hermanos de raza, seguirá predicando la verdad del Evangelio.

3.-Llamados a la fidelidad a pesar de las pruebas (Mateo 14,22-33).

En el texto del evangelio aparece el mismo eje temático que venimos desarrollando.

En efecto, la embestida de los que no aceptan la fe en el Dios verdadero y en su Hijo hecho hombre, se hace sentir con fuerza, aunque de diverso modo.

Ya no se trata de Jezabel que persigue a Elías, ni de los israelitas que rechazan a Pablo, sino el mundo del mal, representado por el mar impetuoso que se desata con furia contra la barca de la Iglesia, buscando hacerla zozobrar.

Pero a pesar de la furia de las fuerzas climáticas –representando aquí las fuerzas del maligno- la barca no sucumbe, cumpliéndose así la palabra de Jesús que asegura la permanencia de la Iglesia a pesar de las persecuciones de este mundo y del pecado que muchas veces anida en el corazón de quienes formamos parte de ella.

La presencia de Jesús una vez más se hace realidad en la aparente ausencia.

Lo que sufren los apóstoles en la barca es lo que padecemos muchas veces nosotros.

En efecto, ¿cuántas veces dudamos de la presencia del Señor cuando todo nos es adverso?

Y así nos sentimos ante las tentaciones de todo tipo que soportamos, frente a un mundo que ostensiblemente realiza el mal burlándose de Dios y de los creyentes.

Agobiados por los propios temores que nos paralizan en el obrar cotidiano, sin animarnos a manifestar abiertamente nuestra fe, vapuleados por una cultura anticristiana, nos sentimos como perdidos en la insignificancia de nuestras personas.

Nos descubrimos más atentos a las tempestades que nos abruman, como si la vida pasara por allí, que en la seguridad que proviene del Señor.

Pensamos que Cristo está ausente, y si acaso lo vemos caminar sobre las aguas, es decir en situaciones imposibles humanamente hablando, pensamos que es un fantasma.

Cristo nos invita muchas veces a caminar sobre las aguas, como a Pedro, es decir, arriesgando nuestras seguridades mundanas, confiando sólo en su Palabra.

Y como Pedro, queremos seguir el proyecto difícil del evangelio, hasta que mirando nuevamente nuestra poquedad, nos entra el miedo por la fuerza del viento del maligno, y olvidándonos de la Palabra del Señor fuente de inseguridad personal –así pensamos- comenzamos a hundirnos.

Pero aún allí podemos gritar como Pedro: “Señor, sálvame”. ¡Soy un cobarde que se ha dejado llevar por el respeto humano, me he quedado contemplando mi pasado de infidelidades, he tenido miedo a las adversidades que se presentan de continuo, y me he hundido!

Y Jesús nos toma de la mano, nos reprocha dulcemente por nuestras dudas, y nos lleva nuevamente a la seguridad de la Iglesia –la barca-, que aunque se bambolee por las adversidades exteriores y por las infidelidades interiores, sigue su curso, enfrentando las tinieblas de este mundo con la luz de la Verdad Evangélica que ha de prevalecer a pesar de tantos infortunios.

No pocas veces el cristiano piensa que alejándose de Cristo, siendo infiel a la Iglesia, o actuando según la personal mirada que sobre ella tiene, encontrará sentido a su vida, cuando por el contrario ese proyecto no lleva más que a un pronto hundimiento.

Cuanto más aparecen las miserias de los bautizados, más hemos de afirmarnos en la seguridad que nos da Cristo.

Él está allí, en su Iglesia, y acude siempre a fortalecernos para que fielmente demos testimonio de nuestra fe en todo lugar y en todo tiempo.

Cristo nos asegura su presencia, aquieta nuestro espíritu y nos convoca a que hagamos, como los apóstoles, nuestra profesión de fe: “Señor, Tú eres el Hijo de Dios”.

(Reflexiones en torno a los textos de la liturgia del XIX domingo durante el año (ciclo “A”).

Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II.

Santa Fe de la Vera Cruz, 10 de agosto de 2008.

ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com.