23 de abril de 2007

El Ministerio de Pedro y de los Apóstoles

1.La figura de Pedro y de los Apóstoles
El tiempo litúrgico de la Pascua que desde la fe estamos viviendo nos permite ir al encuentro del Señor Resucitado presente desde siempre en su Iglesia, prolongación de su muerte y resurrección.


En efecto, del costado de Cristo abierto por la lanza en la cruz, nace la Iglesia, que es divina por su origen pero humana y pecadora por quienes la formamos, los bautizados.

La Iglesia peregrina en este mundo, pues, entre luces y sombras.

La figura de Pedro nos conecta ciertamente con esta doble realidad de la Iglesia: la santidad y el pecado, las luces y las sombras. El pecado y las sombras de la triple negación de Pedro, y la santidad y las luces de la triple confesión de amor del elegido por el Señor para conducir su Iglesia.

Cristo el Señor es consciente de la debilidad de su Iglesia, a causa de nuestros pecados, pero al mismo tiempo sabe de su fuerza proveniente de su propio ser divino.

No obstante eso, Jesús no pensó en una Iglesia, -su Cuerpo- prolongación de El mismo, como algo angelical sino con las características propias de lo humano: las capacidades y las grandezas; los límites y las miserias, conviviendo con lo divino.

San Pablo nos lo dice debeladoramente (1 Cor. 1,26-30):”Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios”.

Jesús siguió esta pedagogía electiva para hacer conocer la voluntad del Padre y comunicar la grandeza de la meta humana, la comunión plena con el Creador: eligió a quienes quiso y como quiso para elevarlos con su gracia a una misión que los superaba totalmente.

Si miramos la personalidad de los Apóstoles advertimos enseguida que no se destacan ni por sus luces ni por sus virtudes. Son hombres representativos de la sociedad de su tiempo, que Cristo se propone transformar y hacerlos sus mensajeros y comunicadores de Su propia Vida.

En esta perspectiva es claro que el elegido, aún transformado, sabe que es lo que es por la acción divina, y que por lo tanto no “podrá gloriarse delante de Dios” (1

Cor. 1,29). Es sólo instrumento libre bajo la guía obediente a la Providencia de Dios.

El identificarse como instrumento permite que sólo busque ser dócil a la voluntad de su Señor, dejando de lado su propia mirada la que se eleva y ennoblece cuando despojada de la telaraña engañosa de su egoísmo personal forma parte de la sinfonía del amor de Dios.

2.- La figura de Pedro

Aunque lentamente, los Apóstoles van aprendiendo de su contacto con Cristo en qué consiste su misión en el mundo. El Señor les tiene paciencia en medio del aflorar de sus miserias, les corrige con amor y va gestando en cada uno un campo disponible a ser transformado por la acción del Espíritu Santo en Pentecostés.

Y esto lo hace siempre respetando la libertad de cada uno, no impone, conquista y permite que se vayan enamorando más y más del Bien, que es El mismo.

El hecho de que de doce apóstoles, sólo uno – Judas- prefirió contradecir su propio ser eligiendo el mal, no sólo nos certifica el respeto por la libertad del hombre por parte de Dios, sino también que el hombre en su ser, aún en medio de sus contradicciones y fallas –como Pedro-, está abierto al Bien.

Con la triple pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Juan 21,15), “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (v.16), “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” (v.17), el Señor amorosamente no sólo le recuerda su triple negación sino que quiere sacar a la luz lo más profundo del corazón de Pedro, su amor incondicional de discípulo hacia su Maestro.

Amor que existe a pesar de sus debilidades y momentos de fragilidad ante la presión del respeto humano y los temores que provienen del mundo.

Y Jesús devela de Pedro lo mejor de su intimidad, lo más recóndito de su ser: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero” (v.17).

Era necesario este proceso interior en Pedro. La negación en los momentos de la pasión del Señor, pertenece al pasado, sólo quedará la firmeza de su sí incondicional.

Ahora Pedro ha comprendido que despojándose de sí mismo y confiando sólo en el Señor podrá ser un intrépido testigo y difusor de las maravillas de Dios.

En rigor, Pedro negó al Señor porque se miró a sí mismo, pobre y débil creatura, y no a su Señor.

En efecto, cuando el apóstol cede a su debilidad es cuando titubea en el testimonio que ha de dar, mientras que se muestra capaz del martirio cuando se afirma en la roca que es Cristo.

3.-La misión de Pedro

Afirmado en este amor exclusivo a Cristo, Pedro está en condiciones de recibir la pesada carga que significa “apacienta a mis ovejas”, en concordancia con lo que anteriormente le había dicho Jesús al anunciar su negación: “Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22,32).

Esta misión de Pedro está enmarcada en la petición de Cristo después del diálogo: “Sígueme”.

Seguimiento que no sólo significa ir tras los pasos del Señor e imitar su vida, sino proclamar abiertamente la resurrección del Señor.

El libro de los Hechos (5, 20-21) nos narra cómo los Apóstoles siguiendo las palabras del ángel del Señor que los libera de la cárcel “vayan al templo y anuncien al pueblo todo lo que se refiere a esta nueva vida”, “se pusieron a enseñar”.

Ya desde el comienzo el anuncio de “la nueva vida” en Jesucristo les traerá problemas permanentes.

Ante la prohibición de hablar en nombre del Señor (Hechos 5,28):”nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado a Jerusalén con su doctrina”, dirán a una Pedro y los demás apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (v. 29).

Es la triple confesión de Pedro: Señor, tú sabes que te amo, lo que le impulsa a proclamar valientemente junto con los demás apóstoles:”El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús. A El, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados” (vv. 30 y 31).

Y así no sólo buscarán la conversión de Israel sino la de todos aquellos que por el bautismo formarán parte del nuevo Israel.

¿Y de dónde les viene la firmeza de sus convicciones?. A esto responderán imbuidos por el misterio de Pentecostés: “Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen” (v.32).

Es en esta proclamación del Señor como Hijo de Dios por parte de Pedro donde se realiza el anuncio y se consuma la confirmación de sus hermanos, entendiendo por “hermanos” no sólo a los apóstoles sino también a todos los bautizados.

¿Qué significa confirmar? Asegurar en la verdad a los que pudieran dudar que el camino del Señor sea el único valedero para el apóstol y el cristiano, y que en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios se ha de proclamar valientemente el Evangelio de la Gracia.

De nada valdrán el que al “oír estas palabras, ellos se enfurecieron y querían matarlos” (v. 33), sólo importa proclamar al Señor resucitado.

4.-La misión de Benedicto XVI

Benedicto XVI, sucesor de Pedro, es consciente de esta misión confiada por el Señor , y al haber confesado también él abiertamente “Tú sabes que te amo” ,

proclama al mundo, sin miedo, la verdad que le entregara Cristo Señor de la historia.

De allí se explica que no deje solos a sus hermanos, los obispos, y que con firmeza los confirme en la verdad que anuncian a pesar de las prohibiciones del mundo que rechaza la proclamación del Evangelio.

Y así, por ejemplo, en nuestros días ha sumado su voz a la de los obispos de México, defendiendo una vez más la vida humana:

Y así el Santo Padre “se une a la Iglesia en México y a tantas personas de buena voluntad, preocupadas ante un proyecto de ley, del Distrito Federal, que amenaza la vida del niño por nacer”, señala la misiva firmada por el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, dirigida a los obispos reunidos en la 83º Asamblea General de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM).

"En este tiempo pascual, con la resurrección de Cristo estamos celebrando el triunfo de la vida sobre la muerte. Este gran don nos impulsa a proteger y defender con firme decisión el derecho a la vida de todo ser humano desde el primer instante de su concepción, frente a cualquier manifestación de la cultura de la muerte", señala la carta dada a conocer en México por el Presidente de la CEM, Mons. Carlos Aguiar Retes.

Finalmente, el Pontífice "encomienda a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe a todos los hijos e hijas de esa querida nación".

5.-La Conferencia Episcopal Argentina

En el marco del tiempo Pascual que vivimos, en nuestra Patria, la Conferencia Episcopal Argentina se encuentra reunida una vez más para orar y reflexionar sobre la misión que la Iglesia debe desarrollar entre nosotros.

Son tiempos difíciles en los que de diversas maneras se busca acallar el Evangelio de la Verdad o confundir las mentes y los corazones de los bautizados con propuestas y estilos de vida que prescinden de la presencia de Cristo en la familia, en la sociedad y en el corazón mismo del hombre argentino.

En nuestros días cada obispo y cada bautizado es interpelado también en su interior con la triple pregunta de Jesús junto al mar de Tiberíades, “¿me amas más que estos?” y también como Pedro y los demás apóstoles hemos de responder: “Señor tú sabes que te amo”.

Los que interpretan el obrar de la Asamblea Episcopal a la luz de las visiones mundanas del momento, buscarán o inventarán vaya a saber qué connotación política.

Se olvidan que las enseñanzas de nuestros pastores ante los que representan el Sanedrín de nuestra época y ante la sociedad argentina toda, sólo pretenden proclamar abiertamente las implicancias del hecho de sentirnos incluidos como Patria y personalmente en el misterio del Resucitado.

Los bautizados y todos los argentinos de buena voluntad esperamos palabras que no sólo abran camino para el futuro patrio, sino también que nos hagan sentir “confirmados” en la verdad y en la vida de Cristo mismo.

Pastores y bautizados todos, sabemos que aunque se nos pretenda prohibir (cf. Hechos 5,28) proclamar lo que implica que el “Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús” (v.30), y que no obstante se compruebe a diario la aseveración “al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo” (v.30) negándolo en el seno de la sociedad, ha de primar valientemente el anuncio del Cristo Vivo.

6.-La respuesta del mundo y la alegría de sufrir por Cristo.

Como miembros de la Iglesia sabemos que a pesar de estas vivencias de fe, el rechazo a la Iglesia, -que lo es de Cristo-, seguirá latente ya que como a los apóstoles (cf. Hechos 5, 40) después de hacernos azotar con el rechazo o la indiferencia, se buscará prohibirnos hablar en el nombre del Señor, bajo la excusa de que el mensaje de Cristo no es compartido por todos.

Pero también como con los apóstoles debe cumplirse en nosotros aquello de que “salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús” (Hechos 5, 41).

Dichosos por padecer por Cristo ya que es un don y compromiso poder compartir los padecimientos de Señor por hacer conocer su persona, su vida y su misión salvadora entre los hombres.

(Reflexiones en torno a Juan 21, 1-20 y Hechos 5,27b-32.40b-41)

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de Ntra Sra de Lourdes (Santa Fe). Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Mov. Pro-Vida “Juan Pablo II. Prof. Tit. de Teología Moral y DSI en la UCSF.
23 de Abril de 2007.

17 de abril de 2007

Reflexiones sobre el divorcio entre Fe y Vida

El papa Juan Pablo II en su Carta Encíclica Veritatis Splendor (el Esplendor de la Verdad) enseña a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad, como Cabeza de la Iglesia experta en humanidad, aquellas cuestiones que se refieren a la vida moral.

Uno se pregunta, ¿por qué la Iglesia enseña a todos los hombres sobre éstas cuestiones? ¿No debieran interesar únicamente a los creyentes?.

La respuesta nos la da el mismo Pontífice cuando en el nº 3 afirma: “La Iglesia sabe que la cuestión moral incide profundamente en cada hombre; implica a todos, incluso a quienes no conocen a Cristo, su Evangelio y ni siquiera a Dios. Ella sabe que precisamente por la senda de la vida moral está abierto a todos el camino de la salvación, como lo ha recordado claramente el concilio Vaticano II: «Los que sin culpa suya no conocen el evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna». Y prosigue: «Dios, en su providencia, tampoco niega la ayuda necesaria a los que, sin culpa, todavía no han llegado a conocer claramente a Dios, pero se esfuerzan con su gracia en vivir con honradez. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que hay en ellos, como una preparación al Evangelio y como un don de Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente vida»

La clave entonces la encontramos cuando nos dice el Papa que “por la senda de la vida moral está abierto a todos el camino de la salvación”. En ese “todos” se incluye no sólo a los creyentes sino también a los que buscan la verdad con sincero corazón.
Es decir que muchas veces, al decir del Pontífice, los que no creen pero actúan honestamente, no están lejos de conocer la salvación. Es por el camino de la vida

humana rectamente guiada bajo el dictamen de una conciencia recta que se da la aproximación al Evangelio de Cristo.

Y esto es así porque más tarde o más temprano, quien obra rectamente comienza a preguntarse acerca del origen o fundamento de su comportamiento y al caer en la cuenta del absurdo de un obrar así sin algo que lo ligue a la fe, alcanza a percibir la necesidad de una lógica que vincule -como causa al efecto- su vida con su creencia aún oscurecida por la ignorancia u otro impedimento.

De manera que a través de este camino, que podríamos llamar inductivo, el no creyente se aproxima al fundamento o razón de ser de la moral misma: el contenido de fe.

Y esto porque la moral si no se contempla como respuesta de vida a “algo” o a “alguien” no tendría sentido alguno.

Por eso desde la recta razón, el no creyente llega a conocer que su modo de vida honesto sólo tiene sentido no en “sí mismo” como signo de perfección personal, sino en cuanto es un modo de vida “para otro”, en el que involucra no sólo a Dios en última instancia, sino también al prójimo.

Ser bueno, nada más que por serlo, termina por dejar insatisfecho al mismo hombre, abierto como está siempre a la alteridad, tanto divina como humana.

2.-los ámbitos de la vida moral y la moral misma

Al percibirse la necesidad de una auténtica vida moral, respuesta a lo que engrandece al hombre en su naturaleza, y como respuesta a Cristo para los creyentes, se va concluyendo en la necesaria vinculación entre fe y vida, entre creencia y moralidad.

De allí que reconocido este nexo entre fe y moral se comience a percibir que existen determinados ámbitos que expresan y contienen el deber ser del hombre.
Así lo señala Juan Pablo II cuando afirma (nº 4) “Siempre, pero sobre todo en los dos últimos siglos, los Sumos Pontífices, ya sea personalmente o junto con el Colegio episcopal, han desarrollado y propuesto una enseñanza moral sobre los múltiples y diferentes ámbitos de la vida humana, …por fidelidad a su misión, y comprometiéndose en la causa del hombre,… (y) con la garantía de la asistencia del Espíritu de verdad han contribuido a una mejor comprensión de las exigencias morales en los ámbitos de la sexualidad humana, de la familia, de la vida social,

económica y política. Su enseñanza, dentro de la tradición de la Iglesia y de la historia de la humanidad, representa una continua profundización del conocimiento moral”.

Sin embargo, aunque se examinen ámbitos concretos del quehacer moral, el papa reconoce que hoy “se hace necesario reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia” dado el peligro patente en el presente por desvirtuar o negar los principios de la Moral Católica.

Es decir que -percibe el Pontífice- el patrimonio moral de los creyentes ha caído en profunda crisis al cambiar la visión antropológica como así también la ética, entre otros males.

En efecto a medida que desaparece una visión del hombre que lo perciba como creado a imagen y semejanza de Dios, se concluye con una imagen del mismo en el que se conculca la trascendencia no sólo en su origen sino también en su fin último.

Desconocida o rechazada también la íntima conexión entre libertad y verdad, se consuma una imagen de hombre en la que reina como verdad absoluta el relativismo más feroz en todos los campos, no sólo en la moral sino también en lo antropológico y en el campo de la fe.

El panorama no puede ser más desolador si se le quita también a la Iglesia la potestad, como Maestra, de transmitir la verdad natural recibida desde antiguo y perfeccionada en el decurso del tiempo.

Y así: “En particular, se plantea la cuestión de si los mandamientos de Dios, que están grabados en el corazón del hombre y forman parte de la Alianza, son capaces verdaderamente de iluminar las opciones cotidianas de cada persona y de la sociedad entera”.(nº 4).

Por lo tanto si la ley natural percibida por la razón ya no tiene cabida o entra en discusión su firmeza desde antiguo, se concluye en la legitimidad de cualquier comportamiento humano que sólo tiene como único “moderador objetivo” la propia y vacilante subjetividad.

A la postre, por lo tanto, la colisión entre fe y vida se hace cada vez más ostensible. De allí que se pregunte el hombre, fiel a este razonamiento si “¿Es posible obedecer a Dios y, por tanto, amar a Dios y al prójimo, sin respetar en todas las circunstancias estos mandamientos?” (nº 4)

Cuando se plantea por lo tanto en el corazón del hombre la posibilidad de “amar a Dios y al prójimo” pero sin sujeción a los mandamientos que de Dios provienen, se cae en la moral fabricada por el mismo sujeto, tal como acontece en la actualidad.

3.- La escisión entre fe y moral, entre fe y vida.

Esta concepción lleva a asestar un golpe mortal al patrimonio católico que involucra la relación íntima entre fe y vida, entre fe y moral ya que “está también difundida la opinión que pone en duda el nexo intrínseco e indivisible entre fe y moral, como si sólo en relación con la fe se debieran decidir la pertenencia a la Iglesia y su unidad interna, mientras que se podría tolerar en el ámbito moral un pluralismo de opiniones y de comportamientos, dejados al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de condiciones sociales y culturales” (nº 4).

El Papa, pues, denuncia la presencia de esta disociación entre fe y moral no sólo entre el común de la gente sino también entre los creyentes católicos, en los que se va difundiendo la mentalidad protestante que “basta la sola fe” y se considera superflua la conexión entre fe y vida ya exigida por la revelación tal como lo señala el Apóstol Santiago (St 2, 14-26).

En este sentido la enseñanza del Apóstol Santiago –y es Palabra de Dios- es muy clara “el hombre no es justificado sólo por la fe, sino también por las obras” (St. 2, 24).

Se llega por este camino a un profundo ateísmo práctico, ya que al no vivirse como se piensa o cree, se termina por pensar o creer como se vive.

Y así desvinculado el creyente del sostén de una fe que se encarna en las obras, concluye alienado en una “moral subjetiva”, creativa también de una concepción totalmente individualista.

La denuncia que hace el Papa es muy grave y deja al desnudo una forma muy peculiar en nuestro tiempo en que cada uno termina por “iluminar” equivocadamente con su “oscurecida” moral particular la verdad misma.

4.-Ejemplos relacionados con la desconexión entre fe y vida

Es bastante común escuchar en nuestros días a tantos católicos que dicen profesar –y algunos lo dicen sinceramente- la fe católica, pero no dudan un instante en

vivir y encarnar una respuesta a esa misma fe –en eso consiste en fin la vida moral- totalmente contraria a la fe proclamada.

Y así, desde los ámbitos legislativos, muchas veces oímos a quienes manifestándose católicos aprueban -porque es probable que así lo vivan- leyes favorables al aborto, a la anticoncepción, a la eutanasia, y al sexo libre.

En el manejo de la cosa pública es cómodamente observable a católicos que no ven ningún problema en quedarse “con el vuelto” o en involucrarse en ganancias fáciles en detrimento de sus conciudadanos a quienes no se ven como meta del bien común, es decir de un servicio que enaltezca su dignidad.

En el mundo económico, católicos hay que consideran a la economía como medio que “se sirve” del hombre y no al hombre como depositario de las riquezas que son comunes.

En el plano laboral, los creyentes también sucumben muchas veces en la tentación de exigir siempre beneficios pero sin asumir el correlativo deber de ponerse al servicio de los hermanos.

Católicos agrupados -para tener más fuerza en sus reclamos- en colectivos extraños al sentir cristiano, pretenden legitimar formas no evangélicas de vivir la familia, la sexualidad y la procreación misma.

Es común percibir a tantos católicos que dicen serlo pero en quienes su vida de relación con Dios está cada vez más desdibujada, como si Este sólo existiera cuando se lo necesita para alcanzar lo que se busca.

En fin, se advierte también que bautizados -en todos los ámbitos de participación en la Iglesia- afirman su pertenencia a la Iglesia Católica de Jesucristo pero cuya vida moral –como respuesta al Dios de la Verdad- hace muchas veces agua en lo que se refiere al compromiso o a la coherencia de vida, hasta llegar incluso a sostener una doble vida como compatible con la genuina fe en Cristo resucitado.

En el fondo de estas realidades subyace el engaño vigente en la sociedad actual que señalara Juan Pablo II: que se puede pertenecer a la Iglesia por lo que se cree, y al mismo tiempo vivir como le parece a cada uno según su conciencia subjetiva.

5.-Necesidad de volver a las fuentes


Como camino para volver a los orígenes del patrimonio moral de la Iglesia, Juan Pablo II se propone en la Encíclica Veritatis Splendor “afrontar algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, bajo la forma de un necesario discernimiento sobre problemas controvertidos entre los estudiosos de la ética y de la teología moral”.(nº5)

Pero antes de escribir la Encíclica, el Papa ha preferido aprobar y presentar a toda la Iglesia “el Catecismo de la Iglesia católica, el cual contiene una exposición completa y sistemática de la doctrina moral cristiana. El Catecismo presenta la vida moral de los creyentes en sus fundamentos y en sus múltiples contenidos como vida de «los hijos de Dios». En él se afirma que «los cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una "vida digna del evangelio de Cristo" (Flp 1, 27). Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan para ello» (nº 5).

Si el no creyente, desde la vida honesta, es decir desde una moral natural, podía por vía inductiva llegar a comprender la necesidad de la fe en el Dios Uno y Trino y percibir en qué consiste la Salvación, el Catecismo de la Iglesia Católica y la Encíclica Veritatis Splendor ayudarán al creyente católico a vivenciar el camino deductivo que lleva a apreciar la vida moral como la prolongación concreta de la fe en Cristo Resucitado.

Cngo Prof. Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Movimiento Pro-Vida Juan Pablo II. Profesor Titular de Teología Moral y DSI en la UCSF. Defensor del Vínculo en el Tribunal Interdiocesano “E”. Párroco de “Ntra Sra de Lourdes” de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz.

ribamazza@gmail.com
16 de Abril de 2007.

10 de abril de 2007

EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA

1.-La presencia del Señor en la ausencia

Hoy la Iglesia exulta de alegría por la Resurrección de Jesús el Señor. Los pasajes evangélicos proclamados anoche en la Vigilia Pascual como hoy por la mañana, van dejando al descubierto esta presencia del Señor resucitado.
En estos textos, la presencia del Señor resucitado emerge a través de la ausencia del mismo en el sepulcro.
María Magdalena, las otras mujeres, Pedro y Juan, van a la tumba y la encuentran vacía.
Afirman las citas bíblicas que ellos “vieron y creyeron”. ¿Qué vieron? Vieron la ausencia del Señor. El que ha muerto ya vive para siempre, anticipando así nuestra propia resurrección y comienzan a entender las escrituras.
La presencia del resucitado en su ausencia, como si fuera una continuación de la presencia en la ausencia del Padre en el momento de la Cruz, que lo hace exclamar a Jesús: “Padre, “por qué me has abandonado?”
Pero también hemos de afirmar que la presencia del Señor se hace visible realmente, aunque no es reconocido, porque la duda ausenta la mirada de la fe.

2.- La presencia real del Señor.


En efecto, en la tarde de ese día, el primero de la semana, el domingo, justamente Jesús -aunque ya se había aparecido a Simón- se encuentra con dos discípulos que caminan a Emaús, distante diez kilómetros de Jerusalén.
Estos dos hombres van manifestando su desconsuelo, comentando lo que ha ocurrido en Jerusalén. Cómo aquel que esperaban ver resucitado todavía no aparecía entre ellos, “Nosotros esperábamos otra cosa“, -expresan, esperábamos que viniera a liberar políticamente al pueblo de Israel. Y se ponen a compartir su dolor y su angustia con Jesús sin advertir que era El quien caminaba con ellos.
Como a ellos muchas veces en nuestra vida nos pasa esto: Jesús camina junto a nosotros y no lo advertimos. El se interesa por nuestras cosas, por nuestras preocupaciones, por nuestra vida. Y nosotros, quizás atentos a lo distractivo que carece de importancia, no lo captamos, no lo descubrimos en este caminar junto y con nosotros.
Pero El sigue acompañándonos por el camino de la vida.
Y poco a poco irá entrando en el corazón de estos dos discípulos como quiere entrar también en el corazón de cada uno de nosotros.

Y nos dice el texto del evangelio que Jesús, suavemente comienza a explicarles la Sagrada Escritura. Es como un itinerario catequístico a través del cual el mismo Jesús es el que explica el Antiguo Testamento para que crezca la fe del oyente y pueda adherirse por la fe al Cristo anunciado por los profetas, creyendo en la divinidad del Señor resucitado.
Y he aquí que el corazón de estos dos hombres comienza a sentir algo distinto. “¿No ardían nuestros corazones cuando lo escuchábamos? “- dirán más tarde.
La presencia de Dios se hace palpable cuando penetramos en su misterio.. Cuando dejando de lado la mirada a otras cosas que pudieran turbar nuestra atención, escuchamos al mismo Señor que nos habla.
Es el momento en que nos sentimos a gusto escuchándolo a El, escuchando su Palabra, porque la Palabra de Dios va como respondiendo los interrogantes más profundos del hombre.

3.- La presencia del Señor reconocida al partir el pan.

Es por eso que cuando llegan a Emaús, y Jesús amaga seguir de largo, le dirán: “Quédate con nosotros. Mira que anochece.” Le están suplicando: Señor nuestra vida será noche si Tú no estás con nosotros.
Todavía no lo tienen claro, no lo han descubierto a El totalmente, pero están expresando no sólo su necesidad sino la angustia de todo corazón humano porque anochece cuando Jesús no está presente.
Y el Señor acepta quedarse con ellos y comienza a compartir la mesa.
Y he aquí que en el partir del pan lo descubren. Ya saben que es Jesús, pero El desaparece.
Este descubrir al Señor en el partir del pan es de capital importancia.
Ya lo proclamaba el papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica “Dies Domini” (el día del Señor). Es en el partir el pan, en la Eucaristía, en la misa de cada domingo, donde el cristiano va creciendo en su fe. Lo va descubriendo a Jesús cada vez más.
No lo descubre tanto leyendo libros sobre El, incluso oyendo hablar de El, sino participando en el partir el pan, la Eucaristía.
Con la preparación de la Palabra, el cristiano llega a la Palabra hecha carne, la Eucaristía.
En el partir el pan, el cristiano se da cuenta lo que significa la muerte y resurrección del Señor: es morir al pecado y resucitar a la vida nueva de la gracia.
Este participar de la Eucaristía no es para que el cristiano se quede como gozando de la presencia del Señor en su corazón, que es legítimo, sino para que vaya al mundo proclamando que Cristo ha resucitado.
De allí que estos dos hombres vuelven de nuevo a Jerusalén, recorren los diez kilómetros de distancia para llevarles a los discípulos la alegría de haberse encontrado con el Señor.

Y en el encuentro con los hermanos se plenifica, se prolonga el encuentro personal con el Señor. Todos participan de la misma alegría de Cristo resucitado y comenzarán a llevar esta presencia del Señor a todo el mundo.

4.-Con la mirada en y desde lo celestial iluminar el quehacer terreno

De allí se explica que el apóstol San Pablo nos diga a nosotros a través de los colosenses “ya que ustedes han resucitado con Cristo busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha del Padre. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra “.
No se trata de un mero consejo espiritual, porque hasta podría incluso alguien sentirse tentado a decir imitando a los incrédulos: en el fondo es verdad que la religión es el opio de los pueblos.
Nos dicen que miremos al cielo, a las cosas celestiales, y nos olvidemos de las cosas de la tierra.
De hecho es imposible mirar las cosas de la tierra si antes no se han mirado las cosas del cielo.
Es imposible mirar lo de acá si antes no se han contemplado las cosas de Dios.
Y esto es así porque mirando lo celestial advertimos que nuestra meta última es Dios, es la vida eterna, y desde ella van teniendo las cosas de la tierra un sentido nuevo.
Caemos en la cuenta que no podemos estar atados a lo pasajero, so pena de vivir en el vacío existencial más profundo, al experimentar la caducidad de lo terreno.
Por eso, la muerte y resurrección de Jesús implica en nosotros la muerte a todo lo que es terreno para renacer a la vida de la gracia, a lo celestial.
Mirar las cosas del cielo es preparar una mirada nueva sobre las cosas de la tierra.
Ejemplifiquemos estos conceptos.

5.-Aplicación a nuestra Santa Fe inundada.

Hemos vivido y vivimos en Santa Fe momentos muy significativos en los últimos días a causa de las abundantes lluvias que inundaron la ciudad.
Es aquí donde podemos descubrir este juego de la mirada de la tierra y de su relación con la mirada del cielo.
Si la mirada de los gobernantes y de los políticos está puesta en la tierra, preocupándose especialmente por los espacios de poder que se pueden perder o ganar, es natural que no se piense en el bien común.
De allí se explica el exabrupto de la autoridad civil dirigido al “imprudente preguntón” sobre el origen de la lluvia permanente, de “pregúntele a Arancedo” en referencia obvia al Obispo.

En realidad si el que gobierna mirara más al cielo buscando la voluntad de Dios, caería en la cuenta que su misión es servir a sus hermanos promoviendo el bien común. Mirando al cielo es posible comprender que Santa Fe es una ciudad inundable y que por lo tanto hace tiempo que deberían haberse previsto las soluciones a este tipo de emergencia.
El que maneja la cosa pública, mirando los bienes del cielo, cae en la cuenta que el fin último del hombre es Dios y que por lo tanto ha de procurar que el ciudadano común pueda caminar en esta vida sin traba alguna y sin angustias permanentes al encuentro con su Creador.
Y allí entroncamos el orden temporal con el eterno, lo humano con lo divino, la materia con el espíritu.
Solamente el que mira al cielo, las cosas de Dios, entiende que debe mirar la tierra con la mirada de Dios.
Dios jamás quiere la desgracia, el dolor, o la angustia de sus hijos que somos nosotros mismos.
Por eso nosotros, partiendo de los dones que Dios nos ha dado hemos de trabajar para el bien de todos, aliviando los males presentes en la tierra fruto del pecado.
El empresario que tiene puesta la mirada solamente en la tierra, piensa en el negocio y si éste es redituable, y poco le importa su empleado y su familia, así se trate de hacer trabajar durante el mismo día del Señor, el domingo.
El que mira la tierra desde el cielo está cierto que su empresa debe dar trabajo y sostén a numerosas familias, brindar a sus empleados el descanso reparador de sus fuerzas, y la oportunidad de que puedan dar culto a Dios conforme a sus creencias.
Si durante la tragedia vivida en Santa Fe, los diversos grupos piqueteros con la mirada en el cielo, con una consideración de fe, hubieran observado la realidad de la tierra habrían caído en la cuenta que no podían impedir el tránsito de la ambulancia que llevaba a una mujer para su sesión de diálisis –provocándole la muerte- , que era ilícito “cobrar peaje” a los conductores vulnerando su derecho a transitar libremente, que era inmoral intentar romper las defensas para que entre el agua del río Salado, que agravaba la situación destruir las bombas extractoras de agua, etc,etc.
Junto a actitudes de grandeza, en plena Semana Santa, se sucedían los actos más miserables.

6.-El día después de mañana

Estas vivencias nos hacen ver qué lejos estamos todavía de contemplar el orden temporal desde la mirada de Cristo resucitado.
Hemos vivido momentos de anarquía donde la ciudad estuvo sitiada por bandas de supuestos damnificados que hicieron lo que quisieron.

Los actos de violencia, muerte, golpizas e inseguridad, mantienen en vilo a la ciudadanía en todo el país.
Mientras la “represión” aparece ilegítima en algunas partes, en otras, el vacío de poder para desarmar la violencia y la prepotencia de unos pocos, instituye la ley de la selva.
Lamentablemente se avecinan días aciagos para nuestra Patria si no comienza a imperar la cordura en el respeto de las leyes y en el establecimiento de una justicia largamente esperada.
La lucha entre pobres es moneda corriente. Es suficiente con haber experimentado muchas veces los sufrientes inundados el despojo de sus pocas pertenencias para comprobar este aserto.
La pelea de unos contra otros es una tentación que se olfatea más frecuentemente. Se va imponiendo la ley del más fuerte, asomando cada vez más el temor incluso hasta de vivir como personas.

Cristo resucitado nos trae un mensaje de esperanza fundado en el hecho de que es posible cambiar este mundo a pesar de sus miserias, si nos convertimos de corazón dejando nuestros caprichosos egoísmos, para que muertos a nuestras pasiones, resucitemos a una vida que nos enaltezca en la realización permanente del bien.
Llevemos a nuestra sociedad el mensaje de que sólo viviendo en comunión con Dios, hoy tan olvidado en los corazones de muchos argentinos, podremos reconocerlo en la persona de nuestros hermanos, es decir todos los que habitamos el común suelo argentino.
Colosenses 3,1-4 - Lucas 24,13-35

Homilía en la Misa vespertina del domingo de Pascua (08 de abril de 2007)

Padre Ricardo B. Mazza. Prof. Titular de Teología Moral y Doctrina Social de la Iglesia en la UCSF. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Movimiento Pro-Vida “Juan Pablo II”.
Santa Fe, 10 de Abril de 2007.

9 de abril de 2007

Esbozo del perfil docente universitario para una Universidad Católica

( N.R.: Al cumplirse el próximo 9 de junio de 2007 los 50 años de la creación de la UCSF, publicamos este artículo elaborado en 1983 por el entonces Director del Dpto. de Formación de esa Casa de Altos Estudios ).

El nuevo Código de Derecho Canónico, vigente desde el 27 de Noviembre de este año, dedica los cánones 807 a 814 inclusive, a las Universidades Católicas u otros Institutos Católicos de estudios superiores.

A esta nueva formulación jurídica de la Iglesia no escapa la figura principalísima del profesor universitario, al que caracteriza en apretada síntesis en el canon 810, guardando similitud, adviértese enseguida, con el pensamiento de Juan Pablo II, expresado en diversas alocuciones de contenido universitario.

En primer lugar señala el Código, la autoridad competente debe procurar que se nombren “profesores que se destaquen por su idoneidad científica y pedagógica”.

Tal afirmación concuerda con el hecho de que toda Universidad Católica “debe ofrecer una aportación específica a la Iglesia y a la sociedad , situándose en un nivel de investigación científica elevado, de estudio profundo de los problemas, de un sentido histórico adecuado”, y porque “es una vocación irrenunciable de la Universidad Católica dar testimonio de ser una comunidad seria y sinceramente comprometida en la búsqueda científica”, a la vez que “formadora de hombres realmente insignes por su saber” (1)

Como fácilmente se advierte con lo dicho, se requiere un profesor que no sólo aprecie la actividad intelectual, sino que buscador incesante de la Verdad vaya siempre a los fundamentos de las cosas, transmitiendo una percepción objetiva de la realidad, escapando a la tentación, hoy vigente, de encerrarse en el torreón de la contemplación pura de las ideas sin el debido sustento de lo que les da origen.

En segundo lugar, ha de procurarse que los profesores de Universidades Católicas se destaquen “por la rectitud de su doctrina”, es decir que su formación personal y transmisión de la verdad no puede estar ajena a la fe.

El docente en una Universidad Católica ha de ser un hombre de fe porque “la Iglesia es la testigo de esta verdad, de este significado último del hombre, pues es quien debe anunciar a Cristo, en cuyo misterio se descubre enteramente el misterio de toda persona humana y de toda realidad. La ausencia de la Iglesia en la Universidad puede impedir que ésta alcance su fin fundamental: el conocimiento de la verdad en su medida plena” (2)

De allí la urgencia de “realizar en los profesores….una síntesis cada vez más armónica entre fe y razón, entre fe y cultura. Dicha síntesis debe procurarse no sólo a nivel de investigación y enseñanza, sino también a nivel educativo pedagógico” (3)
Esta falta de visión de fe en la enseñanza que imparte el docente produce una serie de consecuencias cuya gravedad queda patente. Señalaremos algunas:
a) El conocimiento del hombre que se obtiene es incompleto. Se produce una focalización en algún aspecto particular en perjuicio de la verdad total.
b) Se produce la imposibilidad de acceder a una vida sapiencial que es el objeto último de la investigación. Vida sapiencial unificadora de la dimensión intelectual, espiritual y moral del hombre, que no se vislumbra.
c) La fe no engendrará cultura, ni la cultura será plenamente humanizante del hombre de acuerdo a su dignidad y valía.
d) No se reconstituye dentro de la civilización con la Sabiduría creadora y redentora de la que todos tienen urgente necesidad, aún inconscientemente.


La tercera nota caracterízante de todo docente, según señala el canon 810 del que estamos hablando, es “la integridad de vida”.

Si el profesor debe encarnar y transmitir valores a sus alumnos, si debe señalar la necesidad de la disciplina interior y exterior en la tarea intelectual como medio para un acceso serio y permanente a la verdad, si debe ser no “un simple transmisor de ciencia, sino también y sobre todo un testigo y educador de vida cristiana auténtica” (4), si debe, fiel a la “tarea educativa de la institución universitaria” extenderse en su papel “a los graves problemas que plantea el ámbito ético del joven que camina hacia su plena madurez humana”(5), se hace evidente la coherencia con una vida personal íntegra.

Poco y nada podrá hacer en este campo el deshonesto en su profesión, el afanoso “trepador” de cargos, aún en perjuicio de otros mejores o el que lleva públicamente una vida personal a espaldas de la moral cristiana.

Carece de integridad de vida y de nobleza quien haciendo caso omiso de la confesionalidad católica de la institución, sembrara en las mentes de los jóvenes, doctrinas materialistas ateas o liberales en sus concepciones históricas, sicológicas, filosóficas, económicas, jurídicas, artísticas o pseudos teológicas.

No puede ser llamado católico el docente que se manifiesta contrario a las enseñanzas del evangelio y del Magisterio de la Iglesia en el ejercicio disolvente de su cátedra.

No ha entendido –o no quiere entender- lo que significa Universidad Católica, quien siembre la lucha de clases en el seno de la institución o quien postula ciertas tomas del poder universitario como meta de acciones políticas no sólo descolocadas, sino también deletéreas en sí mismas.

La Iglesia pide a los docentes de Universidades Católicas -y con ellos- más aún a quienes la conducen- una especial coherencia con sus principios.

Lo dicho tiene que servir para llevar a cada uno de los integrantes de la comunidad universitaria, a realizar una verdadera, profunda y franca reflexión.

Debe promover la nobleza del espíritu, la sinceridad de conciencia y la decidida conversión.

El desafío de nuestra hora es más difícil que lo que de su mera enunciación resulta.

Cambiar de mentalidad, cambiar de vida, hacer coincidir nuestro “individual deber ser”, con el “Deber Ser”, es la exigencia permanente de Cristo y su Iglesia a nuestra humanidad caída.

La identidad institucional y la fidelidad a la misma se hace cada vez más urgente hoy, como fruto peculiar del Año Santo.

Sólo en la verdad total que es Cristo el Señor, podrá crecer la Universidad Católica y ofrecer a la sociedad los frutos de sus desvelos.

(1), (3) y (4) Juan Pablo II a los universitarios católicos de Méjico. “Síntesis entre fe y cultura”, 31 de marzo de 1981.
(2) y (5) Juan Pablo II “La Pastoral en el mundo universitario”. 8 de marzo de 1982.

Revista Sedes Sapientiae. Publicación del Dpto de Formación de la Universidad Católica de Santa Fe. (Año III nº 9- Nov. Dic. de 1983). Págs. 1 a 4.

Pbro Prof. Ricardo B. Mazza. Director.

2 de abril de 2007

Guerra al hombre, guerra a Dios

N.R.: A 25 años de la guerra por la recuperación de las Islas Malvinas, publicamos éstas reflexiones de nuestro columnista Padre Ricardo B. Mazza, entonces Director del Dpto. de Formación de la UCSF y de la Revista “Sedes Sapientiae”.

1.- Dios es Amor

Las lecturas bíblicas que acabamos de proclamar nos afirman que Dios es Amor. Verdad ésta que se descubre no sólo en la existencia de todo lo creado, sino sobre todo en el hecho de nuestra propia creación, hechura de Dios por amor.

En la primera lectura bíblica que hemos proclamado, el apóstol San Juan en una de sus cartas (1 Jn. 4, 7-10) nos dice que Dios manifestó su amor enviándonos a su Hijo para que vivamos por El.

Este vivir por el Hijo de Dios hecho hombre, comienza por el Misterio Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, por el cual fuimos librados del pecado y de la muerte eterna, merecedores del amor del Hijo recibido del Padre.

2.- Permanencia en el amor de Dios (Juan 15, 9-17)

Este vivir por el Hijo de Dios se realiza en la permanencia de su amor lograda por la guarda de sus mandamientos: “Si guardáis mis mandamientos –dice el Señor- permaneceréis en mi amor”; imitando así el ejemplo mismo del Señor: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

La unión con el Señor, pues, pasa por la escucha atenta de su palabra y la fidelidad manifestada en nuestras obras.
Quebrantar los mandamientos, hacer caso omiso a la enseñanza de Jesús y de la ley natural, significará caer en la esclavitud del pecado.

Jesús nos llama “amigos”. Indica así la condición a la que somos llamados. Amistad que señala una elección particular: “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”.

Queda patente con estas palabras del Señor, que es El quien nos da la posibilidad de vivir en su unión; pero también es cierto que el cristiano será amigo del Señor en la medida que acepte sus mandamientos, cuyo cumplimiento señalará la permanencia en su Amor.

3.- Los mandamientos no son una carga

Para el que ama de veras a Cristo, sus preceptos no son una carga, sino el sencillo obsequio de una voluntad obediente que porque ama, desea hacer lo que a su Dios le agrada, y que por extensión es al mismo tiempo el único camino válido para la plenitud humana.

Esta permanencia en el amor del Señor, signo de su predilección y de nuestra respuesta, se prolonga, se hace consistente. a través de los frutos que produzcamos: “os he destinado –dice el Señor- para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure”.

Fruto del amor de Dios nuestra permanencia en el Señor, exigida necesariamente para una vida digna, significará la guerra sin cuartel contra el espíritu del mal, contra las tentaciones, contra el pecado. Por el pecado, el corazón humano, no pocas veces declara la guerra a Dios, al usurparle la soberanía que sobre nosotros le corresponde como Creador y Padre.

4.- Consecuencias del no amar a Dios

La no aceptación de Dios en nuestros corazones engendra el desquicio en nuestras relaciones con los demás.

No será restituida la paz entre los hombres mientras no estemos en paz con Dios.
En efecto, la guerra es fruto del pecado, y el pecado es salir de los límites que Dios ha puesto al corazón del hombre.

Mientras imploramos el don de la Paz, comprometámonos a ser constructores de la paz con una vida auténticamente cristiana.

Impiden la Paz y favorecen la guerra los promotores de divisiones en el seno de la familia, del colegio, de la Universidad, de la oficina.

Impiden la Paz y favorecen la guerra los que crecen con el dolor ajeno: los usureros, los que oprimen, los injustos, los que deshacen matrimonios, los que corrompen a la juventud con la propaganda, el cine o la moda; los que eliminan la vida no nacida; los que de una u otra forma se levantan contra Dios, no aceptándole que pueda poner límites al obrar del hombre dentro de la ley moral.

5.- Dar la vida por los amigos

Cristo nos dice hoy: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Cristo nos mostró el gran amor que nos tiene a nosotros, llamados por El, “sus amigos”, muriendo en la Cruz por nuestra Salvación.
Si Cristo es de veras nuestro amigo hemos de morir al pecado.
Sigue diciendo el Señor: “vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando….Esto os mando: que os améis unos a otros”.

La permanencia en el Señor dependerá de que como amigos realicemos su voluntad: cumplimiento de sus mandamientos, que se resumen en el del amor a Dios y a los hermanos.
De allí que en el amor a la Patria, entregando por ella lo mejor de nosotros vivamos el amor a los hermanos, prolongación del amor de Dios.


Hermanos nuestros han dado su vida por nosotros. Por estar unidos a Cristo, -las noticias que nos llegan así lo afirman-, no sólo han demostrado y demuestran su amor a Dios, sino que este amor a Dios y a su Patria -su gran amor por nosotros- se traduce en el dar la vida por sus hermanos.
Este doble amor a Dios y a los hermanos en la Patria es el mejor fruto de nuestra permanencia en Cristo. De allí que ambos amores vayan juntos, de allí que el que está separado de Cristo por el pecado será ineficaz en el servicio a sus hermanos, al faltarle el sentido último del verdadero amor que sólo de Dios puede venir.

6.- El amor vivido cada día

Cada uno en su puesto: estudiantes, profesionales, obreros, padres,religiosos, sacerdotes etc. debemos, a través de una vida enraizada en la verdad, en la justicia y en la caridad que vienen de la permanencia en Cristo, contribuir al bien de la Patria, preludio de la Patria Celestial, y obtener así el don de la Paz.

Para concluir y como síntesis de todo lo expresado, quisiera leer lo que el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes nos dice acerca de la paz: (Nº 78) :

“La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al sólo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia (Is 32, 7). Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia, han de llevar a cabo. El bien común del género humano se rige primariamente por la ley eterna, pero en sus exigencias concretas, durante el transcurso del tiempo, está cometido a continuos cambios; por eso la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo y vigilancia por parte de la autoridad legítima.

Esto, sin embargo, no basta. Esta paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual. Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar.

La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su cruz, y, reconstituyendo en un solo pueblo y en un solo cuerpo la unidad del género humano, ha dado muerte al odio en su propia carne y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres.

Por lo cual, se llama insistentemente la atención de todos los cristianos para que, viviendo con sinceridad en la caridad (Eph 4,15), se unan con los hombres realmente pacíficos para implorar y establecer la paz.

Movidos por el mismo Espíritu, no podemos dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de defensa, que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles, con tal que esto sea posible sin lesión de los derechos y obligaciones de otros o de la sociedad.

En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia hasta la realización de aquella palabra: De sus espadas forjarán arados, y de sus lanzas hoces. Las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la guerra (Is 2,4)”.


Textos bíblicos de referencia: I Juan 4,7-10 y Juan 15, 9-17.
Homilía en la Misa por la Paz, organizada por los estudiantes de Abogacía de la Universidad Nacional del Litoral, celebrada el 15 de Mayo de 1982.
Fuente: “Sedes Sapientiae” (publicación del Departamento de Formación de la UCSF. Año II. Enero-Agosto 1982. nº 4. págs. 8 a 11)

1 de abril de 2007

Celebrando al hombre nuevo convertido al Señor de la misericordia

Homilía en la Misa por la Celebración de la Vida y la conversión de los cultores de la muerte (domingo V de Cuaresma, 25 de marzo de 2007).

1.- Celebrando la Vida

Estamos celebrando hoy a la vida, ya que cada 25 de marzo se revive la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María Santísima.
Si bien este año la fiesta litúrgica se traslada al día de mañana por conmemorarse hoy el quinto domingo de cuaresma, nos unimos -como familia que celebra semanalmente al Señor que salva- en la oración confiada por el reconocimiento de la dignidad de la vida humana y por la conversión de quienes la combaten.
Renovar la muerte y resurrección del Señor cada domingo, es celebrar gozosamente la vida nueva de la gracia que nos entrega generosamente Jesús.
De allí que la vida humana terrena es un don precioso que hemos de proteger porque es el anticipo de la vida futura en Dios.
Al predicar la dignidad de la vida de toda persona desde su concepción hasta la muerte natural, estamos anunciando que se trata del don más hermoso que Dios nos ha dado.
Más aún, así como el reconocimiento de la dignidad de la persona humana tiene su principio en el conocimiento de Cristo, y el respeto por la vida humana se origina en la imitación del Señor Jesús, toda propuesta anti-vida es causada por la instigación del espíritu del Mal, el demonio, llamado el primer homicida.
El odio del demonio hacia Cristo se prolonga en nosotros, creados a imagen y semejanza de Dios.
En el fondo, el desprecio por la vida humana significa el odio más profundo a Dios que se hace palpable en la implementación de todo modo de exterminio de la persona humana.

2.- Necesidad de regresar a Cristo por la conversión.

En este tiempo de Cuaresma hemos recibido numerosos llamados de conversión. Hoy la liturgia nos recuerda el llamado suplicante que con el profeta Joel (2,13) nos dirige el Señor Dios: “Vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo”.
La insistencia de este llamado se canaliza a través del texto del evangelio de hoy (Juan 8, 1-11) que nos presenta el momento en que llevan ante el Señor a una mujer sorprendida en adulterio.
La intención de los escribas y fariseos es condenar a Jesús, y por eso están atentos a la respuesta que dará a sus requerimientos.
Si expresa que se debe cumplir la ley de Moisés ya no podrá predicar que es bondadoso y compasivo perdonando al pecador, si indica que no hay que aplicar la ley de Moisés lo acusarán de quebrantar la ley de Dios.
Era bastante frecuente que pusieran a Cristo ante diversas disyuntivas. O esto o lo otro, dejándolo como obligado a responder según ellos quisieran. Pero Jesús responde presentando una tercera vía.
Le vuelven a insistir con espíritu condenatorio que la mujer sorprendida en adulterio debe ser apedreada hasta morir, según la legislación mosaica.
Y El dirá: “Aquel que esté sin pecado, tire la primera piedra”. Y de esta manera Jesús les devuelve la acusación.
En efecto, al decirles que quien esté sin pecado tire la primera piedra -y sabía que ninguno estaba sin pecado- les está diciendo: Uds. son adúlteros también.
Se trata del adulterio en el sentido pleno, bíblico, no sólo el que se comete dentro del matrimonio con la infidelidad.
El adulterio del corazón por el cual el ser humano traiciona a Dios, rompe el pacto de amor con su Creador para ir en busca de otros amores.
De hecho Cristo llamará muchas veces a sus contemporáneos “generación perversa y adúltera”,y no porque todos fueran infieles en el matrimonio, sino porque conocía el corazón humano tan inclinado a romper la alianza con Dios, buscando otros amores, cayendo en la idolatría.

3- El adulterio del corazón y de la ley de Dios

Cristo les está diciendo a los escribas y fariseos que también ellos deben convertirse. Ellos que vivían adulterando la ley de Dios, presentando muchas veces exigencias que presuntamente eran de Dios sin serlo, o agregando exigencias humanas a las de Dios.
La adulteración de la ley era común.
Hoy también se adultera la ley de Dios.
Cuando se quiere imponer el aborto o la eutanasia se quiere adulterar la ley de Dios, cuando se legisla y promueve la esterilización humana como un “derecho humano” se está adulterando la ley de Dios, cuando se presenta y exhibe lo bueno como malo y lo malo como bueno, se está adulterando la ley de Dios.

También se quiere adulterar la ley de Dios pretendiendo nuevas maneras de constituir y vivir el matrimonio y la familia, o presentando a los niños y jóvenes como normal la adulteración de la constitución sexual del ser humano.
Hoy Cristo nos llama a nosotros generación adúltera porque hemos abandonado al Dios verdadero para ir detrás de otros dioses, de otros amores: el placer, el dinero, el poder, la vida de sensaciones, el vivir el momento, el no pensar en la eternidad.

4.-El día del Niño por nacer y la cultura de la vida.

Esto que reflexiono ahora con Uds., podemos relacionarlo con lo que hoy queremos recordar: el día del Niño por nacer.
Fue establecido este día en nuestra Patria como iniciativa única de entre los países americanos, imitándonos después otras naciones. Hoy seguimos siendo –quizás- los primeros, pero no para vivirlo sino para contrariarlo.
Es en el hecho de que el Hijo de Dios se hace hombre en María donde aparece en toda su dignidad la grandeza humana.
Es tan amado el ser humano como criatura de Dios, que El mismo se hace hombre para irrumpir en nuestra historia y así conducirnos a la Patria del Cielo.
Este misterio del Dios hecho hombre nos habla por lo tanto de la grandeza de la vida humana.
Vida humana que debe ser protegida desde el inicio en la concepción hasta la muerte natural.
Vida humana que ha de ser promovida en cada momento de nuestra existencia.
Y así laborar por la cultura de la vida será ocuparnos para que el ser humano pueda desarrollar sus cualidades, tenga trabajo, vivienda, protección adecuada de su salud, presencia de un sistema de seguridad que permita vivir sin el permanente acoso de los violentos, educación adecuada que promueva los valores humanos y destierre los vicios.

5.-La primacía del aborto.

En nuestra Patria y muchas veces en nuestro corazón se va introduciendo lo contrario a la vida. Entre otras cosas, lamentablemente, el aborto.
No solamente en el sentido que siempre le damos que es el impedir que alguien nazca, sino también en un sentido más profundo: impedir la realización del proyecto de Dios sobre cada uno y sobre la sociedad. Y así, por ejemplo, decimos se abortó tal proyecto, tal programa, se truncó una vida.
El ser humano se transforma en alguien favorable al aborto no sólo cuando mira con buenos ojos la eliminación de las personas no nacidas, sino también cuando aborta la voluntad de Dios sobre sí y el mundo.
Conozco gente que condena el aborto de los inocentes, y está bien que lo haga, ya que la legitimación de la muerte de los inocentes abre la puerta para cualquier atentado contra la vida humana. Pero contrariamente a esta defensa del no nacido, en su vida personal vive abortando el proyecto que Dios tiene sobre su persona.
Si desapruebo el aborto pero al mismo tiempo no vivo en gracia, no escucho la voz del Señor, no trato de identificarme con El, estaré abortando en mi mismo la vida divina.
Dios tiene para cada uno un proyecto de grandeza, una llamada a poner al servicio de los demás las cualidades propias, proyecto que puede quedar trunco por las negativas a secundar la obra divina en el corazón humano.
Cuando un papá y una mamá, -después que su hijo recibió los sacramentos de iniciación- , no le siguen transmitiendo la fe , no lo hacen participar de la Misa, no le hacen gustar de la vida cristiana y del evangelio, están abortando el proyecto de grandeza humana que Dios tiene puesto sobre ese niño.
Nuestra Patria ha sido bendecida con grandes dones y riquezas de todo tipo, ¿cómo es posible entonces que en la tierra del pan numerosos ciudadanos no tienen qué comer? Esto es un signo del aborto institucionalizado en cuanto se impide el crecimiento nacional.
Es un signo de la primacía de quienes al preferir enriquecerse por sobre todas las cosas abortan la realización de sus hermanos como personas.
En efecto, no sólo se aborta al no nacido, sino que también se aborta al ya nacido cuando no se implementan políticas que permitan crecer con dignidad a todos y cada uno de los habitantes de nuestra Patria.
Si rige en el mundo el proyecto de que pocas personas deben tener lo que pertenece a toda la comunidad mundial, es previsible que se trate no sólo de establecer el aborto de los no nacidos, para que haya menos “depredadores” de la naturaleza, como se le llama hoy al hombre, sino también aplicar el aborto esquilmador de las riquezas naturales de las naciones, que impiden el crecimiento social, económico y humano de las personas.
Y Dios nos pedirá cuenta de esto a cada uno de nosotros, de acuerdo a la responsabilidad que nos cabe en la sociedad.
Por eso el Señor nos hace un llamado para luchar a favor de la vida, de la grandeza del hombre que es la de Dios.
Dios quiere que cada uno de nosotros sea feliz, no con la felicidad pasatista que presenta el mundo, sino la que implica el goce legítimo de los bienes de este mundo y que son un anticipo de la vida divina.
Vivir en la infelicidad, ¿eso es lo que Dios quiere de nosotros? No, Dios quiere la felicidad de sus hijos que somos nosotros y es por eso que insiste: “vuelvan a mí de todo corazón porque soy bondadoso y compasivo”.

6.- El conocimiento de Cristo.

De allí la necesidad de volver a la fuente que pasa por el conocimiento de Cristo.
Acabamos de escuchar la carta que San Pablo nos dirige a través de los cristianos de Filipos, destinatarios originarios de sus palabras: “Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.” (Fil.3,8).
Tal afirmación del apóstol nos sitúa directamente en aquello que es crucial en la vida del cristiano: el conocimiento de Cristo Jesús.
Ya la oración del primer domingo de cuaresma nos recordaba que en este itinerario de cuarenta días hemos de avanzar en el conocimiento de Cristo.
Y así Cristo se convierte para nosotros en don y tarea. En don, porque nos lo regala el Padre misericordioso para que a través de él lleguemos a la salvación que es la comunión con Dios.
Tarea porque este don de Jesús nos interpela para seguir ahondando en su misterio.
Al conocer a Cristo más profundamente entendemos que es el Señor de la Vida y que desde El se esclarece el misterio del mismo hombre como ya lo recordaba el papa Juan Pablo II en su primera Encíclica “Jesucristo Redentor de los hombres”.
No se puede entender la dignidad de la persona desde su concepción hasta su muerte, si antes no se comprende el misterio del Hijo de Dios hecho hombre.
Al celebrar entonces hoy el momento en que el Hijo de Dios se hizo hombre en María, descubrimos cómo el ser humano ha sido valorizado en grado sumo: tan importante es la vida humana que el mismo Dios se la ha entregado a su Hijo para que como Dios hecho carne humana pueda entrar en la historia humana.
Toda vida humana aparece por lo tanto brillando en la grandeza que le da el mismo Hijo de Dios.
Sigue diciendo San Pablo que el conocimiento de Cristo lo ha llevado a considerar todo como desperdicio. Es decir que no valen la pena riquezas, honores, poder y fama, si esto supone desechar el amor y el conocimiento de Cristo.
Seguirá diciendo el Apóstol que conociéndolo y amándolo cada día más a Jesús e imitándolo en los sufrimientos y la muerte, nos será posible alcanzar la meta de la transformación en la gloria del Padre por medio de la resurrección.
Volver a Dios, es en definitiva considerar como desperdicio todo aquello a lo
que nos atamos y que nos separa del Señor.
Es cierto que somos débiles y S. Pablo lo advierte al señalar que no ha alcanzado la meta, consciente de sus debilidades y de sus pecados, pero no pierde la esperanza de alcanzarla y, sigue corriendo para alcanzarla.
Y Cristo nos va a decir como signo de vida nueva “no peques más, yo tampoco te condeno”.

7.- “Yo estoy por hacer algo nuevo” (Isaías 43,16-21)

“No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas, yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?”
Qué hermoso sería que estas palabras del Señor retumbaran permanentemente en nuestros oídos y corazón.
No se acuerden de los pecados pasados, de las infidelidades, no se acuerden de los adulterios del corazón, no se acuerden porque han abortado personas o proyectos de Dios sobre nosotros.
Siempre que nos hayamos convertido se cumplirá la Palabra de Dios:”Yo estoy por hacer algo nuevo”
Ya está germinando lo recibido en el bautismo,
Ojala podamos decir por cada uno y por nuestra Patria, -que siempre mira el pasado para desconocer el nuevo germen que nos quiere dar el Señor- ,que hemos sido constituidos como pueblo de Dios para pregonar su alabanza (Is.43,21).